Respetable mandatario:
Es probable que usted no llegue a leer
esta misiva. Sin embargo, he decidido escribirla y darle la máxima difusión
posible, ya que, por una parte, estoy seguro de que así aumentarían las
probabilidades de que usted llegara a leerla, y, por otra parte,
porque, una carta abierta no está dirigida sólo al destinatario declarado. Por
su propia naturaleza, una carta abierta está dirigida a una cantidad indefinida
de personas. En el presente caso, el texto de la misiva contiene propuestas
formuladas de manera expresa hacia organizaciones y dirigentes populares a
objeto de estimular la participación, la movilización y el fortalecimiento del
poder popular y comunal.
Comienzo por hacer alusión a un
recuerdo personal que viene a cuento. Cuando el 9 de diciembre del
año 2012, un día después de que el Presidente Chávez se despidiera para
marcharse a Cuba, una persona, apasionada antichavista, cuando me oyó expresar
una opinión favorable a la decisión presidencial del día anterior, me ripostó:
“¿Una buena decisión? ¡Ese ignorante chofer de autobús no dura cuatro
meses en el poder! ¡Lo sacaremos en un santiamén!”
Yo, por mi parte, muy serenamente le
respondí: La oposición venezolana subestimó a Chávez y ese fue uno de sus más
grandes errores políticos. Es posible que cometan el mismo error subestimando a
Maduro, ahora con peores consecuencias para ellos. Como sabemos, muy
rápidamente se comprobó que no pudieron derrocarlo en cuatro meses como pensó
mi desprevenida interlocutora. Pero no solo ella, también se equivocó años
después el dirigente político Henry Ramos Allup, cuando después de que la
oposición ganara la Asamblea Nacional, afirmó que lo sacarían a usted del poder
en pocos meses.
Es decir que, no sólo le subestimó mi
interlocutora del 9 de diciembre, sino que también lo subestimó un político
veterano de mil horas de vuelo, y, siguiendo
el mal ejemplo, lo subestimó toda la oposición de ultra derecha venezolana,
latinoamericana y mundial, el imperialismo norteamericano y hasta la muy madura
y súper veterana Unión Europea. Eso no puede ser casual. Los supersticiosos
creerán a pie juntillas que usted está ensalmado por la santería cubana. Y la
verdad es que, como dice el pueblo, el que se mete con Venezuela se seca. Hasta
ahora ha sido así. Bueno, pero más en serio, continuemos.
Usted Presidente Maduro, ha demostrado
ante el país y ante el mundo, que fue un gran acierto de Chávez haberlo
escogido como continuador de su proyecto político. En verdad usted ha resultado
ser “un hueso duro de roer”. Usted ha soportado el más duro e implacable ataque
que se haya desplegado contra presidente alguno en toda la historia de América
Latina. Lo que usted ha resistido, junto al pueblo venezolano que le acompaña,
es la más demoledora y persistente campaña de descrédito y demonización y una
devastadora guerra económica, acompañada de una agresiva y feroz conspiración
desestabilizadora. Usted ha derrotado en múltiples batallas la alianza de
poderosos y peligrosos enemigos confabulados contra el gobierno venezolano
desde el año 2013 hasta el presente.
Sus adversarios, enemigos también del
pueblo venezolano, han sido derrotados en el terreno político, pero, es necesario
reconocerlo, han tenido un indiscutible éxito en el terreno de la confrontación
económica, pues han logrado mantener en jaque al gobierno y al
pueblo en este sensible y medular asunto, haciendo mucho daño a la economía
venezolana, lo que les ha sido útil para cargar sobre usted y su gobierno la
responsabilidad del desastre causado, desprestigiarle y demonizar al gobierno
bolivariano, acusándole, como lo han hecho, de haber destruido a Venezuela. Sin
embargo, han fallado en algo muy importante: no han logrado convencer a la
mayoría del pueblo, de que la causa de sus padecimientos sea consecuencia
directa de la política económica del gobierno.
