PÁEZ Y PEÑA CONTRA BOLIVAR
Ponencia aceptada para ser presentada por el Prof.
José Manuel Hermoso González en el XV Congreso de Historia Regional y Local y Segundo
Congreso Internacional de Historia. Dentro Nacional de Historia, Venezuela.
Resumen
A partir de hacer un seguimiento y un análisis de la
conducta de los personajes históricos que fungen como actores fundamentales de
los conflictos políticos que conducen a la ruptura y disolución de la República
de Colombia (la Gran Colombia) y particularmente al primer intento de ruptura
ocurrido en Venezuela conocido como “La Cosiata”, en este caso Miguel Peña,
José Antonio Páez y frente a ellos Simón Bolívar, pero pasando a considerar
condiciones históricas (económico-sociales) de carácter estructural, se intenta
arribar a las causas del fracaso del proyecto bolivariano, particularmente a la
disolución de la Gran Colombia.
Palabras claves: del fracaso del proyecto de
modernización política y de desarrollo autónomo bolivariano, particularmente de
su proyecto de integración latinoamericana
Páez - Peña - Bolívar - Ruptura de la Gran Colombia -
Fracaso del proyecto bolivariano
PÁEZ Y PEÑA CONTRA BOLIVAR
(Causas del fracaso del proyecto bolivariano y
de la disolución de Colombia)
Introducción
La Historia sería algo totalmente inútil si no nos sirviera
para comprender el presente y vislumbrar el futuro. La importancia y la
utilidad de la Historia, estriba precisamente en eso, en que es como un libro
abierto o un espejo que nos permite no solo saber lo que fuimos y de dónde
venimos, sino también, mirarnos y comprendernos, para no reiterar errores y
así, ser capaces de transformarnos, de superar problemas, rezagos y
limitaciones.
Nos preguntamos entonces: ¿Tienen algo que ver los
acontecimientos narrados en las siguientes páginas con la crisis política,
económica y social que atraviesa en este momento nuestro país y casi todos los
países de América Latina y El Caribe? ¿Nos dice algo lo ocurrido hace 190 años?
Esperamos que nuestros lectores puedan, con propiedad, responder estas
preguntas cuando terminen de recorrer lo escrito a continuación.
En lo fundamental, la presente
ponencia tiene el propósito de exponer el conflicto que enfrentó contra Bolívar a los enemigos de la integración
latinoamericana, quienes conspiraron contra la unidad gran-colombiana hasta
lograr su disolución. En segundo lugar, exponer en detalle los encomiables
esfuerzos hechos por el Libertador, para afrontar el conflicto, sin recurrir a
la guerra civil.
El seguimiento y el análisis de los acontecimientos narrados
a continuación, así como su desenlace nos llevó a preguntarnos: ¿Cuál fue la
causa del fracaso del proyecto bolivariano, y además, porqué fracasan
igualmente todos los libertadores de Hispanoamérica en su titánico esfuerzo por
crear instituciones republicanas en Estados soberanos, estables y prósperos?
Esa unanimidad de resultados
similares no podía haber sido casual. Tiene que haber habido una causa común
para esos resultados semejantes respecto a acontecimientos ocurridos en
diversas circunstancias, con diferentes actores y en diversos lugares. Entonces
resulta válido preguntarse por qué, a diferencia de lo ocurrido en EEUU y
Canadá, en toda Latinoamérica y el Caribe se frustra la revolución
democrático-burguesa que condujo a aquellos países del norte al desarrollo?
La historiografía tradicional
describe los acontecimientos y, por lo general, no va más allá de un esfuerzo
por enjuiciar la conducta de los actores, sin explicar las verdaderas causas de
los fenómenos históricos y de los conflictos sociales, olvidando que los
hombres hacemos nuestra propia historia, pero dentro de determinadas
condiciones objetivas, independientes de nuestra voluntad.
Las explicaciones de lo ocurrido en
cada Nación son siempre particulares, parciales, específicas. Explican lo
local, no lo regional. Es por ello que, por nuestra parte, nos hemos propuesto
identificar las causas de ese fracaso que afectó por igual a todos los países
ubicados al sur del Río Bravo. Los conductores de pueblos, en cada caso,
cumplen un específico papel que no deja de ser importante, pero están sometidos
a poderosas fuerzas sociales, generales, estructurales, que son
determinantes.
Tanto Cromwell, como Washington y
Napoleón, cada uno a su manera y dentro de sus condiciones específicas, fueron
protagonistas de revoluciones burguesas que lograron auténticas y profundas
transformaciones sociales de carácter estructural; unas transformaciones que
convirtieron a sus respectivos países en modernas naciones capitalistas, en
países que muy pronto alcanzarían soberanía política y desarrollo económico
autónomo, deviniendo en auténticas potencias mundiales.
Mientras que, un tiempo después, en
el resto de América, exceptuando a EEUU y a Canadá, durante las tres primeras
décadas del siglo XIX, Bolívar, Sucre, San Martín, O´Higgins y los demás
próceres de la emancipación hispanoamericana y caribeña, triunfaron en los
campos de batalla, pero fracasaron como constructores de Estados soberanos,
modernos, prósperos, dotados de instituciones republicanas y de gobiernos
“democrático-formales” estables. Hubo liberación política pero no hubo
transformación económico-social profunda o radical.
En estos territorios no fue posible
la revolución burguesa. Las nuevas repúblicas no lograron desarrollarse como
países capitalistas; dejaron de ser colonias para convertirse en neo-colonias,
pues sus sobrevivientes o sobrevenidas oligarquías pactaron con el capital
extranjero. Se articularon con los centros de poder imperialista. En vez de un
desarrollo económico capitalista autónomo o soberano, se impuso una dinámica
sub-desarrollante, neo-colonizadora. Y ¿Por qué allá si y acá no?
Porque acá no había burguesía. No
existía una clase social revolucionaria. Las nuevas naciones cayeron en manos
de oligarquías terratenientes cuyos intereses nada tienen que ver con la
proliferación del comercio ni con el consiguiente surgimiento de un mercado
interno. No se desarrolló por tanto la industria ni el sector servicios.
Prevaleció la reproducción simple de capital. No fue posible el ahorro ni la
inversión, ni la acumulación interna. Desde un primer momento predominó la
nueva dependencia.
La estructura económica y social
preexistente, y predominante después de la independencia política, constituyó
una camisa de fuerza que hizo imposible una auténtica revolución burguesa. Por
eso, tanto el fracaso político de los conductores progresistas, como la
frustración de la revolución burguesa, fueron una constante en toda
Iberoamérica y El Caribe. La explicación de lo ocurrido la encontramos en la
dinámica de la lucha de clases. En esa sorda confrontación social se mueven
fuerzas que no siempre son perceptibles a simple vista.
Al respecto vale la pena recordar la
muy sabia afirmación del Libertador cuando, en el discurso de Angostura,
relativizando su propia actuación dirigente, (refiriéndose, sin proponérselo, a
la polémica cuestión del “papel del individuo en la historia”), pronunció una
frase que confirma lo que venimos planteando: “Yo he sido sólo una débil paja arrastrada por el vendaval de los
acontecimientos”… A esas poderosas
fuerzas sociales nos hemos estado refiriendo
en este y en los párrafos anteriores.
El vendaval de esas fuerzas
sociales, desatadas nuevamente treinta años después, en 1859, condujo a los
venezolanos a la vorágine social que conocemos como la Guerra Federal. Una
nueva gran convulsión social, una guerra campesina que constituyó un nuevo
intento de completar, mediante una verdadera revolución social, las tareas de
transformación económico-social pospuestas, en el caso venezolano, por la
contra-revolución oligárquica de 1830, proceso en el cual se inscriben los
acontecimientos narrados en el presente ensayo.
Aterricemos entonces. Vayamos pues
sin más dilación a confrontar los hechos históricos más concretos. Veamos a los
protagonistas de nuestra historia nacional moverse en el escenario
político de aquel momento trascendente.
Pongamos la lupa en los acontecimientos humanos “en pleno desarrollo”.
