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CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE NICOLÁS MADURO MOROS

   

Respetable mandatario: 

Es probable que usted no llegue a leer esta misiva. Sin embargo, he decidido escribirla y darle la máxima difusión posible, ya que, por una parte, estoy seguro de que así aumentarían las probabilidades de que usted  llegara a leerla, y, por otra parte, porque, una carta abierta no está dirigida sólo al destinatario declarado. Por su propia naturaleza, una carta abierta está dirigida a una cantidad indefinida de personas. En el presente caso, el texto de la misiva contiene propuestas formuladas de manera expresa hacia organizaciones y dirigentes populares a objeto de estimular la participación, la movilización y el fortalecimiento del poder popular y comunal.

Comienzo por hacer alusión a un recuerdo personal que viene a cuento. Cuando el  9 de diciembre del año 2012, un día después de que el Presidente Chávez se despidiera para marcharse a Cuba, una persona, apasionada antichavista, cuando me oyó expresar una opinión favorable a la decisión presidencial del día anterior, me ripostó: “¿Una buena decisión? ¡Ese ignorante chofer de autobús no dura cuatro meses en el poder! ¡Lo sacaremos en un santiamén!”

Yo, por mi parte, muy serenamente le respondí: La oposición venezolana subestimó a Chávez y ese fue uno de sus más grandes errores políticos. Es posible que cometan el mismo error subestimando a Maduro, ahora con peores consecuencias para ellos. Como sabemos, muy rápidamente se comprobó que no pudieron derrocarlo en cuatro meses como pensó mi desprevenida interlocutora. Pero no solo ella, también se equivocó años después el dirigente político Henry Ramos Allup, cuando después de que la oposición ganara la Asamblea Nacional, afirmó que lo sacarían a usted del poder en pocos meses.

Es decir que, no sólo le subestimó mi interlocutora del 9 de diciembre, sino que también lo subestimó un político veterano de mil horas de vuelo, y,  siguiendo el mal ejemplo, lo subestimó toda la oposición de ultra derecha venezolana, latinoamericana y mundial, el imperialismo norteamericano y hasta la muy madura y súper veterana Unión Europea. Eso no puede ser casual. Los supersticiosos creerán a pie juntillas que usted está ensalmado por la santería cubana. Y la verdad es que, como dice el pueblo, el que se mete con Venezuela se seca. Hasta ahora ha sido así. Bueno, pero más en serio, continuemos.

Usted Presidente Maduro, ha demostrado ante el país y ante el mundo, que fue un gran acierto de Chávez haberlo escogido como continuador de su proyecto político. En verdad usted ha resultado ser “un hueso duro de roer”. Usted ha soportado el más duro e implacable ataque que se haya desplegado contra presidente alguno en toda la historia de América Latina. Lo que usted ha resistido, junto al pueblo venezolano que le acompaña, es la más demoledora y persistente campaña de descrédito y demonización y una devastadora guerra económica, acompañada de una agresiva y feroz conspiración desestabilizadora. Usted ha derrotado en múltiples batallas la alianza de poderosos y peligrosos enemigos confabulados contra el gobierno venezolano desde el año 2013 hasta el presente.

Sus adversarios, enemigos también del pueblo venezolano, han sido derrotados en el terreno político, pero, es necesario reconocerlo, han tenido un indiscutible éxito en el terreno de la confrontación económica,  pues han logrado mantener en jaque al gobierno y al pueblo en este sensible y medular asunto, haciendo mucho daño a la economía venezolana, lo que les ha sido útil para cargar sobre usted y su gobierno la responsabilidad del desastre causado, desprestigiarle y demonizar al gobierno bolivariano, acusándole, como lo han hecho, de haber destruido a Venezuela. Sin embargo, han fallado en algo muy importante: no han logrado convencer a la mayoría del pueblo, de que la causa de sus padecimientos sea consecuencia directa de  la política económica del gobierno.

