PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO (Cuento sobre el origen del dinero y sobre el papel del oro en ese proceso)
Chema
Noel
Nuestra historia comienza cuando sorpresivamente una mesa
adquiere vida propia y comienza lentamente a mover su cuadrúpeda
materialidad. Con la curiosidad de
cualquier ser animado dotado del sentido de la vista después de estirarse como
es debido, comienza a virar su cabeza de mesa de un lado a otro para -mirando a
su alrededor- conocer aquel mundo que le resulta extraño. Durante esta primera
exploración no logra ver nada.
En un primer
momento pensó que estaba sola en el mundo. Por sentirse aislada
e inútil estaba a punto de echarse a llorar cuando se percató de que no
solamente había otras mesas detrás de ella, sino que pudo distinguir frente a
ella unas sillas, unos estantes, y un
lavaplatos. En ese momento se sintió mejor, ya no estaba deprimida, y, quizás
por ello, tuvo ánimo de moverse y de observar con más atención a su alrededor.
Pero su gran sorpresa fue descubrir que aquellos objetos -que
comenzaban a hacerse familiares para ella-, tampoco estaban solos en el mundo
sino que formaban parte de un inmenso universo de objetos diferentes, de todos
los tipos y utilidades. Y, nuestra muy curiosa y aventurera mesa decidió
incursionar en aquel mundo y comenzó a
explorar el territorio. Así descubrió que los objetos que componían
aquella inmensa acumulación de objetos se movían a voluntad.Fue entonces cuando nuestra mesa, rebosante de alegría
comenzó a moverse como loca.
No sólo se incorporó sobre sus cuatro patas, sino
que muy eufórica comenzó a danzar. Hizo múltiples maromas y hasta se puso de
cabeza imitando a otros millares de aquellos objetos. Su alegría fue todavía
mayor cuando se percató de que todos estaban tratando de intercambiarse. Un
divertido juego en el que aquellos objetos procuraban cambiarse unos por otros. En verdad ninguno de aquellos objetos quería estar solo ni inmóvil
ni rodeada solo de sus iguales.
Por ello, la mayor diversión consistía en lograr
incorporar a su grupo, el mayor número de objetos heterogéneos -diferentes a
los objetos que integraban el propio grupo. El lugar al cual acudían para
intercambiarse lo llamaron mercado, y, a los objetos que acudían a
intercambiarse se les comenzó a llamar “mercancías”. Así que todas aquellas mercancías bailaban
incasablemente procurando ser vistas pues, llamando la atención tenían mayores
posibilidades de interesar a otros productos a intercambiarse por ellas. A esa
danza la llamaban “marketing”.
Pero, sin embargo, hubo algo que resultó muy difícil y
complicado, ya que, al momento de cambiarse, ninguna mercancía dispuesta a
hacerlo, conocía su propio valor y la única manera de saberlo era preguntárselo
a la mercancía que tenía enfrente y guiarse por esa respuesta específica.
Entonces la vocera de las mesas cuando
quiso cambiar mesas por platos, no tuvo más remedio que preguntarle al vocero
de los platos, por su propio valor de cambio en platos.
Así, que, dirigiéndose a él le preguntó: señor plato,
¿cuánto cree usted que valgo yo? Y el vocero de los platos le respondió: Yo no
sé cuánto vales tú, lo que yo puedo hacer es decirte cuántos platos estoy
dispuesto yo a darte por una de tus mesas. Y así la mesa supo cuál era su
“valor de cambio” expresado en platos. Fue así como pudo realizarse el
intercambio entre las mesas y los platos (2). Pero, tanto las mesas como los
platos aspiraban intercambiarse por otras mercancías.
Y, ni la mesa ni el plato pudieron saber cuál era su verdadero valor, ya que, de esta manera, un tanto
arbitraria, simple, concreta, la mesa solo pudo establecer su “valor de cambio”
de una manera relativa, y además limitada, casual y fortuita, ya que mediante
este trueque, su proporción de cambio solo podía expresarse en una mercancía específica
y particular que dejaba vivo el enigma, tanto de su valor absoluto como su
“valor de cambio” expresado en otras mercancías.(2)
La situación del
señor plato en su condición de representante de su grupo resultó peor, pues él
sólo sirvió de equivalente de “valor de cambio” de la mesa, sin enterarse
siquiera de cuál era su propio valor de cambio y mucho menos su valor absoluto,
si es que acaso fuese posible saberlo. Por ello, esta forma de valorarse unas con
otras fue circunstancial y pasajera. Aquella forma de medir el valor sólo
servía a la mesa y de manera muy limitada.
