José Manuel Hermoso González
¡Indignadas!
M U
J E R
E S
U N I
D A S
E l f i n
d e l a C i v i l i z a c i ó n P a t r i a r c a l
España, 2011
¡Sin liberación de la mujer,
no habrá liberación de la
humanidad!
¡Sin liberación de la
humanidad,
no habrá liberación de la mujer!
C o n t e n i d o
Presentación
1.- Preponderancia
del sexo femenino.......................
2.- Surgimiento de la Civilización
Patriarcal……....
3.- Características de la
Civilización Patriarcal..……
4.- Civilización Patriarcal y
Capitalismo……......…..
5.- Fin de la Civilización
Patriarcal….......................
6.- Nueva y verdadera Civilización Humana……….
7.- Papel transformador del sexo femenino………..
8.- Estrategias de emancipación
humana…………..
Epílogo………………………………………..
1.-
PREPONDERANCIA DEL SEXO
FEMENINO
Lo que está
en crisis no es solo un sistema económico. Lo que está en crisis no es solo una
forma de organización política. Lo que está en crisis no es solo un modelo de
organización social y laboral. La crisis es integral y global, abarca todo el
planeta y todos los aspectos de la vida humana, incluyendo la relación del ser
humano con su entorno natural. No es
solo una crisis del sistema capitalista. También el llamado socialismo está en
crisis. Y, aunque no es una crisis de fin de mundo, si es una crisis de
civilización. Lo que está en crisis es la Civilización Patriarcal, un modelo de
civilización surgido alrededor de la mercancía y del dinero, de la violencia y
de la guerra; de la esclavitud; de la explotación del hombre por el hombre; de
la expropiación de los trabajadores del producto de su trabajo; del dogmatismo
y fundamentalismo religioso y de la opresión, explotación y discriminación de
la mujer.
En efecto,
después de un largo período histórico, que puede contarse en cientos de miles
de años -o hasta dos o tres millones, según se calcule- y que los especialistas
han denominado Prehistoria, una etapa de la vida humana caracterizado por la
preponderancia del sexo femenino y durante el cual prevalecieron las relaciones
basadas en el amor y la solidaridad al interior de la comunidad; después de
esta etapa de equilibrio, igualdad y solidaridad entre el hombre y la mujer,
-aprovechando circunstancias que les favorecieron- algunos
integrantes del sexo masculino se erigieron en propietarios de la riqueza
material e impusieron, sobre la mayoría de sus semejantes, una forma de
dominación económica, social, política, y cultural, y, además, sometieron al
sexo femenino en su totalidad a la opresión y discriminación, poniendo fin a
aquella larga etapa de libertad y armonía entre los sexos y entre los seres
humanos en general.
Efectivamente,
antes del predominio del sexo masculino, existió un largo período de la vida
humana caracterizado por la preponderancia del sexo femenino, período que se
remonta a los orígenes mismos de la humanidad, centrados también en el sexo
femenino. Tal como lo sostiene la moderna biología sistémica, el surgimiento de
la humanidad (el proceso evolutivo denominado hominización) se habría dado alrededor de y gracias al
sexo femenino y del amor maternal. Desde este punto de vista, la mujer
sería la madre del género humano, no solo por su carácter de progenitora
(concepción, gestación y parto) sino en el sentido “antropogenético” dado por
la circunstancia de haberse centrado en ella y en las relaciones basadas en el
amor (maternal) y en la solidaridad (amor al prójimo), el proceso que habría
dado lugar al surgimiento de la especie. Un proceso ligado al fenómeno
ancestral llamado Neotenia.
Nos
referimos a la prolongación de la etapa de dependencia de sus madres, de los
críos de ciertos primates privilegiados que tuvo lugar hace cinco o seis
millones de años, el cual produjo un cambio cualitativo en una evolución que se
orientó y resultó clave para impulsar todos los cambios que habrían de conducir
a la aparición o surgimiento de la especie humana. Ello por cuanto la extensión del período de contacto directo y
del disfrute mutuo entre la madre y sus neonatos, significó la prolongación
del goce recíproco del amor y la progresiva evolución de esta forma de relación
(amorosa y solidaria), de la cual surgiría muy lentamente -mediante el juego y
el placer amoroso- la comunicación, el lenguaje y el pensamiento. En síntesis,
los seres humanos hemos surgido gracias al amor maternal, la originaria y
generatriz forma del amor.