1.- Miguel Peña, el talento sin probidad
“El doctor Peña es un hombre vivo, de talento, audaz… y conviene mucho
que usted lo mantenga al lado del gobierno, halagándolo con la esperanza de
algún alto destino, y que, por ningún pretexto vaya a Venezuela, para que la
patria, usted y yo no tengamos algún día algo que llorar”
Simón Bolívar
(Carta al vicepresidente Santander)
(Carta al vicepresidente Santander)
La anterior advertencia tuvo un carácter profético. Fue
hecha desde Lima por Simón Bolívar cuando tuvo conocimiento de que al abogado
Miguel Peña, magistrado de la Alta Corte de Justicia, se le enjuiciaba por
negarse a firmar una sentencia de ese organismo. Lamentablemente fue desoída
por Santander, lo cual permitió que lo previsto por Bolívar se cumpliera con
increíble exactitud, en detrimento de la unión gran colombiana. Quizás Bolívar
lo lloró. Santander quizás lo celebró…
Los acontecimientos ocurrieron de la siguiente manera. Los
primeros problemas que tuvo Miguel Peña en Bogotá tuvieron que ver con un
incumplimiento de sus funciones como magistrado de la Judicatura. El doctor Miguel Peña fue juzgado
por el Senado, suspendido de su cargo de magistrado durante un año y condenado
a sufragar de su sueldo lo que se pagare a su sustituto.
Al poco tiempo ocurrió un hecho que contribuyó, junto a lo
ya dicho, a producir el resultado desfavorable para la República previsto por
Bolívar. En efecto, el gobierno de Cartagena comisionó al doctor Miguel Peña
para trasladar a Caracas 300.000 pesos, parte correspondiente a los
departamentos venezolanos de un préstamo obtenido por la Unión Gran Colombiana
en Londres.
Miguel Peña, empedernido jugador, perdió en Cartagena, antes
de viajar a Venezuela, 25.000 pesos. En esta situación y para no tener que
reponer los fondos públicos que indebidamente había dispuesto, realizó una
operación fraudulenta en contra de la Nación: entregó en Caracas la misma
cantidad de dinero que había recibido en plata corriente y un pagaré, pero en
plata sencilla macuquina. El cambio de monedas representó para él una ganancia
de 25.062 pesos.
Descubierto posteriormente el fraude, al abogado Miguel Peña
le fue incoado un juicio a instancias del Tesoro General de Colombia. Miguel
Peña no se presentó a rendir cuenta de su acción ilícita, ni tendría necesidad
de hacerlo, púes se dedicaría, exitosamente, como asesor de Páez, a cometer un
crimen histórico todavía más grave: conspirar contra la unidad gran colombiana
y herirla de muerte, impulsando un movimiento separatista que culminaría,
cuatro años después, con su disolución.
Se ha dicho que la conocida frase de Simón Bolívar «el
talento sin probidad es un azote» fue pronunciada por el Libertador
refiriéndose a Miguel Peña. Puede ser que haya sido así, pues efectivamente, el
doctor Peña era una rara combinación de virtuosismo y perversión. Era
inescrupuloso, pero de elocuente erudición, intrigante, pero talentoso y culto,
brillante polemista, pero resentido y vengativo.
El historiador Eloy G. González, observa cómo el terrible
manipulador palaciego, contaba con numerosas armas. Según González, Peña estaba
dotado de una vasta erudición jurídica y política y de una gallarda preparación
literaria; era ardoroso en la polémica, fecundo en los recursos del debate,
apasionado en sus causas personales, hábil sofista y dialéctico de gran
elocuencia.
Para González, Peña poseía un gran talento; una potente
inteligencia ampliamente cultivada; una brillante capacidad exitosamente
ejercida en la práctica del parlamento, en las convenciones del foro y en las
actividades de la magistratura, además, había prestado valiosos servicios a la
causa independentista, tenía extensas y poderosas relaciones en la sociedad y
en el mundo político y sabía utilizarlas en su provecho.
Tal como lo describe magistralmente Manuel Vicente
Magallanes, los móviles de Peña eran vengarse de la suspensión a que lo condenó
el Senado y evadir los graves cargos que por apropiación indebida le hacía el
gobierno gran colombiano. Desde Bogotá, había concebido el proyecto de valerse
de su injerencia en los asuntos públicos, sacrificando los intereses de la
Nación, para combatir a sus adversarios y lograr sus fines personales.
Con este objetivo se gana la confianza de Páez y con astucia
llega a tener un gran ascendiente sobre el heroico general. Este era propenso a
la lisonja y Peña supo estimulársela con habilidad cortesana. Así fue ganándose
progresivamente la voluntad de Páez, quien se entregó íntegramente a sus
manejos. Al ser acusado el general, ningún otro mejor que Miguel Peña -ex
magistrado de la Alta Corte de .Justicia- para asesorarlo.
Ambos además estaban imbuidos de un espíritu de retaliación
y venganza. Peña supo estimular y explotar esos sentimientos para sus oscuros
fines. Constantemente recordaba a Páez sus brillantes servicios a la Patria; le
hablaba de la envidia que ello despertaba en Santander y presentaba a éste como
un hombre insidioso y vengativo. Independientemente de que pudiera o no tener
razón en esa descripción del vicepresidente, su intención era malsana y sus
finalidad perversa.
Peña, despotricaba constantemente de los congresistas de
Bogotá, presentándolos como un colectivo empeñado en rebajar y menospreciar a
los militares y particularmente a aquéllos de mayor prestigio y merecimiento.
Atemorizaba a Páez advirtiéndole que correría la misma suerte de Infante, héroe
de Las Queseras del Medio, enjuiciado y ejecutado injustamente en Bogotá.
Páez, ahora también llamado ante la justicia bogotana, nada
debía esperar de aquellos «enemigos solapados» que sólo querían perjudicarle,
lo cual se hacía evidente, según Peña, por haber admitido la acusación contra
Páez, sin haberlo oído previamente. Reiteraba constantemente el ejemplo del coronel
Infante y se presentaba él mismo como una víctima de los procesos de Bogotá.
Peña, paso a paso, logró convertirse en el principal amigo
de Páez. En su brega siniestra -según Eloy G. González- ningún arma le está
vedada, lo mancilla todo; por cualquier atajo sale a su camino. Apelando a
cualquier medio, deviene en favorito de Páez; ejerce como secretario privado,
asiduo y celoso cancerbero del palacio presidencial; siempre al lado del
presidente, para los asuntos oficiales y los asuntos particulares; para la
fiscalización de las órdenes, para las visitas que recibe el dictador; para las
conferencias que debe celebrar, para las invitaciones que debe aceptar.
En esta condición de secretario y asesor, consejero y
director general, guarda citas y administrador de la voluntad de Páez, Peña
-tenebroso agitador y maquiavélico intrigante- va a ejercer poderosa influencia
en el manejo de la crisis y la conducción del movimiento separatista surgido en
Valencia y conocido como La Cosiata, el cual, aunque frenado y contrarrestado
temporalmente por Bolívar, va a constituir el principio del fin de la Gran
Colombia.
2.- La Cosiata,
un camino hacia la guerra civil
“Santander en Bogotá, Páez en Valencia, Bermúdez en Maturín, Arismendi
en Caracas… todos… han impedido la organización del país, han sembrado la
discordia, fomentado los partidos, afectando la moral pública e insubordinado
al ejército… son los autores de la disolución que amenaza la República y de la
desastrosa anarquía que se está preparando”.
Simón Bolívar
(Opinión emitida el 2
de mayo de 1828 y recogida en El Diario
de Bucaramanga por Perú de La Croix)
El día 2 de noviembre de 1826 se reunió una Asamblea con
diputados de Caracas, Petare, La Guaira y
muchos otros cantones. Los diputados José Manuel Paz Llamozas y el
general Briceño Méndez, se negaron a asistir a esta sesión en representación de
Río Chico y Turmero, por no estar de acuerdo con este movimiento contra la
Constitución recomendada por el Libertador.
El 3 de noviembre la asamblea reunida el día anterior,
exigió a Antonio Leocadio Guzmán que informara sobre las instrucciones que
había recibido del Libertador para aplicar la Constitución boliviana, y éste
maliciosamente, para debilitar la influencia de Bolívar, afirmó “que no había
ninguna imposición en ello y que el Libertador opinaba como cualquier
ciudadano, como lo había hecho en Guayana y Cúcuta”. El 7 de noviembre, la asamblea realizada en Caracas
propuso la separación de Venezuela de la Gran Colombia y el reconocimiento de
Páez como Jefe Supremo.