El pueblo entiende que el gobierno ha
cometido muchos errores, pero está consciente de la responsabilidad que en la
crisis ha tenido la ultraderecha venezolana, latinoamericana y mundial, e
igualmente percibe los nocivos efectos de la rapacidad económica y
de la draconiana ofensiva política de la oligarquía y del imperialismo. Por
otra parte, como demostraremos en este mismo texto, las causas de la crisis son
múltiples y variadas como múltiples y variados son los responsables de la
misma. En verdad, en la etiología de la crisis pueden señalarse múltiples
factores causales y si hablamos de responsabilidades, podríamos
afirmar que, unos más otros menos, todos los venezolanos, por acción o por
omisión, somos responsables de lo que ha ocurrido.
La evidente responsabilidad colectiva podemos
verla siguiendo la evolución del proceso de perversión
del mercado interno que hemos denominado “canibalismo económico”. En efecto, en
la inflación y la devaluación, ligadas a la manipulación del tipo de
cambio, a la corrupción y a la especulación, han influido vicios y perversiones
en los que han incurrido casi todos los venezolanos: ¿Quién no desvió dólares
acordados para importación de bienes? ¿Quién no apeló a sobreprecios para
beneficiarse ilícitamente? ¿Quién no vendió nunca el cupo de los dólares
acordado para viajeros? ¿Quién no traficó con dólares subsidiados, para
beneficiase del diferencial cambiario? ¿Quién no se aprovechó de alguna otra
manera ilícita de los cupos de CADIVI, como hicieron por ejemplo muchos
colombianos residentes en Venezuela.
¿Quién no sacó provecho activa o
pasivamente del “bachaquerismo”, del acaparamiento, de la especulación; de los
mercados negros o del contrabando de extracción? ¿Quién no se ha beneficiado
ilegalmente de los subsidios otorgados por la política oficial? ¿Cuántos
venezolanos enchufados o no, se beneficiaron ilegalmente de “Tu casa bien
equipada”, de los automóviles subsidiados o de negociaciones ilegales con casas
de la “Gran Misión Vivienda Venezuela”; de la venta de gas por
encima del precio establecido? Todo ello sin incluir las empresas de
maletín, las elevadas comisiones y sobreprecios; la corrupción de mafias
militares y civiles que han desvirtuado las políticas sociales para lucrarse
ilícitamente. Todos somos responsables es cierto, pero la responsabilidad ha
sido, sin duda, proporcional al poder
económico o político de los implicados. A mayor poder, mayor responsabilidad.
Al respecto es necesario reconocer que
durante las dos últimas décadas, en vez de fortalecerse la
conciencia social y popular o incrementarse desde el punto de vista cultural
valores éticos y morales como la honestidad, el desprendimiento material, la
generosidad, la fraternidad, la solidaridad social, la justicia social, la
empatía, la compasión, o actitudes como la voluntad de servicio, el amor al
trabajo, la valoración del mérito, la disposición al sacrificio por una noble
causa; el trabajo voluntario; la conciencia de clase, en el caso de los
proletarios. En vez de eso, por el contrario, en términos generales se han
fortalecido los antivalores capitalistas y rentistas, como el afán
de lucro, la voracidad acumulativa, la ambición de poder, la aspiración de
enriquecerse fácil, rápidamente y a cualquier precio. .
Y ello no es casual, sino muy lógico y
perfectamente explicable, pues en Venezuela no se ha avanzado hacia la
prometida y procurada una nueva sociedad socialista, sino que lo que realmente
existe y se ha reafirmado en Venezuela no es socialismo sino capitalismo puro y
duro, y de paso, rentista petrolero, burocratizado y paternalista. Todo ello
explica la facilidad que han tenido: el capital transnacional, la oligarquía
interna, la burguesía parasitaria, los comerciantes especuladores, y
las demás clases dominantes internas, para pervertir el proceso de cambio
social intentado en Venezuela y desviar y burocratizar la “revolución”
bolivariana. Por eso ha proliferado con tanta facilidad y rapidez el proceso de
perversión del mercado interno, la especulación, la galopante híper-inflación y
la veloz súper-devaluación. En fin, todo lo que hemos denominado canibalismo
económico.
