En un país como el nuestro, la mencionada tendencia a la
acumulación delictiva de capital -además de que no responde exactamente a las
mismas causas que en capitalismo de los países más grandes o más “desarrollados” adquiere algunas
otras peculiaridades. Acá tiende a imponerse como una actitud colectiva
generalizada que resulta totalmente compatible con los anti-valores y la
inmoralidad propia del capitalismo, en el cual prevalece el objetivo de obtener el mayor beneficio con el menor esfuerzo,
riesgo o inversión, pero –en este caso- por
añadidura, de manera perversa. La acumulación de riqueza es el impulso
clave de la economía capitalista y ese “valor” propio del capitalismo, se
impone en la economía rentista de una manera patológica, alimentado, en nuestro
caso actual, por la inmensa ganancia especulativa derivada, por ejemplo, del
diferencial de precio entre los productos regulados (y/o subsidiados) y los
productos “bachaqueados”, es decir, desviados o acaparados para la especulación
y la obtención de súper-ganancias.
E.- Canibalismo económico o poder popular
Aparte de lo planteado debemos recordar que, como se ha sostenido,
la lucha de clases en Venezuela no aparece como la confrontación entre
capitalistas (puja por la plusvalía) y trabajadores (puja por el salario)
-antagonismo propio del régimen de producción capitalista- sino que se presenta
y desarrolla como una lucha por la apropiación (suerte de rebatiña) de la renta
petrolera. Adopta la apariencia de una lucha de “todos contra
todos”, dada una suerte de “piñata petrolera” en la cual “papá-Estado” se
convierte en el regulador, en el arbitrador, en el gran repartidor de esa renta. Todas las clases y grupos sociales
presionan a los gobernantes buscando mejorar su ración en la distribución de
la torta. El soborno se erige así en un
mecanismo que afloja las tuercas y botones claves para inclinar la voluntad
burocrática.
Ello explica la tendencia cada vez más pronunciada a que un mayor
número de venezolanos se conviertan
en corruptos o corruptores, o, en comerciantes especuladores de productos
regulados desviados de los canales normales de distribución. El “bachaquerismo”
se ha convertido en una “industria” en una “profesión” que tiende a
institucionalizar la más descarada especulación, y a “legitimar” los vicios y perversiones propias de un
capitalismo en descomposición,
en el cual se desata incontroladamente
la corrupción y la especulación. El interés individual opuesto al interés
colectivo, es un “valor” propio de la economía basada en la propiedad privada y
el intercambio de mercancías, un “valor”
que adquiere un carácter -delictivo y criminal- en la actual etapa de
decadencia y descomposición del capitalismo.
Dada esa puja entre las clases y sectores por el acceso o el
control de la renta petrolera, la principal confrontación social no aparece
claramente como la confrontación “capital-trabajo”, sino que, ese antagonismo, aparece
socialmente diluido detrás de una aparente lucha de “todos contra todos”. Por
eso la lucha económica o su forma perversa, una de cuyas manifestaciones es la
“guerra económica”, se presenta como acaparamiento industrial, comercial y
doméstico de los productos convertidos en mercancías; lo que se traduce en una especulación desenfrenada (cambiaria, comercial, financiera); en
otras palabras, como manipulación y especulación cambiaria, como mercados
negros, compras nerviosas, mercados de vendedores, colas, desviación de
productos, “bachaquerismo”, contrabando de extracción y desabastecimiento
(supuesto o real, económico o extraeconómico), y, finalmente, como híper-inflación galopante. Un conjunto de
anomalías y perversiones que hemos
denominado “canibalismo económico”.Veamos entonces en detalle lo que ha ocurrido en la economía
venezolana durante los últimos años.
Comencemos por puntualizar los principales
puntales de la política económica que ha adelantado el gobierno venezolano
durante los tres últimos lustros. En líneas gruesas, la política económica del
gobierno es ampliamente conocida. Se ha caracterizado entre otros aspectos por:
a) El control de cambios (destinado a
impedir la fuga de las reservas monetarias); b) El control de precios de los productos que se
consideran esenciales (como una manera de impedir o contrarrestar la
especulación); c) Los subsidios a una gran cantidad de productos considerados
esenciales; d) La importación de alimentos y su distribución por el Estado; e)
La expropiación o nacionalización de empresas; f) Los aumentos reiterados del
salario mínimo (nominal); así como otras políticas sociales encaminadas a una
redistribución pretendidamente equitativa de la renta petrolera.