Y ¿cómo
siguió siendo fundamental el amor y preponderante el sexo femenino a todo lo
largo de la prehistoria humana? Es perfectamente lógico suponer que para salir
de la animalidad aquel homínido desvalido y en franca desventaja ante aquel
medio peligroso y hostil, tuvo que oponer, mediante la horda, la unión de
fuerzas y la acción colectiva. La ausencia de celos y la tolerancia entre los
machos adultos fue una condición
necesaria para que pudieran formarse grupos extensos y duraderos y para que
pudiera producirse la transformación en hombres de aquellos antecesores todavía
atrapados en el reino animal. Es por ello que las formas más antiguas de
familia constituyeron todas modalidades del matrimonio por grupos, modalidades
que excluyen los celos y la competencia entre los machos, lo cual a su vez hizo
posible el predominio de las relaciones basadas en el amor y la solidaridad,
originalmente llamadas por los sociólogos y antropólogos, instinto gregario.
Esta
igualdad y armonía entre los hombres y entre el hombre y la mujer alcanza su
apogeo en la llamada Comunidad Gentilicia, un estadio de desarrollo
post-neolítico, previo de manera inmediata a la Civilización Patriarcal, que
constituyó una organización social comunitaria y democrática integrada por
hombres y mujeres libres e iguales entre si, perfectamente equiparados en lo
económico y en lo político. La mujer era
preponderante al interior de la gen y
de la fratria, dentro de la cual
tenía idénticos derechos que el varón y gozaba además de un gran respeto y una
profunda admiración. Puede afirmarse que con la Comunidad Gentilicia (genea de los griegos, gentes de los romanos, o gens en Norteamérica) los seres humanos
alcanzamos el más alto grado de solidaridad amorosa, el más elevado nivel de
humanidad logrado y no superado hasta el momento.
La
libertad, la igualdad, la dignidad, el amor, la solidaridad, el altruismo, la
fraternidad, la sensibilidad humana; la armonía y la complementaridad entre los
sexos; el amor y el respeto por la naturaleza; la valorización del trabajo y la
propiedad colectiva de los productos; la protección del más débil, todos esos
valores propios de la Comunidad Gentilicia, posteriormente desaparecerán como elemento fundamental de integración
humana. Nuevos y hasta aquel momento desconocidos y desintegradores
anti-valores se impondrán: la mezquindad, el egoísmo, la competencia, el
interés individual, el despojo y la opresión del débil, la violencia al
servicio de la acumulación de poder y de riqueza, la agresión y destrucción de
la madre naturaleza; la expropiación, explotación, opresión, humillación y
discriminación de la mujer.
Los
elevados valores éticos y las virtudes altruistas de los gentiles no
desaparecerán del todo en la vida social de los hombres. Subsistirán en la
mente y en el corazón de los seres humanos más desarrollados espiritualmente,
como reservas morales de la sociedad, como un inolvidable recuerdo del “paraíso
perdido” e incluso como algo vivo y vigente en muchos hombres y mujeres capaces de “nadar contra la corriente”.
Son los valores heroicamente sostenidos por quienes sacrificaron sus vidas en
defensa de los mismos, integrando la larga lista de apóstoles, mártires, héroes
y heroínas que nutren la nómina de los humanos más venerados por la posteridad. Una prueba de que muchos de estos
valores se conservan de alguna manera en el imaginario colectivo, es la
admiración hacia aquellos encumbrados seres humanos, transmitida de forma oral
o escrita de generación en generación.