Sin embargo, hay que reconocer que las
más perversas y devastadoras respuestas que han opuesto los poderes fácticos de
la economía a las políticas sociales del gobierno, han sido, sin duda
alguna, la inflación y la
devaluación de nuestro signo monetario. Como sabemos, la inflación
aparece, a primera vista como un aumento general y recurrente del nivel de
precios, un fenómeno que, cuando se hace permanente, termina afectando toda la
economía, amenazando destruir en su totalidad el aparato productivo de
cualquier país. Un síndrome mucho más peligroso cuando se hace galopante o se
convierte en una espiral híper-inflacionaria, en la mayoría de los casos
causando hambrunas, y, por tanto, poniendo en peligro la estabilidad social y
política del país.
En el caso de Venezuela, nos
preguntamos: ¿se trata de un problema que puede atribuirse directa y
exclusivamente a la política económica del gobierno de Nicolás Maduro, o se
trata de una debilidad propia del proyecto de revolución bolivariana o, dicho
de otra manera, del modelo de transformación social llamado
“Socialismo del siglo XXI”?. En nuestra opinión, se trata de debilidades
propias de los proyectos de cambio social intentados dentro del capitalismo y
basados en reformas legales y/o constitucionales, pues lo ocurrido acá y en
otros países, sólo puede entenderse como una reacción, como la respuesta que en
estos casos oponen las clases dominantes a las políticas sociales o de redistribución
del ingreso intentadas por gobiernos de izquierda, nacionalistas, progresistas
o “socialistas”.
Bastaría echar una mirada a la
respuesta económica y monetaria que, a través de la historia, han opuesto las
clases dominantes de todas las épocas y lugares, a los cambios sociales que
pudiesen afectar sus intereses, incluso antes de la existencia del capitalismo
plenamente desarrollado y casi siempre en momentos de agudización de la lucha
de clases. No es casual que se hayan producido procesos inflacionarios
en la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII; en Venezuela durante
la Primera República, a principios del siglo XIX; en la Alemania posterior a la
Primera Guerra Mundial (República de Weimar); en la Grecia posterior a la
Segunda Guerra Mundial; en la Argentina de 1975 y 1989.
Si no es suficiente, veamos otros
ejemplos de procesos inflacionarios ocurridos, por ejemplo, en Austria, durante
11 meses a partir de octubre de 1921, con aumentos de 47%
mensual. En Rusia, durante 26 meses a partir de diciembre de 1921,
con aumentos de precio de 57% mensual. En Alemania, durante 16 meses
a partir de agosto de 1922 con aumentos de 322%. En Polonia, durante 13 meses,
a partir de enero de 1923 con aumentos de precio del 81% mensual. En Hungría,
durante 12 meses, a partir de marzo de 1923, con aumentos de precios que
alcanzaron el 46% mensual. En Grecia, durante 13 meses a partir de noviembre de
1943, con aumentos de 365 %. En China, en 1945, una vez finalizada la Segunda
Guerra Mundial, al reanudarse la guerra civil.
Ahora bien, las diferentes escuelas y
tendencias económicas señalan diferentes causas para explicar la inflación,
dependiendo de los intereses que defienden y de la ideología de los proponentes
de esas teorías. Se trata de explicaciones técnico-económicas pretendidamente
neutrales, pero que encubren intereses y privilegios y esconden la verdadera
esencia del fenómeno, oculta tras la apariencia; lo esencial permanece escondido
detrás de lo accidental. Se trata de explicaciones referidas casi todas al
aumento de la demanda en relación el nivel de la oferta; algunas otras
explicaciones causales referidas al incremento de los costos, a la emisión de
moneda, al déficit fiscal (atribuido al gasto social), a la indisciplina
fiscal, al endeudamiento y a otras supuestas causas de similar naturaleza.
Pero, para tratar de precisar las
causas de la inflación galopante o la súper-devaluación que se ha producido en
Venezuela, debemos preguntarnos ¿cuáles son los intereses económicos-sociales
que se esconden detrás del fenómeno? En otras palabras, ¿qué es la inflación
como expresión de la lucha de clases? Partamos de la apariencia para intentar
desentrañar la esencia del fenómeno. La inflación se nos presenta,
visiblemente, como un empobrecimiento de la mayoría de la población de un país,
como una disminución de la capacidad adquisitiva de la
población trabajadora (caída de los salarios reales) y, en
general, como una disminución del valor de la moneda que afecta a
todos los usuarios de cualquier grupo, capa o clase social.