Estos tres acontecimientos constituyen la culminación de un
proceso que se inició el 16 de enero del mismo año, cuando la Municipalidad de
Caracas acusó a Páez —para entonces Comandante General de Venezuela— ante la
Cámara de Representantes de Colombia (La Gran Colombia), por los atropellos,
cometidos contra la ciudadanía en un operativo de reclutamiento forzoso
realizado el día 6 de enero en esta ciudad.
¿Cuál era el trasfondo de este conflicto legal? Tanto en
Caracas como en Bogotá, representantes del “mantuanaje” revolucionario de 1810
conspiraban contra la integración de nuestros países, adelantada y defendida
por Bolívar. La acusación contra Páez fue admitida el 27 de marzo, 15 votos
contra 6, desoyendo la recomendación en contrario del Libertador. La resolución
del Senado suspendía a Páez del cargo y le ordenaba comparecer ante el Congreso
de la Unión para defenderse de los cargos.
No conforme con ello y para colmo de la humillación a Páez,
el vicepresidente Santander designa para sustituirlo a su acusador, el
ex-Intendente Escalona, desdeñando de esta manera para ocupar el importante
cargo a otros generales más antiguos y meritorios.
El general Páez estuvo dispuesto en un principio a someterse
al juicio; sin embargo, un pronunciamiento de la Municipalidad de Valencia, en
nombre de los vecinos, le pide que reasuma el mando, so pretexto de impedir
alteraciones del orden público, “quebrantado” por unos inexplicables y anónimos
asesinatos, de los cuales podía sospecharse que constituyeron una provocación
destinada a facilitar o justificar la rebelión.
Rápidamente los acusadores de Páez dejan ver sus verdaderos
propósitos. La insubordinación de Valencia encontró eco en la Municipalidad de
Caracas, la misma que había incoado la acusación contra Páez, lo cual demuestra
que para ellos cualquier excusa era buena para provocar la separación de
Venezuela de la Gran Colombia, aspiración generalizada de políticos y militares
venezolanos.
Bolívar, desesperado por evitar la fragmentación, envía a
O’Leary ante Santander, pero éste fracasa en su misión conciliadora. Mientras
tanto, las medidas y exigencias de los separatistas fueron cada vez más
atrevidas: la reforma de la Constitución de Cúcuta, la intervención del
Libertador en Venezuela y la convocatoria a una convención, así como la
exigencia de que Páez ejerciera el mando con el nombre de Jefe Civil y Militar.
El 13 de noviembre, Páez dicta un decreto señalando el 10 de
diciembre para la reunión de los colegios electorales y el 10 de enero para que
se reúna el Congreso Constituyente en Valencia, lo cual era el paso "la
guerra civil.
Mientras Bolívar y Sucre conquistan lauros en los campos de
batalla para extender y garantizar la libertad, liberando al Perú y creando a
Bolivia, por su parte Páez y Santander, junto a sus respectivos círculos de
amigos, entablan pequeñas rencillas que amenazan la integración soñada y
adelantada por Bolívar y Sucre. Efectivamente, el general Bermúdez, comandante
general del Departamento del Orinoco, condena el movimiento de Caracas y
reconoce la autoridad de Colombia y del Libertador.
Lo mismo hizo el general Urdaneta en el Zulia. El 21 de
noviembre el Batallón de Granaderos se pronuncia proclamando a Bolívar supremo
mediador en el conflicto y se coloca bajo las órdenes de Pedro Briceño. Todo
está dado para que comiencen a tronar los cañones de la guerra fratricida.
Durante todo el año 1826, Venezuela vive la tensión de la separación y la
amenaza de una guerra civil implícita en este acto de rebeldía contra el
gobierno legítimo gran-colombiano.
En los momentos en que Bolívar y Sucre dirigen el Ejército
Libertador hacia nuevos triunfos encaminados a independizar al Perú y sellar
así la emancipación hispanoamericana, en Colombia y Venezuela “la asquerosa y sanguinaria serpiente de la
discordia…” -según los epítetos usados por Bolívar- … hiere de muerte el corazón de Colombia”. Sin embargo, por ahora, la
sangre no llega al río.
El genio, la habilidad, el valor y la capacidad de Simón
Bolívar -como lo veremos seguidamente- salvarán a la República de la guerra
civil y prolongarán la existencia de la Gran Colombia durante cuatro años más,
hasta que en 1830, cuando, ya separado del mando y desconocida la autoridad de
Simón Bolívar, los Páez, los Santander, los Miguel Peña y los nuevos y viejos
aristócratas de Venezuela y Colombia, se saldrán con la suya y lograrán la
liquidación definitiva del sueño bolivariano de integración.
3.- Liderazgo y mano zurda del Libertador
Yo he venido a Colombia para salvar a usted y a la patria de las
mayores calamidades. Ninguna ambición me ha conducido hasta aquí. Yo no quiero
el trono, ni la presidencia, ni nada. No ansío más que la tranquilidad de
Venezuela para renunciar al mando. Yo me ofrezco como víctima para este
sacrificio, mas no permitiría que nadie se haga el soberano de la nación. Usted
no tiene ese derecho, ni yo, ni una fracción del pueblo”
Simón Bolívar
(Carta a José Antonio Páez, enviada desde Cúcuta el 11 de diciembre
de 1826)
El día 14 de noviembre de 1826 llegó el Libertador a Bogotá. En conocimiento de la severa crisis
política que se había disparado en Venezuela, Bolívar había salido desde Lima
hacia nuestro país el 3 de septiembre del mismo año. Bolívar regresaba
triunfante a Colombia después de seis años de ausencia durante los cuales, al
lado de Sucre, había logrado ensanchar la Gran Colombia hacia el sur; liberando
a Perú y creando a Bolivia, completando así la independencia de América del
Sur.
Bolívar y Sucre habían sido recibidos y tratados no sólo
como héroes que fueron, sino como verdaderos padres de la patria. En Perú y
Bolivia estos dos grandes soldados fueron también grandes estadistas que
actuaron como verdaderos revolucionarios, dadas las medidas sociales y
políticas que dictaron. Bolívar sabía que su obra unificadora estaba a punto de
ser destruida y que la perspectiva de una guerra civil, al interior de la Gran
Colombia, estaba planteada como la otra opción al secesionismo.
¿Cómo logró el Libertador evitar la ruptura y al mismo
tiempo salvar a la República de la guerra fratricida? Toda la genialidad, el
valor personal, el amor a la patria, así como su gran apego a la unidad gran
colombiana, fueron puestos a prueba en esta coyuntura. Bolívar apela a todo: a
la fuerza y a la persuasión, a su liderazgo civil, a su ascendencia sobre la
oficialidad del ejercicio patriota, a su capacidad diplomática y a su habilidad
política.
Antes de llegar a Bogotá, desde Guayaquil lanzó una proclama
en la que se fijaba ya cuál sería su conducta: “Piso el suelo de la patria; que cese pues el escándalo de vuestros
ultrajes, el delito de vuestra desunión. No haya más Venezuela, no haya más
Cundinamarca; soy colombiano y todos los seremos, o la muerte cubrirá los
desiertos que deje la anarquía”.
El 18 de noviembre vuelve a escribirle a Páez, anunciándole
que se irá por Maracaibo y Barinas a ver
qué piensan esas provincias, al tiempo que le envía una lanza y una
botonadura de oro con las armas de Colombia, “que especialmente le había mandado a hacer en Potosí”. Mientras
tanto, el 19 de noviembre, Bermúdez
es derrotado en Boca de Río, por el coronel Pablo Ruiz. Derrotado se retira
hacia esa misma ciudad. Bermúdez se había levantado contra Páez, proclamando la
integridad de Colombia.
También desde Bogotá, Bolívar se dirige al general Mariano
Montilla a quien, entre otras cosas, le dijo lo siguiente: “Estoy muy seguro de que Páez oirá con docilidad todo cuanto yo le
diga; yo voy a Venezuela deseoso de salvar a aquel desgraciado país de los
males que le amenazan y entregarme enteramente a su dicha y felicidad”. El
Libertador comienza su bien planeado avance sobre Venezuela.
