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LA HUMANIDAD EN LA ENCRUCIJADA

 

Tres ensayos sobre el capitalismo

    

         LA HUMANIDAD EN LA ENCRUCIJADA

                                                                        I

    CAPITALISMO, SOBRE EXPLOTACIÓN Y SOBRE ACUMULACIÓN

                                                                                                  José Manuel Hermoso González

La Economía, tal como la conocemos, es decir, la economía positiva (clásica, o neo-clásica, liberal o neo-liberal); la que se enseña en Universidades; la que utilizan casi todos los gobiernos del mundo y sus Bancos Centrales, los banqueros privados, empresarios, expertos, analistas y periodistas; los organismos internacionales y los políticos de todas las tendencias. Esa Economía, no es una ciencia. Es un saber constituido por un conjunto de técnicas de recolección y análisis de datos. Es, en lo  fundamental, descriptiva. Se limita a hacer mediciones y diagnósticos formales.

La ciencia se caracteriza por ser una explicación racional de los fenómenos, los domina tanto, que puede prever, en la mayoría de los casos, su comportamiento. Por eso, cuando una persona va al médico, aunque el paciente no sea un científico, puede entender la explicación de este profesional referida a su dolencia y al comportamiento de su cuerpo. El médico puede pronosticar lo que va a ocurrir y, por eso, puede prescribir un tratamiento acertado y lograr la recuperación de la salud del paciente. Por ello, cualquier persona puede entender la explicación de un médico.

No ocurre así, en el caso de la Economía. En cualquiera de sus versiones o escuelas, los discursos económicos resultan incompresibles, poco certeros y poco útiles para la mayoría de los mortales. Ni los gobernantes, por muy poderosos que sean; ni los expertos que hablan desde organismos especializados; ni los más acreditados profesores de Economía de renombrados Institutos de Investigación, logran dar explicaciones  comprensibles para la mayoría de la gente. No logran ofrecer explicaciones a cuestiones específicas como la expansión o la contracción económica.

Ni entre ellos mismos, los economistas logran ponerse de acuerdo para emitir un diagnóstico y proponer por consenso soluciones adecuadas a los problemas. Tampoco los expertos de las instituciones especializadas logran prever acertadamente los fenómenos y mucho menos aún logran prevenir y evitar las crisis. Ni siquiera para los problemas más puntuales y sencillos.  En efecto, desde que existe el capitalismo, ningún gobierno del mundo, ningún organismo calificado, ningún equipo de expertos ha logrado prever y, menos aún, evitar las recurrentes crisis cíclicas.

Alguien afirmará que se debe a la complejidad de los fenómenos y a la multiplicidad de las causas. Podrá alegarse, a manera de excusa, que la economía es una ciencia de la conducta, y que es muy difícil o imposible prever las reacciones colectivas humanas. Que la vida social es muy dinámica y cambiante, que está en permanente evolución. Que hay conflictos de intereses. Que cada día surgen nuevos problemas que van requiriendo soluciones inéditas. Estos argumentos confirmarían nuestra afirmación de que la Economía mide y describe fenómenos que no logra explicar ni prever.

Sin embargo, desde el siglo XIX, cuando se abordó científicamente la Crítica a la Economía Política, existen herramientas teóricas y metodológicas que nos permiten aproximarnos a la comprensión de las contradicciones que caracterizan al capitalismo; categorías que explican los fenómenos y que nos permiten prever las periódicas e intermitentes crisis. Tanto que, desde el siglo XIX, han podido preverse, casi en detalle, las causas de estas crisis. Muchos rasgos fueron previstos con exactitud. Por ejemplo, la súper concentración de la riqueza  derivada de la sobreacumulación.

Pero, por ejemplo, nos preguntamos: ¿podemos acaso explicar y afrontar -partiendo de los aportes de la “Crítica a la Economía Política” el problema de la inflación (entendido como la tendencia sostenida y recurrente a la elevación del nivel general de precios), o un caso algo más grave, como  la hiperinflación que sufre Venezuela en los actuales momentos? ¿Cómo explicar el rol de los precios en el funcionamiento del capitalismo? Científicamente, ¿cómo se puede explicar el problema de los precios y de su función medular en la distribución de la riqueza?

A diferencia de la Economía positiva o burguesa, la “Economía Política Crítica” establece una clara diferenciación entre el “valor” y el “precio” de las mercancías. (Algo fundamental, como veremos). Y, se nos preguntará: ¿cuál es la importancia o utilidad que conlleva la distinción entre “valor” y “precio” para entender el papel que cumplen los precios en el problema de la distribución de la riqueza, en el sistema o modo de producción capitalista? ¿Qué tiene que ver la contradicción valor y precio, en el desarrollo de las crisis cíclicas que ha sufrido el capitalismo a lo largo de su historia?

Cualquier economista, aunque se trata de un experto, de un profesor,  de un investigador o de un especialista acreditado, se sorprenderá y se mostrará extrañado ante la afirmación de que el funcionamiento del capitalismo tiende estructuralmente a la deflación y coyunturalmente a la inflación, a la contracción y en algunos casos a la estanflación. Y, esta contradicción sistémica inherente, esencial al capitalismo, puede ser entendida explicándonos la contradictoria relación entre producción y distribución y entre el “valor” y el “precio” de las mercancías.

La Teoría del Valor Trabajo nos demuestra, que el “valor” de las mercancías se establece en (o se deriva del) proceso de producción y su “valor de cambio” o precio, se deriva o se establece en el proceso de distribución, y, ambos procesos constituyen una unidad dialéctica, una contradicción dinámica. En otras palabras, mantienen una estrecha interacción, condicionándose mutuamente. Sin embargo, a veces valor y precio se contraponen, aparecen como dos magnitudes diferentes e incluso, como si fuesen opuestas. Sin embargo, ello es aparente, pues constituyen una unidad.

Pero, ¿por qué afirmamos que el capitalismo es estructuralmente deflacionista, y que tiende por ello a una constante reducción, tanto del “valor” como de los “precios” de los productos del trabajo convertidos en mercancías. Todos sabemos que si algo caracteriza el desarrollo histórico de la humanidad es el desarrollo de las Fueras Productivas Sociales, es decir, el incremento constante de la capacidad productiva del trabajo humano. Dicho en otras palabras, el constante incremento de la productividad del trabajo.

También sabemos que el incremento de la productividad depende del desarrollo científico y tecnológico, es decir, del desarrollo del conocimiento científico aplicado a la producción. Es también del conocimiento de la mayoría de las personas que en el capitalismo, un sistema cuyo desarrollo está impulsado vigorosamente por el afán de lucro, permanentemente  el sistema económico estimula a su vez el desarrollo científico tecnológico pues el incremento de la productividad se traduce en un incremento de la riqueza.

El interés de lucro, la competencia económica y la voracidad acumulativa, características del sistema capitalista, estimulan e impulsan el incremento de la productividad y por tanto dinamizan el incesante desarrollo científico-tecnológico, el cual ha sido particularmente acelerado y cada vez más acelerado, desde que surgió el capitalismo hace cuatrocientos o quinientos años. Y ¿cuál es la consecuencia económica que se deriva directamente del incremento de la productividad? Que los productos requieren cada vez menos trabajo y se producen en un tiempo cada vez más reducido.

En otras palabras, que las mercancías producidas tienen un valor (o costo) cada vez menor, pues se producen en menos tiempo y con menos trabajadores. Por ello su valor económico es cada vez menor. El capitalista, dueño del proceso productivo y de la productividad, necesita cada vez menor número de trabajadores para producir lo mismo, o mucho más, en mucho menos tiempo. Y, ¿cuál es la consecuencia económica directa e inmediata de esta reducción del “valor” o costo de los productos del trabajo? He aquí la tendencia estructural a la reducción del valor de las mercancías.

Y, ¿por qué los precios de las mercancías no se reducen en la misma proporción y a la misma velocidad en que se reduce el valor de las mismas? He aquí el problema. He aquí la gran contradicción de la cual se deriva el conflicto medular del capitalismo. En efecto, a partir de la diferencia entre “valor” (o costo) y “valor de cambio” (o precio) de las mercancías, se explica, en lo fundamental, el funcionamiento y las principales contradicciones, conflictos y crisis cíclicas de sistema capitalista (Teoría del Valor, Teoría de la Plusvalía, de la Acumulación y de la Renta).

En el capitalismo, el constante incremento de la productividad (o elevación de la capacidad productiva del trabajo, derivada de desarrollo de la ciencia y la tecnología) conduce a la reducción del valor de las mercancías y, en consecuencia, a la tendencial reducción de los precios de todas las mercancías, constituye lo que hemos llamado la tendencia estructural o sistémica del valor (o costo) de los productos del trabajo. Ahora bien, cabría la pregunta por qué esta tendencia entra en contradicción con la tendencia coyuntural a contener o evitar la caída o reducción de los precios.

¿Cómo se explica que la tendencia estructural a la reducción del valor de las mercancías, no vaya acompañada, como sería lógico, de una tendencia a la reducción de los precios? En realidad si va acompañada. Lo que ocurre es que es contrarrestada intencionalmente por los dueños del proceso productivo y de las mercancías, es decir, los capitalistas, pues ellos tienen interés en reducir el “valor” o costo de las mercancías, pero, no les conviene, en la mayoría de los casos, la reducción de los precios (o “valor de cambio”), lo cual tratan de evitar de mil maneras.

En efecto, la competencia obliga a todos los capitalistas a tratar de producir la mayor cantidad de mercancías, en el menor tiempo posible y con la menor cantidad de trabajadores, es decir, al menor costo por unidad de producto, y cuando lo logra, en las primeras de cambio, tiende a aprovechar la ventaja que le depara el menor costo de sus productos, jugar con los precios para aumentar su cuota de mercado en la mayor medida posible y, en algunos casos de mucho éxito,  logra acaparar el mercado completo y convertir su empresa en un monopolio o en un oligopolio.

Sin embargo, el capitalista tiene que cuidarse de que su capacidad de producción, la cual, en el caso supuesto, se ha incrementado por el aumento de su productividad, no se vuelva contra sus intereses, pues como todos sabemos si el inunda el mercado con sus productos, es decir si el aumenta la oferta por encima de la demanda, los precios bajarán (deflación) y sus ganancia caerán en proporción a la caída de los precios, por eso todos los capitalistas exitosos, para defender su éxito deben conspirar contra la abundancia, es decir evitar la sobre producción.

