Chema Noel
PRIMERA PARTE
Introducción.-
La contradicción fundamental del sistema
capitalista consiste en el carácter social, colectivo, acumulativo,
internacional del incremento de la productividad del trabajo y del desarrollo
de las Fuerzas Productivas Sociales, que contrasta con el carácter privado,
individual, familiar o corporativo, de las Relaciones Sociales de Producción y
como consecuencia de ello, la apropiación privada individual, personal,
familiar o corporativo de los beneficios. Igual ocurre con el trabajo,
principal fuerza productiva. Lo que hacemos todos se lo apropian unos pocos.
Explicada de otra manera, la contradicción se puede expresar de la siguiente
manera: Estimulado por el afán de lucro, en procura de un cada vez mayor
beneficio, cada capitalista se afana en elevar la productividad, es decir,
elevar la capacidad productiva del trabajo, con el objetivo de producir
más, en menos tiempo, con menos trabajadores, y así, elevar sus beneficios
(su ganancia o plusvalía). Al verse obligados todos los capitalistas
a actuar de esta manera, el resultado es que se incrementa el desempleo y por
otra parte y, paralelamente, se reduce, tanto en términos relativos como
absolutos, la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, lo que
implica la reducción o contracción de la demanda solvente. La contradicción
fundamental se resume en que, mientras más aumenta su productividad y sus
posibilidades de elevar la producción, el trabajador reduce su capacidad
adquisitiva y el capitalista tendrá menos demanda para sus productos.
Ocurre pues que, cuando todos los
capitalistas, cada uno por su parte, se esfuerza por elevar la productividad,
en términos generales, tienden a reducir la demanda social, limitando las
posibilidades de que cada uno de ellos logre colocar sus productos. Mientras
más crece la capacidad de cada capitalista de elevar la producción de su
empresa, ellos mismos en su conjunto, sin desearlo, más se reducen ellos
mismos, por esa dinámica, la posibilidad de vender lo producido. Esta
contradicción, que acompaña al capitalismo a lo largo de toda su existencia,
condiciona se evolución, pues el sistema tiende al constante desequilibrio y a
las crisis cíclicas que lo caracterizan. Es decir que, cada cierto tiempo el régimen
de producción capitalista se congestiona, sufre una indigestión que se
expresa en las recurrentes crisis de sobre-producción relativa, también
llamadas crisis de infraconsumo o subconsumo. Dicho en palabras más sencillas,
aumenta la producción (oferta) y baja la capacidad adquisitiva de la población
(demanda). Este desequilibrio, característico del régimen de producción
capitalista, siempre está presente en todos los lugares y en todos los
momentos. Lo que se modifica por el cambio de las circunstancias históricas
(causas exógenas) y por las cambiantes características del capitalismo en su
evolución (causas endógenas), lo que cambia, repetimos, son las modalidades de
la crisis y las formas de afrontarla en cada etapa, es decir, las diferentes
maneras de superar la crisis. Veamos entonces al capitalismo en su evolución.
Veremos cómo el mismo problema va reapareciendo y cómo la sociedad sufre y cómo
afronta y supera la crisis.
1.- Una evolución plagada de contradicciones
En una primera etapa de su
existencia, el régimen de producción social capitalista (pongamos por ejemplo
el norteamericano), por la dinámica de su desarrollo y dada la fundamental
función cumplida en sus momentos iniciales, en la cual, el muy elevado
incremento de la productividad estaba total y plenamente al servicio del
aumento explosivo de la producción y, por lo tanto, podríamos caracterizarlo como un pujante y dinámico régimen de producción de mercancías, con
una creciente producción a gran escala, generándose el incremento de la riqueza
social y, como consecuencia de ello, el desarrollo económico de la Nación,
favoreciendo, a unos más a otros menos, a todos los sectores sociales. Era la
época del explosivo y asombroso crecimiento de las Fuerzas Productivas y del
galopante incremento de la productividad. El capitalismo podía
definirse como un régimen de producción de mercancías. Fue la
etapa, en el caso de los EEUU, durante la cual se inicia el “efecto llamado”
denominado “sueño americano”, que convirtió a USA en la meca de quienes
buscaban progresar rápidamente trasladándose a ese país. En esta, como en todas
las demás etapas de su evolución, los capitalistas defienden la libre
circulación de todas las mercancías (libre mercado) pero con una excepción, no
aceptan la libertad de los trabajadores para ponerle precio y defender el valor
de la única mercancía que poseen, la mercancía “fuerza de trabajo”. Restringen
y criminalizan en todas partes del mundo la libertad sindical. Solo terminan
aceptando al sindicato cuando lo ponen totalmente a su servicio sobornando a
los dirigentes de los trabajadores. Mientras no lo logran asumir la defensa
leal de los asalariados constituyó un riesgo mortal. ¿Cuántos dirigentes de los
trabajadores y del pueblo han perdido la vida por no corromperse y por defender
lealmente los intereses de sus dirigidos durante la existencia del
capitalismo?