Desde Cúcuta, el día 11 de noviembre, habiéndose enterado de
las calumnias que contra él circulaban en Caracas, atribuidas a los paecistas,
en las cuales se habla de sus pretensiones monárquicas, Bolívar, indignado, se
dirige a Páez en estos términos: “Usted
me ha mandado a proponer una corona que yo he rechazado como debía. Es una
necedad atribuirme ahora un proyecto tan diabólico, un proyecto que yo he
despreciado como el delirio de la más vil ambición de unos satélites…”.
Después de recorrer 1.346 leguas a caballo, el Libertador
llega a Maracaibo el día 14 de noviembre. Desde esta ciudad, el día 16, lanza
una proclama invitando al pueblo de Venezuela a no asir las armas parricidas y
no herir de muerte a la Patria: “¡Venezolanos”
-exclama- Yo marcho hacia vosotros a
ponerme entre vuestros tiros y vuestros pechos. Quiero morir primero que veros
en la ignominia, que es todavía peor que la misma tiranía… Desgraciados los que
desoigan mis palabras y falten a su deber!”.
Desde Maracaibo, ciudad comandada por su fiel amigo
Urdaneta, Bolívar dicta un decreto poniendo bajo su autoridad este
departamento, junto con los de Maturín, Venezuela y Orinoco. Todas las tropas
de occidente abandonan la rebelión y se colocan bajo su mando. Pasa
seguidamente a Coro y allí llega a sus manos la proclama en la cual Páez
anuncia su llegada al país “como simple ciudadano”.
Bolívar se disgusta y le escribe con fecha 23 de diciembre: “¿Cómo podré yo apartarme de los deberes de
magistrado? ¿Quién ha disuelto a Colombia con respecto a mí y con respecto a
las leyes? ¿Quién pues me arrancará las riendas del mando? ¿Los amigos de usted
y usted mismo? ¡¡La infamia será mil veces más grande por la ingratitud que por
la traición!! No lo puedo creer. Jamás concebiré que usted lleve hasta ese
punto la ambición de sus amigos y la ignominia de su nombre. Deseo saber si
usted obedece o no y si mi patria me reconoce por su jefe. Yo cederé todo por
la gloria, pero también combatiré contra todo por ella…”
.
A estas alturas, ya está próximo el desenlace. Como lo
veremos en las próximas páginas, Bolívar
apelará a todos los recursos para convencer a Páez y evitar el conflicto
fratricida a punto de estallar.
4.- Llegada
triunfal de Bolívar a Caracas.
“Unámonos pues para salvar a nuestros infelices hermanos. Basta de
sangre y de ruinas en la pobre Venezuela. ¡Mil maldiciones acompañen al
infierno a quién pretenda levantar su poder sobre escombros amasados en sangre!
Entendámonos General… Espero con ansia la respuesta de esta carta…”
Simón Bolívar
(Carta al General Páez, enviada desde Puerto Cabello en los decisivos días de la crisis provocada por el movimiento de “La Cosiata”)
(Carta al General Páez, enviada desde Puerto Cabello en los decisivos días de la crisis provocada por el movimiento de “La Cosiata”)
Frente a la grave situación de rebeldía en que se había
colocado Venezuela, Bolívar se encontraba ante el reto de imponer la legalidad
y la unión, sin tener que llegar a la terrible alternativa de la guerra civil.
La situación era especialmente difícil para el Libertador y para la Unión Gran
Colombiana, por razones que tienen que ver con los intereses económicos y
sociales de la mayoría de los grupos privilegiados que integraban la élite
política del país.
Ciertamente, estos grupos sociales -integrados en su gran
mayoría por el viejo “mantuanaje” compuesto de terratenientes esclavistas y
comerciantes, fortalecido ahora numéricamente por los pardos y blancos de
orilla encumbrados por la guerra y asimilados ideológicamente a ellos- estaban
contra Bolívar, contra su proyecto de transformación social y sus planes de
integración latinoamericana. Por eso, aprovechando la coyuntura del
enjuiciamiento de Páez, se habían unido a él, para enfrentarlo a Colombia y
provocar la ruptura.
Pero estos adversarios, temían, sin embargo a Bolívar, a su
popularidad entre los desposeídos y a su liderazgo sobre el ejército patriota.
Sólo los grandes atributos de conductor político y militar de Simón Bolívar,
puestos a prueba día tras día durante el desenvolvimiento de aquella grave
crisis, pudieron salvar a Venezuela de “caer en el oscuro precipicio de la
guerra civil”. Finalmente triunfó la inteligencia, la audacia genial y el valor
moral del Libertador.
Bolívar apeló a todas las armas: la amistad, la persuasión,
el amor a la patria y la fuerza de las armas. La genialidad estratégica y el
itinerario táctico de su marcha, se pueden apreciar nítidamente en la secuencia
de la correspondencia que mantiene con Páez y con la cual logra finalmente
someterle a su autoridad. Bolívar había comenzado a escribirle a Páez, desde el
momento mismo en que tuvo conocimiento de la crisis venezolana, el 6 de junio
de 1826.
Desde Lima, Guayaquil, Bogotá, Cúcuta, Maracaibo, Coro, y
por último, desde Puerto Cabello. A su llegada a cada una de estas ciudades y
según la necesidad y las circunstancias, arreciando a veces el tono o
suavizándolo otras, Bolívar le escribe incesantemente, cartas, proclamas y
manifiestos, y con sus argumentos, paso a paso, va cercando políticamente y
desarmando moralmente al insubordinado y orgulloso general.
Cuando se acerca ya el desenlace final, desde Puerto Cabello
y ante el disgusto de Páez por la movilización militar que realiza, Bolívar le
explica: “Si yo traigo tropos, tengo mil motivos
pura ello. En el Oriente se están batiendo hermanos contra hermanos, y en el Occidente
lo mismo. Además, yo sabía desde Bogotá que había tramas secretas contra mi vida…
En la Iglesia de San Francisco se ha juzgado mi fidelidad y mi patriotismo”.
Y seguidamente agrega:
“Hoy mismo he visto un pasquín de Valencia en el cual se dicen horrores de mí. Cuando
mi autoridad no está reconocida en el territorio que usted manda, he debido
traer conmigo una fuerza necesaria para hacerme respetar. Cumaná y usted hacen
la guerra a los que me obedecen y acatan las leyes de Colombia y yo no puedo dejar
sacrificar a los que se consagran a su deber y a mi persona”.
Más adelante, en la misma carta, el Libertador suaviza el
tono y como excusándose dice a Páez: “No
he tenido parte en las turbulencias de Venezuela, he venido porque usted me ha
llamado, ninguna ambición me anima, puesto que no he querido aceptar las
ofertas de usted, ni la dictadura que me han ofrecido las actas de los pueblos.
Tampoco quiero la guerra porque ella mataría a la patria”.
Finalmente, el Libertador tiende la mano de la concordia, al
ofrecer un entendimiento en base a una salida aceptable para Páez y los suyos: “Yo ofrezco convocar al pueblo para que determine
lo que quiera y haga cuanto alcance su poder…” Y concluye su carta con las
impactantes frases que sirven de epígrafe al presente acápite. Mientras tanto,
Páez en Valencia se mantiene indoblegable. Por su orgullo y por la
recomendación de sus consejeros, se resiste hasta el último momento a someterse
a la autoridad de Bolívar. Sin embargo, accede a responder al Libertador y
enviarle con el general Silva sus propuestas para un advenimiento.
Bolívar, inmediatamente aprovecha el flanco y le responde: “Es indecible el gozo con que he visto
llegar al general Silva”, y, precipitando el acuerdo, agrega: “apenas le he oído, cuando procedí a
extender el decreto (de amnistía) que
le estoy enviando”. Finalmente, Bolívar concluye magistralmente su carta,
mostrándose generoso y apelando a un gesto amistoso y humilde, con el cual
desarma y alecciona el excesivo orgullo y la desconfianza de Páez: “Yo creo que usted está loco cuando no
quiere venir a verme y teme que yo le reciba mal… Voy a dar a usted un bofetón
en la cara yéndome yo mismo a Valencia a abrazar a usted.”.