Por todo ello, la economía capitalista es una economía de la escasez, estructuralmente opuesta a la abundancia, ya que el capitalismo es un sistema económico con una gran capacidad de producir riqueza, de generar abundancia, pero, al mismo tiempo, y de manera  contradictoria, necesita generar pobreza y escasez. La producción capitalista, como la esclavitud en sus mejores tiempos, es un modo de producción de una gran capacidad productiva, de una inmensa productividad, pero, ambos sistemas, carecen de una capacidad de distribución racional, y, por ello, se ahogan en su propia abundancia. Quedan atrapados en una economía de la escasez inducida, provocada.

Así puede entenderse la contradicción antagónica que existe entre el “Capital” y el “Trabajo”.  Un antagonismo histórico-económico, que enfrenta a los trabajadores asalariados contra los amos del “proceso productivo” es decir, de los medios de producción, de la productividad, instrumentos de trabajo, tecnología y dueños también de la “fuerza de trabajo” o “capacidad productiva del trabajo humano” convertida también en mercancía y adquirida (apropiada) por el capitalista a cambio de un salario. También son dueños de los productos del trabajo. He allí su poder. 

Cuando el capitalista logra reducir el costo de producción de sus mercancías, lo primero que hace es aprovechar el menor costo de sus productos, para así, jugando con los precios, apoderarse de la mayor cuota posible de mercado. De esta manera podría terminar desplazando a todos sus rivales, hasta llegar a monopolizar el mercado o por lo menos controlar una parte del mismo, compartida la torta con otros oligopolios. Dependiendo de la cuota de mercado que logre, pasa a otra fase, la de manipular los precios reduciendo la producción para controlar la oferta a su conveniencia.  

Y ¿cuáles son los resultados de este proceso? Lo primero: el incremento del desempleo, pues todos los capitalistas harán lo posible por reducir su plantilla. En segundo lugar, tratarán de vender a un precio lo más alto posible, mercancías que valen cada vez menos (inflando así los precios) de casi todas las mercancías. Y, para manipular los precios, reducirán la producción (produciendo muy por debajo de la capacidad instalada), para mantener o subir los precios generando escasez. Prefieren vender menos mercancías a un precio mayor que vender más mercancías a un menor precio, por eso, intencionalmente, restringen, frenan la producción.

Normalmente los capitalistas procuran la estabilidad de los precios. Prefieren evitar la inflación. Pero lo que tratan de evitar a toda costa es la deflación, la caída de los precios y, por otra parte, le temen al pleno empleo, porque  es otro fenómeno económico que atenta severamente contra los intereses del capitalista porque, al reducir la oferta de trabajo, favorece el incremento de los salarios, lo que presiona a la baja de las ganancias del capitalista. Por eso el capitalista queda atrapado en la contradicción de necesitar bajar el valor (costo) de los productos del trabajo, derivada del incremento de la productividad y por otra parte, el capitalista necesita impedir la caída de los precios (deflación), porque atenta contra sus intereses (su nivel de ganancias).

Por eso el capitalista utiliza todo su poder para contrarrestar la lógica tendencia a la reducción de los precios, derivada del hecho de que el capitalista hace todo lo posible por reducir el valor (o costo) de las mercancías, Y, cuando los capitalistas tienen el pleno control del Estado y los gobiernos se someten totalmente a sus dictados (gobiernos neo-liberales), logran evitar la inflación pues no requieren aumentar descontroladamente los precios para mantener o mejorar su nivel de ganancia. Lo logran, reduciendo el valor o costo de los productos (congelando los salarios o reduciendo lo que pagan en salarios, despidiendo trabajadores y precarizando la relación de trabajo (desmejorando sus condiciones de vida y de trabajo).

Y, en el mercado ¿Qué ocurre con los precios de los productos que ahora valen menos? Llegados a este punto, nos topamos con un aspecto clave para comprender el problema. En efecto, los salarios y los precios constituyen una unidad dialéctica, son los dos polos de una contradicción. El salario baja, si los precios suben. Si alguien puede entender la contradictoria unidad entre precios y salarios, es el pueblo venezolano, por la experiencia de los últimos años. Sabemos que el salario que se nos aumenta por un decreto presidencial, los capitalistas nos lo reducen de manera inmediata, aumentando los precios. Y, a veces antes de aumentar el salario, Demasiado claro. Lo comprende un niño.

El otro asunto clave es la contradicción “valor-precio” de las mercancías. Otras dos categorías que también conforman una unidad dialéctica, es decir, que son los polos de una contradicción. Ya hemos visto por qué el valor de los productos del trabajo, estructural e históricamente, tiende siempre, salvo excepciones, a disminuir, eso, en la medida que se incrementa la productividad; en que se desarrollan la ciencia y la tecnología, es  decir, cuando crecen las Fuerzas Productiva en el mundo. Por ello, en los actuales momentos el valor de las mercancías tiende a cero.

Tiende a cero, dado el nivel de desarrollo  de las Fuerzas Productivas, del avance de la Ciencia y la Tecnología, y, por consiguiente de la productividad (Robotización, inteligencia artificial, ingeniería genética, etc.); por ello, la mercancía “fuerza humana de trabajo”, es decir, el trabajo asalariado, es cada día menos necesario para la producción. Y, en esa misma medida, el valor de las mercancías tiene a cero. Esto no es nuevo, ha ocurrido siempre; lo nuevo es que este  fenómeno es cada día más pronunciado. Las mercancías valen cada vez menos y el trabajo asalariado resulta cada vez menos necesario.

En otras palabras, históricamente, estructuralmente, el valor o costo de las mercancías siempre ha estado decreciendo. El capitalismo ha tendido siempre a la deflación, a la reducción de los costos y por lo tanto e los precios, arrastrados, por la caída estructural de los valores (costos), ya que, tendencialmente, los precios siguen al valor o costo de las mercancías. Por eso la deflación ha sido como un fantasma, toda una pesadilla perenne para los capitalistas, que han debido hacer, siempre, en todas la épocas, infinidad de maniobras macro y microeconómicas para contrarrestar esta tendencia provocada por ellos mismos, es decir, para impedir la caída de los precios.

Sin embargo, las tercas crisis cíclicas, es decir, la contracción de la economía, la caída de la demanda y las recurrentes depresiones, siguen reapareciendo en diferentes momentos y lugares. Los capitalistas y sus operadores políticos han ido aprendiendo a prevenir las crisis, a impedirlas, a superarlas, y, en algunos casos, a trasladar los peores efectos de las mismas hacia los países más débiles o hacia los sectores económicos más vulnerables. En eso son verdaderos expertos. Por eso hemos dicho que, coyunturalmente, los precios se mantienen sostenidos para impedir su caída.

 

                                                                                II

                                                 LA HUMANIDAD EN LA ENCRUCIJADA[JM1] 

                                                                                                               José Manuel Hermoso González

                                                                                                                                             Para Toto y para todos los           .                                                                                                                                      jóvenes de su generación.

I.-  EL CAPITALISMO EN CRISIS: ¿AL BORDE DEL COLAPSO Y EL CAOS?

Hijo: he sabido que tú has preguntado por las posibilidades de que se produzca un cambio social radical que haga posible un mundo mejor, más justo, más racional y solidario. Yo te respondo que no solo es posible y necesario, sino que es seguro que se producirá. No tengo la seguridad de que voy a llegar a verlo, pero estoy seguro de que tu si lo verás.   

La Humanidad se encuentra en una encrucijada. O damos un gran salto hacia adelante o podríamos desaparecer, autodestruirnos. ¿Los humanos somos una especie en proceso de extinción? ¿Se trata de un proceso irreversible? Lo cierto es que lo único que podemos y debemos hacer, sensatamente, es trabajar para que no ocurra lo que parece inminente. 

Por nuestra parte somos optimistas. Tenemos la convicción de que el ser humano dará un salto hacia adelante, que se transformará para salvarse y logrará sobrevivir. ¿Optimismo ingenuo? ¿Simplicidad? ¿Trivialidad? No. Nuestra convicción se basa en la Ciencia; en la Crítica de la Economía; en una visión de la Historia y la Sociedad. Está fundamentada.

Tenemos en este momento todas las posibilidades de cambiar, ya que, hemos desarrollado fuerzas productivas con una capacidad de transformación que se pierde de vista. En efecto, la productividad, basada en el desarrollo científico-tecnológico, crece vertiginosamente. Tanto que -gráficamente- puede expresarse como una curva que asciende en vertical.

La Civilización Patriarcal y el capitalismo, actual modo de producir y distribuir las riquezas (último modelo de acumulación, de expropiación, de opresión económico-social), han perdido su viabilidad. Hoy por hoy, son obsoletos. Ya los poderosos no son capaces de mantener su dominación sobre la mujer, ni sobre mayoría de la población del planeta.  

Hay un auge de masas internacional. Los pueblos del mundo han dicho basta y están dando muestras de haber perdido la paciencia; hacen ver que no están dispuestos a continuar soportando la actual dominación. Los pueblos se rebelan, en la forma, contra sus gobiernos, en el fondo, contra el despotismo de las élites que controlan la riqueza mundial.  

El mayor poder de dominación que habían tenido en sus manos las élites durante la secular Civilización Patriarcal, había sido el miedo, basado en la ignorancia. El dominio del saber, del conocimiento; el manejo de la información, les ha permitido mantener en la sumisión a los oprimidos, manipulándolos ideológicamente. Eso parece estar llegando a su fin.

En la actual sociedad de la información y del conocimiento, gracias al veloz desarrollo y democratización de las TIC, el viejo poder imperial (basado en la desinformación, en la ignorancia, y en la manipulación ideológica) pierde cada día más terreno. Es evidente que el conocimiento y la información tienden a generalizarse y democratizarse cada día más.

La base fundamental de sustentación del actual régimen de producción es el trabajo asalariado, y, el nivel de ganancia depende, por un lado, de la proporción de valor agregado se incorpora a la mercancía en el proceso de producción. Por otro lado, de la forma en que el valor se reparte entre trabajador (salario) y capitalista (plusvalía). Sin trabajo asalariado no hay capitalismo.

Pero, ocurre ahora que en el proceso de producción se incorpora cada vez menos valor; las mercancías producidas tienen cada vez menos valor, aunque requieran la misma o mayor inversión y que, por ello, el capitalista tiende a obtener cada vez menos ganancia en proporción a la inversión requerida. (Tendencia decreciente de la tasa de ganancia).

La manera en que el capitalista contrarresta esas tendencias para obtener mayor beneficio, es, arremetiendo contra el consumidor mediante la manipulación de los precios, vendiendo al mismo precio lo que tiene menos valor (inflación indirecta o invisible), o,  prevalido de su poder de mercado, vendiéndolas a un precio mayor (inflación directa).

Estas tendencias traen como consecuencia que el trabajo asalariado sea cada vez menos necesario y cada vez menos rentable para el capitalista. Por ello, el capitalista para poder mantener sus ganancias y privilegios, apela a la manipulación del poder, al fraude y a la trampa; a la acumulación delictiva de capital, incluso a la violencia y a la guerra.