Desde que
surge la Civilización Patriarcal, las relaciones de amor y solidaridad quedarán
limitadas -en la mayoría de los casos- a los confines del hogar. Ese noble
sentimiento humano será arrinconado en el corazón de las mujeres en forma de
amor por sus hijos y parientes, y, como derivación de ello, más acorraladas aún
-en lo adelante contaminadas de competencia y celos- las otras formas derivadas de amor: el amor filial, el amor fraternal y la
amistad, incluyendo esa dudosa forma de amar (muchas veces caricatura del
verdadero amor) en que ha devenido -gracias al androcentrismo- el enamoramiento
(amor sexual, pasional o de pareja), ensombrecido casi siempre por la
“posesividad” y los celos. Pero ¿cómo desapareció aquella preponderancia, aquel
equilibrio, aquella igualdad, aquel amor y aquella solidaridad entre los sexos,
aquella armonía social matricéntrica (mal llamada “matriarcado” pues de manera
alguna constituyó un dominio, una hegemonía o un gobierno de las mujeres)?
Preguntado
de otra manera, ¿cómo, por qué, en qué momento y bajo cuales circunstancias
desapareció la preponderancia femenina para dar lugar al predominio y a la
hegemonía del sexo masculino, lo que significó la caída en desgracia de la mujer,
en lo adelante oprimida, explotada y discriminada, convertida en “el segundo
sexo”? ¿Cómo logra el sexo masculino
llegar a ser socialmente dominante? ¿Cómo logra imponer su predominio? ¿Cómo, por qué y de qué
manera son sustituidas las relaciones de amor y solidaridad propias de la
preponderancia femenina, por relaciones basadas en la violencia, en la
coacción, en la fuerza bruta y en la guerra, propias del predominio masculino?
¿Por qué causa la mujer pasa a ser oprimida, expropiada y explotada por el sexo
masculino; despojada hasta del control y educación de sus hijos, “cosificada”,
enajenada de su cuerpo y de su sexualidad?
2.- SURGIMIENTO DE LA CIVILIZACIÓN PATRIARCAL
El
desarrollo de la capacidad productiva del trabajo humano (hoy llamada “elevación
de la productividad”, “crecimiento de las fuerzas productivas sociales” o
“desarrollo científico tecnológico”) evoluciona o crece a mayor velocidad
después de la revolución neolítica, dando lugar posteriormente a profundos
cambios económicos, sociales, políticos y culturales que, a su vez, dieron
lugar a la que quizás sea la más
profunda e impactante transformación sufrida por el género humano desde su
aparición hasta nuestros días: la Revolución Patriarcal. El incremento de la productividad hizo
posible algo absolutamente nuevo: la aparición del excedente económico; la
posibilidad de la acumulación, es decir, la creación de riqueza, lo que a su
vez planteó algo -también nuevo- que resultará decisivo hacia el futuro: la
apropiación privada o individual de esa riqueza. Un adelanto que
-paradójicamente- implicó, como veremos, un atraso deshumanizador.
En efecto,
aunque parezca absurdo, la posibilidad de producir más de lo necesario, en vez
de unir en mayor medida, dividió a los integrantes de aquellas fraternidades.
En otras palabras, disolvió o desintegró la comunidad. Como es sabido, en un
primer momento la propiedad era colectiva. Los productos del trabajo producidos
por todos -salvo los objetos estrictamente personales- eran de todos. En un primer
momento, cuando a consecuencia del
aumento de la productividad comienza a
producirse excedente económico o plus-trabajo y todavía el moderado
excedente era producido por todos y apropiado por la comunidad, los productos
no consumidos eran intercambiados por la propia comunidad (tribu o gen) con
otras tribus, de comunidad a comunidad, mediante las negociaciones entre sus
jefes o representantes. No existía el comercio individual pues no existía la
propiedad privada.