En el decreto de amnistía, firmado el 1º de enero de 1827,
en Puerto Cabello, se establece: que nadie será perseguido ni juzgado por sus
actos, discursos u opiniones con motivo de La Cosiata; las personas, bienes y
empleos de los comprometidos serán garantizados sin excepción alguna; el
general Páez es reconocido como Jefe Superior de Venezuela y el general
Santiago Mariño como Intendente y Comandante General de Maturín; se obedecerá
la autoridad del Libertador como Presidente de la República y toda hostilidad
será juzgada como delito de Estado y castigada según las leyes; la gran
Convención Nacional será convocada para que decida la suerte de la República.
5.- El triunfo de
los separatistas y la disolución de Colombia
“No se oye otra cosa sino que soy un tirano de mi patria y que sólo
aspiro a edificar un trono imperial sobre los escombros de la libertad de
Colombia. Aunque mis amigos, que lo son todos los hombres de juicio, se ríen de
estas calumnias, ellas cunden en el pueblo inocente e incauto; medran a la
sombra del partido sordo de los convencionistas; cuando menos pensemos,
aparecerán esas imposturas revestidas de un carácter colonial y se harán dueñas
de la opinión pública”
Simón Bolívar
(Carta a Don Etanislao
Vergara, del 14 de diciembre de 1828)
El 23 de noviembre de 1829 -dos años después de que el liderazgo de Bolívar había impedido el
triunfo de los separatistas de “La Cosiala”- se realizó en Valencia, convocada
por el gobernador de la provincia, una asamblea de vecinos a la que asistieron
padres de familia, comerciantes y agricultores, con el propósito de discutir
sobre la forma de gobierno, sobre la Constitución y la manera
de elegir al Jefe del Estado, que deberían adoptarse.
Para inspirar confianza,
se había convocado con la advertencia de que se daría a conocer la
opinión del Libertador al respecto. El general Páez, quien residía en la ciudad, se presentó a la sesión y con el propósito de evitar
aprehensiones y miedos en los integrantes
de aquella Asamblea, les advirtió además que, cualquiera que fuese la
opinión de los deliberantes, ésta sería respetada por el Libertador-Presidente
y por el gobierno supremo.
Al efecto Páez ordenó
a su Secretario, el doctor Miguel Peña, que leyera dos cartas de
Bolívar, y, en efecto, Bolívar desde Bogotá había estado exhortando
oficialmente al debate. Ante la
inminencia de la reunión del Congreso Constituyente, convocado para enero del
año entrante, instaba a que se emitiese
criterio, con absoluta libertad, por la
prensa o por cualquier otro medio, sobre
los asuntos en discusión. Esta
circunstancia fue aprovechada por los separatistas venezolanos para conspirar
nuevamente contra la República.
En Caracas, al día siguiente, 24 de noviembre, por
instrucciones del general Páez, el Jefe de la Policía de Caracas, general Juan Bautista Arismendi, reunió en su
casa de habitación a algunas autoridades, allegados y vecinos importantes. En esa Asamblea, se discute la situación, se
leen las cartas de Bolívar y se acuerda convocar a una asamblea en la Iglesia
de San Francisco, al día siguiente.
El 25 de noviembre a las once y media de la mañana, se
instaló aquella asamblea convocada por Páez y compuesta por autoridades y
vecinos quienes se dedicaron tan injusta como innecesariamente a atacar al
Libertador. Allí se le calumnió; se le
censuró; se le criticó por todo y por nada: se le llamó opresor y déspota. Los oligarcas caraqueños y sus nuevos
aliados, los “paecistas”, hicieron leña del gigantesco árbol que en aquellos
momentos se derrumbaba. E hicieron pasto de él, de la manera más vi1.
Efectivamente, mientras Bolívar en Bogotá, durante aquel año
aciago, se esforzaba por dejar el poder, es acusado de ambicioso; mientras más
se empeña en defender y extremar los principios republicanos, aun en medio de
la incomprensión y la anarquía, es tildado de “monarquista”, precisamente por
quienes le propusieron la corona que él rechazó enfáticamente; mientras otorga
las más amplias libertades a sus adversarios,
aquellos quienes apelan a los más bajos medios para denigrar de él, y
usan estas libertades para tratarlo de tirano.
Esta Asamblea, presidida por Lino de Clemente, prefecto del
departamento, tuvo como secretarios a Andrés Navarrete, Alejo Fortique, Félix
Alonso y Antonio Leocadio Guzmán. En aquella reunión, los paecistas
-después de ensañarse contra Bolívar y
de dar rienda suelta a todo tipo de acusaciones contra él- acordaron dar el
golpe de gracia contra el proyecto bolivariano de integración. Aprobaron la
separación de Venezuela de la Gran Colombia.
En un acta firmada el 26 de noviembre acordaron: “…la separación del gobierno de Bogotá; el
desconocimiento de la autoridad del general Bolívar; el envío de las
resoluciones al Jefe Superior, para que organizara las elecciones, con el fin
de convocar una convención venezolana; la redacción de un manifiesto
explicativo y la designación de Páez como Jefe de los departamentos (mientras
se instalara la Convención); y, el reconocimiento de los compromisos con
naciones extranjeras. La Asamblea nombró una comisión para que se
trasladara a Valencia a comunicar al general Páez lo sucedido y le instara a
organizar el gobierno provisional.
Mientras en Venezuela, el paecismo, -integrado por los anti-santanderistas valencianos comandados
por el doctor Miguel Peña y los anti-bogotanos
reformistas o de federalistas unidos alrededor de la oligarquía caraqueña- se
ensañaba contra Bolívar y la unidad Gran Colombiana, también en
la Nueva Granada emerge, en defensa
de los intereses regionales, el santanderismo, el cual se encarga de fomentar
el desconocimiento contra Bolívar, con un
odio y una vileza, similar o peor que la de Caracas y Valencia.
Estos grupos oligárquicos, enfrentados unos a otros por
regionalismos y rivalidades caudillistas, coinciden en su odio contra el
Libertador y en su oposición a la Unión Gran Colombiana. Siendo separatistas,
aunque enfrentados unos a otros, estaban todos contra quien quería mantenerlos
unidos. Pero, podríamos preguntarnos: ¿Por qué tanto odio contra el Libertador?
Y ¿por qué coinciden en ese ensañamiento los grupos oligárquicos de Lima, de
Bogotá y de Caracas?
¿Qué le cobraban los oligarcas y los realistas trasnochados
de Valencia y Caracas, Bogotá o Lima, al Libertador y a sus más leales
seguidores? Pues le cobraban al Libertador sus convicciones revolucionarias. Su
empeño en transformar aquellas sociedades sobre la base de la justicia social y
la liberación de los oprimidos de la explotación ancestral a que habían sido
sometidos. Bolívar insiste en que la revolución debe abolir la esclavitud y los
privilegios y servidumbres que pesan contra la población negra, indígena y
mestiza.
Bolívar se empeña en cumplir sus promesas anti-latifundistas
de reparto de la tierra entre los soldados del ejército patriota. Bolívar,
durante 1827, cuando llega a Caracas por última vez, se empeña en revisar el
cumplimiento de los decretos de manumisión dictados con base en lo que a duras
penas logró conseguir contra la esclavitud, de quienes sancionaron la
Constitución de Cúcuta. Le cobraron a Bolívar sus decretos de protección al
indígena, dictados en el Perú, después del triunfo de Ayacucho. Le cobraban su
lealtad a los intereses de los desposeídos, oprimidos, explotados y
expropiados.
6.- Renuncia
irrevocable y definitiva de Bolívar.
“Si de Bolívar la letra con que empieza
y aquélla con la que acaba le quitamos,
«oliva» de la paz símbolo hallamos.
Esto quiere decir que la cabeza
al tirano y los pies cortar debemos
si es que una paz durable apetecemos”
y aquélla con la que acaba le quitamos,
«oliva» de la paz símbolo hallamos.
Esto quiere decir que la cabeza
al tirano y los pies cortar debemos
si es que una paz durable apetecemos”
Luis Vargas Tejada
(Versillos anti-bolivarianos que recitaban en los círculos
de “patriotas” organizados en Bogotá contra el Libertador)
Cualquier abogado inteligente sabe que la hermenéutica
jurídica es una técnica que permite, a un conocedor de las disposiciones
legales, interpretarlas a su antojo y conveniencia. La ley es muy elástica.