El capitalista ha tenido siempre dos formas de elevar o mantener su ganancia: en el proceso de producción, logrando ventajas respecto a la apropiación del valor agregado distribuido a través de la puja “salario-plusvalía” (A mayor salario menor plusvalía).Y otra, sacando esa ganancia del bolsillo del consumidor a través de los precios en el proceso de distribución.

Esta contradicción económica y social se dirime en el terreno de la lucha de clases. Se trata de la puja por la distribución de la riqueza que se da en el terreno vital y cotidiano de lo microeconómico. Una contradicción marcada por el hecho de que, mientras los trabajadores son más productivos resultan más explotados y empobrecidos. Veamos por qué.

El capitalismo se caracteriza por el hecho de que la productividad avanza como la ciencia, o como crece el conocimiento y el saber popular; Es decir, la ciencia y la tecnología y con ello la productividad, se incrementan como resultado de un esfuerzo múltiple, histórico, social, derivado de un una labor individual y colectiva generalmente anónima.

Sin embargo, en el capitalismo, la productividad, pese a ser un producto social, colectivo, no beneficia a la sociedad que la hace avanzar. En efecto, mediante ese incremento de la productividad que reduce el esfuerzo de los trabajadores, que producen más en menos tiempo, invirtiendo menos fuerza humana de trabajo, no se logra un beneficio social. 

En efecto, aunque el aumento de la capacidad productiva del trabajo es un proceso social, ello no se traduce en beneficio para los trabajadores, ni en beneficio de la sociedad en su conjunto. No mejoran las condiciones de vida y de trabajo, ni en el sector específico de la economía en el cual se incrementa la productividad, ni en la sociedad en su conjunto.

Por el contrario, aumenta el desempleo, se mantienen o se reducen los salarios de los que conservan sus empleos; no se reduce la jornada de trabajo ni aumentan los salarios en la misma proporción en que crece la productividad. Las cifras indican que en todos los países del mundo se viene reduciendo la participación de los trabajadores en la riqueza producida.

Los beneficios del incremento de la productividad no se colectivizan, por el contrario se privatizan cada vez más, ya que, en la medida en que los trabajadores son más productivos, reciben una proporción cada vez menor de lo producido, porque la riqueza se concentra más y más, consecuencia inevitable de la dinámica propia del capital. 

Esta tendencia a la concentración del capital y al empobrecimiento de la mayoría de la población trabajadora, atrapa al capitalista en la disyuntiva, por una parte, de verse forzado a crear escasez, de producir menos, de frenar la producción, elevando la capacidad ociosa de su empresa, para evitar la caída de los precios y la reducción de su nivel ganancia.  

Esta “salida” no es para él una panacea, pues tiende a reducir la demanda de bienes y servicios, a contraer la economía y por tanto a la caída de las ventas; caída de los precios; reducción de las ganancias; caída de la producción y aumento del desempleo. En fin, se logra evitar la crisis de sobre producción pero se provoca la contracción de la economía.

Los capitalistas se pisan la manguera, pues esta contradictoria dinámica que genera riqueza y pobreza, que crea riqueza pero la concentra tanto que conspira contra su propios intereses pues aumenta su capacidad de producir mercancías más baratas pero al verse obligados todos a crear escasez, a reducir la demanda, es decir, aumenta la capacidad de producir, pero disminuye la cantidad de potenciales compradores de los producido.

Este cuello de botella lo resolvieron en su momento los grandes capitalistas de los países más desarrollados, saliendo de sus fronteras nacionales. Mediante la creación de empresas multinacionales que se expandieron por el mundo en busca de mercados para sus productos excedentarios y, al mismo tiempo buscando materias primas baratas para sus industrias.

De esa manera aliviaron el problema en los países más desarrollados, porque trasladaron las contradicciones, es decir el empobrecimiento de las mayorías, hacia los países del llamado Tercer Mundo, sin embargo hemos llegado al punto de que el mundo se le ha hecho pequeño al capital transnacional, tanto que la oligarquía europeo/norteamericana, habiendo empobrecido hasta más no poder a ese Tercer Mundo, se vuelve ahora contra su propio pueblo.

La pobreza no deja de crecer en los Estados Unidos y ha comenzado a crecer en Europa, las contradicciones sociales se agudizan. El capitalismo imperialista occidental está perdiendo su hegemonía y ya los EEUU aunque tienen el mayor presupuesto militar del mundo, no son el país más poderoso ni tecnológicamente, ni económicamente, ni política ni militarmente. Esta pasando rápidamente a convertirse en un país dependiente. Tanto que sin exagerar puede hablarse hoy de una “tercermundización” de “el Coloso del Norte” convertido en un gigante con los pies de barro.

El previsible derrumbe, el colapso de la economía norteamericana y europea, abrirá una situación revolucionaria en los Estados Unidos, en América Latina, en el mundo occidental en general y en parte del llamado Tercer Mundo. En otras palabras, creará las condiciones para un cambio social global, radical, integral, internacional e internacionalista. ¿Dará entonces la Humanidad un gran salto adelante o se hundirá en un caos autodestructivo?

 

II.- MISERIA Y ESCASEZ EN UN MUNDO DE RIQUEZA Y ABUNDANCIA

Ahora bien, antes de abordar el problema de la inflación, debemos preguntarnos acerca de lo que ocurre en este momento en el mundo. Debemos formularnos interrogantes tales como: ¿cómo se explica la crisis el capitalismo mundial?, ¿cuáles son sus causas?, ¿cuáles son sus características? Intentaremos entonces, al responder estas interrogantes, echar una mirada, aunque sea somera, a las causas de la crisis económica que afecta al sistema capitalista mundial, identificando sus principales e insuperables contradicciones.

La gran contradicción y causa última de la crisis consiste en que vivimos en un mundo caracterizado por una abundancia económica atrapada en una forzosa pero generalizada pobreza. Una trampa que mantiene a la humanidad sumida en calamidades que nos mantienen al borde de la autodestrucción: contradicciones económicas, sociales, políticas y culturales: la opresión, la corrupción, el conflicto social, la delincuencia, la inestabilidad e ingobernabilidad; la violencia, el desequilibrio ecológico y la guerra.   

Y ¿en qué consiste esta contradicción? Como consecuencia del desarrollo científico-tecnológico aplicado al aumento de la productividad, la capacidad productiva del trabajo humano no ha dejado de incrementarse, lo que significa que día a día se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario (H/H),  por lo que los productos se fabrican a un costo cada vez menor. Se produce más, en el mismo o menor tiempo. En otras palabras, los productos del trabajo contienen cada vez menos valor, son menos costosos, más baratos.

H/H = Horas/hombre

Sin embargo, esta indiscutible ventaja social y humana, no se traduce en beneficios para los asalariados ni para la sociedad en su conjunto, pues, si el valor de los productos es cada vez menor, debería ser menor el precio de las mercancías. También podrían aumentar los salarios, y, al mismo tiempo, podría reducirse la jornada de trabajo. Pero, todos sabemos que no ocurre así. Por el contrario, más que beneficios, el incremento de la productividad trae consecuencias negativas para los trabadores y para la sociedad en su conjunto. Veamos por qué.

Todos sabemos que el aumento de la productividad a lo que conduce es al incremento de la capacidad ociosa, al desempleo de hombres y de máquinas, y, por tanto a la contracción de la demanda; y, además, al no permitir que la reducción del valor se traduzca en una reducción de los precios, impulsa la crisis de sobre producción relativa y provoca la caída de la tasa de ganancia como tendencia irreversible de la acumulación capitalista. En otras palabras a la reducción -como veremos- de la ganancia por unidad monetaria invertida.

Y se traduce en todas estas perversiones debido a que la productividad no está al servicio de los trabajadores ni de la sociedad. Aunque la productividad, como el desarrollo científico-tecnológico constituye un bien social producido por todos los seres humanos a lo largo de la historia, sin embargo, en el capitalismo, siendo un bien objeto de apropiación privada adquirido por el capitalista, es puesto a su exclusivo servicio. En otras palabras, es utilizado con finalidad única de lograr la mayor ganancia (o plusvalía) posible.

Estas tendencias propias de la acumulación capitalista, se traducen en un agravamiento de los conflictos sociales. El capital financiero se hace cada vez más fraudulento y expoliador; el capital industrial huye hacia inversiones de carácter improductivo y especulativo; la conducta de los capitalistas se hace cada vez más delincuencial; se incrementan las inversiones de dudosa legalidad, y, a través de la complicidad de gobiernos sumisos, se impulsan reformas legales cada vez más lesivas a los derechos de los trabajadores.

Todo ello determina que el capital se concentre cada vez más en menos manos. Que se haga cada vez más monopólico, improductivo y especulativo. Lo que incrementa el empobrecimiento de la mayoría de la población del planeta y agrava la crisis de sobre-producción relativa, al reducir el poder adquisitivo de los trabajadores asalariados, agravando las tendencias hacia la contracción, hacia la crisis, hacia la depresión económica y al aumento de los conflictos sociales, a la violencia, a la inestabilidad política y a las guerras.

Por otra parte, hay que destacar que en su fase actual, el capitalismo, como hemos dicho, se convierte en un sistema delincuencial, en el cual los capitalistas están cada vez más inclinados a adoptar conductas ilegales o abiertamente delictivas. Todo ello, en su necesidad de contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, caída impulsada por la proporción que va adoptando una composición orgánica del capital (1) cada vez más centrada en el trabajo muerto, es decir, cada vez menos basada en el trabajo vivo,única actividad humana que produce valor.

(1)    La composición orgánica del capital viene dada por la proporción que se establece entre el monto de lo que invierte el capitalista en maquinarias y equipos para el incremento de la productividad (trabajo muerto) y lo que invierte en salarios y otros beneficios para los trabajadores (trabajo vivo).  La tendencia histórica del capitalismo es a que se eleve cada vez más la proporción de lo que se invierte en capital constante (maquinarias y equipos, es decir, trabajo muerto), y a que se reduzca cada vez más lo que se invierte en fuerza de trabajo (salarios y otras prestaciones, es decir, trabajo vivo). Esta tendencia de la composición orgánica del capital determina la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.

 

 

III.-  FIN DEL CAPITALISMO O CÓMO MATAR A LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

El sistema capitalista aparece como un régimen de producción de mercancías, pero al estudiarlo atentamente nos percatamos de que es un régimen de producción de plusvalía, y, observado como mayor precisión, descubrimos que se trata de un régimen de acumulación de plusvalía, y, por consiguiente, de un sistema económico que tiende por su propia dinámica a concentrar en pocas manos toda la riqueza que se produce en el mundo y, por consiguiente, a empobrecer cada vez más a la población trabajadora de todo el planeta.