En una segunda etapa, el
régimen de producción social capitalista, tanto en Norteamérica, como en todo
el mundo en otros momentos y en diversos lugares, deja de definirse o
caracterizarse como un régimen de producción de mercancías, pues esa función,
aunque no desaparece, pasa a un segundo plano, pues incremento constante de las
ganancias, no depende necesariamente del incremento de la producción, aunque si
del incremento de la productividad. En esta etapa la productividad dejó de
estar al servicio de la sociedad, para pasar a estar el servicio exclusivo del
incremento de la plusvalía. La actividad económica ya no se
orienta de manera exclusiva a la producción de mercancías, sino que los
capitalistas se ven obligados a reducir la producción para impedir la caída de
los precios y optimizar su ganancia o beneficio. El capitalismo pasó
a ser un régimen de producción y acumulación de plusvalía. Comienza
así la lucha histórica de los capitalistas para impedir la reducción de los
precios de mercancías cuyo costo tiende a constantemente a la baja, ya que, por
el incremento de la productividad, se producen en memos tiempo y con menos
trabajadores. Bajan los costos, baja el empleo, baja la capacidad adquisitiva
de la población. El capitalismo se convirtió en un régimen de producción que no
sólo produce riqueza, también comenzó a producir pobreza, pues los capitalistas
hacen todo lo posible para impedir que bajen los precios, o intentan impedir
que bajen en el mismo tiempo y en la misma proporción en que bajan los costos.
Lo que si baja es el empleo y la capacidad adquisitiva de la población en su
conjunto. En Europa, esta etapa los trabajadores comenzaron a destruir las máquinas.
En una tercera etapa y
como consecuencia de lo anterior, la sociedad queda entrampada en un círculo
vicioso. Todos los capitalistas so pena de ser extrañados del sistema, se ven
obligados a elevar su productividad para reducir sus costos, al hacerlo producen
desempleo y reducen la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, en
otras palabras, lo que ocurre es que, debido a ello, todos los capitalistas
reducen la demanda solvente y por lo tanto, la posibilidad de realizar sus
productos. La nueva gran contradicción, la gran paradoja, consiste en que ahora
cada capitalista tiene una mayor capacidad de producción, pero la forma en la
cual logra este incremento, determina que tenga menos posibilidades de colocar
sus mercancías en el mercado. El capitalismo se convierte así en un sistema auto-generador de crisis cíclicas. Por ello se ve obligado a contener la producción
por debajo de capacidad instalada para impedir la caída de los precios y poder
mantener su nivel de ganancias, dado el hecho paradojal de
que a medida que aumenta su productividad se ve obligado a
frenar la producción. Toda la sociedad queda entrampada en un
círculo vicioso, en el cual, cada capitalista, atrapado en las leyes y contradicciones propias del modo de
producción capitalista, él mismo conspira contra la expansión de la economía y
frena los beneficios sociales que podría generar ese modo de producción. El
afán de lucro, la competencia y la voracidad acumulativa son estructurales,
casi nadie escapa a la vorágine competitiva propia del modo de producción
capitalista. Por esta contradicción estructural la economía va y viene de
ciclos de expansión a ciclos de contracción.
En una cuarta etapa, y como la
lógica reacción de los capitalistas ante las crisis que también los afectan, ya
que comienza a generarse un excedente de capitales por efecto de la acumulación
de riqueza en pocas manos y que, por esa misma saturación y por la
contracción de la demanda, escasean las oportunidades de inversión, y, por las
mismas causas, los mercados se hacen estrechos para la ampliada capacidad de
producción. Por todo ello, los capitalistas salen de las fronteras nacionales
de sus países en busca de mercados para sus mercancías excedentes y en busca de
oportunidades de inversión para sus capitales ociosos. De esta manera, el
capitalismo se convierte así, en un sistema internacional de
sobre-acumulación y súper-concentración de capitales. En la
nueva etapa, mediante, la coacción económica, combinada con la coacción
extra-económica (uso indiscriminado de la fuerza), el capitalismo imperialista
norteamericano se convierte en un sistema internacional de opresión y
sobre-explotación. La Nación se enriquece cada vez más, empobreciendo a los países
oprimidos bajo su dominación. Norteamérica parasita y esquilma al mundo. Se
inicia la etapa de transnacionalización del capital. Internamente se vive de
manera plena el sueño americano. El mundo se divide en países opresores y
países oprimidos, países que se empobrecen y países que se enriquecen a costa
de los primeros.
En una quinta etapa, el
capitalismo comienza a dar señales de agotamiento. El mundo se hace cada vez
más pequeño para las necesidades de expansión. Viejas y nuevas
potencias rivalizan con los EEUU y con sus súper-poderosas empresas
transnacionales. Las ventajas de algunas regiones que poseen recursos naturales
y mano de obra barata y otras gracias a sus avances tecnológicos, esas
nuevas potencias con su mano de obra barata y con sus avances tecnológicos,
crean dificultades totalmente nuevas a los capitalistas norteamericanos y sus
empresas transnacionales, a eso hay que añadir las rivalidades,
interimperialistas (competencia entre potencias) así como la competencia entre
capitalistas. Las antiguas contradicciones se trasladan al mundo globalizado.
El capitalismo se convierte en un régimen económico devorador de recursos naturales baratos y de la fuerza de trabajo de
millones de asalariados súperexplotados en todo el mundo. Por el asombroso incremento
de la productividad y el creciente desempleo, vuelve a aparecer la amenaza de
sobre-producción e infra-consumo. La demanda mundial se hace cada vez más
reducida respecto a los asombrosos incrementos de la productividad y de la producción.