Para entender aún más, debemos
preguntarnos: ¿Por qué no se desata la inflación en todos los países y en todos
los momentos? ¿Cuáles son las condiciones específicas que hacen posible que se
dispare la inflación? En nuestro caso, ¿cómo se desarrolló el proceso de
perversión que hemos denominado “canibalismo económico”, el cual condujo
finalmente a la pulverización del valor del bolívar y a la galopante espiral
inflacionaria? Para comenzar debemos recordar que la oligarquía y la burguesía
parasitaria han sido, históricamente, dependientes de la renta petrolera, por
lo que sus niveles de ganancia no han dependido de su productividad ni de su
competitividad, sino de su habilidad para obtener del Estado elevadas cuotas de
la renta petrolera y, para, prevalidos de su poder, continuar expropiando y
expoliando a la mayoría de la población trabajadora.
Por todo ello, era lógico que esos
poderosos sectores sociales se sintieran afectados por el proyecto de
transformación social y por las políticas sociales del gobierno bolivariano, el
cual, entre otros objetivos, planteaba la justa distribución del ingreso
petrolero mediante políticas sociales, a través del incremento de la inversión
social en educación, salud, vivienda, cultura, deportes, subsidios;
políticas de protección social a los trabajadores, incremento de los salarios,
pensiones y prestaciones. Frente a ello, las clases poderosas y los poderes
fácticos de la economía respondieron con despido de trabajadores, acaparamiento
o freno a la producción; desviación de productos, contrabando de extracción,
inflación inducida y expatriación de capitales (fuga de divisas), y, en lo
laboral, sobretiempo, reducción del empleo, precariedad laboral.
Ante la fuga masiva de divisas y los
aumentos abusivos de precios, el gobierno pretendió como solución el control de
cambios y el control de precios. Por su parte, los poderes fácticos de la
economía contraatacaron frenando la producción, acaparando o desviando los
productos, así como con otras manipulaciones esquilmadoras, depredadoras y depauperadoras.
Por ello las políticas de pretendido control resultaron no sólo ineficaces sino
contraproducentes, pues los funcionarios encargados de la fiscalización fueron
doblegados mediante el soborno, alimentándose de esta manera la corrupción de
la burocracia gubernamental, algo también favorable a capitalistas depredadores
que parasitan al Estado. Por ello el control de cambios condujo a la
devaluación y el control de precios a la inflación.
Pero volviendo a nuestro tema: ¿qué es
en definitiva la inflación y cuáles son sus nefastas consecuencias económicas y
sociales? En el capitalismo, la expropiación de las clases trabajadoras, -y la
explotación y depauperación del pueblo en su conjunto- se materializa en dos
momentos y de dos maneras diferentes. En primer lugar, en el proceso de
producción, del cual se derivan tanto la ganancia que se apropia el
capitalista, como la contraprestación que reciben los trabajadores en general
en forma de salarios y prestaciones. Y, en segundo lugar, en el proceso
de distribución, a través de los precios de las mercancías. Así el
capitalista expolia doblemente pues, por una parte, fija los salarios y por
otra parte, fija los precios de las mercancías. En otras palabras que, en la
empresa le expropia el producto de su trabajo, al apropiarse de las mercancías
creadas por el trabajador (valor agregado), y, en la calle, en el mercado, le
roba el salario y otros ingresos, a través de la inflación de los precios de
las mercancías. Es decir, disminuyendo la capacidad adquisitiva de sus salarios
mediante la manipulación de los precios a su conveniencia.
Siendo así, los capitalistas
(fabricantes, comerciantes o dueños de empresas prestadoras de servicios),
controlan, por una parte, el mercado de trabajo, pues fijan los salarios,
determinan las condiciones de trabajo, emplean y despiden, todo en función de
lograr los más altos niveles de ganancias, y, por otra parte, fijan los precios
de las mercancías y los servicios, también a su conveniencia. Así, cuando los
trabajadores logran, a través de sus luchas reivindicativas, mejorar sus
salarios, entonces los capitalistas, literalmente, le sacan de los bolsillos
estos beneficios, a través del aumento de los precios de las mercancías,
mermando su capacidad adquisitiva, pues el nivel del salario real depende, como
hemos dicho, de los precios de las mercancías. O cuando un gobierno popular o
de izquierda aumenta el poder adquisitivo de la población trabajadora, los
capitalistas prenden la aspiradora de riqueza que son los precios, y le
arrebatan al pueblo los beneficios concedidos de manera paternalista por el
Estado, contrarrestando así las políticas sociales y generando pobreza.