 

El capitalismo es por lo tanto un régimen de expropiación de la mayoría de la población asalariada que produce la riqueza, en favor de una minoría integrada por potentados que se apropian todo el excedente producido. Como veremos, esta expropiación se concreta en dos grandes ámbitos que funcionan estrechamente articulados como los dos brazos de un mismo cuerpo: la producción y la distribución. Esos dos ámbitos se caracterizan porque en ambos impera el intercambio de mercancías y servicios, a través del dinero que lo domina todo.

 

Todo funciona como un inmenso sistema de trueque indirecto realizado a través del dinero que actúa como equivalente general de valor de todas las mercancías. Se trata de un intercambio regulado por los precios, encargados de expresar en dinero el siempre relativo valor de cambio de las mercancías. El dinero también es una mercancía, pero no una  mercancía cualquiera. El dinero es el rey de las mercancías. Todas las demás mercancías bailan a su alrededor y procuran sus favores, todas quieren atraerlo. El dinero es, además, el vocero de las mercancías, habla por ellas, fija su precio y les atribuye valor.

 

El dinero es una de las dos mercancías claves, fundamentales respecto a la manera en que funciona el régimen de producción capitalista. Dos mercancías que constituyen dos grandes paradojas, dadas las funciones que cumplen y la importancia y el valor que se les atribuye. En cuanto al dinero, la gran paradoja consiste en que es la mercancía que contiene menos valor porque es sólo un signo, un símbolo del valor, y sin embargo los seres humanos le atribuimos un gran valor y le damos, además, la mayor importancia al papel que cumple.

 

Originalmente lo que existió fue un intercambio de mercancías por mercancías en forma de trueque. A medida que el comercio creció y se generalizó, para facilitar el intercambio, fue necesario que surgiera una mercancía que hiciera las veces de equivalente de valor de todas las demás. Primero  fueron los metales preciosos y de su monetización surgió el dinero, que fue en principio sólo un medio de pago, para convertirse luego en medio de atesoramiento y finalmente en un medio de reproducción y acumulación, es decir, en capital.

 

Hoy el dinero es un pedazo de papel, un asiento contable, un título valor de un sistema financiero, y ahora un dato virtual, es decir un bit (un si o un no) en el mundo virtual llamado Cyber/espacio. Sin embargo, ese símbolo, ese signo monetario, desde que existe, gobierna al mundo. Ha venido dominando la vida de los seres humanos y es la causa de dramas y tragedias, de conflictos sociales y de guerras. Tanto es así, que el dios-dinero puede considerarse el rey de la economía capitalista, pues todo gira alrededor de la lucha por obtenerlo y acumularlo en cantidades cada vez mayores.

 

La otra gran paradoja, es decir, la otra gran mercancía clave, fundamental para el funcionamiento del capitalismo, es la mercancía “fuerza de trabajo” contenida en el cuerpo, el cerebro, la mente, las manos y los brazos de los trabajadores, quienes se ven obligados a venderla al capitalista a cambio de un salario. Es la mercancía más importante de todas, pues es la única que produce valor, la única que es capaz de reproducir su valor y crear un valor que antes no existía.

 

Es una gran paradoja el hecho de que la “fuerza de trabajo”, siendo la única mercancía que produce valor, sea la única cuyo vendedor  no puede fijarle el precio, sino que su precio (el salario), es fijado por el comprador (el capitalista). Así, la mercancía más valiosa de todas, es la única mercancía cuyo precio tiende siempre a la baja. La mercancía de los huevos de oro es, por tanto, vendida a precio de gallina flaca; es decir, a un precio cada vez más envilecido. Ni siquiera sus propietarios (los trabajadores) la valoran y la defienden. La indefensión ante la inflación es una prueba de ello.

 

Así, la fuerza de trabajo es constantemente devaluada. A medida que crece la productividad; a medida que el trabajador produce más en menos tiempo, se reduce más y más la proporción de la parte del producto de su trabajo que recibe como salario. Dicho de otra manera, el trabajador reproduce su salario en una fracción de tiempo cada vez menor, al disminuir la parte de la jornada durante la cual trabaja para reponer su salario, y alargarse la parte de la jornada durante la cual trabaja gratuitamente para el capitalista.

 

En otras palabras, mientras los trabajadores como clase social, son cada vez más productivos, resultan cada vez más explotados, es decir, enriquecen cada vez más a los capitalistas y se empobrecen cada vez más como clase social, y, al mismo tiempo se hacen cada vez menos necesarios, pues, a medida que avanza la tecnología y como consecuencia de ello, aumenta la productividad, van siendo sustituidos por medios de producción cada vez más automatizados.

 

Por otra parte, el precio de la mercancía fuerza de trabajo tiende constantemente a la baja, pues el incremento de la productividad se traduce en un aumento del desempleo, lo que determina a su vez una mayor oferta que crea una abundancia relativa, y, la relativa reducción de la demanda en el mercado de trabajo, presiona a la baja de los salarios, que es el precio de la fuerza de trabajo. Ello explica que los capitalistas consideren dañino el pleno empleo y lo contrarresten incrementando los precios (inflación). Expliquémonos.

 

Veamos cómo se concreta la expropiación en el ámbito de la producción. El capital, es decir, la cantidad de dinero que constituye la inversión, domina todo el proceso de producción-valorización. Con ese monto el capitalista adquiere los medios de producción (maquinarias, equipos y materias primas) y también, la más valiosa de todas las mercancías, la única que produce valor: la mercancía fuerza de trabajo. Como hemos dicho, el capitalista la compra a cambio de un salario, que es su precio en el mercado.

 

Ahora bien, sabemos que el proceso de producción capitalista es al mismo tiempo un proceso de valorización. Lo que entra al proceso como materia prima, sale con un valor agregado. El producto contiene un valor agregado por determinada cantidad de trabajo (horas/hombre invertidas). En consecuencia, aparece un nuevo valor, un valor que antes no existía, un valor que no contenían las mercancías adquiridas por el capitalista, es decir, un valor aportado exclusivamente por el trabajo, pues los otros factores, si es cierto que transfieren valor, en ese caso se trata de un valor que existía previamente.

 

La explotación consiste en que el trabajador (verdadero productor) es expropiado de la riqueza que ha producido. Al igual que el esclavo en la Antigüedad o el siervo en la Edad Media, el trabajador no es el dueño del producto de su trabajo, solo recibe, en forma de salario, una mínima parte del valor que ha producido, una parte cada vez menor (ver la reducción de su poder adquisitivo), mientras que el capitalista, al tener la sartén por el mango se queda con la parte del león de la nueva riqueza. Repone el capital invertido y obtiene una ganancia o plusvalía. Se apropia del excedente producido.

 

Es decir, el capitalista invierte su capital en locales, instalaciones, herramientas, maquinarias y equipos, paquetes tecnológicos, materias primas y otros medios de producción (capital constante) y, por otra parte invierte su capital en salarios y demás prestaciones y beneficios para el trabajador (capital variable) y, del proceso de producción-valorización obtiene productos que contienen un valor agregado por el trabajo. Con el ingreso recibido por la venta de esos productos (valores-mercancías), el capitalista repone el capital invertido y obtiene además una ganancia (plusvalía).

 

La parte del nuevo valor producido que recibe el trabajador en forma de salario nada tiene que ver con el VALOR de la “fuerza de trabajo” consiste únicamente en su PRECIO en el mercado de trabajo, cuyo monto está determinado por el mercado, es decir, por la oferta y la demanda de trabajo e influido a su vez por el precios de los bienes y servicios necesarios para la manutención de los trabajadores en un momento dado. El VALOR de la “fuerza de trabajo”, como seudo-mercancía o mercancía sui generis, se determina de otra manera.

 

En efecto, al contrario de todas las demás mercancías cuyo Valor tiende a disminuir, (porque -como hemos dicho- contienen cada vez menos trabajo por producirse en un tiempo cada vez menor), en el caso de la seudo-mercancía o mercancía sui generis (2) “fuerza de trabajo”, su VALOR tiende a ser cada vez mayor, no así su PRECIO, el cual, como hemos demostrado, tiende a la baja. Y, ¿cómo se mide el valor de la fuerza de trabajo? En nuestra opinión debe medirse por su capacidad productiva, la cual, como hemos dicho, es siempre creciente, debido al incremento siempre en ascenso de la productividad. (3).

(1)      La fuerza de trabajo es una “mercancía” en el sentido de que se vende como cualquier otra mercancía mediante un precio (el salario) sometido a la ley de la oferta y la demanda. Pero es una seudo-mercancía o mercancía sui generis, porque (como la tierra, el dinero, el conocimiento, los recursos naturales, las habilidades artísticas o deportivas, por ejemplo), cuyo valor no está determinado “por el trabajo contenido en la mercancía”, ya que, NO SON producto del trabajo, y por lo tanto su valor no puede ser medido en tiempo de trabajo socialmente necesario (u Horas/Hombre), como si ocurre con todas las demás mercancías. Por otra parte, nos parece absurdo pretender medir el VALOR de la mercancía “fuerza de trabajo” calculando el tiempo de trabajo contenido en los bienes y servicios destinados a la manutención del trabajador, una magnitud “intuitu personae” es decir, absolutamente diferente de una persona a otra (como la huella digital). Una cantidad, absolutamente incalculable. Así no se puede medir el valor de la mercancía fuerza de trabajo, y, mucho menos, su precio (salario), el cual es el resultado de la oferta y la demanda en el mercado de trabajo, en un momento dado.

 

(2)      Si el trabajador es más productivo, debería recibir un salario más elevado. Sin embargo, es obvio que en el capitalismo nunca se valora el trabajo. Sabemos que el capitalista lo que paga por la mercancía “fuerza de trabajo” es un monto que, como hemos dicho, representa una fracción cada vez menor de la riqueza producida por el trabajador, pues en el capitalismo, el incremento del valor agregado por el trabajo, solo contribuye a elevar la plusvalía o ganancia que se apropia íntegramente el capitalista. Mientras más productivos sean, los trabajadores son cada vez más explotados y, al mismo tiempo, cada vez menos necesarios. El precio de su mercancía “fuerza de trabajo” es cada vez menor en el mercado.

 

(3)      Su suerte no podría ser peor, pues, de paso, los trabajadores son cada vez menos numerosos y por lo tanto, tienen cada vez    .  menor poder de negociación. .