Se eleva la capacidad ociosa por el círculo vicioso que se genera. La tendencia
decreciente de la tasa de ganancia amenaza cada vez más a los capitalistas más
poderosos, quienes, en vez de incrementar la capacidad adquisitiva de la
población con políticas de justicia social y distribución del ingreso, dada la
voracidad acumulativa, consustancial al capitalismo, hacen exactamente lo
contrario, insisten en acciones que reducen cada vez más la demanda de bienes y
servicios; se incrementan los niveles de explotación de todos los trabajadores
del mundo, agravando aún más el panorama económico social mundial.
En una sexta etapa, agotada la
anterior, y ante el incremento de las dificultades generadas por las
contradicciones propias del capital, que comienzan a hacerse irresolubles, y a
generar contradicciones sociales antagónicas, y, por otra parte, ante la
reducción ya no sólo de las tasas de ganancia, sino de la reducción de las
ganancias de muchos capitalistas, se suceden las quiebras de empresas, o la fusión
de empresas que conduce la híper-concentración y la monopolización de la
producción y de los servicios. Las pequeñas y medianas empresas solo prosperan
o se mantienen gracias al financiamiento barato y a los subsidios y otros
apoyos o estímulos del Estado. El capitalismo se convierte en un régimen de producción que sobrevive invadiendo y privatizando las funciones antes mediadoras del Estado. Los gobiernos toman el control de la economía, o
mejor sería decir, los capitalistas más poderosos, acaparan la función pública,
secuestran al Estado. . Se elimina o se absorbe la función pública y
los capitalistas colocan al Estado totalmente al servicio de la súper
concentración de la riqueza, favoreciendo y amplificando esta la tendencia
natural del capitalismo. Se trata de un capitalismo de Estado totalmente al
servicio de los intereses privados más poderosos. Se inicia así la era del
neoliberalismo o capitalismo salvaje. La era de las privatizaciones y de
los endeudamientos fondomonetaristas de los países dominados por Estados
Unidos. . Es la etapa en que el capitalismo emerge triunfador y luce invicto e
imbatible frente a las naciones llamadas socialistas. Es la etapa de la caída y
desaparición de la URSS, del Fin de la Historia, y del Pensamiento Único. El
neoliberalismo reina a nivel mundial.
En la séptima etapa el
Estado funcionará descarada y abiertamente en favor de la súper-explotación de
los trabajadores asalariados y en general del empobrecimiento de toda la
población del planeta. Para imponer estas políticas económicas totalmente
impopulares, se requiere liquidar la poca o mucha democracia existente en el
mundo; así, apoyados en el monopolio de los medios de producción y
distribución, así como en el monopolio de los medios de comunicación, los capitalistas
más poderosos logran imponer en casi todos los países del mundo, regímenes
políticos totalmente autoritarios y represivos. El capitalismo se
convierte en un régimen de destrucción de la naturaleza y de exterminio de
todos los seres vivos y, por consiguiente, en una amenaza para la
sobre vivencia humana. Se eliminan los controles y regulaciones que protegen a
los sectores más vulnerables. Se precariza el trabajo, se maquila la producción
en los países del llamado tercer mundo. Se reducen los impuestos a los más
poderosos. Se impone los impuestos regresivos y los muy injustos impuestos al
consumo. Se facilita la evasión de impuestos. Se libera a los grandes
capitalistas del pago de los costos sociales y de los costos ecológicos de sus
inversiones, favoreciendo la súper explotación de los seres humanos y la
destrucción de la naturaleza, poniendo en peligro los equilibrios ecológicos y
favoreciendo el exterminio de muchas especies vivas animales y vegetales. Se
impone una suerte barbarie, saqueo, piratería y exterminio.
En una octava etapa comienza
a extenderse y a imponerse una economía que depende más de la renta, es decir,
de los ingresos derivados de la propiedad más que del trabajo, en otras
palabras, el enriquecimiento tiende a derivarse más de la renta, improductiva
por definición, que, de la plusvalía, es decir de la producción que crea nuevos
valores, mediante la inversión de capital en la explotación de trabajo
asalariado, esencia de la producción capitalista. Los capitalistas se
convierten de esta manera en una oligarquía rentista que en cierta medida
parasita a toda la sociedad sin incrementar la riqueza social, como hacía el
capitalista productivo. El sistema va dejando de ser capitalista, para
convertirse en un régimen económico que ha sido caracterizado como neo- feudal, en
el sentido de que el enriquecimiento de la minoría aumenta gracias a los
réditos que proporciona la propiedad: El régimen de producción
capitalista se convierte en un sistema rentista, menos productivo, más
parasitario, basado en la acumulación de diferentes tipos de renta: de la
tierra y los recursos naturales, (por ejemplo la renta petrolera); la propiedad
de patentes; la propiedad improductiva del dinero del cual se obtiene un
interés; de la renta hotelera; la propiedad inmobiliaria; las obras de arte;
las habilidades de los artistas y deportistas (industria del espectáculo). En
otras palabras, en un régimen económico en el que los poderosos se enriquecen
sin crear nuevos valores, sin crear nueva riqueza. Viven de sus rentas. La
burguesía es sustituida por una oligarquía que no participa, o participa poco
de procesos productivos propiamente capitalistas (aquellos en los que se
contrata a trabajadores asalariados para hacerlos producir mercancías; se pagan
salarios a quienes con su trabajo generan un valor nuevo que antes no existía,
valor que se apropia el capitalista en forma de plusvalía (o plus-valor). Se
trata de una etapa de progresiva y tendencial decadencia de la producción y de
la productividad.