Debemos entonces preguntarnos: ¿por qué
no hay inflación en todos los países capitalistas? Respondemos: Porque en casi
todos los países del mundo, los capitalistas, como clase dominante, controlan
el aparato del Estado, y, a través él, controlan también la economía, mediante
las leyes y las políticas públicas. Es decir, aumentan su nivel de ganancias a
través de la legislación y mediante la aplicación de las leyes; fortalecen sus
ventajas y perpetúan sus privilegios desmejorando o manteniendo a raya los
salarios y las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población.
De esta manera, conteniendo deprimida la demanda, micro y macro-económicamente,
evitan la inflación y optimizan los precios. Logran así, iguales o mayores
beneficios, manteniendo frenada la capacidad adquisitiva de la mayoría de la
población. De esta manera evitan la inflación. Todo a su favor y conveniencia.
Pero cuando llega al poder un gobierno
nacionalista, progresista o de izquierda; sea keynesiano, populista,
reformista, socialdemócrata, “socialista”, “comunista”, en otras palabras, un
gobierno que impulse políticas sociales o pretenda una más justa distribución
del ingreso, y que, para ello, intente limitar los privilegios, ventajas y
beneficios de los poderosos, conteniendo su nivel de ganancias o poniendo coto
a su voracidad acumulativa, entonces, los poderosos desenfundan el hacha de la
guerra e inician campañas de satanización, así como estrategias conspirativas o
abiertamente desestabilizadoras. En la práctica, si no logran derrocar al
gobierno, sabotean las políticas sociales, fomentando la escasez, el
acaparamiento; reduciendo la producción, dando rienda suelta a la especulación,
aumentando los precios e induciendo inflación.
Todo ello sin incluir las condiciones
específicas de un país rentista petrolero. Al respecto, alguien ha dicho que en
Venezuela la lucha de clases se manifiesta, se expresa o se concreta a través
de la competencia por apropiarse de la renta petrolera. Y que, por ello, se
afirma, que la lucha de clases es sustituida por una lucha de todos contra
todos. Recuerdo ahora que yo, para explicarle a mis alumnos de la Universidad el
problema de la distribución de la renta petrolera en nuestro país, utilizaba el
símil de la piñata y les decía que esta tradición popular es una
diversión festiva que, además de brutal, es extremadamente injusta, pues da
lugar a un reparto desproporcionado y muy irracional de golosinas y cotillones,
pues en dicho juego, los niños más pequeños terminan casi siempre golpeados,
víctimas del atropello de los mayores. Quedan llorando y con las manos vacías
al final de esa, poco edificante, tradición popular.
Algo similar ocurre en el caso de la
distribución de la renta petrolera. ”El que tiene más saliva traga más
harina”, dice la expresión popular. Efectivamente, la renta petrolera se
reparte de una manera proporcional al poder de cada uno de los factores económicos
que participan la disputa. También funciona aquello de que “el que parte y
comparte, le toca (si no la mejor, al menos) una buena parte”.
Un refrán que resulta útil para referirlo al papel de la burocracia
gubernamental: “Yo no le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay”,
dice descaradamente el funcionario vagabundo. Todas estas expresiones populares
resultan ilustrativas para describir lo injusta que ha sido
históricamente la distribución de la renta petrolera en el país.
Sin embargo, en nuestra opinión, no se
trata de una lucha de todos contra todos. Aunque no se observe a primera vista,
en el reparto de la renta petrolera también funciona la lógica de la lucha de
clases, pues la pertenencia a una o a otra clase social, determina
el mayor o menor poder económico, social y político. Lo que permite o impide,
según el caso, resultar favorecido en el reparto. Es por ello que el capital
transnacional, la oligarquía, la burguesía parasitaria, la burocracia, el poder
civil y militar, la burocracia sindical, clerical u otra: Todas esas clases o
capas sociales aventajadas, logran la mayor tajada en el reparto de la renta
petrolera. En condiciones normales sólo hay miseria e injusticia para las
clases proletarias o desposeídas.