Pero allí no se detiene la expoliación. La injusticia se agrava por la nueva expropiación que sufren los trabajadores en el ámbito de la distribución. Tanto el trabajador asalariado como el independiente, fuera del lugar de trabajo sufren otra explotación, otra expoliación, otra expropiación. En efecto, todos los trabajadores acuden al mercado capitalista, como consumidores, a adquirir las mercancías  que ellos mismos han producido como trabajadores en las empresas donde laboran.

 

Y ¿qué ocurre ahora? Aparece una suerte de aspiradora de riqueza que opera a través de los precios, fijados a conveniencia y en favor de los vendedores de mercancías (los cuales son directa o indirectamente los mismos capitalistas, dueños del proceso productivo), unos precios que se fijan totalmente en favor o al servicio de la voracidad acumulativa propia del capitalismo.

 

Bien sabemos que, en su condición de poderes fácticos, los poseedores de mercancías (en la mayoría de los casos consorcios monopólicos con un gran poder de mercado), mediante la manipulación de los precios, pueden expropiar y expoliar nuevamente al trabajador y a los consumidores en general. Es decir, pueden reducir de hecho los salarios, pues al aumentar los precios de las mercancías y servicios, reducen el poder adquisitivo de los salarios y otros ingresos no salariales, y, de esta manera, los capitalistas aumentan aún más las ganancias que obtuvieron en el ámbito de la producción.

IV. INFLACIÓN: LA PEOR FORMA DE EXPROPIACIÓN Y EXPOLIACIÓN

La inflación es una terrible plaga económica que ha surgido y resurgido desde la antigüedad hasta el presente, provocando siempre y en todo lugar dramas y tragedias de grandes proporciones (hambrunas, conflictos sociales y conflagraciones). Por ejemplo, y para citar sólo algunos casos: estuvo entre las causas de la caída de la Primera República en Venezuela (1812); facilitó (República de Weimar) el ascenso del nazi-fascismo en Alemania (1933); contribuyó a la caída de la Unidad Popular en Chile (1973); provocó desastres sociales en la Argentina a finales del siglo XX y está descalabrando la economía venezolana de hoy.

 

Todo lo planteado en el punto III referido al funcionamiento del sistema capitalista, nos sirve de base para explicar el fenómeno de la inflación. Comencemos por recordar que hay dos formas de provocar una escasez que permita subir los precios o mantenerlos al nivel impidiendo que bajen. Ellos son: a) reducir la cantidad de mercancías, es decir, disminuir la oferta, o,  b) reducir la capacidad adquisitiva de los consumidores (disminuir la demanda). Reduciendo la cantidad de bienes (oferta), o limitando la cantidad de dinero en manos de los consumidores (demanda), se crea la procurada escasez relativa.

 

Pero, intentando una mayor compresión del problema, antes de referirnos a la inflación nos preguntamos en primer lugar ¿qué son los precios? Ya vimos que el valor de los productos del trabajo se forma en el proceso de producción-valorización y constituye un proceso (que define su costo, medido por la cantidad de trabajo contenido en el producto (H/H); mientras  que los precios se establecen en otro ámbito: en el terreno de la distribución y dependen de la abundancia o la escasez de los valores-mercancías, es decir, depende de la relación oferta-demanda.

 

El mayor o menor precio depende de la escasez o la abundancia de la mercancía. A mayor escasez, mayor precio, a mayor abundancia, menor precio. Por eso a los capitalistas no les conviene que las mercancías abunden pues si los precios bajan, serán menores sus ganancias. Por eso, en vez de aumentar la producción y reducir los precios, cuando logran aumentar la productividad, deciden subutilizar sus máquinas, despedir trabajadores y frenar la producción para que no bajen los precios, ni, como consecuencia de ello, bajen (o bajen lo menos posible) sus ganancias.

 

Necesitan impedir la abundancia de sus mercancías, es decir, mantener la escasez relativa, con el objetivo de mantener los precios o elevarlos lo más alto posible, y así, aumentar sus ganancias, tanto como se lo permitan las condiciones imperantes. Es decir,  a través de los precios y mediante la escasez relativa manipulada a su antojo por los poseedores de las mercancías, se hace posible otra forma de concentración de la riqueza en favor de los capitalistas y en contra de los consumidores. Los capitalistas prefieren producir menos a mayores precios. Así ganan más.

 

Como bien sabemos, desde que existen las mercancías, el intercambio comercial y el dinero, los productos del trabajo dejaron de estar destinados a satisfacer necesidades humanas como valores de uso, para convertirse en valores de cambio, es decir, en un medio de obtener un beneficio económico para sus vendedores, en un instrumento de atesoramiento, de acumulación de riqueza al servicio de egoísmo humano, y, por ello mismo, en un medio de extracción de la riqueza producida por otros. La toxicidad que caracteriza a este régimen de producción está en su célula económica: la mercancía.

 

Y desde que existe el dinero, la más engañosa y nociva de todas las mercancías, dado su inmenso poder sobre los seres humanos, desde que se erige como el tiránico rey de todas las mercancías, que le pone precio a todos los productos del trabajo humano, al trabajo humano mismo y a todo lo que es susceptible de ser  vendido; y, desde que existe la acuñación de monedas y la emisión de billetes, el dinero dejó de ser sólo un medio de cambio, para convertirse -en manos de los poderosos- en un instrumento de expropiación de la riqueza de otros. El dinero atrae dinero.

 

Es por ello que, también, desde que existe la mercancía, el comercio y el dinero, es decir, desde la más remota antigüedad, ha existido la manipulación de los precios, entendida como una forma particular del robo, como una manera ordinaria de elevar el precio de las mercancías por encima de su valor. Nos referimos a lo que ocurre de forma normal en el intercambio mercantil, en el sentido de que, mediante el control de la oferta, los precios de las mercancías pueden manipularse para que se eleven por encima del valor de los bienes, el cual depende del (y se forma en) el proceso de producción-valorización.

 

Veamos entonces qué es la inflación y cuáles son sus causas. Los economistas burgueses (neoclásicos o neoliberales), defensores o apologistas del capitalismo, definen la inflación como una elevación coyuntural, sostenida y extraordinaria del nivel general de precios, y atribuyen el fenómeno principalmente al incremento de los medios de pago por encima del incremento de la producción de bienes y servicios, o también la atribuyen al incremento de lo que denominan gasto público (inversión social); al pleno empleo; al aumento de los salarios, a los subsidios y al control de los precios.

 

Es de observar que ninguno de estos fenómenos existía o ha existido en muchos de los casos de inflación que se han presentado a lo largo de la historia o que en todo caso lo único constante en todos los casos de inflación es una desproporcionada, extraordinaria o inusual elevación de la demanda por encima de la oferta. O sea, en los casos en que los consumidores, por las razones que sean, cuentan con ingresos elevados, cuando cuentan con una capacidad adquisitiva considerable, en otras palabras, cuando la demanda se eleva por encima de la oferta de manera inusual (escasez relativa).

 

En otras palabras, que el único antídoto contra la inflación de los precios es la escasez, pero no la escasez de productos para el consumo, sino la escasez de recursos monetarios en manos de los consumidores. Se trata entonces de que los capitalistas, directa o indirectamente, necesitan regular la capacidad adquisitiva o el nivel de carencia de los consumidores para que no se produzca el fenómeno inflacionario. Siendo así, ¿cómo se determina o se mide la cantidad de recursos monetarios con los que pueden contar los consumidores para que no se produzca la inflación?

 

En otras palabras, ¿cuándo se logra el equilibrio necesario entre la oferta y la demanda para evitar la elevación de la oferta que conduce inevitablemente a la escasez relativa y, como consecuencia de ello, a la elevación compulsiva del nivel general de precios que llamamos inflación? El equilibrio está determinado por el máximo nivel de ganancias de los capitalistas y comerciantes lo que implica mantener a raya los recursos (ingresos) de los consumidores. ¿Por qué? Porque todo vendedor, con excepción del vendedor de fuerza de trabajo, trata de vender su mercancía al más alto nivel que le sea posible. 

 

Dicho de otra manera, la escasez relativa de productos, provocada por la elevación de la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, permite a los capitalistas elevar los precios de sus mercancías. Y así, mientras se mantenga la capacidad adquisitiva de la población relativamente elevada, los capitalistas mantendrán una sostenida elevación de los precios de las mercancías. Los propietarios o poseedores de mercancías intentan siempre sacar el mayor provecho. El mercado de vendedores les permite jugar con los precios para acaparar la mayor cantidad posible de riqueza. 

 

La elevación de los precios constituye, de hecho, la disminución del poder adquisitivo de los salarios y de los ingresos de los trabajadores por cuenta propia. Es decir, al disminuir el valor del dinero, se hacen menos accesibles los bienes y servicios, lo que significa una disminución indirecta de los salarios y un aumento directo de las ganancias de los capitalistas. Es por ello que la receta de los neoliberales en todas partes del mundo consiste en mantener el poder adquisitivo de la población lo más bajo posible a fin de garantizar un nivel de precios estable y adecuado a sus intereses.

 

Como podemos ver, se trata de una acérrima lucha de clases en el terreno económico. Una confrontación económico-social muy hábilmente encubierta por los ideólogos del capitalismo e ignorada por los economistas apologistas del régimen de expropiación y acumulación capitalista. En este contexto, la inflación es una arremetida del capital contra los trabajadores asalariados y contra los trabajadores independientes. Se trata de otra forma de expropiación mediante la cual el capital arrebata a la mayoría de la población los aumentos de ingreso que eventualmente puedan percibir.   

 

Es particularmente ilustrativo lo que ha ocurrido en los países capitalistas menos desarrollados, en especial, cuando a sus gobiernos han accedido gobernantes que han pretendido adelantar proyectos de desarrollo económico, autónomo, y, particularmente, cuando gobiernos “socialistas” populistas, reformistas o socialdemócratas, que han pretendido adelantar reformas de justicia social, políticas de distribución del ingreso. La respuesta es siempre la inflación. Es decir, los capitalistas, a través de los precios, recuperan la riqueza distribuida al pueblo por el gobierno.

 

Cuando a consecuencia de las políticas sociales (mejora de los salarios, incremento del empleo, aumento del ingreso de los trabajadores, incremento del empleo público, de bonos, ayudas y subsidios, o, por el incremento de los impuestos directos, es decir, cuando se está produciendo un incremento del poder adquisitivo de los trabajadores y tienden a disminuir las ganancias de los capitalistas, estos reaccionan y aprovechan el incremento de los ingresos en manos del pueblo consumidor, para desquitarse, elevan el precio de sus mercancías, y así, sacar de los bolsillos de los trabajadores y del pueblo, lo que habían recibido en virtud de las políticas sociales y del incremento de los salarios. 