El pueblo entiende que el gobierno ha cometido muchos errores, pero está consciente de la responsabilidad que en la crisis ha tenido la ultraderecha venezolana, latinoamericana y mundial, e igualmente percibe  los nocivos efectos de la rapacidad económica y de la draconiana ofensiva política de la oligarquía y del imperialismo. Por otra parte, como demostraremos en este mismo texto, las causas de la crisis son múltiples y variadas como múltiples y variados son los responsables de la misma. En verdad, en la etiología de la crisis pueden señalarse múltiples factores causales y si  hablamos de responsabilidades, podríamos afirmar que, unos más otros menos, todos los venezolanos, por acción o por omisión, somos responsables de lo que ha ocurrido.

La evidente responsabilidad colectiva podemos verla siguiendo la evolución  del proceso  de perversión del mercado interno que hemos denominado “canibalismo económico”. En efecto, en la inflación y la devaluación, ligadas a la  manipulación del tipo de cambio, a la corrupción y a la especulación, han influido vicios y perversiones en los que han incurrido casi todos los venezolanos: ¿Quién no desvió dólares acordados para importación de bienes? ¿Quién no apeló a sobreprecios para beneficiarse ilícitamente? ¿Quién no vendió nunca el cupo de los dólares acordado para viajeros? ¿Quién no traficó con dólares subsidiados, para beneficiase del diferencial cambiario? ¿Quién no se aprovechó de alguna otra manera ilícita de los cupos de CADIVI, como hicieron por ejemplo muchos colombianos residentes en Venezuela.

¿Quién no sacó provecho activa o pasivamente del “bachaquerismo”, del acaparamiento, de la especulación; de los mercados negros o del contrabando de extracción? ¿Quién no se ha beneficiado ilegalmente de los subsidios otorgados por la política oficial? ¿Cuántos venezolanos enchufados o no, se beneficiaron ilegalmente de “Tu casa bien equipada”, de los automóviles subsidiados o de negociaciones ilegales con casas de la “Gran Misión Vivienda Venezuela”;  de la venta de gas por encima del  precio establecido? Todo ello sin incluir las empresas de maletín, las elevadas comisiones y sobreprecios; la corrupción de mafias militares y civiles que han desvirtuado las políticas sociales para lucrarse ilícitamente. Todos somos responsables es cierto, pero la responsabilidad ha sido, sin  duda, proporcional al poder económico o político de los implicados. A mayor poder, mayor responsabilidad.

Al respecto es necesario reconocer que durante las dos últimas  décadas, en vez de fortalecerse la conciencia social y popular o incrementarse desde el punto de vista cultural valores éticos y morales como la honestidad, el desprendimiento material, la generosidad, la fraternidad, la solidaridad social, la justicia social, la empatía, la compasión, o actitudes como la voluntad de servicio, el amor al trabajo, la valoración del mérito, la disposición al sacrificio por una noble causa; el trabajo voluntario; la conciencia de clase, en el caso de los proletarios. En vez de eso, por el contrario, en términos generales se han fortalecido los antivalores capitalistas y rentistas, como  el afán de lucro, la voracidad acumulativa, la ambición de poder, la aspiración de enriquecerse fácil, rápidamente y a cualquier precio.     .

Y ello no es casual, sino muy lógico y perfectamente explicable, pues en Venezuela no se ha avanzado hacia la prometida y procurada una nueva sociedad socialista, sino que lo que realmente existe y se ha reafirmado en Venezuela no es socialismo sino capitalismo puro y duro, y de paso, rentista petrolero, burocratizado y paternalista. Todo ello explica la facilidad que han tenido: el capital transnacional, la oligarquía interna, la burguesía parasitaria, los comerciantes especuladores,  y las demás clases dominantes internas, para pervertir el proceso de cambio social intentado en Venezuela y desviar y burocratizar la “revolución” bolivariana. Por eso ha proliferado con tanta facilidad y rapidez el proceso de perversión del mercado interno, la especulación, la galopante híper-inflación y la veloz súper-devaluación. En fin, todo lo que hemos denominado canibalismo económico.