Así fue y, como prueba de ello, enseguida veremos por qué, durante
los siguientes días, la mesa, con mucha paciencia, fue formulando la misma
pregunta a otros voceros, de las otras mercancías, para saber cuál era su
precio al cambiarse por otros productos.
Después de hacerlo -durante varios días- la pobre mesa quedó muy agotada,
pero más que agotada, fastidiada. Le molestaba tener que andar por allí, repitiendo
la misma pregunta de manera reiterativa: “¿Cuánto cree usted que valgo yo?”
Fue así cuando decidió
resolver por su cuenta el problema y responderse ella sola la pregunta clave.
Lo hizo elevando aquella lista, de 10 a 50
productos, y respondiéndose en cada caso, cuántos objetos C,D,E,F,G
… X, Y,Z., estaba dispuesta a aceptar
a cambio de cada una de sus mesas. Problema
resuelto. Sin embargo, pasado un tiempo pudo darse cuenta de la insuficiencia
de su nueva “solución”, pues siempre aparecían nuevos productos que no estaban
en su lista y tenía que volver a la pregunta mil veces repetida.
Insistiendo en encontrar una solución, nuestra inquieta e
inteligente mesa se enteró de que otras
voceras y voceros andaban en lo mismo. Decidió entonces entrar en contacto con
sus semejantes quienes después de varias reuniones llegaron al acuerdo de
escoger democráticamente una de ellas para que expresara con su cuerpo
convertido en espejo, el “valor de cambio” de todas las demás. No fue nada
fácil escogerla pues muchas se postularon para cumplir esta función.
Nuestra amiga mesa vivió aquel día la grata sorpresa de
haber sido designada equivalente de valor de toda aquella cantidad de
mercancías asistentes a aquella reunión. Fue así como todas las mercancías
aceptaron expresar su valor en mesas, o, mejor dicho, corrijo: aceptar que su
valor fuese expresado en mesas (3). La mesa se convirtió así en equivalente de valor de todas las
mercancías. Pero, para tristeza suya, su reinado como “equivalente de valor” duró
muy poco tiempo.
¿Qué había ocurrido? Ocurrió que al poco tiempo se enteraron
de que muchas otras mercancías no incluidas en aquella limitada lista, también
se habían reunido aparte y habían escogido otros equivalentes para sus propias
listas. De esta manera el mundo se llenó de grandes grupos de mercancías
distintas, siendo que cada grupo tenía sus propios “valores de cambio”
expresados en una mercancía propia del grupo, escogida internamente por el
respectivo grupo.
Esta insuficiencia se puso de manifiesto cuando las
mercancías de un grupo trataron de intercambiarse por ejemplares que
pertenecían a otros grupos y que, por lo tanto, tenían su propia y particular
lista de equivalencias. Esta circunstancia limitaba el libre intercambio en el
cual todas estaban interesadas. Se creó un verdadero caos, pues las mercancías -además
de no saber cuál era su verdadero valor (absoluto), ni siquiera sabían cuál era
su valor relativo, es decir, su “valor de cambio” (4).
Esta crisis no pudo superarse democráticamente. Muchas mercancías
querían ocupar el privilegiado puesto de equivalentes de valor. Por eso, ante
el desacuerdo, la solución que finalmente se impuso fue totalmente autoritaria
y manipuladora. Los hechos ocurrieron de esta manera. Corrió la voz de que se realizaría un baile
para provocar un acercamiento amistoso y una gran mayoría acudió a la cita festiva. Ese encuentro fue
aprovechado por un grupo de conspiradores decididos a imponerse por la fuerza.
El grupo de conspiradores estaba
integrado por los llamados “metales
preciosos”, quienes estaban encabezados por el oro. Ellos, aunque eran minoría
lograron acumular mucho poder fáctico, y, en nombre de la libertad de mercado,
declararon que por su belleza, resistencia,
maleabilidad y otros atributos
físicos habían seleccionado al oro (por ellos mismos, claro) como equivalente
general de valor de todas las mercancías. La monarquía se impuso, sustituyendo
a la democracia.