 

¿Por qué? Porque aumentando los precios pasan la raqueta y contrarrestan la reducción de sus niveles de ganancia. Y ¿cuándo) los capitalistas prefieren provocar la inflación? Cuándo gobernantes socialdemócratas, populistas o “socialistas” llegan al gobierno en cualquier país capitalista, pues si, como consecuencia de la política económica, las ganancias de los capitalistas tiendan a la baja, los capitalistas responden evitando de múltiples manera la deflación (reduciendo la producción para crear una escasez relativa) pues su interés consiste en producir a un costo menor, pero vender a un precio cada vez mayor. Es así como aumentan sus ganancias y satisfacen la voracidad acumulativa.

 

Por eso decimos que el capitalismo es, por definición, estructuralmente deflacionista, pero que por los intereses de los capitalistas, atrapados en la voracidad acumulativa propia del sistema, intentan, por todos los medios a su alcance, impedir la caída de los precios, y, para ello, prefieren frenar la producción por debajo de la capacidad instalada, para impedir que la oferta supere a la demanda y se reduzcan los precios y de esta manera se reduzcan sus ganancias. En último caso, cuando no pueden estabilizar los precios, apelan a la inflación tratando de impedir la deflación.

 

Pero sólo hay un precio que los capitalista no quieren subir ni dejan subir: el precio de la mercancía “fuerza de trabajo” (Mediante sicarios ordenan el asesinato de líderes sindicales rebeldes) para impedir el incremento de los salarios. Pues para ellos resulta catastrófico, tanto el incremento de los salarios, como el pleno empleo; la reducción de la jornada de trabajo; el paternalismo del Estado favorable a los trabajadores; el incremento del empleo público; las políticas sociales que mejoren el ingreso y mejores la vida de los trabajadores. Es decir, todo lo que favorezca económicamente a los trabajadores, encuentra la oposición del capitalista, si incide directa o indirectamente en el incremento de los salarios.

 

Esto también ocurre cuando el gobierno aumenta los impuestos directos al capital, a las ganancias o al patrimonio. Los capitalistas reaccionan bajando la producción o acaparando productos para provocar escasez, y lograr así  aumentar los precios, disparando la inflación o la hiperinflación, acorralando de esta manera a los gobernantes que propician estas políticas, y los culpabilizan del problema. Logran crear gran malestar y al mismo tiempo aumentar sus ganancias. Esto explica muy claramente, tanto la inflación como la hiperinflación. Procesos que se dan precisamente cuando los países son dirigidos por gobiernos populistas, reformistas, keynesianos o “socialistas”, sean centristas o incluso derechistas. Por eso las políticas neoliberales frenan rápidamente tanto la inflación como la hiperinflación.

 

                                                                                       III

                                                       LOS SEPULTUREROS DEL CAPITALISMO

José Manuel Hermoso González

La historia de la humanidad es la historia del crecimiento de las Fuerzas Productivas Sociales (FF PP SS). En otras palabras, es la historia del crecimiento de la capacidad productiva del trabajo humano, o también podríamos decir, la historia del constante y progresivo incremento de la productividad.  Desde que aquellos remotos antepasados nuestros tomaron una piedra para golpear con ella, o desde que el ser humano -hace varios millones de años- chocó una piedra contra otra con la intención de hacerla filosa y cortar con ella (hacha de piedra), hasta el actual desarrollo de la inteligencia artificial; o, en otro aspecto, desde que el hombre por primera vez logró controlar el fuego y crear a su voluntad una fogata (pasando por el momento en que fabricó un horno y dominó el fuego hasta que pudo desarrollar la metalurgia) hasta el actual dominio de la energía atómica, la productividad del trabajo humano no ha dejado de incrementarse.

Este incesante crecimiento de las FF PP SS ha sido el motor de la Historia. Impulsado por el trabajo humano, principal fuerza productiva (*). Las FF PP SS han sido la principal fuerza material transformadora. En efecto, mediante el trabajo (actividad humana por excelencia y principal forma de realización del ser humano) el (o la) mujer-hombre, es decir, los seres humanos, han transformado la naturaleza y -de esta manera- se han venido transformando a sí mismos.  En otras palabras, mediante el trabajo y el desarrollo de las Fuerzas Productivas Sociales, los hombres -a través de su quehacer racional- hacen su propia historia, aunque dentro de determinadas condiciones independientes de su voluntad. Mediante ese impulso hacia el progreso, mediante el crecimiento de las FF PP SS el hombre ha venido transformando también sus RR SS PP, es decir, las formas a través de las cuales los seres humanos nos relacionamos (nos organizamos)  para producir y distribuir los bienes materiales producidos por el trabajo.

(*) El trabajo es el padre de la riqueza, la naturaleza es la madre.

Es por ello que se ha dicho que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, o, en otras palabras, la historia de la separación del productor (trabajador) de las condiciones objetivas de su producción (explotación) y del producto de su trabajo (expropiación). Desde que apareció la esclavitud, por ejemplo, los trabajadores no han podido decidir las condiciones objetivas de su producción ni han sido dueños del producto de trabajo el cual se lo han apropiado sucesivamente a través de la historia, los amos (esclavitud), los señores (feudalismo)  o los patronos (capitalismo). Una constante de ese proceso ha sido el incremento de la capacidad productiva del trabajo humano, mediante el desarrollo de las Fuerzas Productivas Sociales (incremento de la productividad) a través de progresivas revoluciones tecnológicas, como por ejemplo la derivada de la metalurgia (Edad de los Metales), posteriormente la llamada revolución industrial, o más recientemente la revolución cibernética. Esos cambios tecnológicos han sido el motor de la historia: han impulsado las transformaciones ocurridas en las cambiantes Relaciones Sociales de Producción. 

Pero hagamos un recorrido a través de la evolución del ser humano, para ver lo que ha ocurrido con el trabajo, el cual -siendo la actividad humana por excelencia y principal forma de realización de (el o la) “mujer-hombre”- ha determinado -tanto el progreso como los obstáculos y calamidades que hemos hemos vivido a través de la Historia. Comencemos por hacer un ejercicio de imaginación. Supongamos que en algún momento de la Prehistoria los seres humanos hubiesen sido individuos libres e independientes, como si hubiesen sido -por ejemplo- productores individuales que hubiesen podido producir e intercambiaran los productos de su trabajo, es decir, intercambiar sus productos de manera independiente como productores y al mismo tiempo como comerciantes, en el supuesto de que el trabajo libre hubiese sido la única forma de crear y distribuir bienes materiales.

Imaginemos por ejemplo a un leñador, un pescador, un orfebre; un tejedor, un carpintero, un pastor, un labrador, un agricultor, un cazador, todos trabajadores libres dueños de sus medios de producción y del producto de su trabajo. Los vamos a imaginar produciendo e intercambiando libremente sus productos o servicios y cada quien poniéndole precio a su trabajo (es decir a los bienes producidos por su trabajo, según les haya costado más o menos tiempo y energía o más o menos ingenio o creatividad). Imaginemos por un momento que eso hubiese ocurrido así, y, evolucionado de esta manera a través de la historia hasta nuestros días. No es difícil suponer que en ese idílico supuesto, la vida humana hubiese transcurrido en paz y en armonía, hubiese sido un verdadero paraíso terrenal. Un mundo de amor, justicia y libertad. Pero -como veremos seguidamente- eso no ocurrió así.

No ocurrió ni podía haber ocurrido de esta manera. ¿Y, cómo ocurrió entonces? Las (o los) “mujer-hombres” sólo han vivido excepcionalmente como individuos libres e independientes. Es totalmente equivocada la idea recogida en algunas ilustraciones que nos pintan al ser humano prehistórico viviendo en pareja, como la familia nuclear y monogámica tal como la conocemos hoy. Nada que ver. En los primeros momentos los seres humanos vivieron siempre en comunidad. Una vida que era totalmente colectiva, donde incluso los matrimonios -bien entrada la prehistoria- eran colectivos (matrimonios por grupos). Eran comunidades en las cuales no existía la propiedad privada individual, por lo que no era posible el intercambio de bienes entre individuos. No existía el comercio, tal como lo conocemos hoy, ni siquiera en forma de trueque. La propiedad era colectiva. Las primeras formas de intercambio comercial  se produjeron entre comunidades.

No existía la pareja sino la comunidad de las mujeres. Para que surgiera el ser humano, fue necesario que desapareciera o se superara la competencia entre los machos por las hembras. El parentesco se establecía por línea materna. Y en lo económico cada quien producía según su capacidad y recibía según su necesidad. No existía la división social del trabajo, basada en la propiedad, sino la división natural del trabajo, basada en la edad y el sexo de las personas. Y, al no existir la propiedad privada ni la explotación del trabajo ajeno, no existían tampoco las clases sociales. Podríamos decir que las (o los) mujer-hombres, eran libres e iguales entre si, no existía la opresión ni la discriminación de la mujer, antes por el contrario, se trataba, en la mayoría de los casos, de comunidades matricéntricas, en las cuales se valoraba y veneraba mucho al sexo femenino. No había surgido la civilización patriarcal.

En aquellas comunidades prevalecía el amor y la solidaridad. No había lucha económica ni opresión ni explotación. Vivían en paz y sólo esporádica o excepcionalmente podían chocar con otros grupos humanos -luchando por ejemplo, por el espacio, choques que una vez resueltos no transformaban las relaciones sociales armoniosas que existían. No había ejércitos ni la guerra era un medio de acumulación o enriquecimiento a costa de otras comunidades. En el momento de mayor evolución, los seres humanos alcanzamos un alto grado de democracia, igualdad, libertad y humanismo. Es lo que hemos denominado Comunidad Gentilicia, existente y estudiada -por ejemplo- en Norte América (EEUU y Canadá) y en Europa, durante lo que en algún momento se denominó “la Barbarie”. Si se hubiese mantenido en esta línea evolutiva, podríamos suponer que la evolución hubiese sido pacifica, amorosa, armónica, nada violenta ni opresiva.

Pero no fue así y veamos por qué. Esas primeras comunidades humanas de cazadores y recolectores vivían al día. No tenían posibilidades de acumulación pues no producían ningún excedente económico. Llevaban una vida nómade, trashumante, Todo lo que producían eran inmediatamente consumido.  Pero, a medida que fueron desarrollándose las Fueras Productivas Sociales, a medida que se fue incrementando la capacidad productiva del trabajo humano, (alfarería, la agricultura y ganadería) surgieron nuevas Relaciones Sociales de Producción, nuevas maneras de organizarse para producir y distribuir los productos del trabajo humano. Lo primera que ocurrió -al incrementarse la productividad fue que, las (o los) mujer-hombres estuvieron en capacidad de producir un excedente económico. Es decir, producir más de lo que necesitaban consumir de manera inmediata. Surgió la posibilidad de acumular. La posibilidad de lo que hoy llamamos enriquecimiento.

