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¿Qué pasa en Venezuela? Nº 6: Perversión del mercado interno

En un país como el nuestro, la mencionada tendencia a la acumulación delictiva de capital -además de que no responde exactamente a las mismas causas que en capitalismo de los países más  grandes o más “desarrollados” adquiere algunas otras peculiaridades. Acá tiende a imponerse como una actitud colectiva generalizada que resulta totalmente compatible con los anti-valores y la inmoralidad propia del capitalismo, en el cual prevalece el objetivo de obtener el mayor beneficio con el menor esfuerzo, riesgo o inversión, pero –en este caso- por añadidura, de manera perversa. La acumulación de riqueza es el impulso clave de la economía capitalista y ese “valor” propio del capitalismo, se impone en la economía rentista de una manera patológica, alimentado, en nuestro caso actual, por la inmensa ganancia especulativa derivada, por ejemplo, del diferencial de precio entre los productos regulados (y/o subsidiados) y los productos “bachaqueados”, es decir, desviados o acaparados para la especulación y la obtención de súper-ganancias.


E.- Canibalismo económico o poder popular

Aparte de lo planteado debemos recordar que, como se ha sostenido, la lucha de clases en Venezuela no aparece como la confrontación entre capitalistas (puja por la plusvalía) y trabajadores (puja por el salario) -antagonismo propio del régimen de producción capitalista- sino que se presenta y desarrolla como una lucha por la apropiación (suerte de rebatiña) de la renta petrolera. Adopta la  apariencia de una lucha de “todos contra todos”, dada una suerte de “piñata petrolera” en la cual “papá-Estado” se convierte en el regulador, en el arbitrador, en el gran repartidor de esa renta. Todas las clases y grupos sociales presionan a los gobernantes buscando mejorar su ración en la distribución de la  torta. El soborno se erige así en un mecanismo que afloja las tuercas y botones claves para inclinar la voluntad burocrática.

Ello explica la tendencia cada vez más pronunciada a que un mayor número de venezolanos se conviertan en corruptos o corruptores, o, en comerciantes especuladores de productos regulados desviados de los canales normales de distribución. El “bachaquerismo” se ha convertido en una “industria” en una “profesión” que tiende a institucionalizar la más descarada especulación, y a “legitimar” los vicios y perversiones propias de un capitalismo en descomposición, en el cual se desata  incontroladamente la corrupción y la especulación. El interés individual opuesto al interés colectivo, es un “valor” propio de la economía basada en la propiedad privada y el intercambio de mercancías,  un “valor” que adquiere un carácter -delictivo y criminal- en la actual etapa de decadencia y descomposición del capitalismo. 

Dada esa puja entre las clases y sectores por el acceso o el control de la renta petrolera, la principal confrontación social no aparece claramente como la confrontación “capital-trabajo”, sino que, ese antagonismo, aparece socialmente diluido detrás de una aparente lucha de “todos contra todos”. Por eso la lucha económica o su forma perversa, una de cuyas manifestaciones es la “guerra económica”, se presenta como acaparamiento industrial, comercial y doméstico de los productos convertidos en mercancías; lo que se traduce en una especulación desenfrenada (cambiaria, comercial, financiera); en otras palabras, como  manipulación y especulación cambiaria, como mercados negros, compras nerviosas, mercados de vendedores, colas, desviación de productos, “bachaquerismo”, contrabando de extracción y desabastecimiento (supuesto o real, económico o extraeconómico), y, finalmente, como  híper-inflación galopante. Un conjunto de anomalías y  perversiones que hemos denominado “canibalismo económico”.Veamos entonces en detalle lo que ha ocurrido en la economía venezolana durante los últimos años.

Comencemos por puntualizar los principales puntales de la política económica que ha adelantado el gobierno venezolano durante los tres últimos lustros. En líneas gruesas, la política económica del gobierno es ampliamente conocida. Se ha caracterizado entre otros aspectos por: a) El control de cambios (destinado a impedir la fuga de las reservas monetarias); b)  El control de precios de los productos que se consideran esenciales (como una manera de impedir o contrarrestar la especulación); c) Los subsidios a una gran cantidad de productos considerados esenciales; d) La importación de alimentos y su distribución por el Estado; e) La expropiación o nacionalización de empresas; f) Los aumentos reiterados del salario mínimo (nominal); así como otras políticas sociales encaminadas a una redistribución pretendidamente equitativa de la renta petrolera.