En una novena etapa y como
consecuencia de la agudización de las contradicciones y tendencias expuestas en
los párrafos anteriores, al convertirse progresivamente la sociedad capitalista
en una organización social tendencialmente improductiva, donde el trabajo pasa
a un segundo plano o se desvaloriza gravemente, pues deja de ser atractivo
tanto para las clases dominantes (oligárquicas) como para las clases oprimidas
(proletarias); clases que, de alguna manera se convierten en clases ociosas,
parasitarias. Surge así una sociedad en la cual el trabajo como medio de
subsistencia o de enriquecimiento tiende a desaparecer. También para los
capitalistas va dejando de ser un buen negocio la compra de mano de obra (o
fuerza de trabajo) a cambio de un salario. Se impone así un régimen
económico basado en el delito, en la acumulación delictiva de capital, pues
en un régimen económico social movido fundamentalmente
por el afán de lucro, como es lógico, el trabajo tiende a ser sustituido por
actividades que produzcan lucros más expeditos. Entonces nos preguntamos, en esas condiciones ¿además de la propiedad que produce renta, de qué otras actividades puede lucrarse una persona burguesa o proletaria? Pues de las actividades
delincuenciales. Se impone así, el lavado de dinero, la evasión de impuestos, el
tráfico de drogas, el tráfico de órganos, el tráfico de personas (especialmente
mujeres y niños): el tráfico de armas; la corrupción administrativa;
la corrupción policial y judicial. Aparecen así todo género de mafias que
van a tener a veces más poder que los órganos y funcionarios del Estado. Y,
como vemos, no se trata solo de la delincuencia de los pobres o de la
clase media, debemos incorporar a las clases más poderosas que aumentan sus
riquezas mediante la acumulación delictiva de capital.
En una décima etapa, y agotadas
todas las anteriores sin que el capitalismo haya logrado superar sus más graves
contradicciones, sino que, por el contrario, sus debilidades, insuficiencias y
perversiones se acumulan y se potencian, el régimen económico entra en una nueva
fase caracterizada por la concentración económica y política en manos de una
gran mafia de psicópatas, genocidas, terroristas, asesinos, estafadores,
verdaderos delincuentes dispuestos a mantener su dominación sobre el
99% de la población del planeta a costa de sacrificar a la mayoría de los seres
humanos. Así, el modo de producción capitalista termina convertido en
una enorme ventosa que succiona gran parte de la riqueza mundial, intentando
mantener a cualquier precio un régimen económico absolutamente injusto e
irracional, mediante el cual, la oligarquía del dinero, es decir, el capital
financiero norteamericano, asociado con los dueños de las grandes empresas
transnacionales (que juntos integran el 1% de la población mundial que controla
más del 80% de la riqueza del planeta) y quienes, a través del poder militar
norteamericano, es decir, del complejo militar-industrial, y de la manipulación
del dólar como principal divisa mundial, toman en sus manos el control del
Estado de la nación más poderosa de la tierra y proceden a esquilmar a la
mayoría de la población del planeta, destruyendo ecológicamente el globo
terráqueo para mantener a cualquier costo sus privilegios y demás intereses
privados, personales y familiares.
En una décima-primera etapa,
el capitalismo entra en una fase signada por la nueva situación creada por la
presencia de China y de Rusia, convertidas ahora en potencias capaces de
hacerle contrapeso al capitalismo norteamericano. En efecto, como consecuencia
de las dos grandes revoluciones proletarias del siglo XX (la Revolución Rusa de
1917 y la China de 1949), el mundo cuenta ahora con dos nuevas grandes
potencias, capaces de rivalizar en todos los terrenos con los EEUU. Esto añade
nuevas dificultades al capitalismo norteamericano, pues además de sus propias
contradicciones (debilidades endógenas), se suma ahora la competencia
tecnológica-económica de estos dos nuevos y poderosos rivales. China
comienza a rivalizar en términos de productividad y como es lógico en términos
de precios. Las mercancías chinas demuestran que pueden derribar murallas con
mayor eficiencia que los cañones. El capitalismo entra
en una etapa de decadencia, de descomposición. Y, como los capitales
no tienen patria, los más poderosos capitalistas norteamericanos apuestan por
su propia salvación y se arriesgan a avanzar audazmente en el proceso de
globalización, y sin pensar en su propia Nación, viendo solamente por sus
propios intereses, trasladan sus grandes empresas hacia China, en procura de
mantener o aumentar sus niveles de ganancia y contrarrestar la tendencia
decreciente de sus tasas de ganancia. Algo que a la larga se demostró como una
“salida” totalmente desfavorable a los EEUU que debilita su hegemonía sobre la
economía mundial. Es el momento en que los dueños del capital
financiero norteamericano, pensando también en sus propios intereses, preparan
y ejecutan un gigantesco fraude contra la economía occidental, incluyendo a
sectores sociales su propio país, mientras que el capital, al más alto nivel,
se atrinchera en el endeudamiento desenfrenado. Todo ello conduce a la crisis
financiera del 2008. Comienza el galopante empobrecimiento, la depauperación no
solo relativa sino absoluta del pueblo norteamericano. La banca deja a millones
de norteamericanos viviendo en las calles. y se van a la quiebra millares de
pequeños y medianos capitalistas.