Al ser posible producir un excedente económico, esas comunidades superaron las economías de subsistencia y del auto-consumo. Pudieron acumular, enriquecerse. E inmediatamente se planteo el problema de la propiedad de ese excedente económico. El desarrollo tecnológico trajo como consecuencias la diferenciación productiva, la división técnica del trabajo y a través de la división técnica del trabajo se coló la división social del trabajo, es decir, las clases sociales y la propiedad privada. Por ejemplo, la ganadería, practicada en principio de manera exclusiva por los varones (*), introdujo una diferenciación productiva entre hombres y mujeres muy ventajosa económicamente para los hombres en su condición de ganaderos. La ganadería ofrecía mayores posibilidades de enriquecimiento y acumulación, y, por consiguiente, mayores ventajas para comerciar y acumular.

(*) Los varones, con la ganadería, lograron una supremacía económica, un “empoderamiento” que colocó en desventaja al sexo femenino.

La ventaja económica que lograron grupos humanos del sexo masculino no se basó en una superioridad biológica del varón, aunque las diferentes funciones biológicas tuvieron influencia en lo económico y social. Por ejemplo, la carga del embarazo y el cuidado de las crías obligaron a un mayor sedentarismo de las hembras y le dieron mayor libertad, mayor vuelo a los varones para desplazarse a su antojo y asumir tareas de exploración y expansión territorial y lo habituaron a actividades más duras y de mayor riesgo como la caza, la pesca, la navegación, así como las duras tareas de la defensa de la comunidad ante amenazas externas.  Y, así como se atribuye a la mujer el descubrimiento de la agricultura, dada sus labores de alimentación y cuidado de los críos, se atribuye al varón -ligado a la cacería, la domesticación de animales, el pastoreo, la ganadería.

Del empoderamiento económico y social del varón surgió la institución del patriarcado, lo que convirtió a la hembra en el primer grupo humano en ser esclavizado (dominado, oprimido, explotado, expropiado, discriminado). De la acumulación de poder fueron logrando algunos varones, surgiría la

esclavitud de muchos varones y hembras integrantes de los pueblos conquistados. De comerciar con carne animal viva (ganado) pasaron a comerciar con carne humana viva (esclavos). Al adquirir poder, también se adueñaron del espacio físico, de las tierras. Surgieron las dos más importantes clases sociales del mundo antiguo: los AMOS y los ESCLAVOS. Los amos (de mujeres, de tierras, de hijos y de esclavos), adquirieron poder político y militar, surgieron los ejércitos regulares y el Estado, que vino a garantizar y a legitimar -jurídicamente- la dominación. Surge así una ideología de la dominación (racista, machista, esclavista, clasista, guerrerista, etc.). 

Surgió, con las clases, la lucha de clases, la opresión, la explotación y la expropiación de los trabajadores. Se impuso la guerra y la violencia de la conquista como formas de enriquecimiento y de acumulación. Surgió el comercio, la mercancía y el dinero (equivalente general de valor de todas las mercancías). Como podemos ver, los productos del esfuerzo humano, nunca fueron propiedad de quienes los producían con su trabajo (los esclavos) y pasaron a ser propiedad de los dueños de los esclavos. A esto es lo que llamamos expropiación del trabajo ajeno, explotación, expoliación, es decir. expropiación del excedente económico. Algo similar ocurrió en la Edad Media con el trabajo de los campesinos o siervos de la gleba, que eran expropiados de gran parte del producto de su trabajo pues se los arrancaba el señor feudal, dueño de las tierras, en forma de impuestos o tributos.

¿Qué ocurre en el capitalismo? Como en la Roma antigua o en el feudalismo medieval, en el capitalismo tampoco los trabajadores son dueños del producto de su trabajo. Los trabajadores producen o reproducen los salarios que les paga el capitalista así como la inversión que hizo en maquinarias y materias primas, y, además, producen una ganancia o plusvalía, es decir, un valor nuevo, un valor que antes no existía. Por eso, en el capitalismo, el proceso de producción es al mismo tiempo un proceso de valorización. Surge un valor que se apropia el capitalista, pues cuando vende la mercancía producida, recupera el capital que había invertido en maquinarias, materias primas y salarios y obtiene además (se apropia) el nuevo valor (plusvalía)  producido por el trabajo. Por eso hablamos de la expropiación que sufre el trabajador en las Relaciones Sociales de Producción (RRSSPP) capitalistas.

Pero, habíamos dicho en un primer momento que una característica del desarrollo humano, de la historia de la humanidad, es el constante desarrollo de las Fuerzas Productivas Sociales. (FF PP SS), es decir, el constante incremento de la capacidad productiva del trabajo humano. En otras palabras el constante incremento de la productividad. En efecto, gracia a los constantes avances del conocimiento humano en todos los campos del saber, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, aplicado al mundo de la producción ha hecho posible que la productividad haya crecido hasta niveles inimaginables, lo que trae como consecuencia que se reduzca cada vez más el t.t.s.n. (tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en la producción de las mercancías), todo lo cual conduce a que las mercancías tengan cada vez menos valor y que el trabajo asalariado sea cada vez productivo y al mismo tiempo cada vez menos necesario. Como podemos ver el desarrollo tecnológico aplicado a la producción conduce a la total automatización (robotización) de la producción.

Si todas las mercancías tienden a tener cada vez menos valor, sin lugar a dudas, la humanidad está creando las bases técnico-productivas para una economía de la abundancia. Cada día será menos necesario “ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente”. Es decir, cada día será menos necesario dedicarle ocho horas diarias -o más- a trabajar para sobrevivir, pues si producir la misma o mayor cantidad, requiere cada vez menos horas/hombre, la humanidad necesita dedicar cada vez menos tiempo al trabajo productivo. Una o dos horas diarias -en promedio- podrían ser suficientes para producir todo lo que necesita la humanidad en su conjunto.  Del reino de la necesidad avanzamos hacia el reino de la libertad. Hemos logrado un nivel de desarrollo de las  FF PP SS que determina que pierda sentido la competencia, la lucha por los bienes materiales y la voracidad acumulativa.  Avanzamos hacia una economía de la abundancia. En ese futuro -nada lejano- carecerá de sentido dedicarle la vida a hacer dinero.

Estamos ante la posibilidad técnico-productiva de disfrutar de una abundancia material sin límite, dedicando pocas horas diarias a producirla y todo ello sin romper el equilibrio ecológico, sin destruir el medio ambiente natural que nos sirve de hábitat. Las inmensas posibilidades de robotizar en un 90 o 95 por ciento la producción de bienes y servicios, nos permitiría disfrutar de bienes y servicios como los que tienen a su alcance las clases acomodadas de hoy, y esto, dedicándole al trabajo productivo una, dos o tres horas diarias, como  promedio mundial. Es decir, estamos en condiciones de disfrutar de los bienes y servicios reservados hoy en día a quienes tienen un ingreso aproximado -por ejemplo- de un millón de dólares anuales, y ello gozando -simultáneamente- de una mayor cantidad de tiempo libre, de una mayor proporción de nuestro tiempo de vida disponible para dedicarlo al amor; a la educación, nuestra y de nuestros hijos (o de la comunidad); al ocio productivo, al ocio creativo.

Volveríamos a gozar del trabajo como una forma de realización personal, como una actividad a disfrutar plenamente. Y -la gran pregunta- ¿qué nos impide comenzar a disfrutar, como humanidad, de estas ventajas técnico-productivas y técnico-económicas? Nos lo impide un sistema de valores, un sistema de creencias, una ideología que ha imperado desde hace cinco, seis o siete mil años. En efecto, seguimos atrapados en el afán de lucro, en la voracidad acumulativa, en la sumisión al “Dios dinero”, en el egoísmo, en el miedo a la miseria, en la competencia, en el fetichismo de la mercancía. Nos mantenemos atrapados en unas relaciones sociales de producción que nos obligan a un desvivir; que nos obligan, a no a trabajar para vivir, sino a vivir para trabajar. Nos obligan a “pasar trabajo trabajando” (laborando ocho o mas horas diarias para sobrevivir) o, a “pasar trabajo sin trabajar”. 

Estamos atrapados en el trabajo enajenado, en el trabajo como opresión, como “castigo” sin poder disfrutar del trabajo como liberación, como forma de realización del ser humano. Es como si la humanidad no estuviera preparada mental o psicológicamente para la felicidad, la justicia, la libertad, el amor. Es como si -de manera inconsciente- pensáramos que no nos merecemos el amor, la justicia, la libertad, la paz. Y es explicable: son muchos siglos de cadenas, sufrimientos, carencias, de inenarrables tragedias, de odio y de violencia. Estamos atrapados, en un gran “miedo a la libertad” como afirmó Erich Fromm en su ensayo homónimo. Pero podremos salir de la trampa cuando tomemos conciencia de esa trampa y descubramos las claves para salir de ella. Nos mantiene atrapados más que la fuerza, la ignorancia y el miedo que se deriva de ella.

Y finalmente, nos preguntamos: ¿qué es lo que nos permite ser optimistas -optimismo de la voluntad- acerca de una futura, posible y cercana emancipación el ser humano? Recordemos que un gran pensador social del siglo XIX, el gran teórico de la historia y de la sociedad  (quien descubrió las leyes fundamentales de la acumulación capitalista y previó científicamente el derrumbe de ese sistema), afirmó que los capitalistas serían los sepultureros del capitalismo. Parodiando a ese gigantesco pensador social afirmamos que, hoy por hoy, los más eficaces anti-capitalistas del mundo no son los socialistas, no son los comunistas, no son los más radicales revolucionarios. No. Sostenemos que los más eficaces anti-capitalistas son los más grandes y poderosos capitalistas del mundo, porque, sin quererlo y sin saberlo -inconsciente, involuntariamente- se encaminan hacia el abismo, hacia la inminente destrucción del sistema capitalista.

Expliquémonos. Todos sabemos que la competencia capitalista, la puja por el enriquecimiento y la acumulación se da en el terreno de los costos y los precios. En el capitalismo en general, los empresarios más exitosos y prósperos son los que logran ampliar los márgenes de diferencia entre los costos de su inversión y el monto de la ganancia o plusvalía obtenida. Y, para ello, la principal herramienta para reducir los costos y elevar la productividad es la tecnología, es decir, usar los adelantos científicos aplicados a la producción de bienes o a la prestación de servicios con la finalidad de disminuir el tiempo de trabajo -las horas/hombre- invertidas en sus empresas. Aumentar la productividad (con el objeto de obtener mayores ganancias) se logra, en lo fundamental, disminuyendo la cantidad de horas/hombre invertidas en la producción. Empleando menos trabajadores.