Sin embargo, hay que reconocer que las más perversas y devastadoras respuestas que han opuesto los poderes fácticos de la economía a las políticas sociales del gobierno, han sido, sin duda alguna, la inflación y la devaluación de nuestro signo monetario. Como sabemos, la inflación aparece, a primera vista como un aumento general y recurrente del nivel de precios, un fenómeno que, cuando se hace permanente, termina afectando toda la economía, amenazando destruir en su totalidad el aparato productivo de cualquier país. Un síndrome mucho más peligroso cuando se hace galopante o se convierte en una espiral híper-inflacionaria, en la mayoría de los casos causando hambrunas, y, por tanto, poniendo en peligro la estabilidad social y política del país.

En el caso de Venezuela, nos preguntamos: ¿se trata de un problema que puede atribuirse directa y exclusivamente a la política económica del gobierno de Nicolás Maduro, o se trata de una debilidad propia del proyecto de revolución bolivariana o, dicho de otra manera, del modelo de  transformación social llamado “Socialismo del siglo XXI”?. En nuestra opinión, se trata de debilidades propias de los proyectos de cambio social intentados dentro del capitalismo y basados en reformas legales y/o constitucionales, pues lo ocurrido acá y en otros países, sólo puede entenderse como una reacción, como la respuesta que en estos casos oponen las clases dominantes a las políticas sociales o de redistribución del ingreso intentadas por gobiernos de izquierda, nacionalistas, progresistas o “socialistas”.  

Bastaría echar una mirada a la respuesta económica y monetaria que, a través de la historia, han opuesto las clases dominantes de todas las épocas y lugares, a los cambios sociales que pudiesen afectar sus intereses, incluso antes de la existencia del capitalismo plenamente desarrollado y casi siempre en momentos de agudización de la lucha de clases. No es casual que se hayan producido  procesos inflacionarios en la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII; en Venezuela durante la Primera República, a principios del siglo XIX; en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial (República de Weimar); en la Grecia posterior a la Segunda Guerra Mundial; en la Argentina de 1975 y 1989.

Si no es suficiente, veamos otros ejemplos de procesos inflacionarios ocurridos, por ejemplo, en Austria, durante 11 meses a partir de octubre de 1921, con aumentos de 47% mensual.  En Rusia, durante 26 meses a partir de diciembre de 1921, con aumentos de precio de 57% mensual.  En Alemania, durante 16 meses a partir de agosto de 1922 con aumentos de 322%. En Polonia, durante 13 meses, a partir de enero de 1923 con aumentos de precio del 81% mensual. En Hungría, durante 12 meses, a partir de marzo de 1923, con aumentos de precios que alcanzaron el 46% mensual. En Grecia, durante 13 meses a partir de noviembre de 1943, con aumentos de 365 %. En China, en 1945, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, al reanudarse la guerra civil.

Ahora bien, las diferentes escuelas y tendencias económicas señalan diferentes causas para explicar la inflación, dependiendo de los intereses que defienden y de la ideología de los proponentes de esas teorías. Se trata de explicaciones técnico-económicas pretendidamente neutrales, pero que encubren intereses y privilegios y esconden la verdadera esencia del fenómeno, oculta tras la apariencia; lo esencial permanece escondido detrás de lo accidental. Se trata de explicaciones referidas casi todas al aumento de la demanda en relación el nivel de la oferta; algunas otras explicaciones causales referidas al incremento de los costos, a la emisión de moneda, al déficit fiscal (atribuido al gasto social), a la indisciplina fiscal, al endeudamiento y a otras supuestas causas de similar naturaleza.

Pero, para tratar de precisar las causas de la inflación galopante o la súper-devaluación que se ha producido en Venezuela, debemos preguntarnos ¿cuáles son los intereses económicos-sociales que se esconden detrás del fenómeno? En otras palabras, ¿qué es la inflación como expresión de la lucha de clases? Partamos de la apariencia para intentar desentrañar la esencia del fenómeno. La inflación se nos presenta, visiblemente, como un empobrecimiento de la mayoría de la población de un país, como una disminución de la capacidad  adquisitiva  de la población trabajadora (caída de los salarios reales) y, en general,  como una disminución del valor de la moneda que afecta a todos los usuarios de cualquier grupo, capa o clase social.  