También,
como consecuencia del aumento y diversificación de la producción, aumentó la
cuota de trabajo que correspondía necesariamente a cada individuo. Es decir,
surgió una creciente demanda de mano de obra o fuerza de trabajo. Esta nueva
necesidad y su satisfacción dio lugar a otra de las grandes transformaciones
económico-sociales y tecnológico-productivas estrechamente ligadas a lo que hemos denominado “Revolución Patriarcal”, y
también, como esta, de consecuencias extraordinarias: la invención de la
esclavitud. En efecto, la aparición de aquellas nuevas relaciones sociales de
producción y de apropiación del producto del trabajo, trasformaría radicalmente
y hasta nuestros días, la vida sobre el planeta tierra. De los cambios que
venían ocurriendo en relación con la defensa, que la transformarán
progresivamente en guerra regular, surgió la solución: los prisioneros, antes
eliminados o asimilados, fueron transformados en esclavos.
La guerra,
de ser una operación simplemente defensiva (un medio de solucionar un conflicto
puntual), se convirtió en algo sistemático, en un modo de apropiación, de
rapiña, se saqueo, de expropiación y explotación. La defensa, devenida en
guerra, dejó de ser un costo económicamente improductivo, para convertirse en
un lucrativo (aunque muy doloroso y trágico) negocio. En un primer momento era imposible y carecía de sentido
esclavizar a los vencidos, pues resultaba una carga improductiva, dados los
bajos niveles de productividad de aquella economía de subsistencia. Al
incrementarse la productividad, no sólo se hizo posible sino necesaria la
esclavitud. Ya, antes de que se crearan los ejércitos regulares y surgiera el
Estado, habían comenzado a formarse bandas irregulares que organizaban
expediciones para una nueva cacería, ahora de hombres y de riquezas. El hombre
se convierte en un depredador de sus semejantes, y, posteriormente, en un
explotador sistemático (institucionalización de la esclavitud).
Pero, las
verdaderas y más profundas revoluciones sociales han derivado siempre de
transformaciones económico-productivas, unidas, a su vez, a revoluciones
científico-tecnológicas. En este caso, es evidente que en el centro medular de
la Revolución Patriarcal que estamos describiendo se halla la gran revolución
tecnológica que significó el desarrollo de la metalurgia, muy particularmente
durante su última fase. Nos referimos a
la fundición del hierro, a la generalización de su uso y su gran impacto,
tanto para la producción económica (el arado en el caso de la agricultura),
como para la fabricación de instrumentos bélicos y de otros medios que hicieran
factible y duradera la opresión de unos hombres sobre otros (armas, blindajes,
rejas, cadenas). Sin el desarrollo de las fuerzas productivas y la revolución
metalúrgica no hubiesen sido posibles aquellos trascendentales cambios. Sin
hierro no hay cadenas, sin cadenas no hay esclavitud.
Pero, ¿por
qué fueron los varones -algunos de ellos- los que se convierten en propietarios
de tierras, de esclavos y de mujeres? La respuesta la encontramos en el caso de
Euro-Asia en el desarrollo de la ganadería. Veamos por que. A partir de
determinado momento, los rebaños, que habían sido propiedad común de la tribu (la fratria
o la gens), pasaron a ser patrimonio privado de los pastores convertidos en
“cabezas de familia”. Los nuevos cambios transformaron también a la familia: la ganadería, como anteriormente la caza y
la pazca, fue una actividad fundamentalmente masculina, por eso, a medida
que fue surgiendo la propiedad individual, los varones de la especie pasaron a
ser los nuevos propietarios de las nuevas riquezas, y ello, al margen de la
vida familiar. Las mujeres, desde este punto de vista -puramente económico-
pasaron repentinamente a un segundo plano. Como vemos, se trató de un proceso
social objetivo, (histórico-natural) un aspecto o modalidad propia del
desarrollo histórico-social.
La economía
doméstica pasó a ser insignificante frente a la capacidad de crear riqueza
propia de la actividad ganadera realizada por el varón fuera del hogar. Fue así
como la anterior división del trabajo entre el hombre y la mujer sirvió de
fundamento originario para la nueva división; para la distribución del nuevo
excedente económico y para dar forma a la nueva propiedad individual en
ciernes. La división del trabajo entre
el hombre y la mujer siguió siendo básicamente la misma. Lo que cambió,
conforme a los nuevos patrones, fueron las consecuencias económicas y sociales
de aquella división laboral. El hombre se erige ahora en propietario y amo
absoluto. Espada en mano, agarró también “la sartén por el mango”. La
“naturalidad” del cambio ha dado pie a los ideólogos machistas para afirmar que
la opresión de la mujer ha existido siempre y que ha tenido un fundamento
“biológico”.