En una décima segunda etapa
que corresponde a los últimos doce años (2008-2020) el capitalismo
norteamericano entra en una fase totalmente inédita. Si la audaz apuesta por
profundizar la globalización puede considerarse como una huida hacia adelante,
totalmente desfavorable a la persistencia de la hegemonía norteamericana,
el retroceso hacia el pretendido nacionalismo proteccionista de los
republicanos con Trump a la cabeza, fue un retroceso histórico inviable, una
suerte de utopía reaccionaria. Un verdadero salto al vacío. El capitalismo occidental entra en una fase de franca,
abierta e irreversible auto-destrucción. Como en la tragedia griega, los
personajes, en su caída, se caminan paso a paso hacia su propia desgracia. Así,
el gran capital norteamericano se empeña en hundirse y hundir cada vez más
a la economía de su propio país. Atrapados en el círculo vicioso, en la trampa
suicida de su voracidad acumulativa, buscando de manera desesperada salvar sus
fortunas privadas, individuales, familiares, la élite de los más acaudalados,
en su impotencia, mientras más se mueven, se hunden más rápidamente en las
arenas movedizas de un colapso definitivo. El capitalismo hace agua por todas
las hendiduras. El “Titanic” anuncia su cercano hundimiento. Aunque la orquesta
continúe tocando para distraer al auditorio, es previsible la inevitable
catástrofe.
2.- El capitalismo norteamericano ¿estertores de su última
agonía?
El capitalismo tiene más de dos siglos, o
podríamos mejor decir, se ha mantenido a lo largo de toda su existencia, en
luchan contra el fantasma de la deflación, es decir tratando de mantener los
precios, haciendo esfuerzos por evitar su caída, como quien lucha
desesperadamente contra la fuerza de gravedad. Y ¿cuál es esa
“fuerza de gravedad” que, en el capitalismo, atrae los precios hacia
el centro de la tierra, como atrae la masa del globo terráqueo a todos los
cuerpos cercanos y lejanos? De alguna manera que lo hemos
referido. El crecimiento de las Fuerzas Productivas Sociales,
impulsado por el desarrollo científico-tecnológico, presiona a su vez el
incremento de la productividad.
En otras palabras, la elevación de la
capacidad productiva del trabajo humano en constante crecimiento desde la
aparición del hombre sobre la tierra, determina que los productos del trabajo
tengan un costo cada vez menor, es decir, que su valor tienda a la baja. Lo
que, como es lógico suponer, presione también a la caída de los precios. Pero
bien sabemos el valor de los productos del trabajo se conforma
en el proceso de producción y está determinado por la
productividad. A mayor productividad, menor costo. Pero, como bien sabemos,
el precio, es decir, la proporción de cambio mercancía-dinero, se determina en
el proceso de distribución de los productos, influido
significativamente por los equilibrios o desequilibrios oferta-demanda.
Equilibrio afectado a su vez por múltiples factores y poderes, como el poder de
mercado de compradores y vendedores, la intervención del Estado y muchos otros
factores.
De esto último se valen los capitalistas
para impedir la caída los precios de sus productos. Pero, debemos preguntarnos
¿por qué lo hacen y cómo lo hacen? Bien sabido que la competencia entre
capitalistas, permanente estímulo a la creatividad que impulsa a su vez el
incremento de la productividad, obliga a cada capitalista a producir
más mercancías en menor tiempo y a un costo cada vez menor, lo que le
permite obtener mayor beneficio, es decir mayores ganancias. Dados determinados
costos, la utilidad será mayor, mientras mayor sea el precio de venta. Y, como
es fundamental para la economía basada en el lucro, todos los actores
económicos, persiguen obtener el mayor beneficio con el menor esfuerzo, la
mayor utilidad con la menor inversión. Y su ganancia será mayor mientras más
alto sea el precio al cual logre vender sus mercancías. Es por ello que la
escasez opera como el mejor aliado de todo vendedor.
Por ejemplo, pensemos en un capitalista que
invierte su capital en la producción de leche, prefiere lanzar al rio el
excedente del preciado líquido que bajar sus precios por razones de mercado.
Por todo ello, la economía capitalista es una de escasez. La abundancia conspira
contra las ganancias de los dueños de las mercancías que aspiran ser
vendidas. Eso explica de una manera muy clara, por qué los capitalistas han
luchado históricamente contra la lógica y “natural” tendencia a la
baja de los precios. Sin embargo, hay una excepción de esta regla. Hay una
mercancía cuyos precios los capitalistas desean mantener congelados: la
mercancía fuerza de trabajo. A los capitalistas les aterroriza el pleno empleo,
porque favorece el incremento de los salarios. Salario y ganancia son
magnitudes contrapuestas. A mayor salario (precio de la mercancía fuerza de
trabajo), menor ganancia, para el capitalista.