Jurídicamente cualquier conducta puede justificarse y cualquier actuación puede
encontrar fundamento legal. Por ello, en tiempos de paz los “leguleyos”, más
aún si son brillantes abogados, logran un gran poder político e institucional.
En este terreno se mueven como pez en el agua.
Como dueños de la “legalidad” tienden a convertirse en
administradores de “la verdad”. Se vuelven diestros en la tarea de justificar
legalmente todo lo que resulte conveniente a su causa o a sus intereses
políticos. Finalmente, extremando esta vía, terminamos dando totalmente la
espalda a la ley, la cual pasa a un
segundo plano cuando estos juristas, interesados y parcializados, se entregan
totalmente en brazos del más descarado pragmatismo.
Francisco de Paula Santander es un ejemplo vivo de ello. En
momentos en que Simón Bolívar, Presidente de Colombia, continuaba luchando al
frente del ejército patriota, Santander, para entonces Vicepresidente de la
República, se ocupaba de interpretar la ley, mientras se acostumbraba
cómodamente a los halagos del gobierno. Santander se enamora del poder y por
conservarlo será capaz de cualquier conducta por sinuosa o despreciable que
sea. Para justificarse, cuando le faltan sus habilidosos argumentos políticos,
apela entonces al manejo de la Ley, en lo cual se hace diestro malabarista.
En nombre de la Ley Santander se niega a prestar auxilio al
ejército patriota, urgido de él durante la campaña del Perú; permite que el
Congreso de Bogotá despoje al Libertador del mando de aquel ejército, poniendo
en peligro la suerte de las nuevas repúblicas; fingiendo pulcritud, consulta al
Congreso la validez de los ascensos obtenidos en aquella campaña por oficiales
y soldados meritorios; contra Páez exige se aplique todo el peso de la Ley,
pero no pudiendo invocar ninguna en favor de Bustamante y Padilla, apela al
argumento político para justificarlos.
Si la política es el arte de fingir, Santander fue un gran
político. Cuando Bolívar le exigió que no le escribiera más, pues ya no le
consideraba su amigo, se atrevió a enviarle una última carta, cargada de
expresiones melosas: “… mi corazón
siempre amará a usted con gratitud, mis votos serán siempre por su salud y
prosperidad, mi mano jamás escribirá una línea que puede perjudicarle…”
Efectivamente, no lo hacía él con su nombre y apellido, pero ordenaba a sus
amigos escribir anónimos infamantes contra el Libertador.
Personalmente Santander coordinaba una orquestada campaña de
prensa para desprestigiar a Bolívar y, finalmente, terminaría implicado en la
conspiración que atentaría contra la vida del Libertador la terrible noche
septembrina. Salvado de la pena de muerte por la generosidad de Bolívar, quien se
la conmutó por destierro, tuvo el descaro de pedir unos días más para “arreglar
asuntos personales” y los dedica a preparar un plan destinado a liquidar
políticamente a Bolívar, con la idea de regresar después, a la postre, triunfalmente al país.
Sobradas razones tenía Santander para esperarlo así.
Efectivamente, ya había preparado cuidadosamente y con suficiente antelación el
terreno anti-bolivariano y separatista. Cuando el 26 de enero de 1827, una
división del ejército de Colombia, que se encontraba en Lima al mando de los
comandantes venezolanos Jacinto Lara y Arturo Sendes, les depone, aduciendo
sospechas de complicidad de los mismos con quienes en Venezuela desconocían la
Constitución, e inmediatamente encarga como Jefe al neogranadino José Bustamante,
quien actuaba por encargo mercenario. El vicepresidente Santander aprovecha la
oportunidad y en lugar de castigar la insubordinación, envía una nota a
Bustamante aprobando su comportamiento y ascendiéndolo al grado de coronel, al
tiempo que participa en Bogotá en una ruidosa manifestación organizada por los
liberales para celebrar el alzamiento.
En el fondo, la oligarquía bogotana con Santander a la
cabeza, preparaba el golpe final contra el Libertador y contra la unidad
grancolombiana. Nada les importaba la guerra civil que estaban provocando con
su insensata conducta. El regreso triunfante de Bolívar, quien había logrado el
sometimiento de Páez y de los Páez y los secesionistas, sin tener que acudir a
la guerra civil, saboteó los planes conspirativos y obligó a su posposición.
En los días subsiguientes, Santander dedica con fruición
gran parte de su tiempo a escribir artículos de prensa, en los cuales se ataca
directa o indirectamente al Libertador. También excitaba a otros escritores a
hacer lo mismo. Azuero costeaba con los fondos públicos y hacía imprimir una
hoja incendiaria anti-bolivariana titulada “El Conductor”. Una nómina de
periódicos similares eran editados regularmente para atacar implacablemente a
Bolívar. La derrota que sufren en el Congreso en junio de 1827 no detiene a los
santanderistas.
La Convención de Ocaña, en la cual estos últimos logran la
mayoría, gracias a las manipulaciones del vicepresidente, constituye un paso
más en sus planes destructivos. Santander, quien había pretendido restarle
importancia al alzamiento de Páez en Valencia, para evitar que Bolívar se
movilizara hacia Venezuela, ahora, después que el Libertador había logrado
evitar la ruptura, atacaba a éste implacablemente, acusándole de monárquico.
Santander, quien se sentía colocado en un segundo plano por la presencia
descollante de Bolívar, no se resignaba a perder la preeminencia que había
logrado gracias a la generosidad del propio Libertador.
Ahora, dando muestras de ingratitud, deslealtad y bajeza,
calumniaba y desprestigiaba a Bolívar y saboteaba su proyecto de unificación,
dentro del cual su figura pasaría si acaso a un tercer lugar, detrás de las de
Bolívar y Sucre. Es por eso que desde Bogotá se planifica el atentado contra la
vida de Sucre y se aplaude cualquier movimiento anti-santanderiano o
anti-bogotano, con tal de que favorezca la disolución de Colombia o impida la
unificación con Guayaquil o Lima.
Bolívar regresó de Popayán a Bogotá el 15 de enero de 1830 y
el día 20, presentó al Congreso su renuncia
irrevocable y definitiva. Ese mismo Congreso sancionó la nueva constitución que
pondría fin a la unidad grancolombiana. A los pocos días Bolívar, solo, enfermo
y pobre, sale de Bogotá con rumbo a Europa, dispuesto a terminar su vida lejos
de los países que había liberado con su heroica lucha.
7.- Últimos días,
testamento y muerte del Libertador
“¡Vámonos! ¡Vámonos!… esta gente no nos quiere en esta tierra… ¡Vamos
muchachos!… lleven mi equipaje a bordo de la fragata”
(Frases pronunciadas por el Libertador en su agonía, el 12
de diciembre, en medio de un delirio febril)
El año 1829 fue quizás el más duro e ingrato, desde el punto
de vista político para el Libertador, sin embargo, es posible que 1830 haya
sido el más doloroso y de mayores amarguras desde el punto de vista moral y
afectivo para Bolívar, porque fue el año de las separaciones y de las pérdidas:
la separación del gobierno, la pérdida de la salud, la separación de Manuela;
la muerte de Sucre; el año de la soledad y de su propia muerte.
Durante los meses de abril y mayo se realizan los
respectivos congresos paralelos de Bogotá y Valencia, en los cuales se sella
jurídicamente la disolución de la Gran Colombia. Los venezolanos responden,
ante las propuestas de confederación hechas desde Bogotá, que podrían entrar a
considerarlas, sólo cuando ambos Estados estuviesen perfectamente constituidos
y cuando el general Bolívar hubiese
evacuado el territorio de Colombia (sic).
A Páez y a los políticos de Valencia y Caracas, todavía les
aterroriza la figura delgaducha y enferma de aquel ya inválido general. El día 8
de mayo, el Libertador, como simple ciudadano, había abandonado la ciudad de
Bogotá para dirigirse a Cartagena. En Turbaco recibió la terrible noticia del
asesinato del Mariscal Sucre, quien iba hacia Quito dispuesto a abandonar la
vida pública. Otro profundo dolor para el alma atormentada de Simón Bolívar,
que contribuye a agravar su salud. El 24 de junio, el Libertador llegó a
Cartagena dispuesto a embarcarse para Europa, pero las demoras y
entorpecimientos que alargaban el juicio que seguía su apoderado en Venezuela
para tratar de salvarle sus únicas propiedades, invadidas durante la guerra, le
mantuvieron esperando inútilmente los recursos para el viaje, el cual tuvo
finalmente que suspender por el agravamiento de su salud.