El varón se
erigió como el nuevo poder, dentro y fuera del hogar. La vara, el cetro, el
obelisco y todos los íconos morfo-fálicos se convertirán en símbolos del poder
y la autoridad. Aquellos cambios tecnológicos, económicos, sociales y
culturales -digamos- exógenos a la familia, se produjeron simultánea y
paralelamente a los cambios que transformaron las anteriores formas de familia
y matrimonio y que condujeron a la
disolución de la Comunidad Gentilicia, así como al surgimiento de una nueva
forma de familia y matrimonio, y, por consiguiente, a nuevas relaciones entre
el hombre y la mujer y entre estos y sus hijos. Cambios que condujeron a la
pérdida de importancia y autonomía de la mujer, así como al surgimiento de una
nueva forma de familia y matrimonio que abrió cauce a la poligamia y después, a
la monogamia tal como la conocemos hoy.
La nueva
supremacía masculina se consolidó y se hizo -digamos- permanente, mediante la
sustitución del parentesco matrilineal (derecho materno) por la
institucionalización del parentesco patrilineal (derecho paterno) y el paso
gradual al matrimonio sindiásmico (poligámico) y, posteriormente, a la
monogamia, ejercida o regida por el varón a su favor (poligamia de hecho). La familia patriarcal había hecho su
aparición. El nuevo y efectivo
predominio del hombre en tanto que propietario de las riquezas (poder
económi-co); propietario de las armas (poder militar); propietario de su mujer
y de sus hijos (poder sexual o de género), le abrieron el camino hacia el poder
ahora sobre la sociedad en su conjunto (amo y señor de tierras y de esclavos).
Finalmente surgirá en su condición de héroe, como jefe político-militar del
emergente Estado autoritario (poder político).
El trabajo
-colectivo como siempre- se transformó en un medio de enriquecimiento privado,
individual. El propietario rico, devenido en amo, noble o rey, tenía ahora la
posibilidad de enriquecerse más y más, mediante la esclavización de sus
semejantes y el saqueo sistemático de sus vecinos a través de la guerra y la
institucionalización de las relaciones basadas en el poder, la violencia y la fuerza
bruta. El varón humano se reserva
también para si la trascendencia (social, cultural, espiritual) y relega a
la hembra humana a la inmanencia, la confina en el hogar, la condena a la
ignorancia, a lo aparentemente intrascendente. El macho explota y expropia a la
mujer; le arrebata el poder sobre su propio cuerpo y sobre sus hijos; la
convierte en un objeto para la satisfacción de sus más bajos instintos,
condenándola (y condenándose el mismo) a la soledad, la competencia, la separatidad, la infelicidad, el
sufrimiento y el desamor.
La sociedad
humana, bajo su forma de Civilización Patriarcal, se hace falocrática;
clasista, explotadora, sexista, racista, genocida, feminicida, infanticida,
opresora de la madre humana y destructora de la madre naturaleza. Sin embargo,
la mujer, ahora oprimida y explotada por el marido y/o por el propietario (amo,
señor feudal o empresario capitalista); convertida
en servidora gratuita del hogar, del marido y de los hijos; devenida, en el
mejor de los casos, en “el reposo del guerrero”, se mantendrá, sin embargo,
dando amor de manera infatigable y abnegada y permanecerá, a través de los
siglos, como la principal fuente e inagotable reservorio del amor, como madre,
como hija, como hermana y como pareja. Esta transformación que se inició hace 5
o 6 milenios en el valle del Ganges y alrededor del Éufrates y del Tigris,
llega -con cambios de forma- hasta nuestros días.