Por todo los expuesto y para resumir,
podemos puntualizar varias tendencias características, medulares,
consustanciales al régimen de producción capitalista: a) tendencia al
incremento de la productividad, es decir, al aumento de la capacidad productiva
del trabajo (estrechamente ligada al desarrollo científico-tecnológico); b)
tendencia al incremento de los niveles de ganancia de los capitalistas más
poderosos y por lo tanto a la acumulación del capital y de la riqueza en pocas
manos; c) tendencia permanente al incremento del desempleo (aumento
del ejército industrial de reserva); d) tendencia a la depauperación relativa y
a veces absoluta de la mayoría de la población; e) tendencia a la expansión
internacional del capital o globalización; f) tendencia a la caída o
reducción de la tasa de ganancias de los capitalistas más
poderosos; g) necesidad de los capitalistas de disponer de materias
primas y recursos naturales baratos; h) necesidad de los capitalistas de
impedir el aumento de los salarios y el pleno empleo que lo favorece;
i) tendencia a la recurrente
sobreproducción relativa, subconsumo o infraconsumo; j) recurrencia de las
crisis cíclicas y de los ciclos de contracción-recuperación; k) tendencia a la
reducción progresiva del valor (costo de producción) de todos los productos del
trabajo; l) como consecuencia de lo anterior, necesidad de los capitalistas de
contrarrestar la lógica tendencia a la disminución de los precios de
las mercancías producidas por ellos (inflación inducida o
microeconómica); m) tendencia a la reducción o desaparición del trabajo
asalariado cada vez menos necesario. n) necesidad de acudir a la violencia, a
la guerra, a la destrucción de fuerzas productivas y al exterminio de parte de
la población, como una manera de resetear el sistema, de darle un golpe a la
mesa y comenzar de nuevo el maléfico y sistemático juego de construcción-
destrucción-reconstrucción. Como podemos ver, estas tendencias propias del
régimen de producción capitalista han estado presentes, y haciendo sus efectos
positivos y negativos, en cada una de las doce etapas en las que hemos
periodizado la evolución del capitalismo.
El capitalismo se inicia a mediados del
siglo XVI, cuando la emergente burguesía, demostrando un conjunto de virtudes y
potencialidades (ahorrando, creando, creciendo, construyendo, produciendo una
inmensa cantidad de mercancías), se convierte en la nueva clase dominante,
desplazando a la parasitaria nobleza feudal. Y llega a su final mostrando
manifestaciones totalmente inversas. En efecto, lo que fueron virtudes y
potencialidades aparecen ahora como vicios y perversiones, pues lo que fue una
burguesía progresista, creativa y productiva y productora, ha devenido
en una cleptocracia antisocial, voraz, parasitaria, genocida y
ecocida, que viene obstruyendo, despilfarrando, empobreciendo, desdeñando la
productividad, obstaculizando la producción, robando abiertamente al resto de
los sectores de la economía, estafando, exterminando, destruyendo el medio
ambiente y destruyéndose a sí misma. Ya no le resulta negocio producir, ni
prestar servicios. Y ¿en qué se han refugiado los más grandes capitales? Pues,
en vez de asimilar la experiencia de lo que hicieron mal para provocar la
crisis del 2008, se aprestaron a repetir errores (delitos y perversiones) ahora
agravados.
Lo primero que hicieron, contraviniendo el
postulado fundamental de la ideología neoliberal que proscribe la intervención
del Estado en la economía, fue, utilizar los recursos del Estado, es decir, del
pueblo, de los contribuyentes, para premiar a los banqueros corruptos que
habían desfalcado a los ahorristas y depositantes de las entidades colapsadas.
En otras palabras, rescataron a los bancos más grandes, para “aliviar” la
crisis y por otra parte, salvaron a grandes empresas al borde la crisis, como
la General Motors y, de esta manera, empobreciendo aún más a
los ahorristas de la clase media y a los trabajadores asalariados,
que necesitaban, merecían y deberían haber sido rescatados, (lo que, de alguna
manera, habría oxigenado al sistema capitalista, al estimular nuevamente la
demanda de bienes y servicios), hicieron precisamente lo contario: rescataron a
los banqueros estafadores, preparando así el terreno para una nueva crisis.
Pocos países, como Islandia hicieron justicia y salvaron la economía nacional,
juzgando a los banqueros como delincuentes que eran, confiscándoles el dinero
mal habido y obligándoles a indemnizar a los ahorristas y/o al Estado.
Pero la élite de los capitalistas más
acaudalados que detentan el poder económico y político en los EEUU no se
contentaron con preparar el nuevo desastre, se encargaron de ejecutar la
política económica suicida mediante la cual, han pretendido, como si ello fuese
posible, salvarse ellos aisladamente, hundiendo en su alocada desesperación a
la economía no solo de su país, sino, sacrificando las posibilidades de
sobre vivencia del capitalismo occidental y poniendo en peligro, incluso, la
economía y la paz mundial. En otras palabras, atentando contra la persistencia de toda una milenaria y opresiva civilización. Y ¿a qué se ha
dedicado insensatamente la élite de los súper poderosos que constituyen el 1%
de la población del planeta? ¿En qué consiste la política económica suicida que
emprendieron a partir del 2008? Procedieron a alimentar la economía de casino,
en la cual se juega casi al azar y de manera casi siempre fraudulenta con las
acciones y papeles, contratos, bonos que supuestamente son expresión
artificial, ficticia y a veces disociada del valor de la propiedad
de grandes empresas occidentales, las que por su poder económico
están a la cabeza del movimiento comercial mundial; ello, a través
de las operaciones de la bolsa de valores, que sirve de espacio y canal a la
fracción de la riqueza mundial representada en esos papeles. Y ¿de qué medidas
y acciones concretas se han valido para lograrlo?