Para entender aún más, debemos preguntarnos: ¿Por qué no se desata la inflación en todos los países y en todos los momentos? ¿Cuáles son las condiciones específicas que hacen posible que se dispare la inflación? En nuestro caso, ¿cómo se desarrolló el proceso de perversión que hemos denominado “canibalismo económico”, el cual condujo finalmente a la pulverización del valor del bolívar y a la galopante espiral inflacionaria? Para comenzar debemos recordar que la oligarquía y la burguesía parasitaria han sido, históricamente, dependientes de la renta petrolera, por lo que sus niveles de ganancia no han dependido de su productividad ni de su competitividad, sino de su habilidad para obtener del Estado elevadas cuotas de la renta petrolera y, para, prevalidos de su poder, continuar expropiando y expoliando a la mayoría de la población trabajadora.   

Por todo ello, era lógico que esos poderosos sectores sociales se sintieran afectados por el proyecto de transformación social y por las políticas sociales del gobierno bolivariano, el cual, entre otros objetivos, planteaba la justa distribución del ingreso petrolero mediante políticas sociales, a través del incremento de la inversión social en educación, salud, vivienda, cultura,  deportes, subsidios; políticas de protección social a los trabajadores, incremento de los salarios, pensiones y prestaciones. Frente a ello, las clases poderosas y los poderes fácticos de la economía respondieron con despido de trabajadores, acaparamiento o freno a la producción; desviación de productos, contrabando de extracción, inflación inducida y expatriación de capitales (fuga de divisas), y, en lo laboral, sobretiempo, reducción del empleo, precariedad laboral.  

Ante la fuga masiva de divisas y los aumentos abusivos de precios, el gobierno pretendió como solución el control de cambios y el control de precios. Por su parte, los poderes fácticos de la economía contraatacaron frenando la producción, acaparando o desviando los productos, así como con otras manipulaciones esquilmadoras, depredadoras y depauperadoras. Por ello las políticas de pretendido control resultaron no sólo ineficaces sino contraproducentes, pues los funcionarios encargados de la fiscalización fueron doblegados mediante el soborno, alimentándose de esta manera la corrupción de la burocracia gubernamental, algo también favorable a capitalistas depredadores que parasitan al Estado. Por ello el control de cambios condujo a la devaluación y el control de precios a la inflación. 

Pero volviendo a nuestro tema: ¿qué es en definitiva la inflación y cuáles son sus nefastas consecuencias económicas y sociales? En el capitalismo, la expropiación de las clases trabajadoras, -y la explotación y depauperación del pueblo en su conjunto- se materializa en dos momentos y de dos maneras diferentes. En primer lugar, en el proceso de producción, del cual se derivan tanto la ganancia que se apropia el capitalista, como la contraprestación que reciben los trabajadores en general en forma de salarios y prestaciones. Y, en segundo lugar, en el proceso de distribución, a través de los precios de las mercancías. Así el capitalista expolia doblemente pues, por una parte, fija los salarios y por otra parte, fija los precios de las mercancías. En otras palabras que, en la empresa le expropia el producto de su trabajo, al apropiarse de las mercancías creadas por el trabajador (valor agregado), y, en la calle, en el mercado, le roba el salario y otros ingresos, a través de la inflación de los precios de las mercancías. Es decir, disminuyendo la capacidad adquisitiva de sus salarios mediante la manipulación de los precios a su conveniencia.   

Siendo así, los capitalistas (fabricantes, comerciantes o dueños de empresas prestadoras de servicios), controlan, por una parte, el mercado de trabajo, pues fijan los salarios, determinan las condiciones de trabajo, emplean y despiden, todo en función de lograr los más altos niveles de ganancias, y, por otra parte, fijan los precios de las mercancías y los servicios, también a su conveniencia. Así, cuando los trabajadores logran, a través de sus luchas reivindicativas, mejorar sus salarios, entonces los capitalistas, literalmente, le sacan de los bolsillos estos beneficios, a través del aumento de los precios de las mercancías, mermando su capacidad adquisitiva, pues el nivel del salario real depende, como hemos dicho, de los precios de las mercancías. O cuando un gobierno popular o de izquierda aumenta el poder adquisitivo de la población trabajadora, los capitalistas prenden la aspiradora de riqueza que son los precios, y le arrebatan al pueblo los beneficios concedidos de manera paternalista por el Estado, contrarrestando así las políticas sociales y generando pobreza.