A partir de ese día el oro imperó
sobre todas las mercancías. Todos los “valores de cambio” comenzaron a
establecerse en gramos, onzas, kilos o lingotes de oro. El oro se convirtió en
medio de pago y en equivalente general de “valor de cambio” o precio, de todas las
mercancías. Desde ese día no se habló
más de “valor de cambio” sino de precio. El oro logró tanto prestigio,
tan buena fama y tanta credibilidad y confianza que se convirtió en un
verdadero poder (4).
.
El
oro es dinero, no porque todas las mercancías expresen en el su valor, sino que, todas las mercancías
expresan en él su valor, porque es dinero (K.M.).
Así, por la importancia lograda,
el oro pasó a convertirse, no solo en el medio de pago, sino también en medio
de atesoramiento, en representante de la riqueza y finalmente en medio de
enriquecimiento. Lo primero que hizo para mejorar y ampliar su posibilidad de
circulación fue fraccionarse y lo hizo mediante su monetización. Y para facilitar
este proceso se apoyó en sus aliados, los otros metales: plata, cobre, níquel y
otros.
Y llegó a ser tal su prestigio,
su poder y la generalización de su uso, que se dio el lujo de hacerse
representar por algo que tenía mucho menos valor físico pues el material finalmente
utilizado fue el papel. Así, en nombre del oro se firmaron papeles que
supuestamente lo representaban: vales, letras de cambio, y finalmente los
billetes, el llamado “papel moneda”. Se llegó a tal extremo que el dinero, de
medio de pago, pasó a considerarse riqueza. Es decir que, de representante de
la riqueza se convirtió en riqueza.
Pero su poder no quedó allí, el
dinero además de ser considerado como riqueza en sí mismo, y quizás por ello
mismo, se convirtió en un medio de reproducción de la riqueza, de tal manera
que llegó a ser considerado un medio de creación
de riqueza. Su valor llegó a ser literalmente capital, lo cual resultó toda una
ficción que se expresaba en numerosos papeles. La vida del capital y su
extraordinario poder pasó, como en las novelas: de la vida real pasó “al papel”,
es decir, a la ficción.
Surgieron los títulos-valores: los vales; las
letras de cambio, los cheques; las acciones, los asientos contables, hasta
expresarse como datos informáticos que cobran vida en las transacciones comerciales
a través del uso de tarjetas de débito y de crédito. Finalmente todos esos valores, originalmente
“valores-mercancías”, después títulos-valores, terminaron siendo
transferencias, datos electrónicos que viajan de un lugar a otro a la velocidad
de la luz.
Así, las mercancías, al cobrar
vida propia, crearon un mundo a su imagen y semejanza. Decidieron cómo
intercambiarse; decidieron la proporción en que iban a cambiarse unas por
otras, es decir, establecieron para ello un “valor de cambio”, el cual, después,
terminó siendo precio. Ese precio decidieron expresarlo en oro, después en
monedas, después en billetes hasta llegar al dinero electrónico y a las
transferencias de hoy. De allí, gracias a la cadena de bloques, a las criptomonedas.
NOTA:
Parodiando a Marx, podríamos decir: “El bitcoin
es dinero, no porque las mercancías expresen en é su valor, sino que, todas las mercancías expresan en él
su valor, porque es dinero…
Lo que hay que aclarar finalmente
es que, si bien las mercancías han podido determinar sus “valores de cambio” o
precios, es decir, su valor relativo, siempre a través de una otra mercancía que haga las
veces de equivalente, y que, aunque a partir de allí, han recorrido todo
ese largo camino, no obstante ello, a estas alturas, todavía no han podido
responderse qué es lo que determina su propio valor, digamos absoluto, es decir, ese valor oculto que
se manifiesta a través del “valor de cambio”.
¿Podrán desentrañarlo ellas
mismas o tendremos que ayudarlas? Veamos la otra parte de la historia.
Cómo hemos visto, a las mercancías les costó
mucho resolver el problema de establecer un mecanismo (una manera de calcular
sus “valores de cambio”) que les
permitiera cambiarse unas por otras de forma fácil, rápida y dinámica. No fue
nada fácil y mucho menos armonioso, por el contrario, resultó algo muy
conflictivo. Una verdadera y a ratos sangrienta lucha.