Siendo dueños de la Reserva Federal,
entidad privada dotada de la facultad de emitir moneda, atribución
reservada en casi todos los países al Estado), pues “se pagan y se dan el
vuelto” como decimos burlonamente en Venezuela. En otras palabras, comenzaron a
emitir moneda de una manera desbocada, acrecentando sus propias fortunas y la
deuda norteamericana de una manera desorbitada. Fraudulenta e ilegalmente, se
han aprovechado de esta facultad en función de proteger o salvaguardar sus
intereses privados, individuales, familiares o corporativos, al asignarse en
préstamos al cero por ciento de interés aprovechando a su favor la ventaja que
concede el llamado efecto cantillon; y, en tercer lugar, utilizar este
dinero gratuito para recomprar las acciones de sus maltrechas empresas, para
hacer subir, de manera fraudulenta, el precio de sus acciones en el negocio
bursátil y estafar a ingenuos jugadores de la bolsa, muchos de ellos cómplices
del novedoso “paquete chileno”. Unas manipulaciones totalmente divorciadas de
la economía real. Tanto que, a través de sus operaciones de corte fraudulento,
han logrado, por ejemplo, que suba el precio de las acciones de empresas que se
han declarado en quiebra. Actúan, valga la metáfora, como si el capitán y la
tripulación del Titanic, hubiesen pretendido el sinuoso, desesperado, cobarde e
irresponsable intento de salvarse ellos solos de la catástrofe una vez conocido
por los pasajeros el inminente hundimiento de la nave. Algo tan insensato y
estúpido como lo que, ante la situación planteada están desarrollando como
política económica los integrantes de élite de los más poderosos capitalistas
de los EEUU.
Atrapados en su ignorancia supina
sobre las leyes que rigen el funcionamiento del sistema económico del cual son
beneficiarios, en suicida insensatez, pretenden, como hemos dicho, salvarse
solos hundiendo a su país y matando “la gallina de los huevos de oro”. Ignoran
que tienen en sus manos la posibilidad de salvarse, salvando el capitalismo y
salvando a su propio país del terrible caos que significaría el derrumbe
incontrolado del capitalismo norteamericano. Enceguecidos por el pánico, dado
el previsible desastre que les amenaza, atrapados en la voracidad acumulativa y
en un auto-destructivo y rapaz egoísmo, no son capaces de ver o de
entender que solo con unas cuantas medidas podrían salvarse a sí
mismos, salvar el capitalismo occidental y salvar a su país del inminente
desastre, sacrificando tal vez sólo una parte de sus acaudaladas fortunas. Unas
medidas que ellos tendrían el poder de adelantar con extrema facilidad, así
como ellos son los únicos que podrían impedirlo, en caso de que los gobernantes
de USA y de Europa se pusieran de acuerdo para impulsar esas medidas ¿No sería
acaso mejor, salvar un 50, o aunque fuese un 30 por ciento de sus riquezas, que
perderlo todo, y hundir a su propio país y al sistema económico del cual han
sido, son y podrían seguir siendo los principales
beneficiarios? Pero preguntémonos ¿cuáles serían esas medidas
salvadoras?
Respondemos, bastaría únicamente con que se
pusieran de acuerdo los más poderosos capitalistas del mundo para acordar: a)
Reducir la jornada de trabajo mundial de 8 a 4 horas diarias; b) Acordar una
renta mínima universal a la que tengan derechos y acceso todos los ciudadanos;
c) Total gratuidad de la educación a todos los niveles y acceso universal a los
servicios gratuitos de salud; d) Prohibición de toda forma de monopolio; e)
devolución al Estado de todos los servicios públicos privatizados durante los
últimos 50 años y reservar al Estado la emisión de moneda; f)
limitar por ley las ganancias empresariales a un 30% de la inversión; g)
limitar a 50 años todas las patentes de invención y derechos de autor; h)
establecer que los salarios guarden una
proporción racional con la productividad; i) pechar con elevados gravámenes a las grandes fortunas y a los inmuebles ociosos; j)
Establecer que los trabajadores reciban anualmente por lo menos el 10 por
ciento de las utilidades o beneficios de la empresa. Estas diez medidas serían
de imposible aplicación contra la voluntad de los poderes fácticos de la
economía, pero serían viables y de fácil implementación, sí los integrantes de
la élite de los más grandes capitalistas del mundo decidieran impulsarlas. Lo
difícil sería que privara la sensatez y se pusieran de acuerdo. Con éstas diez
medidas se garantizaría la sobre vivencia del capitalismo por lo menos durante
100 años más. Se trataría de un capitalismo con rostro humano más avanzado del
que existe, por ejemplo, en Suecia.
