El gobierno y los partidos que lo respaldan hablaron y hablan de una supuesta revolución, hablan de socialización, comunas, poder popular, del Socialismo del Siglo XXI. Pero, nos preguntamos qué hay de cierto en ello. ¿Ha habido acaso una verdadera revolución en Venezuela o se trata de un discurso socialista que se queda en las palabras? Por nuestra parte respondemos que lo que existe es un capitalismo puro y duro. Nadie puede negar que se han producido un conjunto de cambios pero que, de ninguna manera constituyen una revolución social. En el país no se han modificado en lo más mínimo las relaciones sociales de producción: Existe una estructura económico social capitalista dependiente en gran medida del capital transnacional. Vivimos en un sistema regido por el afán de lucro y la voracidad acumulativa, y, por añadidura, con las perversiones propias del “rentismo” petrolero.
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Como afirmó un ilustre venezolano ya
fallecido, hemos pagado reformas a precio
de revolución (2).En efecto, en el país existe un gobierno que se proclama
revolucionario y socialista, pero no ha habido una revolución social ni existe
el socialismo, aunque se hayan impulsado un conjunto de reformas sociales y
políticas. El gobierno, lo hemos dicho, procuró mediante políticas económicas
de carácter social, una distribución más
equitativa de la renta petrolera e
intentó frenar la voracidad acumulativa que caracteriza al imperante sistema
capitalista. Es indudable que mucho se avanzó en la reducción de la pobreza y
las desigualdades. Como puede percibirse a simple vista, el gobierno ha tenido
éxito en las políticas de inclusión e incremento de las oportunidades para gran
parte de la población antes excluida.
Pero, a la larga, como hemos visto, los
cambios sociales positivos logrados por el chavismo han sido contrarrestados,
minimizados y/o relativizados por un conjunto de limitaciones propias de este
modelo de revolución totalmente atrapado en el régimen capitalista. Por una
parte, se han hecho sentir los efectos de las tendencias a la acumulación y a
la concentración de la riqueza propia del sistema y, por otra parte, el país se
ha visto afectado por las perversiones y
vicios del capitalismo dependiente imperante en el país, así como por los
efectos perversos del “rentismo petrolero” específico de Venezuela. Por otra
parte, no hay que olvidar que el chavismo tiene el gobierno, pero no
tiene el poder. Si acaso detenta una fracción limitada del verdadero
poder económico y social. En muchos
sentidos los poderes fácticos del capital transnacional y de la burguesía
parasitaria se imponen sobre la voluntad del gobierno y el poder del Estado.
Comencemos por esto último. A lo largo
de la historia se ha podido distinguir perfectamente la diferencia entre un
gobierno surgido de una revolución, de un gobierno de “izquierda” o
“socialista” atrapado en el capitalismo. Una revolución social requiere un
cambio profundo en las relaciones sociales de producción. Implica un cambio en la estructura
económico-social, una modificación del
régimen de propiedad, en especial en lo que se refiere a la propiedad de
los medios de producción, lo que implica a su vez, un cambio de las
relaciones sociales de producción. No basta un simple cambio de gobierno. Ni
siquiera un cambio de “la forma de gobierno”. Tendría que haber cambiado el
Estado, haber dejado de ser un Estado capitalista para convertirse en Estado
socialista.
Cuando hablamos de transformaciones
intentadas a través de reformas legales debemos situarnos frente a las
limitaciones propias de este proyecto de transformación. Lo primero que habría
que advertir es que en este modelo de revolución el gobierno, por fuerte que
sea, se enfrenta al poder económico del capital interno y externo. En algunos
procesos de cambio social, cuando el gobierno es fuerte, puede detentar una parte del poder, pero nunca todo el poder. Y,
bien sabemos que los políticos no hacen lo que quieren, están sometidos a la
cuota de poder que detentan. Están sujetos a determinada correlación de
fuerzas. Por eso se ha definido la Política (con “P” mayúscula), es decir,
entendida como disciplina teórico-práctica (conocimiento para la
transformación), afirmando que es “la ciencia de lo posible”.
Otra particular debilidad de un
gobierno que pretende construir el socialismo mediante reformas legales y
decretos gubernamentales dentro de una estructura de capitalismo puro y duro,
es que en el capitalismo el egoísmo caracteriza o condiciona la conducta
económica de los individuos. En este régimen de producción la conducta de los individuos está regida por el afán de lucro y
por la ley del mayor beneficio con el menor esfuerzo. En la economía
capitalista impera la ley del más fuerte y cada quien se ve obligado a
procurarse las mayores ventajas individuales posibles. Se trata de una guerra
en la cual la mayoría de los pobladores del país deben -cada quien por su lado-
luchar por su propia sobrevivencia y la de su familia.
Por ello están en permanente conflicto
el interés público y el interés privado. Así, un gobierno que intenta
fortalecer lo colectivo (lo público, lo estatal, lo social o comunal) se
encuentra con un gran obstáculo: el interés privado o individual. Pues no sólo
confronta el egoísmo de los grandes oligarcas, no sólo colide con los intereses de los propietarios más poderosos, sino
que, en la mayoría de los casos, se enfrenta al interés privado en general,
pues todos estamos atrapados en nuestros intereses individuales. Se requeriría
un nivel de conciencia social muy elevado para que la mayoría comprendiera que
defender “lo público” es lo que más le conviene a los más vulnerables, así
como, a la larga, a toda la sociedad.
Los valores de una sociedad, dependen
del modelo de producción social, es decir, de las relaciones sociales de
producción existentes. La ideología, la moral, el derecho y en general la
cultura, son un reflejo súper-estructural de la estructura económico social
existente. Es como un espejo en el cual -mental, intelectual, moral y
espiritualmente- se reproducen las
relaciones sociales de producción. A un régimen social de producción
capitalista, corresponden -en términos generales- unas formas de pensamiento
coherentes con esas relaciones de producción. En el capitalismo la ideología
dominante es la ideología burguesa. Imperan los “valores” burgueses, la “moral”
burguesa. Es decir la alienación, el
fetichismo de la riqueza y el afán de acumulación. En síntesis, el poder
ideológico del Dios-dinero.
Un sistema económico-social opresor,
injusto e inhumano, como es el capitalismo, para poder perpetuarse, necesita
valerse de un conjunto de coacciones económicas y extraeconómicas, políticas,
jurídicas, policiales, militares y también culturales y morales, podríamos
decir, ideológicas. También imperan
condiciones y/o emociones como el
miedo, la ignorancia y los prejuicios que alimentan y se alimentan del egoísmo y
constituyen los cerrojos, los candados, las claves de la conducta inhumana e
irracional de los individuos. Todo ello es lo que mantiene a la Humanidad
caminando hacia un abismo de auto-destrucción. Ya veremos de qué manera este
entrampamiento de intereses, individuales y colectivos (de clase), ha
condicionado o determinado el perverso y contagioso fenómeno (que he denominado
“canibalismo económico”), imperante en estos momentos en Venezuela.
NOTA: Continuamos este análisis en nuestro siguiente artículo que titularemos: ¿Qué pasa en Venezuela? Nº 4: Políticas económicas contraproducentes.
(1)
Nos referimos a
Rigoberto Lanz, sociólogo, profesor universitario, intelectual de izquierda y
revolucionario venezolano.
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