Antes de relatar para ustedes
esta segunda parte de la historia, preguntémonos qué fue de la vida de nuestra vieja
amiga mesa. Como ustedes pueden haberse imaginado nuestra cuadrúpeda amiga de
madera volvió a deprimirse y debemos reconocer
que tenía una razón para ello, ya que, después de haber cumplido un
papel tan importante en un primer momento, después fue totalmente relegada por
la tiranía del endiosado oro y finalmente por el dinero y sus derivados o
descendientes.
Afortunadamente la mesa recobró
pronto su autoestima. Apoyada por sus amigos no le fue muy difícil pues tenía
muchas razones para sentirse orgullosa de sí misma, ya que era quizás el objeto
más útil del mundo. Aunque no lo decía, se sentía mucho más útil que el oro.
Ella tenía la intuición de haber sido y seguir siendo el objeto más útil y más
usado en todos los tiempos y lugares. Sí fuese por su “valor de uso” no tenía
dudas de ser el objeto más valioso de todos.
Una vez que recobró su autoestima
nuestra amiga mesa se puso otra vez en movimiento. Por su inquietud, su
sensibilidad y su curiosidad -como veremos- volvió a tener una gran importancia
en esta historia. Gracias a su permanente contacto con la realidad y, unida a
esta ventaja, su interés por conocer y por participar, hizo posible que la mesa
conociera muchos hechos y circunstancias que le permitieron comprender y actuar
muy acertadamente.
Por todo lo que le había tocado
vivir, la mesa se convirtió en una acuciosa investigadora de la realidad. Se
empeñó en conocer su entorno, descubrir la razón de ser de las cosas. De esta
manera se puso a la vanguardia del conocimiento del mundo en que le había
tocado vivir: el muy complejo y dinámico mundo de las mercancías. Ella quería
comprender todo lo que había ocurrido. Quería descubrir el verdadero valor de
los objetos que debía estar detrás del “valor de cambio”.
En efecto, los “valores de
cambio” o precio aparecían como algo circunstancial, casual, fortuito o
relativo. Nuestra amiga mesa quería saber si había un verdadero valor, un valor
absoluto detrás del relativo y aparentemente arbitrario precio de las
mercancías. Lo primero que se le ocurrió pensar es que las cosas valían por su
utilidad, pero inmediatamente lo descartó: en primer lugar porque la utilidad
es algo muy subjetivo, muy personal. Además, varía por muchas razones y
circunstancias.
Otros llegaron a pensar que las
cosas valían según fuesen más o menos escasas. Esto tenía más lógica pero
tampoco daba una respuesta precisa y contundente, pues la escasez también tenía
efecto, pero no sobre un valor absoluto, sino que también se refería al valor
relativo, “valor de cambio” o precio. Tenía que ver sólo con las relaciones de
intercambio. Así, la pregunta sobre la esencia o sustancia del valor o valor absoluto
-menos circunstancial casual o arbitrario- quedaba en pie.
Pero veamos qué hizo nuestra
amiga mesa para descubrir su verdadero valor y el valor absoluto de todas las
demás mercancías. Primero que nada, después de pensar mucho en ello, llegó a la
conclusión de que, si todas las mercancías podían igualarse en el intercambio
siendo distintas sus cantidades y sus cualidades (cantidad, forma material y
utilidad) tenía que haber algo que las igualara y nuestra amiga mesa decidió
averiguarlo.
Así, después de indagarlo mucho,
pudo darse cuenta de que todas sus compañeras mercancías eran iguales a ella en
algo: en que todas tenían un mismo origen; en otras palabras, que todas tenían
un mismo padre y una misma madre. Todas habían sido producidas de una misma manera:
su padre era el trabajo y su madre era la tierra, es decir, la madre
naturaleza. Todas las mercancías tenían una sustancia social común llamada
trabajo y una materia aportada por la naturaleza.
Muy pronto se dio cuenta de que
el valor de todas las mercancías estaba íntimamente relacionado con la cantidad
de trabajo contenida en cada una de ellas. Mientras se invertía menos tiempo en
producirlas, es decir, mientras contenían menos trabajo, tenían menos valor. En
otras palabras, tenían un costo menor en H/H (horas hombre), o dicho en otras
palabras: en tiempo de trabajo socialmente necesario. Y las que contenían más
trabajo eran más costosas.