Debemos entonces preguntarnos: ¿por qué no hay inflación en todos los países capitalistas? Respondemos: Porque en casi todos los países del mundo, los capitalistas, como clase dominante, controlan el aparato del Estado, y, a través él, controlan también la economía, mediante las leyes y las políticas públicas. Es decir, aumentan su nivel de ganancias a través de la legislación y mediante la aplicación de las leyes; fortalecen sus ventajas y perpetúan sus privilegios desmejorando o manteniendo a raya los salarios y las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población. De esta manera, conteniendo deprimida la demanda, micro y macro-económicamente, evitan la inflación y optimizan los precios. Logran así, iguales o mayores beneficios, manteniendo frenada la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población. De esta manera evitan la inflación. Todo a su favor y conveniencia.   

Pero cuando llega al poder un gobierno nacionalista, progresista o de izquierda; sea keynesiano, populista, reformista, socialdemócrata, “socialista”, “comunista”, en otras palabras, un gobierno que impulse políticas sociales o pretenda una más justa distribución del ingreso, y que, para ello, intente limitar los privilegios, ventajas y beneficios de los poderosos, conteniendo su nivel de ganancias o poniendo coto a su voracidad acumulativa, entonces, los poderosos desenfundan el hacha de la guerra e inician campañas de satanización, así como estrategias conspirativas o abiertamente desestabilizadoras. En la práctica, si no logran derrocar al gobierno, sabotean las políticas sociales, fomentando la escasez, el acaparamiento; reduciendo la producción, dando rienda suelta a la especulación, aumentando los precios e induciendo inflación.

Todo ello sin incluir las condiciones específicas de un país rentista petrolero. Al respecto, alguien ha dicho que en Venezuela la lucha de clases se manifiesta, se expresa o se concreta a través de la competencia por apropiarse de la renta petrolera. Y que, por ello, se afirma, que la lucha de clases es sustituida por una lucha de todos contra todos. Recuerdo ahora que yo, para explicarle a mis alumnos de la Universidad el problema de la distribución de la renta petrolera en nuestro país, utilizaba el símil  de la piñata y les decía que esta tradición popular es una diversión festiva que, además de brutal, es extremadamente injusta, pues da lugar a un reparto desproporcionado y muy irracional de golosinas y cotillones, pues en dicho juego, los niños más pequeños terminan casi siempre golpeados, víctimas del atropello de los mayores. Quedan llorando y con las manos vacías al final de esa, poco edificante, tradición popular.  

Algo similar ocurre en el caso de la distribución de la renta petrolera. ”El que tiene más saliva traga más harina”, dice la expresión popular. Efectivamente, la renta petrolera se reparte de una manera proporcional al poder de cada uno de los factores económicos que participan la disputa. También funciona aquello de que “el que parte y comparte, le toca (si no la mejor, al menos) una buena parte”. Un refrán que resulta útil para referirlo al papel de la burocracia gubernamental: “Yo no le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay”, dice descaradamente el funcionario vagabundo. Todas estas expresiones populares resultan ilustrativas para describir lo injusta  que ha sido históricamente la distribución de la renta petrolera en el país.

Sin embargo, en nuestra opinión, no se trata de una lucha de todos contra todos. Aunque no se observe a primera vista, en el reparto de la renta petrolera también funciona la lógica de la lucha de clases, pues la  pertenencia a una o a otra clase social, determina el mayor o menor poder económico, social y político. Lo que permite o impide, según el caso, resultar favorecido en el reparto. Es por ello que el capital transnacional, la oligarquía, la burguesía parasitaria, la burocracia, el poder civil y militar, la burocracia sindical, clerical u otra: Todas esas clases o capas sociales aventajadas, logran la mayor tajada en el reparto de la renta petrolera. En condiciones normales sólo hay miseria e injusticia para las clases proletarias o desposeídas.    