Reducir las horas/hombre respecto al promedio social, local, nacional o mundial, es lo que se requiere para aumentar la productividad mediante el uso de las tecnologías más avanzadas.  Y ¿cuál es el resultado social, cuál es el impacto económico-social del incremento de la productividad logrado de esta manera? No se traduce -como era de esperarse- en una reducción de la jornada de trabajo. Ni en la empresa, ni en el país, ni en la región, ni en el mundo. Las mercancías de nuestro ejemplo, a partir del incremento de la productividad, requerirían para su producción menor tiempo de producción, menor cantidad de H/H (horas/hombre), es decir, se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en la producción, y, sin embargo, los empresarios no reducen la jornada de trabajo de su empresa.

Tampoco se traduce en una reducción de los precios. Se reduce el costo de producción o valor de las mercancías, al reducirse lo que el capitalista invierte en salarios (salario integral, es decir todo lo invertido en fuerza de trabajo). Pero, no obstante la reducción del costo (mayor cantidad de productos en menos tiempo y con menos trabajadores), sin embargo, no  se reducen los precios, sino que, por el contrario aumenta relativamente y a veces, de maneras absoluta. Y nos preguntamos ¿por qué? ¿Por qué si se reduce el tiempo de trabajo no se reduce la jornada de trabajo? Y, por otra parte ¿Por qué si se reducen los costos de producción, no se reducen necesariamente los precios de las mercancías así producidas? Respondemos: Porque el incremento de la productividad no está al servicio de los trabajadores ni al servicio de la sociedad. Los capitalistas responderán que ellos invierten para obtener ganancias (lo que no dicen es que aspiran cada vez más ganancias y de manera ilimitada).

Dirán que ellos incrementan la productividad con la finalidad de elevar sus ganancias, para aumentar su

beneficio económico, para incrementar la plusvalía producida. Para mejor su competencia con los demás capitalistas. En otras palabras, lo que necesitan y persiguen es aumentar la tasa explotación de sus trabajadores. Lo que se lograba mediante el látigo en tiempos de la esclavitud, se logra ahora con la tecnología destinada a incrementar la productividad. Y nos repreguntamos: ¿por qué tiene que ser así? Respondemos: porque asi como el capitalista se apropia de los medios de producción y se spropia del tiempo de trabajo del trabajador (a cambio de un salario) debemos agregar que también se apropia de la tecnología, de la productividad y en consecuencia de la producción misma. Por eso la productividad no está al servicio de la sociedad ni al servicio de los trabajadores. Está al servicio del capitalista y destinada a incrementar la plusvalía, es decir, el beneficio económico del capitalista, y esa posibilidad no se lograría si para beneficiar a los trabajadores los capitalistas decidieran disminuir la jornada de trabajo o disminuir los precios de las mercancías.

Y ¿cuál es el impacto social de esta dinámica económica? En primer lugar, el principal impacto ha sido -históricamente- incrementar los niveles de ganancia (acumulación ampliada de capital); en segundo lugar incrementar el desempleo (de personas y de capacidad instalada en maquinarias y equipos). En  tercer lugar, deteriorar las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población. El desempleo presiona a la baja -relativa o a veces absoluta- de los salarios, tiende a la depreciación de la fuerza de trabajo. Mientras mayor sea la cola de desempleados más se deprecia la mercancía fuerza de trabajo, pues como cualquier otra mercancía la mercancía fuerza de trabajo está sujeta a la  ley de la oferta y la demanda. (2) En segundo lugar, presiona en favor del incremento de los precios, pues al favorecer la concentración del capital, favorece el surgimiento de monopolios y oligopolios, y, por lo tanto, favorece la manipulación de los precios. Generalmente se atribuye la inflación a causas macro-económicas.

En efecto, se afirma que, en la medida en que exista una gran masa monetaria -una elevada liquidez- en una economía determinada, los precios tienden a subir. Sin negar la relación que existe entre una elevada liquidez desligada de la producción (una liquidez inyectada por el Estado, es decir, que no es producto de la producción y/o distribución de los bienes) en esa medida esa masa monetaria -de dinero inorgánico- ajena a la economía real, tiene necesariamente un efecto inflacionario. Tiende a inflar los precios por encima (o con independencia) de los costos. El vocablo “inflar” resulta muy expresivo, muy gráfico para describir el fenómeno, púes lo que ocurre guarda semejanza con el efecto que causa el panadero al aumentar la dosis de levadura: infla los panes, aumenta su tamaño sin aumentar la cantidad de harina. Los panes se ven más grandes pero  pesan y alimentan menos. (3).

Así ocurre con la inflación de los precios. Los productos del trabajo, devenidos en mercancías, sin aumentar su valor, elevan sus precios. Sus precios resultan inflados en relación con sus costos. El costo puede permanecer igual, e incluso, disminuir, mientras los precios suben. Por otra parte, cuando el capitalista mantiene los precios después de bajar los costos, o cuando eventualmente los baja -para competir y sacar del mercado a sus rivales económicos- los bajan en una proporción menor a la reducción de los costos, y por supuesto, mucho más cuando aumentan los precios, se estará produciendo directa o indirectamente una inflación de los precios. (*) Eso, con independencia de que la masa monetaria circulante sea baja o sea elevada respecto a la economía real, es decir, con independencia de que se trate de dinero orgánico o de dinero inorgánico.

(*) Eso es lo que nos hemos atrevido a denominar inflación micro-económica. O derivada de causas micro-económicas. Una inflación que la provocan individualmente cada capitalista por su cuenta, en la medida en que se encuentre en la situación descrita y actuando en consecuencia.

Es en este sentido que puede afirmarse que los capitalistas tienden a ser los sepultureros del capitalismo. En efecto, si la esencia del capitalismo como sistema de producción y acumulación de plusvalía, es la explotación del trabajo asalariado y los capitalistas tienden a reducir cada vez más la cantidad de trabajadores (que van siendo sustituidos de manera progresiva por máquinas, por procesos de automatización, de robotización basados en el desarrollo de la inteligencia artificial), como tiende a disminuir la cantidad de trabajadores empleados, tiende también a desaparecer la producción de valor y por lo tanto la producción de plusvalía. El valor de las mercancías tiende a cero, por lo que la cantidad de plusvalía también tiende a cero. Pues si no hay trabajo asalariado, si no hay trabajo vivo, no hay producción de valor. Como mucho habrá un traslado de valor, de las máquinas y de las materias primas a los “productos”, es decir, a las “nuevas” mercancías.

Falsamente nuevas porque la capacidad de producirlas ya está contendida en las maquinas, ya el valor ha sido potencialmente creado, ya está contenido en el sistema de robots, en las aplicaciones cibernéticas, en las máquinas que simplemente “vomitarán” o expulsarán el viejo valor (“trabajo muerto”) cuando les sean pulsados los botones adecuados. La operación deja de ser un proceso de creación de valor (no tiene costo de producción o este tiende a cero), e incluso, tampoco tiene un “valor de cambio” (un precio aparte), pues sólo tienen un valor de uso para el propietario. Lo podíamos comparar con el valor de uso contenido en un tubo de crema dental. Cuando el tubo debidamente presionado “vomita” una ración de crema dental sobre el cepillo, no hay un acto de creación de valor, simplemente se estará extrayendo progresivamente, por raciones, el valor de uso de la mercancía previamente adquirida.

Lo mismo ocurre -en una dimensión mucho mayor- con una máquina automatizada de producción -digamos, por ejemplo- de  ”Harina Pan”. Cada vez que se presiona el botón adecuado y sale un nuevo paquete del producto, la maquina robotizada simplemente está expulsando lo que ya “tiene” dentro. Incluyendo por supuesto -como parte de lo “producido”- la materia prima. Sabiendo que se trata de un valor  previamente existente, ello, suponiendo la materia prima adquirida con la máquina o incorporada al valor de la máquina. El producto existe dentro de la máquina en potencia, como diría Aristóteles. Ahora bien, imaginémonos que -en determinado momento futuro (lo que es desde el punto de vista técnico perfectamente posible ya)- el 90 por ciento de las empresas existentes en el mundo estuviesen robotizadas en un 90 por ciento, ¿qué ocurriría?

Imaginemos que en ese momento existan nuevas RR SS PP que permitan que la productividad esté al servicio de los trabajadores y de la sociedad. En ese momento estaremos en presencia de una verdadera economía de la abundancia.  Como ha ocurrido a todo lo largo de la Prehistoria y de la Historia, el crecimiento de las FF PP SS, es decir, el incremento de la capacidad productiva del trabajo ocasionará cambios en las RR SS PP. Es decir, cambios en las formas organizativas y en las relaciones de propiedad que adoptamos los seres humanos para producir y distribuir los bienes materiales. Un cambio de la magnitud señalada transformará las relaciones de producción. Igualmente y por las mismas razones, se producirá un cambio radical en la superestructura ideológica y política. Habrá necesariamente una revolución en los valores, en la moral y en las normas jurídicas.

Siendo así, estaremos en presencia de una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales entre sí. Una sociedad en la cual el trabajo recupere plenamente su condición de actividad humana fundamental, totalmente gratificante, libre, agradable, en una forma de realización del ser humano. El trabajo dejará de ser una actividad alienada, ajena, que se vuelve contra el trabajador. Por otra parte, la productividad no estará al servicio de la acumulación privada de capital. Los trabajadores tendrán tanta importancia y nivel científico o técnico productivo, tendrán tanta conciencia, que la explotación y la expropiación de los trabajadores no será posible. Habrá desaparecido el trabajo asalariado, el trabajo para beneficio ajeno y contrario al bienestar social. Por fin, los trabajadores serán dueños del producto de su trabajo. Aparecerá el trabajo libre, voluntario, unido al placer y a la recreación.

El trabajo dejará de ser una obligación. Desaparecerán las clases sociales, la lucha de clases, los ejércitos, las guerras y el Estado opresivo. No se trabajará para vivir ni se vivirá para trabajar. El trabajo será voluntario en un alto porcentaje. La abundancia será de tal magnitud que no tendrá sentido la lucha ni la competencia por los bienes materiales. No habrá necesidad de vender la fuerza de trabajo a cambio de un salario, como ahora. En una sociedad así, será mas importante el ser que el tener. Aparecerá y se desarrollará una nueva subjetividad. Habrá una explosión de creatividad, de originalidad. El arte florecerá popular, multitudinario, no será exclusivista o de elite. El Estado desaparecerá o se limitará a actividades puramente administrativas relacionadas con servicios públicos como salud, educación, ornato, deportes, cultura. Sus labores serán voluntarias. No remu

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