Desde Turbaco escribe a Urdaneta: “Yo he venido aquí de Cartagena un poco malo, atacado de los nervios,
de la bilis y del reumatismo. No es creíble el estado en que se encuentra mi
naturaleza. Está casi totalmente agotada y no me quedan esperanzas de
restablecerme enteramente y de ningún modo…”. A fines de septiembre el
Libertador pasa de Cartagena a Soledad y de aquí a Barranquilla. Carecía de
médicos y por otra parte no deseaba ninguno y se negaba a tomar cualquier
medicina. De acuerdo con las ideas de la época y con su propio carácter, se
proponía hacer ejercicios para combatir el decaimiento que sentía y “navegar unos días para remover —decía— mis humores biliosos y limpiar mi estómago
por medio del mareo”.
El día 6 de noviembre escribe: “Mi mal se ha complicado y mi flaqueza es tal que hoy mismo me he dado
una caída formidable, cayendo de mis pies sin saber cómo medio muerto”. El
primero de diciembre llega por mar a Santa Marta, en cuyo puerto fue
desembarcado en silla de manos, debido a que no podía caminar. Allí conoció a
un médico francés, de nombre, Alejandro Próspero Reverand, el cual se dedicó a
cuidarlo y desde ese mismo día llevó un diario donde anotaba el curso de la
enfermedad y otros detalles de los últimos momentos del Libertador.
El 6 fue llevado a la quinta San Pedro Alejandrino,
propiedad del ciudadano español Joaquín de Mier, en la cual se sintió bastante
mejor y muy alegre. Durante el traslado el señor de Mier, quien viajaba al lado
de Bolívar, hizo detener el coche a la puerta de su casa para despedirse de su
esposa, quien enseguida solicitó —hablando en francés— conocer y saludar al
Libertador. “Imposible —repuso su
marido— ¿no ves su estado? No puede dar
un paso”. Y el Libertador, incorporándose trabajosamente, también en
francés, interrumpió para decir: “Señora,
aún me queda aliento para besas sus manos”.
También el día 7 de mantuvo la mejoría lograda por el
enfermo. Con indomable voluntad que ni aun en esa situación cedía, Bolívar
había continuado su correspondencia política. Ese día escribió por lo menos dos
cartas que se han conservado. Al día siguiente, sufrió una brusca y definitiva
recaída: aumentó la fiebre, volvieron el hipo, el desvelo y los desvaríos. “El enfermo —escribe el médico— disimula sus padecimientos, se queja
únicamente cuando está solo.
El 10 de diciembre el Libertador fue visitado por el obispo
Estévez, recibió la extremaunción y dictó su última proclama a los colombianos;
después de haberla corregido tres veces, Bolívar ordenó su lectura delante de
importantes personalidades civiles y militares; el escribano José Catalino
Noguera, por la emoción no pudo concluirla. Continuó su lectura el auditor de
guerra y toda la concurrencia lloraba consternada. Ante el mismo escribano el
Libertador otorgó su testamento.
He aquí el texto completo de la Última Proclama del
Libertador:
Colombianos:
Habéis presenciado mis
esfuerzos para plantar la libertad, donde reinaba antes la tiranía. He
trabajado con desinterés abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me
separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento.
Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me s más sagrado:
mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que
me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Y al desaparecer en
medio de vosotros mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis
últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia.
Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión. Los ciudadanos
obedeciendo al actual gobierno para librarse de la anarquía. Los ministros del
santuario elevando sus oraciones al cielo y los militares empleando sus espadas
en defender las garantías sociales.
Colombianos:
Mis últimos votos son
por la felicidad de la patria, Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos
y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
Simón
Bolívar.
San Pedro Alejandrino,
Colombia, 10 de diciembre de 1830.
El 14 de diciembre,
el médico y los amigos del Libertador que le acompañaban en su agonía,
esperaban que su muerte se produjera de un momento a otro, porque ya hasta los
remedios y cuidados eran inútiles. El día 15 de diciembre el Libertador quiso descansar en la hamaca y fue colocado en ella
por el doctor Reverend en ausencia de su mayordomo José Palacios. Su cuerpo -dijo el doctor- no pesaba más de dos arrobas.
Dos días después pasado el mediodía del 17 de diciembre, a
la edad de cuarenta y siete años, murió el Libertador. En horas de la noche, el
cuerpo embalsamado de Simón Bolívar, es trasladado a la casa de la aduana, preparada
de antemano. Durante los días 18 y 19 de diciembre, el cadáver del Libertador, permaneció en capilla ardiente,
expuesto al público que anhelaba conocerle y rendirle culto.
Muchas personas desfilaron delante del féretro en estos
días. A las cinco de la tarde del 20 de diciembre, día fijado para las exequias, comenzó la procesión. El cadáver
del Libertador, vestido con sus insignias militares, conducido por dos
generales, dos coroneles y dos comandantes, en su tránsito desde el sitio de
velación hasta la catedral, recibió todos los honores militares
correspondientes a los Capitanes Generales del Ejército.
En su testamento -en el cual declaró no poseer bienes, salvo
las tierras de Aroa que se encontraban en disputa- ordenó que sus restos
reposaran en Caracas, legó a la Universidad dos obras de su biblioteca personal
que pertenecieron a Napoleón, regaladas a él por el general Wilson: “El Contrato Social”, de Rousseau y “El Arte Militar”, de Montecuculi.
Al momento de vestir el cadáver, se dieron cuenta de que
ninguna camisa del Libertador estaba en buenas condiciones y tuvieron que
vestirlo con una camisa del general José Laurencio Silva. Bolívar muere pobre,
expulsado de su país, calumniado por sus herederos políticos, enfermo y con la
sensación de “haber arado en el mar”…
olvidando o ignorado quizás, que ya en ese momento era una figura universal, un
pensador reconocido y un héroe venerado en todo el mundo.
8.- El triunfo de
la contrarrevolución oligárquica
“Siempre insisto que si las
medidas radicales no remedian nuestras desgracias, somos completamente
perdidos, continuando un sistema vacilante. Ya la experiencia ha convencido
hasta al más ciego de esta verdad. Las desgracias que lamentamos son el fruto
de esa conducta a medias”
Antonio José de Sucre.
La frase que antecede fue escrita en Quito el 27 de octubre
de 1828, en carta dirigida a Simón Bolívar, un mes después del atentado
magnicida contra el Libertador, ocurrido en la ciudad de Bogotá en la madrugada
del 25 de septiembre. Dos años después Sucre sería asesinado y Bolívar, víctima
de sus perseguidores, hostilizado en Colombia y expulsado de Venezuela,
moriría, enfermo y decepcionado, en la frontera entre los dos países.
Y, ¿por qué -podría preguntarse cualquier analista de la
Historia- Bolívar y Sucre y los otros grandes próceres de la Independencia que
les acompañaban y fueron fieles a sus planes de modernización política, después
de triunfar en los campos de batalla, fracasaron
como estadistas, como constructores de la república democrática, no
obstante haber demostrado gran talento y sabiduría, así como capacidad de
liderazgo y habilidad política? Hay dos razones a nuestro juicio: una de orden
estructural o socio-económica y otra de orden conceptual o de principios.
Siguiendo los pasos marcados por la revolución burguesa
triunfante en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, Bolívar y los más lúcidos
conductores de la independencia latinoamericana, se propusieron construir una gran nación al sur del Río Bravo,
basándose en esos modelos socioeconómicos y políticos. Pero, a diferencia de
aquéllos países, en nuestras naciones no existía una estructura económica que
sirviera de plataforma o fundamento material y un componente social que
produjera los sujetos o agentes humanos interesados en esa revolución.
En las naciones aludidas la transformación política fue
producto de una revolución social motorizada por los intereses materiales muy
concretos del campesinado y de la burguesía en ascenso, fuerzas sociales que
coincidieron en un programa de transformación social común: el reparto de la tierra y la abolición de
los privilegios feudales; la libertad económica, política y religiosa; la
libertad de comercio y la libertad de tránsito; la eliminación de toda coacción
extra económica y de todo monopolio; los derechos del hombre y el ciudadano; en
síntesis, la democracia republicana y burguesa, que subsiste en esos países
hasta nuestros días.