En Venezuela, esta última crisis ha sido catastrófica porque se ha unido “el hambre, con las ganas de comer”. En efecto, tratándose de un país rentista y de una política económica de corte paternalista, la especulación vino y se instaló. Todo conspiró desde un primer momento en favor de las compras nerviosas, los mercados negros, los mercados de vendedores, el  acaparamiento y la desviación de productos; el contrabando de extracción, el “bachaquerismo”, la corrupción de los funcionarios, la proliferación de las mafias, en fin, la perversión del mercado interno, el canibalismo económico, la súper-devaluación, la híper-inflación y, finalmente, la dolarización perversa de la economía. Es la manera que ha encontrado la burguesía parasitaria para reapropiarse la parte del león de la renta petrolera.      

Es importante aclarar que la muy difícil situación económica, social y política que vive Venezuela, no es una crisis del socialismo como alguna gente equivocadamente piensa. Lo que ocurre en nuestro país es la forma que adopta la crisis internacional del capitalismo en descomposición, en un país capitalista y rentista petrolero dirigido por un gobierno que se dice socialista. Todo lo cual ha convertido a Venezuela en un país agredido, asediado, económicamente bloqueado, sancionado, acosado por una campaña de descredito y satanización, atacado de forma implacable mediante una conspiración desestabilizadora adelantada por el imperialismo norteamericano con la complicidad de la mayoría de los países de la Unión Europea y apoyado por los países lacayos del imperio en  América Latina. Todo ello traidoramente apoyado por la burguesía parasitaria y los grupos y partidos de la ultraderecha venezolana.      

Y ¿cuáles han sido las consecuencias de la crisis económica? Sin incluir algo tan grave e impactante como las consecuencias económicas y sociales de las sanciones imperiales, atendiendo sólo a los efectos de la inflación y la devaluación de nuestro signo monetario, el resultado ha sido el evidente empobrecimiento general de la población, especialmente de los trabajadores asalariados y de los sectores medios, como por ejemplo, los pequeños productores del campo y la ciudad, los comerciantes de poco capital y la mayoría de los empleados del Estado, cuyas condiciones de vida y de trabajo habían mejorado durante los primeros años del gobierno bolivariano, pero que se han deteriorado gravemente como consecuencia de la perversión del mercado interno y del canibalismo económico, la inflación y la devaluación. Todas las ventajas iniciales se convirtieron en desventajas, situación agravada ahora en extremo por la dolarización impuesta de hecho por los poderes fácticos de la economía. Todo ello ha afectado al aparato productivo y a la actividad económica en general agravando la crisis.  

Por todo ello, hemos llegado a un punto en el que pareciera que la híper-inflación sólo puede ser doblegada mediante políticas liberales o neoliberales, quizás por ello han venido tomando cuerpo dentro del chavismo opiniones políticas que podrían considerarse centristas, moderadas y de derecha, las cuales auspician medidas que pretenden fomentar la producción concediendo estímulos y ventajas al capital, y de alguna manera, conteniendo la capacidad adquisitiva de la población, es decir, frenando el incremento de la demanda para contener los precios sin desestimular la producción, como plantean las propuestas neoliberales. De hecho, se han liberado los precios, se han eliminado subsidios, se ha flexibilizado el mercado de divisas y desde el gobierno se ha dado rienda suelta a la dolarización.

Sin embargo, el incremento de los precios no se ha detenido. Ya no se trata de aumentos de precios vinculados a la manipulación del tipo de cambio. Tampoco a un incremento de los costos. Hemos observado inflación en dólares. Se fijan precios que poco o nada tienen que ver con los costos de producción ni con precios internacionales. La especulación se mantiene como una característica de nuestro mercado interno. Las aberraciones comerciales han puesto en evidencia que la inflación opera como un tributo, como un descarado y arbitrario traslado de riqueza, como una vulgar expropiación de los más débiles en favor de los más poderosos. Se trata de  un robo que, a través de los precios y prevalidos de un mayor poder de mercado, perpetran los grandes, medianos y pequeños capitalistas dueños de las mercancías, contra los indefensos e impotentes consumidores.