En Venezuela, esta última crisis ha
sido catastrófica porque se ha unido “el hambre, con las ganas de comer”. En
efecto, tratándose de un país rentista y de una política económica de corte
paternalista, la especulación vino y se instaló. Todo conspiró desde un primer
momento en favor de las compras nerviosas, los mercados negros, los mercados de
vendedores, el acaparamiento y la desviación de productos; el
contrabando de extracción, el “bachaquerismo”, la corrupción de los
funcionarios, la proliferación de las mafias, en fin, la perversión del mercado
interno, el canibalismo económico, la súper-devaluación, la híper-inflación y,
finalmente, la dolarización perversa de la economía. Es la manera que ha
encontrado la burguesía parasitaria para reapropiarse la parte del león de la
renta petrolera.
Es importante aclarar que la muy
difícil situación económica, social y política que vive Venezuela, no es una
crisis del socialismo como alguna gente equivocadamente piensa. Lo que ocurre
en nuestro país es la forma que adopta la crisis internacional del capitalismo
en descomposición, en un país capitalista y rentista petrolero dirigido por un
gobierno que se dice socialista. Todo lo cual ha convertido a Venezuela en un
país agredido, asediado, económicamente bloqueado, sancionado, acosado por una
campaña de descredito y satanización, atacado de forma implacable mediante una
conspiración desestabilizadora adelantada por el imperialismo norteamericano con
la complicidad de la mayoría de los países de la Unión Europea y apoyado por
los países lacayos del imperio en América Latina. Todo ello
traidoramente apoyado por la burguesía parasitaria y los grupos y partidos de
la ultraderecha venezolana.
Y ¿cuáles han sido las consecuencias de
la crisis económica? Sin incluir algo tan grave e impactante como las consecuencias
económicas y sociales de las sanciones imperiales, atendiendo sólo a los
efectos de la inflación y la devaluación de nuestro signo monetario, el
resultado ha sido el evidente empobrecimiento general de la población,
especialmente de los trabajadores asalariados y de los sectores medios, como
por ejemplo, los pequeños productores del campo y la ciudad, los comerciantes
de poco capital y la mayoría de los empleados del Estado, cuyas condiciones de
vida y de trabajo habían mejorado durante los primeros años del gobierno
bolivariano, pero que se han deteriorado gravemente como consecuencia de la
perversión del mercado interno y del canibalismo económico, la inflación y la
devaluación. Todas las ventajas iniciales se convirtieron en desventajas,
situación agravada ahora en extremo por la dolarización impuesta de hecho por
los poderes fácticos de la economía. Todo ello ha afectado al aparato
productivo y a la actividad económica en general agravando la
crisis.
Por todo ello, hemos llegado a un punto
en el que pareciera que la híper-inflación sólo puede ser doblegada mediante
políticas liberales o neoliberales, quizás por ello han venido tomando cuerpo
dentro del chavismo opiniones políticas que podrían considerarse centristas,
moderadas y de derecha, las cuales auspician medidas que pretenden fomentar la
producción concediendo estímulos y ventajas al capital, y de alguna manera,
conteniendo la capacidad adquisitiva de la población, es decir, frenando el
incremento de la demanda para contener los precios sin desestimular la
producción, como plantean las propuestas neoliberales. De hecho, se han
liberado los precios, se han eliminado subsidios, se ha flexibilizado el
mercado de divisas y desde el gobierno se ha dado rienda suelta a la
dolarización.
Sin embargo, el incremento de los
precios no se ha detenido. Ya no se trata de aumentos de precios vinculados a
la manipulación del tipo de cambio. Tampoco a un incremento de los costos.
Hemos observado inflación en dólares. Se fijan precios que poco o nada tienen que
ver con los costos de producción ni con precios internacionales. La
especulación se mantiene como una característica de nuestro mercado interno.