El primero y más importante control impuesto por el gobierno bolivariano desde el año 2003, y destinado a impedir la fuga de divisas, fue el “control de cambios”. Una medida tardía si tomamos en cuenta que ya se venía produciendo una intencionalmente promovida y ya masiva “fuga del excedente” por vía monetaria, pues bien pronto se hizo presente y se potenció la insaciable voracidad dolarística de los venezolanos, una de las causas, quizás  fundamental, de la vertiginosa devaluación que sufre la moneda nacional. Una devaluación de gran impacto en el resto de la economía, pues fue produciéndose como consecuencia de ello, una espiral inflacionaria, dada la indirecta y no declarada dolarización de nuestra economía.

El “control de cambio”, produjo, como era de esperarse, un mercado paralelo, un muy dinámico “mercado negro” de divisas, que influyó de manera determinante en una constante  y cada vez más violenta devaluación del bolívar. El   diferencial cambiario se fue haciendo cada vez más lucrativo, tanto que se convirtió en un señuelo que estimuló la búsqueda cada vez más voraz de las divisas adquiridas a precios bajos, para destinarlas a la especulación cambiaria, por lo que se impuso el marcado negro de divisas y por ende la devaluación cada vez más violenta de la moneda nacional. Los empresarios abandonaron aún más el interés y el esfuerzo por aumentar su productividad, muy propio del verdadero capitalismo (no rentista), para desviarlo hacia el interés y el esfuerzo por ponerle la mano a la mayor cantidad posible de divisas mal habidas, para especular con ellas.

Todo ello comenzó a incidir desfavorablemente en la estructura de costos y precios del país, introduciendo deformaciones, perversiones y muy graves desequilibrios. La devaluación en picada comenzó rápidamente a incidir en los precios de todas las mercancías. Los precios de los automóviles, por ejemplo, comenzaron a estimarse en dólares, lo que incidía en un vertical ascenso de esos precios en una moneda nacional cada vez más devaluada. Y, apartando la devaluación, es decir, el diferencial cambiario, los automóviles resultaban, además, más caros en Venezuela que en Europa y Estos Unidos, comprados por ejemplo en dólares o en euros.

La respuesta gubernamental fue el control de precios de los automóviles y la contra-respuesta -digamos- “del mercado”, es decir, de los vendedores y compradores de vehículos, e incluso de los proveedores (las ensambladoras y los concesionarios)  fue el acaparamiento y la desaparición de los vehículos regulados. Esa respuesta “del mercado” condujo a la escasez  de vehículos regulados, a las listas de espera para la compra, al acaparamiento, a las “comisiones”. En otras palabras, se impuso de inmediato un “mercado de vendedores” totalmente desfavorable a los consumidores y como consecuencia de ello a una suerte de “mercado negro de automóviles”. Y como es lógico, al aumento violento de los precios.

La distorsión que se produjo en el mercado de automóviles provocó una perversión tal que, condujo a que, por ejemplo, un Ford-Fiesta con tres o cuatro años de uso se vendía en Venezuela por cien mil bolívares (BS.100.000) y esos bolívares, aunque fueran cambiados por euros en el mercado negro, con el monto resultante en euros, podía adquiriese en España un vehículo de la misma marca y modelo, pero totalmente nuevo (cero kilómetros). ¿Puede concebirse una distorsión mayor? Todo lo anterior nos indica que del mercado negro de divisas, se pasó -como ya dijimos- al mercado negro de automóviles de precios totalmente envilecidos.

Y, de un mercado de compradores, se pasó a  un “mercado de vendedores” ambos fenómenos (mercado negro y mercado de vendedores) totalmente desfavorables a los consumidores, quienes sin embargo -en nuestro caso- de manera sorpresiva -como si nada- siguieron demandando la misma o mayor cantidad de mercancías, como si se tratara del más inelástico de los mercados. Todo ello favorecido por un inmenso circulante derivado de las políticas sociales. O mejor sería decir, una elevada capacidad de compra de los venezolanos de todos los estratos socio-económicos. Así, la especulación fue favorecida por una inmensa masa monetaria derivada de la renta petrolera administrada por el Estado de una manera muy dispendiosa. Todo ello operó en favor de la especulación y de la híper-inflación galopante.

NOTA: Continuaremos este análisis en nuestra próxima entrega la cual titularemos ¿Qué pasa en Venezuela? Nº 7: El agravamiento de la crisis

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