Lo que quiere decir que el VALOR
(valor absoluto) de las mercancías (y como consecuencia de ello, y -en alguna
medida- también su precio o “valor de cambio”) está relacionado o determinado
por su “costo de producción” medido por el tiempo de trabajo (promedio social)
contenido en la producción de las mismas. Y el tiempo de trabajo a su vez,
depende de la capacidad productiva del trabajo (productividad) y ésta, a su
vez, por el nivel de desarrollo tecnológico.
A mayor capacidad productiva del
trabajo, el tiempo de trabajo que será necesario invertir en la producción de
una mercancía cualquiera, será menor y, en consecuencia, será también menor el
valor (o costo en horas/hombre) de dicha mercancía. Y, a la inversa, a menor
capacidad productiva del trabajo, el tiempo de trabajo necesario para la
producción de una mercancía será mayor y, por lo tanto, mayor su valor o costo en
TTSN, es decir en “horas/hombre” o expresado en dinero: “costo de producción” (5).
Cuando llegó a este
descubrimiento nuestra mesa dio un inmenso salto de alegría y se puso a bailar
como una loca totalmente atrapada por la euforia. Ella sabía que desde que las
mercancías comenzaron a existir, nadie había logrado descubrir el origen del
VALOR, pues siempre los “Valores de Cambio” o precio habían actuado como una
máscara que encubría la realidad y no permitía comprender. La forma no permitía
ver el fondo. El fenómeno ocultaba la esencia.
Sin embargo, este gran
descubrimiento no dejó conforme a nuestra inteligente e indagadora amiga. La
muy inquieta mesa siguió reflexionando e investigando. En efecto, aunque la
mayoría de las mercancía se creían libres, autónomas y auto suficientes,
nuestra amiga mesa sospechaba que no era así. Pensaba, muy acertadamente, que
las mercancías no estaban solas en el mundo y que no eran tan dueñas de su vida
y de su destino como ellas pensaban.
Es por ello que se empeñó en
investigar el origen de todas ellas. Ya se había enterado que todas las
mercancías eran productos de una actividad llamada trabajo. Y, supo también,
que el conjunto de trabajos que le daban vida se llamaba proceso de producción,
y, que ese proceso de producción era al mismo tiempo un proceso de
valorización. Por todo ello las mercancías -dicho con nombre y apellido- debían
denominarse propiamente: “valores-mercancías”.
Supo así que el
trabajo agregaba valor a los objetos cuando, transformando las materias
naturales del medio ambiente (orgánicas o inorgánicas, minerales, vegetales o
animales) creaba algo nuevo, algo que antes no existía. Supo también que no
siempre los productos del trabajo se convertían en mercancías. Se enteró que
era algo relativamente reciente, pues durante la mayor parte del tiempo
transcurrido (prehistoria), los productos del trabajo no eran mercancías.
¿Por qué no eran
mercancías? No eran mercancías porque los productos del trabajo no estaban
destinados al mercado. No existía la actividad comercial y los productos del trabajo
estaban destinados verdadera y exclusivamente a satisfacer necesidades de
quienes con su trabajo los producían. Después los productos del trabajo
comenzaron a ser producidos y vendidos por sus propietarios con la finalidad de
obtener un beneficio económico privado.
Pero la
insaciable curiosidad de nuestra amiga mesa no tenía límites. No satisfecha con
todo lo que había logrado descubrir siguió investigando. Estaba empeñada en
averiguar quiénes estaban detrás del proceso de producción y valorización de
las mercancías. Esto lo descubrió el día que sufrió un accidente. En efecto, un
día alguien colocó sobre ella un objeto muy pesado… se fue de lado y cayó al
suelo porque se le fracturó una pata. La mesa fue llevada de emergencia a un
hospital llamado taller de carpintería.
Ese día nuestra
amiga conoció a unos seres humanos (las-los “mujerhombres”) que se hacían llamar
trabajadores, ellos en verdad eran los productores; eran quienes con sus manos
y con “el sudor de su frente” fabricaban mesas y otros objetos de madera.
Conoció también a otros señores que se llamaban a sí mismos “empresarios” o
propietarios. Como los reyes en las monarquías estos señores eran quienes
decidían lo que debía hacerse o dejar de hacerse. También les decían dueños
empresarios o productores.
Nuestra amiga
mesa estuvo “hospitalizada” en aquella inmensa carpintería durante muchas
semanas esperando que la repararan. Contrariamente a lo que podría pensarse, no
se fastidió ni perdió el tiempo, por el contrario, lo aprovechó muy
productivamente para sus investigaciones. Supo que así como las mesas y otros
productos de madera eran fabricados en carpinterías, todas las mercancías
tenían sus propios hospitales y maternidades, donde los fabricaban o reparaban.