Siendo así, y habiéndose demostrado la impotencia del Estado para controlar los precios y poner freno a los abusos y arbitrariedades de los poderes fácticos de la economía, a diferencia de las propuestas anti-populares de los neoliberales  ¿qué puede hacer el gobierno bolivariano para impedir o poner freno a la expropiación que están sufriendo los consumidores venezolanos, es decir, el pueblo trabajador? Visto el problema como ha sido expuesto, la única salida diferente a las propuestas neoliberales, tiene que orientarse hacia el fortalecimiento del poder popular y la democracia participativa y protagónica. En otras palabras, debemos convertir el movimiento popular organizado en una poderosa maquinaria defensora de los derechos e intereses de los consumidores. El pueblo oprimido no puede ni debe seguir esperándolo todo del Estado paternalista, debe organizarse y movilizarse en defensa de sus derechos e intereses. En este caso, defender su poder adquisitivo de la especulación y la manipulación arbitraria de los precios.  

Se trata de que, desde el movimiento popular organizado, mediante la coordinación de sus diferentes instancias organizativas (Consejos Productivos de Trabajadores; Comités Locales de Abastecimiento y Producción; Unidades de lucha Bolívar Chávez; sindicatos clasistas; comunas,  organizaciones de mujeres; organizaciones juveniles; las uniones de productores y artesanos,  cooperativas y muchas otras), mantengan actualizada una base de datos que contenga y relacione los precios de las mercancías con los costos de producción y con los niveles de ganancia de los capitalistas, todo ello para armar al pueblo trabajador y a los consumidores en general, para que puedan enfrentar la especulación y la manipulación de los precios, mediante boicots y otras medidas de presión. Consientes y organizados, armados de información y movilizados podremos doblegar la especulación y la inflación inducida.

Ello será todavía más fácil con el apoyo del gobierno bolivariano,  y, especialmente a través del influyente liderazgo de su Presidente Obrero Nicolás Maduro Moros. Mediante la activación, la movilización y la lucha del poder popular, los trabajadores venezolanos y el pueblo en su conjunto, deben sacudir su pasividad y actuar como consumidores en la defensa de su poder adquisitivo reducido sistemáticamente mediante la especulación que ha dominado el mercado interno venezolano. Los consumidores organizados somos más poderosos que los dueños de las mercancías. Los vendedores dependen más de los compradores que estos de aquellos. Si luchamos juntos, pueblo y gobierno, le torceremos el cuello a la especulación.

Una lucha como esta, particularmente si resulta exitosa, constituiría un gran salto adelante en la conciencia, la organización y el empoderamiento popular. Las condiciones son favorables. Internamente los operadores políticos de la oligarquía y de la burguesía parasitaria se encuentran derrotados y divididos. Pese a la crisis económica, usted, como Presidente de la República, como Comandante en Jefe  y como líder supremo de la Revolución Bolivariana, se encuentra invicto de múltiples batallas y está hoy fortalecido por el sólido apoyo de la mayoría del pueblo venezolano. Confíe en su pueblo, apele a su poder y a su capacidad de lucha. Además, otro aspecto favorable, es que vivimos momentos de un auge de masas mundial muy propicio para el cambio social global. El imperialismo se tambalea  y sus aliados a punto de estampida, dudan, paralizados por el miedo y la incertidumbre. 

Por la experiencia acumulada durante estos años, el pueblo venezolano está en condiciones de aportar su valiosa cuota de lucha para doblegar al capitalismo imperialista. En todo caso, la lucha que estamos proponiendo constituiría un entrenamiento, una preparación, un ensayo general de las luchas emancipadoras que nos esperan.   