Las aberraciones comerciales han puesto en evidencia que la inflación opera
como un tributo, como un descarado y arbitrario traslado de riqueza, como una
vulgar expropiación de los más débiles en favor de los más poderosos. Se trata
de un robo que, a través de los precios y prevalidos de un mayor
poder de mercado, perpetran los grandes, medianos y pequeños capitalistas
dueños de las mercancías, contra los indefensos e impotentes consumidores.
Siendo así, y habiéndose demostrado la
impotencia del Estado para controlar los precios y poner freno a los abusos y
arbitrariedades de los poderes fácticos de la economía, a diferencia de las
propuestas anti-populares de los neoliberales ¿qué puede hacer el
gobierno bolivariano para impedir o poner freno a la expropiación que están
sufriendo los consumidores venezolanos, es decir, el pueblo trabajador? Visto el
problema como ha sido expuesto, la única salida diferente a las propuestas
neoliberales, tiene que orientarse hacia el fortalecimiento del poder popular y
la democracia participativa y protagónica. En otras palabras, debemos convertir
el movimiento popular organizado en una poderosa maquinaria defensora de los
derechos e intereses de los consumidores. El pueblo oprimido no puede ni debe
seguir esperándolo todo del Estado paternalista, debe organizarse y movilizarse
en defensa de sus derechos e intereses. En este caso, defender su poder
adquisitivo de la especulación y la manipulación arbitraria de los
precios.
Se trata de que, desde el movimiento
popular organizado, mediante la coordinación de sus diferentes instancias
organizativas (Consejos Productivos de Trabajadores; Comités Locales de
Abastecimiento y Producción; Unidades de lucha Bolívar Chávez; sindicatos
clasistas; comunas, organizaciones de mujeres; organizaciones
juveniles; las uniones de productores y artesanos, cooperativas y
muchas otras), mantengan actualizada una base de datos que contenga y relacione
los precios de las mercancías con los costos de producción y con los niveles de
ganancia de los capitalistas, todo ello para armar al pueblo trabajador y a los
consumidores en general, para que puedan enfrentar la especulación y la
manipulación de los precios, mediante boicots y otras medidas de presión. Consientes
y organizados, armados de información y movilizados podremos doblegar la
especulación y la inflación inducida.
Ello será todavía más fácil con el
apoyo del gobierno bolivariano, y, especialmente a través del
influyente liderazgo de su Presidente Obrero Nicolás Maduro Moros. Mediante la
activación, la movilización y la lucha del poder popular, los trabajadores
venezolanos y el pueblo en su conjunto, deben sacudir su pasividad y actuar
como consumidores en la defensa de su poder adquisitivo reducido
sistemáticamente mediante la especulación que ha dominado el mercado interno
venezolano. Los consumidores organizados somos más poderosos que los dueños
de las mercancías. Los vendedores dependen más de los compradores que estos
de aquellos. Si luchamos juntos, pueblo y gobierno, le torceremos el cuello a
la especulación.
Una lucha como esta, particularmente si
resulta exitosa, constituiría un gran salto adelante en la conciencia, la
organización y el empoderamiento popular. Las condiciones son favorables.
Internamente los operadores políticos de la oligarquía y de la burguesía
parasitaria se encuentran derrotados y divididos. Pese a la crisis económica,
usted, como Presidente de la República, como Comandante en Jefe y
como líder supremo de la Revolución Bolivariana, se encuentra invicto de
múltiples batallas y está hoy fortalecido por el sólido apoyo de la mayoría del
pueblo venezolano. Confíe en su pueblo, apele a su poder y a su capacidad de
lucha. Además, otro aspecto favorable, es que vivimos momentos de un auge de
masas mundial muy propicio para el cambio social global. El imperialismo se
tambalea y sus aliados a punto de estampida, dudan, paralizados por
el miedo y la incertidumbre.
Por la experiencia acumulada durante
estos años, el pueblo venezolano está en condiciones de aportar su valiosa
cuota de lucha para doblegar al capitalismo imperialista. En todo caso, la
lucha que estamos proponiendo constituiría un entrenamiento, una preparación,
un ensayo general de las luchas emancipadoras que nos
esperan.