También supo que
había otros lugares de reclusión a donde las diferentes mercancías eran
llevadas y mantenidas mientras cambiaban de manos. Eran los “locales comerciales”.
Empresas que solo se dedicaban a comprar y vender mercancías sólo por su afán
de lucrarse, es decir, obtener un beneficio económico en esas operaciones.
Cambiaban la mercancía dinero (D´) por otras mercancías (M) y después volvían a
cambiarlas otra vez por dinero (D´´). Es decir: D´- M - D´´.
En otras
palabras, nuestra amiga mesa comprobó algo que ella había intuido e incluso,
imaginado: que las mercancías no eran tan autónomas como ellas creían. Es decir,
que ellas no iban solas al mercado ni tampoco eran ellas quienes decidían la
proporción en que iban a cambiarse unas por otras. Al parecer, eso era decidido
por quienes fungían como dueños (¿propietarios privados?), dicho de otra
manera: los propietarios de las fábricas o de los comercios.
Oyó por primera
vez la palabra “productividad” y supo que era un vocablo clave en aquel mundo,
pues todos los fabricantes de valores de uso (objetos útiles) destinados a ser
vendidos, a ser por ello mercancías, estaban empeñados en producir esos bienes en
el menor tiempo posible, pues, mientras mayor fuese la productividad (mientras
menos t.t.s.n., ó menos H/H) menos valor tendrían sus productos, pero mayor
podría ser su ganancia. “A menos costo, mayor beneficio” decían y repetían.
Así, nuestra
amiga mesa pudo al fin comprender por qué todas sus compañeras mercancías
valían cada vez menos y por qué los propietarios de las fábricas utilizaban
cada vez menos trabajadores. Tanto así, que algunos llegaron a reducir casi a
cero la cantidad de asalariados empleados, a través de la completa
automatización o robotización de sus fábricas. Lo cual llevaba también casi a
cero el valor (o costo) de sus mercancías. Costo estimado en tiempo de trabajo
contenido, en H/H.
Claro que se
reducía el valor o costo de producción, es decir, menos valor agregado, pero no
menos precios, porque, como todos ya sabemos, el precio es la proporción de
cambio con otras mercancías (“Valor de Cambio”), incluyendo la mercancía
dinero, una variable que, como es sabido, -aunque está relacionada con el “Valor-Trabajo”,
es una magnitud diferente que no depende exclusivamente del costo de producción
en TTSN, o, lo que es lo mismo, H/H., sino que depende de la oferta y la
demanda en el mercado.
Pero, a todo lo
que hemos dicho, hay que agregar un descubrimiento todavía mucho más importante
logrado por nuestra acuciosa amiga mesa. Como nuestros lectores pueden haber
notado, en esta narración se ha hablado muy poco de quienes deberían ser los
más importantes actores de esta historia, las/los mujerhombres, es decir, los seres humanos
trabajadores (verdaderos propductores). En un primer momento nuestra amiga mesa
se imaginó que ell@s eran quienes conscientemente dirigían todo este juego.
Cuando ella
descubrió que las mercancías no iban solas al mercado sino que eran llevadas
por sus propietarios, supuso que se trataba de seres muy poderosos e
inteligentes, quienes muy lógica y racionalmente movían cada una de las piezas
en función de la mayor utilidad y beneficio para todos ellos. Pero muy pronto
nuestra amiga mesa se dio cuenta de que no era así. Que lo que llamaban ellos
“el mercado” era un gran caos donde imperaba una especie de “ley de la selva”.
Ella se
imaginaba que fuera de aquel escenario donde las mercancías danzaban como locas
mientras se intercambiaban unas por otras, como unos niños que jugaban un
gigantesco “video-juego” cada uno de los mujer-hombres tendría en sus manos un
mando conectado al campo de la acción, tomando todas las decisiones de una
manera consciente y racional. Pero lo que pudo observar fue algo muy diferente
y a la vez muy deplorable.