Por ello
puede afirmarse que, junto al progreso material y el avance científico
tecnológico que significó y ha significado la Civilización Patriarcal, la
sociedad, con aquellos trascendentales cambios, experimentó al mismo tiempo un retroceso espiritual, una
degradación humana. Regresó, en algunos sentidos hacia la animalidad. La
sociedad se hace jerárquica y competitiva. Reaparecen los celos y la rivalidad
entre los machos de la especie.
3.- CARACTERÍSTICAS DE LA CIVILIZACIÓN PATRIARCAL
A partir
del momento en que surge la Civilización Patriarcal, son sustituidas las
relaciones basadas en el amor y la solidaridad al interior del la comunidad y
se imponen las relaciones basadas en la violencia y en la fuerza, en la
coacción y en el poder del más fuerte, como norma fundamental de la relación
entre razas, pueblos y naciones. La violencia se convierte en un medio de
acumulación. Se consagrará como un instrumento al servicio del saqueo, la
rapiña y el robo a nuestros semejantes. Las nuevas reglas obligan a que
toda colectividad humana necesite armarse para atacar o defenderse. Se crean
los ejércitos regulares y la fuerza -es decir la coacción extra económica-
comienza a ser parte de la economía. Se impone y se generaliza la expropiación manu militare. Se imponen la esclavitud,
el robo, la rapiña. La violencia se convierte en un método de enriquecimiento y
se institucionaliza el despojo de los débiles por parte de los poderosos
La
esclavitud consiste en que unos hombres sean unos y quienes se apropien del
producto del trabajo sean otros. Dicho de otra manera, consiste en la
separación de los productores de la condiciones objetivas de su producción y
del producto de su trabajo. En estas condiciones el trabajo -actividad humana
por excelencia- deja de ser una
actividad libre y enriquecedora material y espiritualmente, para
convertirse en una dolorosa carga para el productor (trabajo enajenado). Esta
ha sido la principal característica de la Civilización Patriarcal, desde que
surgió, hasta nuestros días: una civilización basada en la explotación, en la
expropiación de los trabajadores. En efecto, la esclavitud sólo desapareció en
apariencia luego de la caída del imperio romano. A diferencia de la Antigüedad,
durante la Edad Media la servidumbre fue una forma de expropiación del
trabajador que se basaba en la monopolización de la propiedad de la tierra.
Mediante
esta ilegítima apropiación se obligaba al siervo a trabajar gratuitamente para
el dueño de la tierra y a pagarle un tributo en especie o en dinero al amo de
la tierra. Luego, la modernidad trajo otra nueva forma de esclavitud sin
cadenas, similar pero diferente a la servidumbre feudal. El obrero moderno se
ve obligado a trabajar para el capitalista por ser este dueño de los medios de
producción. Como en la esclavitud y la
servidumbre, en el capitalismo el trabajador también es expropiado del
producto de su trabajo. El asalariado moderno también trabaja gratis para el
capitalista. Pero no durante toda la jornada de trabajo sino durante una
fracción, pues una parte de lo producido durante la jornada de trabajo, le es
entregada al trabajador en forma de salarios y otros beneficios, pero, la
fracción mayor de lo producido (o del valor de lo producido) es expropiado, es
decir, se lo apropia el capitalista en su condición de dueño de los medios de
producción (inversionista).