Camarada Presidente:
Usted, como revolucionario, sabe muy
bien que los pueblos aprenden de sus propias luchas, de manera especial cuando
sus luchas son exitosas. Movilizándose y batallando por sus intereses, avanzan
en conciencia, en organización y en acumulación de poder político y social. Un
triunfo en una lucha tan importante y significativa como ésta, implicaría un
extraordinario salto hacia adelante en la consolidación del poder popular y de
la democracia participativa y protagónica. En nuestro favor tenemos la
Constitución y muchas leyes realmente populares. Aprovechemos todas estas
circunstancias favorables para lograr el único triunfo que le falta a su
gobierno y a la revolución bolivariana: doblegar la guerra económica interna
cuyas principales armas ofensivas son la especulación y la manipulación de los
precios; un crimen contra el pueblo trabajador que perpetran impunemente los capitalistas
y los comerciantes inescrupulosos, especialmente los monopolios y
oligopolios que mantienen un gran poder de mercado en nuestro país.
Tenemos la oportunidad. Lo que ocurre
en el mundo también hace que el momento sea propicio. En efecto, todo parece
indicar que, respecto al capitalismo imperialista norteamericano, se cumplirá
la previsión del gran científico social alemán, fundador de la ciencia social
moderna, quien en el siglo XIX, pronosticó científicamente que los
capitalistas más poderosos, atrapados en su ilimitada e incontrolable voracidad
acumulativa, serían los sepultureros del capitalismo. Al parecer se aproxima el
momento en que los pueblos del mundo, conscientes y organizados, puedan afincar
su rodilla en el cuello del capitalismo imperialista, para que no pueda seguir
respirando. Por nuestra parte, los venezolanos hemos elevado nuestra conciencia
social y política y estamos suficientemente preparados para contribuir al
derrumbe imperial sin que sus ruinas nos aplasten.
Por su parte, los revolucionarios
venezolanos, hoy dispersos y desorganizados, deben unirse y organizarse, para
cumplir el deber de ponerse al frente o al lado del movimiento popular, no sólo
para que logre salvarse como pueblo y salvar al país de la ofensiva de los
poderes facticos de la economía (léase oligarquía, burguesía parasitaria y
comerciantes especuladores), respaldados hasta el momento por el imperialismo y
la ultraderecha latinoamericana y europea (cómplices de la cleptocracia que
domina la economía occidental), sino que también es el momento de salvar al
país y al pueblo venezolano de quienes pretenden derrocar al gobierno
bolivariano para instaurar una dictadura fascista de ultraderecha o una
“democracia” neoliberal tipo chilena, brasileña o colombiana.
Los venezolanos conscientes y
organizados, ejerciendo la democracia participativa y protagónica establecida
en nuestra Constitución y en nuestras leyes, podemos vencer a nuestros enemigos
históricos y a nuestros explotadores de siempre, mediante la acción directa no
violenta, es decir, pacíficamente. La más grande victoria del chavismo en
Venezuela ha sido el haber logrado permanecer en el poder evitando la guerra
civil y la guerra con Colombia que han pretendido provocar de mil maneras la
ultraderecha venezolana y el imperialismo. Por ello tenemos la fuerza que nos
proporciona esa experiencia, para avanzar en la profundización de la transformación
anticapitalista y antimperialista sin recurrir a la violencia.
Usted Presidente, tiene la capacidad
política. Lo ha demostrado. Además tiene las dotes y la preparación teórica
para ejercer un liderazgo histórico verdaderamente revolucionario. Confíe en su
pueblo y conviértase en su guía para el gran cambio social global que se
avecina. Exhórtelo a movilizarse y a asumir la tarea de defender sus derechos e
intereses inmediatos y entrenarse así para la trascendental
tarea histórica: la gran transformación económica, social y humana
que está planteada hoy en el mundo. Se trata de un cambio civilizatorio
imprescindible para la sobre vivencia humana y por lo tanto indetenible. La
Humanidad no se detendrá en el peldaño alcanzado. Lo que está ocurriendo en el
mundo en este instante parece estar demostrando que durante este año 2020,
profetizado por muchos como el momento del gran cambio, se dará inicio a la
gran transformación anunciada y ansiosamente esperada.
Caracas, 14 de julio del 2020.
JMHG/chn.-
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