En el caso de Iberoamérica, las propuestas modernizadoras carecían de sustento social. La
estructura económica y los intereses concretos de todas las clases sociales
existentes, apuntaban a otra dirección. En estas condiciones, ¿quiénes podrían
tener interés en la abolición de la esclavitud y en la eliminación de la
estructura latifundista, fundamentales para la creación de un mercado interno y
para el impulso de un desarrollo económico capitalista? Por todo ello es
pertinente la pregunta: ¿Por qué no hubo en la aludida región de América una
revolución burguesa?
La respuesta es firme y categórica:
Porque acá no había burguesía. No
existía una clase social revolucionaria. Las nuevas naciones cayeron en
manos de oligarquías terratenientes cuyos intereses nada tienen que ver con la
proliferación del comercio ni con el consiguiente surgimiento de un mercado
interno. No se desarrolló por tanto la industria ni el sector servicios. Prevaleció la
reproducción simple de capital. No fue posible el ahorro ni la inversión, ni la
acumulación interna. Desde un primer momento predominó la nueva dependencia.
Efectivamente, no existían las clases objetivamente interesadas en esas transformaciones. Sólo un
campesinado débil y aislado, virtualmente destruido por la guerra, podría tener
interés concreto y material por una de esas conquistas: la democratización de
la tenencia de la tierra. En estas condiciones, el Libertador y quienes le
seguían en su proyecto revolucionario, intentaban edificar una nación moderna
en medio de un atraso social que sólo empujaba a la anarquía y al caudillismo.
Por eso fracasa el proyecto de unificación latinoamericana,
se disuelve la Gran Colombia y se reproduce en las balcanizadas naciones la vieja estructura económica colonial
basada en la esclavitud y el latifundismo. La tierra y los esclavos cambiaron
de manos, pero la estructura latifundista y esclavista quedó intacta. Por eso
internamente, ahora en las pequeñas naciones surgidas de la división y la
anarquía, se reproducirá el caudillismo
y las fuerzas desintegradoras. Así ocurrió tanto en Colombia como en
Venezuela. Lo ocurrido en estos dos países durante los restantes 70 años del
siglo y durante las primeras décadas del siglo XX lo evidencian así.
Por todo ello, los nuevos y viejos esclavistas y los nuevos
y viejos terratenientes de ambos países fueron sordos a las súplicas del
Libertador sobre la abolición de la esclavitud y el reparto de la tierra, y no
podía ser de otra manera. Lo requerido por Bolívar iba contra sus intereses y privilegios. Por su parte, los oligarcas
de acá y de allá, encabezados por los Santander y los Páez, manipuladoramente asesorados por los
resentidos y pequeños intrigantes al estilo de Miguel Peña, se pusieron al servicio de estas oligarquías,
sabotearon las reformas sociales y los proyectos de integración continental.
Aquellos seres pequeños, querían su parcelita para gobernarla y satisfacer así
sus bastardas y limitadas ambiciones.
En cuanto a la segunda limitación, de orden conceptual o de
principios, apunta en la dirección
de lo planteado por el Mariscal Sucre en
la carta de la cual extrajimos el epígrafe que encabeza el presente
acápite. Al respecto nos preguntamos, ¿no podría el Libertador, prevalido de su
prestigio, de su liderazgo y de su indiscutible capacidad de conducción, a la
manera de Cromwell en Inglaterra, haber impulsado su revolución, contra viento
y marea, imponiendo autoritariamente las
reformas modernizadoras?
Aquella debilidad de la llamada “patria boba” que liquidó la
primera república o esa actitud vacilante y esa conducta a medias, a que se refería Sucre en el aludido texto, ¿no
eran acaso producto del empeño de los libertadores en mantener las formalidades
democráticas en aquella sociedad que daba sus primeros pasos hacia el progreso
y que, como hemos dicho, carecía de condiciones objetivas (estructurales) y de
condiciones subjetivas (ideológicas) que favorecieran esas transformaciones?
Ese fue sin duda alguna el caso de Simón Bolívar.
Efectivamente, el Libertador fue un demócrata
radical que rechazó la corona que tentadoramente le propusieron; un
conductor que solo apeló a la dictadura en casos de extrema necesidad y que se
negó a ejercerla por demasiado tiempo. ¿Cuántas veces no renunció a la
presidencia? ¿No se empeñó acaso en todo momento en convocar a los
representantes “populares” y a delegar en ellos la soberanía de la República?
Entre la revolución y
la democracia, Bolívar optó por la democracia, y, en aquellas condiciones sólo un gobierno
fuerte, que doblegara a las atrasadas y obtusas clases propietarias de tierras
y de esclavos, opuestas a las transformaciones sociales modernizadoras. ¿Es que
acaso podría Bolívar haber impedido la desintegración y la anarquía y haber
viabilizado, adoptando las medidas necesarias, un verdadero desarrollo
económico capitalista?
A diferencia de Cromwell y de Napoleón, Bolívar no aceptó la corona que le ofrecieron (en una sociedad
acostumbrada a la monarquía) y, también se negó a ejercer el autoritarismo y la
autocracia. Por todo ello, finalmente nos preguntamos: ¿de haber asumido
-aprovechando su indiscutido liderazgo- el poder dictatorial, el despotismo o la
monarquía para mantener la unidad y modernizar estos países, también habría
fracasado?
Para el historiador tienen poco sentido las hipótesis
retrospectivas sobre lo que pudo haber sido y no fue. Sin embargo, si
tuviésemos que dar una respuesta nuestra conclusión se orientaría hacia lo que
puede deducirse de lo que hemos planteado tanto en la introducción de este
ensayo como en el presente acápite.
En otras palabras, consideramos que lo estructural priva
sobre lo coyuntural, que la forma de gobierno no es lo fundamental, lo
decisivo. Que lo determinante son las condiciones objetivas y subjetivas, la
correlación de fuerzas, es decir, lo económico social y su influencia en lo
cultural, en lo ideológico, en la conducta de los actores, en el papel de los
individuos en la Historia.
Como evidencia podríamos agregar que esas causas objetivas, estructurales o
económico-sociales han tenido tanto peso en nuestra historia, que también
podrían explicar el fracaso de los otros tres intentos de revolución social adelantados
posteriormente: la Revolución Federal de 1859; la Revolución Restauradora de
1899; y la Revolución Nacional-Democrática de 1945.
Cabría preguntarse, finalmente, si las mismas causas o unas
similares podrían explicar también el futuro, exitoso o frustrante del quinto
intento de modernización emancipadora: la Revolución
Bolivariana de 1999. No nos adelantemos a los hechos. Se trata de un futuro
que ya estamos viviendo, pero que se trata de un proceso que no ha concluido.
El resultado final nos lo dirá próximamente el desenlace de
los acontecimientos que estamos observando “en vivo y en directo”.
EPÍLOGO
Miguel Peña y el Tratado
de Coche.
Hay dos acontecimientos claves en el fracaso de ese intento
de revolución modernizadora constituido por la rebelión campesina conocida como
la Guerra Federal: el primero, el asesinato de Zamora y el segundo, el Tratado
de Coche. En efecto, la muerte del general del
pueblo soberano, fue un acontecimiento que modificó seriamente el curso
de la revolución.
En segundo lugar, la claudicación de los revolucionarios en
la mesa de negociaciones en 1863. Se trata de dos hechos íntimamente ligados.
Sabemos que el asesinato del Zapata venezolano, fue una conspiración nunca
aclarada. Lo único evidente e indiscutible es la participación pública y
notoria del único testigo y único sospechoso, indiciado o presunto autor
intelectual del prematuro o abortante magnicidio: el general Antonio Guzmán Blanco.
En lo que respecta al Tratado Coche, está muy clara la
intervención y la responsabilidad de uno de los principales artífices de los
desastrosos resultados que tuvo ese tratado para la causa del campesinado
venezolano, para la frustración del posible futuro avance democratizador y para
la deseada y procurada modernización de Venezuela. Nos estamos refiriendo al
papel jugado por el doctor Miguel Peña en la materialización del acuerdo y en
los resultados del esa vergonzosa y claudicante negociación.
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