Camarada Presidente:

Usted, como revolucionario, sabe muy bien que los pueblos aprenden de sus propias luchas, de manera especial cuando sus luchas son exitosas. Movilizándose y batallando por sus intereses, avanzan en conciencia, en organización y en acumulación de poder político y social. Un triunfo en una lucha tan importante y significativa como ésta, implicaría un extraordinario salto hacia adelante en la consolidación del poder popular y de la democracia participativa y protagónica. En nuestro favor tenemos la Constitución y muchas leyes realmente populares. Aprovechemos todas estas circunstancias favorables para lograr el único triunfo que le falta a su gobierno y a la revolución bolivariana: doblegar la guerra económica interna cuyas principales armas ofensivas son la especulación y la manipulación de los precios; un crimen contra el pueblo trabajador que perpetran impunemente los capitalistas y los comerciantes inescrupulosos,  especialmente los monopolios y oligopolios que mantienen un gran poder de mercado en nuestro país.

Tenemos la oportunidad. Lo que ocurre en el mundo también hace que el momento sea propicio. En efecto, todo parece indicar que, respecto al capitalismo imperialista norteamericano, se cumplirá la previsión del gran científico social alemán, fundador de la ciencia social moderna,  quien en el siglo XIX, pronosticó científicamente que los capitalistas más poderosos, atrapados en su ilimitada e incontrolable voracidad acumulativa, serían los sepultureros del capitalismo. Al parecer se aproxima el momento en que los pueblos del mundo, conscientes y organizados, puedan afincar su rodilla en el cuello del capitalismo imperialista, para que no pueda seguir respirando. Por nuestra parte, los venezolanos hemos elevado nuestra conciencia social y política y estamos suficientemente preparados para contribuir al derrumbe imperial sin que sus ruinas nos aplasten.       

Por su parte, los revolucionarios venezolanos, hoy dispersos y desorganizados, deben unirse y organizarse, para cumplir el deber de ponerse al frente o al lado del movimiento popular, no sólo para que logre salvarse como pueblo y salvar al país de la ofensiva de los poderes facticos de la economía (léase oligarquía, burguesía parasitaria y comerciantes especuladores), respaldados hasta el momento por el imperialismo y la ultraderecha latinoamericana y europea (cómplices de la cleptocracia que domina la economía occidental), sino que también es el momento de salvar al país y al pueblo venezolano de quienes pretenden derrocar al gobierno bolivariano para instaurar una dictadura fascista de ultraderecha o una “democracia” neoliberal tipo chilena, brasileña o colombiana.

Los venezolanos conscientes y organizados, ejerciendo la democracia participativa y protagónica establecida en nuestra Constitución y en nuestras leyes, podemos vencer a nuestros enemigos históricos y a nuestros explotadores de siempre, mediante la acción directa no violenta, es decir, pacíficamente. La más grande victoria del chavismo en Venezuela ha sido el haber logrado permanecer en el poder evitando la guerra civil y la guerra con Colombia que han pretendido provocar de mil maneras la ultraderecha venezolana y el imperialismo. Por ello tenemos la fuerza que nos proporciona esa experiencia, para avanzar en la profundización de la transformación anticapitalista y antimperialista sin recurrir a la violencia.  

Usted Presidente, tiene la capacidad política. Lo ha demostrado. Además tiene las dotes y la preparación teórica para ejercer un liderazgo histórico verdaderamente revolucionario. Confíe en su pueblo y conviértase en su guía para el gran cambio social global que se avecina. Exhórtelo a movilizarse y a asumir la tarea de defender sus derechos e intereses inmediatos y entrenarse así para la trascendental tarea  histórica: la gran transformación económica, social y humana que está planteada hoy en el mundo. Se trata de un cambio civilizatorio imprescindible para la sobre vivencia humana y por lo tanto indetenible. La Humanidad no se detendrá en el peldaño alcanzado. Lo que está ocurriendo en el mundo en este instante parece estar demostrando que durante este año 2020, profetizado por muchos como el momento del gran cambio, se dará inicio a la gran transformación anunciada y ansiosamente esperada.   
                                                                                                                    
Caracas, 14 de julio del 2020.

JMHG/chn.-           

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