Pero, lamentablemente para ellos, para el
pueblo norteamericano y para toda la humanidad, la élite de los más poderosos
capitalistas del mundo occidental, en vez de salvarse, y salvar al
capitalismo, adoptarán, como lo están haciendo, una actitud suicida,
auto-liquidadora y genocida: a) emitiendo moneda de manera incontrolada,
creando las condiciones para que se desate una hiperinflación y una estrepitosa
devaluación del dólar, moneda que dejaría de ser la divisa principal del
intercambio comercial internacional; b) asignándose a sí mismos la mayor parte
de ese dinero gratuito y aprovechándolo para desnaturalizar aún más la función
económica de la bolsa de valores, al comprar y recomprar sus propios papeles e
intentar mantener de manera fraudulenta el precio de las acciones de sus empresas y
continuar sacándole provecho diabólico a ese movimiento de casino donde se
juega con el futuro económico de la humanidad, engañándose a sí mismos y pretendiendo engañar a los usuarios del mercado bursátil; c) elevando el
endeudamiento a niveles absolutamente irracionales; d) elevando la concentración
de la riqueza en pocas manos, de una manera obscena y descomunal; e)
empobreciendo más y más a la sociedad norteamericana, lo que significa la
contracción de la demanda que necesitan para la sobre vivencia del sistema de su
económico; f) saqueando a todos los demás sectores de la economía
norteamericana, como lo han hecho con el mundo desde que existe el imperialismo
norteamericano.
Ahora bien, cómo es muy poco probable
que quienes integran la élite económica que gobierna al mundo y controla la economía
norteamericana y parte de la mundial, se pongan de acuerdo para
implementar un plan de emergencia para salvar al capitalismo, debemos
preguntarnos entonces, ante la actual perspectiva de desastre, ¿qué le espera a
la humanidad y, particularmente, al pueblo de los EEUU de Norteamérica?
3.- Hacia una economía de la
abundancia.-
Nadie puede responder con precisión las
anteriores preguntas. No es fácil prever el desenlace de esta crisis. Lo que si
nos atrevemos a recordar es aquello de que lo único imprevisible es lo
improvisto. En todo caso, preferimos responder diciendo que, a
diferencia de pretender vislumbrar el futuro, lo que es necesario es hacer
esfuerzos por construirlo o contribuir a construirlo. Para ello es
imprescindible tener un plan, un programa, una propuesta de acción. Aunque hay algo que si es perfectamente
previsible: que en un primer momento
las principales víctimas de un colapso
repentino de la economía mundial, serían los sectores económicamente más vulnerables que integran la
mayoría de la población del mundo occidental y del planeta tierra. Siendo así, son
precisamente estos sectores los que deben prepararse para actuar de la mejor
manera posible, no sólo para
impedir o atenuar las peores consecuencias de lo que va a ocurrir, sino,
incluso, para aprovechar la coyuntura y avanzar hacia un mundo mejor, hacia una
nueva economía, y, de ser posible, hacia una nueva humanidad.
En una segunda parte de este mismo ensayo,
trataremos de hacer aportes a la concepción de un plan de acción para
enfrentar, desde el punto de vista de las clases trabajadores, y por lo tanto,
de la mayoría de la población del mundo occidental, las peores consecuencias de
la crisis y de ser posible, abrir brechas en la búsqueda de una estrategia de
transformación social profunda. Por lo pronto, solo nos atrevemos a adelantar
la siguiente reflexión: Una de las contradicciones fundamentales del
capitalismo en la actual etapa de su evolución, consiste en que, en virtud del
inmenso desarrollo de la ciencia y la tecnología, la productividad se eleva cada vez más por lo que el valor de los productos del trabajo tiende a cero, por
efecto del mismo incremento vertical la productividad, provocando una tendencia a la muy temida caída de los precios de
todas las mercancías, permanentemente impedida, obstaculizada o contrarrestada por
los propietarios (vendedores) de las mercancías, lo que no impide que sea
predecible una deflación, es decir, una vertical y repentina caída de los
precios. De lo dicho también podría deducirse que están dadas las condiciones
materiales para el surgimiento de una economía
de la abundancia que sustituya a la actual economía de la escasez.
En segundo lugar, hay que registrar como un
dato significativo en lo que se refiere a la evolución de la crisis y a las
perspectivas futuras del capitalismo, el hecho de que el trabajo asalariado
tiende a desaparecer, a ser cada vez menos necesario, dada la circunstancia de
que el desarrollo tecnológico y el consiguiente incremento de la productividad
(automatización, inteligencia artificial, robotización, etc.) hace cada vez menos necesaria la
fuerza humana de trabajo y por lo tanto la imposibilidad de mantener el trabajo
asalariado como relación de producción dominante, lo que implica, que el modo de producción capitalista tienda a
desaparecer, por el hecho de que sin trabajo asalariado no hay capitalismo.
Y, por otra parte, que las mercancías, es decir, los productos del trabajo
tienen cada vez menos valor, y podrían tener por ello cada vez menos precio, en
la medida en que sean derrotadas las desesperadas maniobras de los dueños de
las mercancías por vender sus productos al precio más elevado posible, lo que
les resultará cada vez más difícil. Por ello es perfectamente predecible, por
una parte la desaparición del capitalismo, que caería por su propio peso.
Desaparecido este último sistema económico
basado en la escasez y en la explotación del trabajo asalariado, estarían dadas
las condiciones sociales para la aparición de una economía de la abundancia y
de la libertad. Sobre las bases para el surgimiento de una economía de la
abundancia, volveremos en la segunda parte de este ensayo.
(Fin de la Primera Parte)
Caracas, 16 de junio de 2020
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