El primero y más importante control impuesto por el gobierno
bolivariano desde el año 2003, y destinado a impedir la fuga de divisas, fue el
“control de cambios”. Una medida tardía si tomamos en cuenta que ya se venía
produciendo una intencionalmente promovida y ya masiva “fuga del excedente” por
vía monetaria, pues bien pronto se hizo presente y se potenció la insaciable voracidad dolarística de los
venezolanos, una de las causas, quizás
fundamental, de la vertiginosa devaluación que sufre la moneda nacional.
Una devaluación de gran impacto en el resto de la economía, pues fue
produciéndose como consecuencia de ello, una espiral inflacionaria, dada la
indirecta y no declarada dolarización de nuestra economía.
El “control de cambio”, produjo, como era de esperarse, un mercado
paralelo, un muy dinámico “mercado negro” de divisas, que influyó de manera
determinante en una constante y cada vez
más violenta devaluación del bolívar. El
diferencial cambiario se fue haciendo cada vez más lucrativo, tanto que
se convirtió en un señuelo que estimuló la búsqueda cada vez más voraz de las
divisas adquiridas a precios bajos, para destinarlas a la especulación cambiaria, por lo que se impuso el marcado negro de divisas y por ende la devaluación
cada vez más violenta de la moneda nacional. Los empresarios abandonaron aún
más el interés y el esfuerzo por aumentar su productividad, muy propio del
verdadero capitalismo (no rentista), para desviarlo hacia el interés y el
esfuerzo por ponerle la mano a la mayor cantidad posible de divisas mal
habidas, para especular con ellas.
Todo ello comenzó a incidir desfavorablemente en la estructura de
costos y precios del país, introduciendo deformaciones, perversiones y muy
graves desequilibrios. La devaluación en picada comenzó rápidamente a incidir en los precios de todas las
mercancías. Los precios de los automóviles, por ejemplo, comenzaron a
estimarse en dólares, lo que incidía en un vertical ascenso de esos precios en
una moneda nacional cada vez más devaluada. Y, apartando la devaluación, es
decir, el diferencial cambiario, los automóviles resultaban, además, más caros
en Venezuela que en Europa y Estos Unidos, comprados por ejemplo en dólares o
en euros.
La respuesta gubernamental fue el control de precios de los
automóviles y la contra-respuesta -digamos- “del mercado”, es decir, de los
vendedores y compradores de vehículos, e incluso de los proveedores (las
ensambladoras y los concesionarios) fue
el acaparamiento y la desaparición de los vehículos regulados. Esa respuesta “del mercado” condujo a la escasez de vehículos regulados, a las listas de
espera para la compra, al acaparamiento, a las “comisiones”. En otras palabras,
se impuso de inmediato un “mercado de vendedores” totalmente desfavorable a los
consumidores y como consecuencia de ello a una suerte de “mercado negro de
automóviles”. Y como es lógico, al aumento violento de los precios.
La distorsión que se produjo en el mercado de automóviles provocó
una perversión tal que, condujo a que, por ejemplo, un Ford-Fiesta con tres o
cuatro años de uso se vendía en Venezuela por cien mil bolívares (BS.100.000) y
esos bolívares, aunque fueran cambiados
por euros en el mercado negro, con el monto resultante en euros, podía
adquiriese en España un vehículo de la misma marca y modelo, pero totalmente
nuevo (cero kilómetros). ¿Puede concebirse una distorsión mayor? Todo lo
anterior nos indica que del mercado negro de divisas, se pasó -como ya dijimos-
al mercado negro de automóviles de precios totalmente envilecidos.
Y, de un mercado de compradores, se pasó a un “mercado de vendedores” ambos fenómenos
(mercado negro y mercado de vendedores) totalmente desfavorables a los
consumidores, quienes sin embargo -en nuestro caso- de manera sorpresiva -como
si nada- siguieron demandando la misma o mayor cantidad de mercancías, como si
se tratara del más inelástico de los mercados. Todo ello favorecido por un inmenso circulante derivado de las políticas sociales. O
mejor sería decir, una elevada capacidad de compra de los venezolanos de todos
los estratos socio-económicos. Así, la especulación fue favorecida por una
inmensa masa monetaria derivada de la renta petrolera administrada por el
Estado de una manera muy dispendiosa. Todo ello operó en favor de la
especulación y de la híper-inflación galopante.
NOTA: Continuaremos este análisis en nuestra próxima entrega la
cual titularemos ¿Qué pasa en Venezuela? Nº 7: El agravamiento de la crisis
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