Con la
propiedad privada surge el intercambio privado, es decir, el comercio y los
productos del trabajo se convierten en mercancías. Con el surgimiento del
comercio se sustituye la solidaridad por el egoísmo y el interés colectivo, por el interés individual. Los
productos del trabajo dejaron de ser producidos para satisfacer necesidades
humanas. El fin original se distorsionó: de ser producidos para satisfacer necesidades humanas, pasaron a ser
producidos para satisfacer el interés personal o lucro privado de los
propietarios de esos productos transmutados ahora en una nueva categoría
económico-social: en mercancías. Con la mercancía surgió el dinero que se
transformó rápidamente de medio de pago, en medio de atesoramiento y en
instrumento o medio privilegiado para un mayor enriquecimiento. El dinero se
ligó estrechamente al poder político y el poder político al dinero. No pasará
mucho tiempo para que el dinero se convierta en un fetiche, en una especie de
nuevo dios de la humanidad que gobernará la conducta de los seres humanos,
devenidos en zombis de la nueva idolatría. La civilización naciente quedará
atrapada en el interés individual y en el afán de lucro personal
De esta
manera, pasamos a rendirnos, a adorar y obedecer a algo que nosotros mismos
habíamos creado en una especie de nuevo y poderosos fetichismo. Las fuerzas del
mercado comenzaron a gobernarnos y el obtener dinero se convirtió en una
necesidad. En la necesidad de las necesidades. Desde que surgió el comercio, la
mercancía y el dinero, así como durante los cinco mil años de la Civilización
Patriarcal, quedamos atrapados en el
egoísmo y el afán e lucro. Durante estos cinco milenios hemos sacrificado el ser por tener y el amor por el interés. Lo
espiritual por lo material. Hoy más que nunca es evidente que quienes producen
y venden no lo hacen con la finalidad de de satisfacer una necesidad, sino para
obtener una ganancia, un beneficio individual. He allí la gran trampa. La gran
enajenación.
Con la
Revolución Patriarcal y la opresión que le es propia, aparece y se consolida el
Estado como un aparato de dominación destinado a imponer y mantener en la
esclavitud a los vencidos en la guerra. Es evidente que nadie puede ser
esclavizado ni la esclavitud puede mantenerse de manera permanente sin el uso
de la fuerza. Los nuevos amos de la sociedad necesitan instituir su dominación mediante la coacción y la disuasión.
Necesitan establecen normas y reglas, penas y castigos que a través del miedo
obliguen a los oprimidos a escoger entre el sometimiento y la obediencia o la
tortura y la muerte. El Estado se institucionaliza así un aparato de coacción
al servicio de la opresión, el despojo y la expropiación.
Pero, “como
es afuera es adentro”; como es a escala macro, es a escala micro; como es a
nivel social, es a nivel familiar. En efecto, las relaciones de poder; la
violencia y la fuerza bruta también penetran en el seno de la vida familiar y
el varón, ensoberbecido por la riqueza y el poder, espada en mano, impone
también su fuerza al interior de la familia. La violencia, el poder y la fuerza bruta penetran también el mundo de la intimidad
hogareña. La mujer y los hijos
quedarán también sometidos a la opresión y el arbitrio inapelable del “pater
familie”. Quedarán en las manos -benevolentes o castigadoras- del padre
todopoderoso, amo de tierras y de esclavos, señor de sus mujeres y sus hijos,
sobre quienes tendrá poder de vida y muerte, de libertad o esclavitud. Así que,
el hijo desobediente o desleal y la mujer infiel, podrán ser degradados a la
condición de esclavos, expulsados de la ciudad o condenados a tortura y/o
muerte, según la libre voluntad de sus amos.
También en
el olimpo los dioses serán igualmente, jueces arbitrarios y castigadores
implacables y crueles. Sin embargo, después de treinta o más siglos de
violencia y muerte, la humanidad recibirá el refrescante alivio de las dulces y
amorosas palabras del Rabí de Galilea, mensajero de un nuevo Dios menos
arbitrario y cruel, que promete amor y misericordia en el cielo a los humanos
que prodiguen amor y misericordia a sus semejantes en la tierra. Pero la jerarquía eclesiástica del momento lo desconoció, lo trató como a un
delincuente y lo crucificó con los ladrones. Sin embargo, el mensaje de amor y
solidaridad, de paz y armonía traído por el Nazareno, no obstante su impacto y
trascendencia en todo el mundo desde aquel momento hasta nuestros días, será
desnaturalizado y soslayado cuando la nueva jerarquía integrada por los
herederos de su doctrina, convertidos en nuevo poder terrenal, lo traicionen,
aliándose con los poderosos de la tierra.