En efecto, nuestra
amiga mesa, pudo constatar que la mayoría de los seres humanos que participaban
en el juego como compradores y vendedores de las mercancías, es decir, que
intercambiaban, todo tipo de mercancías (fuerza de trabajo a cambio de dinero (salario);
mercancías por dinero; dinero por servicios, sexo por dinero; seguridad por
dinero, tierra o recursos naturales por dinero; y muchos otros tipos intercambios;
no tenían autonomía, sino que eran manipulados de muchas maneras desde centros
de poder.
En otras
palabras, no eran libres, y por lo tanto no podían aprovechar verdaderamente su
trabajo, ni su creatividad, en su propio beneficio, sino que era explotados, oprimidos
y expropiados. Nuestra amiga mesa comprendió que en aquel juego de monopolio
unos producían y otros se apropiaban. Comprendió que la productividad siempre
creciente, no estaba al servicio de los trabajadores (productores) sino que
estos, mientras eran más productivos, menos acceso tenía a las mercancías (riqueza) creadas por ellos.
Pudo percatarse
de que aquella manera de producir y distribuir los bienes materiales y de
prestar servicios, beneficiaba y enriquecía a unos pocos y perjudicaba y
empobrecía a la mayoría de los seres humanos. Además, provocaba conflictos
sociales y políticos, rebeliones, guerras civiles y guerras entre países. Naciones
opresoras y naciones oprimidas o colonizadas. Y, para colmo de males, estaban
destruyendo la naturaleza y poniendo en peligro de exterminio todas las formas
de vida existentes en el planeta.
Sin embargo,
nuestra amiga mesa, no conforme con todo lo aportado hasta ahora, nos ha
prometido continuar investigando para dar continuidad a esta historia. Ella
quiere desentrañar cómo fue que el dinero devenido en capital, se convirtió, al
menos en apariencia, en una potencia económica creadora de riqueza. ¿Cómo
terminó imponiéndose como verdad, la ficción de que el capital, (o el capitalista)
crea riqueza, destronando de esta manera la importancia del trabajo en el
proceso de creación de la riqueza?
¿Cómo el trabajador se empobrece y la
mercancía fuerza de trabajo se desvaloriza o se deprecia, en la medida en que
aumenta su productividad. En otras palabras como es que la fuerza de trabajo mientras es más productivo, es decir en la
medida en que aumenta la capacidad productiva del trabajo humano, la capacidad
adquisitiva de los trabajadores se reduce
siempre en términos relativos y, a veces, también en términos absolutos? ¿Cómo se
ha llegado a la obscena irracionalidad de que el 1% de la población del planeta
concentre más del u0 % de la riqueza producida por todos. Nuestra amiga mesa se
los contará. Asi lo ha prometido.
REFERENCIAS:
1) En
este párrafo se hace referencia a lo que Marx denomina “Forma simple, concreta
o fortuita del valor”.
2) Acá
a la “Forma desarrollada del valor”
3) En
este, a la “Forma general del valor”
4) Y
finalmente a la “Forma dinero del valor”.
NOTAS EXPLICATIVAS:
Con la redacción de este “cuento”
hemos querido facilitar la comprensión de lo que mediante un arduo, complejo y
detallado proceso de análisis dialéctico aborda Karl Marx en la segunda parte
del Capítulo I de su magna obra El
Capital, Crítica de la Economía Política. Como sabemos, esa segunda parte
titulada LA FORMA DEL VALOR O VALOR DE CAMBIO” es dedicada por el gran pensador
alemán a desentrañar paso a paso la génesis del dinero.
En la segunda parte de este cuento
hemos intentado dar respuesta a la pregunta: ¿Cómo se determina el “valor” (¿absoluto?)
que se esconde detrás del “valor de cambio” o precio, entendido éste último como
una expresión relativa, siempre cambiante y en muchos casos cambiando de manera
arbitraria o aparentemente absurda. También quisiéramos explicar la última
parte del capítulo I. La parte que Marx ha titulado “El Fetichismo de la
Mercancía y su secreto”.
En lo que a nosotros respecta, nos proponemos dar continuidad a este esfuerzo
explicativo (lo más didácticamente que nos sea posible), probablemente también
a través de otros cuentos, para exponer paso a paso y al alcance de la mayoría
de los lectores, el proceso de producción como proceso de valorización y
finalmente, el proceso conversión del dinero en capital, y, finalmente, a través
del cuento “El asesinato de la gallina de los huevos de oro”, el valor y el
precio de la fuerza de trabajo.
Comentarios
Publicar un comentario