En
crecimiento de las fuerzas productivas sociales (el desarrollo de la técnica,
de la ciencia y la tecnología y el incremento de la productividad que han hecho
posible el incesante aumento de la capacidad productiva del trabajo humano)
siguió teniendo un poderoso impacto en la sociedad a través de los siglos y ha
hecho posible a su vez grandes avances, grandes progresos materiales, algunos
de los cuales han repercutido también en
avances sociales, en mejoras en la calidad de la vida. Sin embargo, la elevación
de la capacidad productiva del trabajo humano, no ha contribuido a beneficiar
de manera gradual y menos aún proporcionalmente a la mayoría de la población
del planeta. La tecnología como un bien apropiado privadamente al igual que la
tierra y las máquinas, durante estos cinco milenios, ha estado al servicio del
enriquecimiento cada vez mayor de quienes también se han apropiado de la
sabiduría popular y del conocimiento técnico y científico (obra de todos),
colocándolos al servicio de sus particulares intereses.
Pocos
siglos después de haber surgido el Estado como aparato que monopoliza la
violencia e institucionaliza la guerra, su propia dinámica de crecimiento le
impulsa a la expansión, a la internacionalización, es decir, a la conquista y
colonización de sus vecinos; una dinámica que conduce al surgimiento de los
pequeños y grandes imperios que han sido una constante -al igual que la guerra-
a todo lo largo de los cincuenta o más
siglos de Civilización Patriarcal. Al hojear cualquier tomo de Historia
Universal, nos percatamos que los imperios se han sucedidos unos a otros, en
Oriente y en Occidente de manera ininterrumpida. En lo que respecta a
Occidente, desde los primeros imperios surgidos en el Medio Oriente y el norte
de África, hasta nuestros días, durante los casi cinco milenios de Civilización
Patriarcal, la Historia Universal se nos presenta como un encadenamiento de
imperios que se suceden unos a otros en medio de un terrible, incesante y
multitudinario genocidio.
Desde
Egipto, Mesopotamia, Gracia y Roma en lo que respecta al hemisferio occidental,
hemos presenciado una sucesión de imperios que llega hasta el presente.
Recientemente, en el siglo XX, vimos como el Reino Unido era sustituido por
Estados Unidos de Norteamérica como
primera potencia mundial, después de la segunda guerra mundial. La
violencia y la muerte de millones de seres humanos, la destrucción, la miseria
y el hambre derivados de la guerra, han sido una constante, una característica
ineluctable de la Civilización Patriarcal. En síntesis, el sexo masculino en el
poder económico y político durante estos 50 siglos, no ha dejado de jugar a la
guerra en una interminable y macabra competencia por el poder y las riquezas.
4.- CIVILIZACIÓN PATRIARCAL Y
CAPITALISMO
Más o menos
entre los siglos XVII y XIX la Civilización Patriarcal va ha experimentar
grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales,
catapultadas en lo material por un inusitado desarrollo de las Fuerzas
Productivas Sociales (incremento de la productividad) impulsado a su vez por la
Revolución Científica y las Revoluciones Industriales. Esos cambios se conocen
como modernización capitalista, un proceso que en sus orígenes reivindicó la libertad individual y los derechos
humanos y trajo consigo entre sus propuestas promesas de progreso material,
justicia y redención social, todo ello sintetizado en las consignas de
libertad, igualdad y fraternidad. Fue un avance que también tuvo su base
material en la acumulación de riquezas que tuvo lugar a partir de la expansión
mercantilista europea. Todo ello terminó elevando en gran medida la producción
de riqueza en el llamado mundo occidental.
Sin
embargo, el nuevo régimen económico social surgido de la revolución burguesa,
logró efectivamente el progreso material que se esperaba de ella, pero no
completó su tarea histórica de liquidar
las viejas relaciones de producción (latifundistas e incluso esclavistas), sino
que coexistió cómodamente con ellas, por ello y por su propia dinámica de
explotación y expropiación no alcanzó a cumplir sus promesas de libertad,
justicia y redención social. La mayoría
de la población comenzó a sufrir casi inmediatamente los rigores del
empobrecimiento y el hambre. Nos estamos refiriendo a lo que ocurrió en los
países metropolitanos europeos centro económico de aquella revolución. Respecto
a Asía, África y América Latina, todavía esta por hacerse el inventario global
de la inmensa devastación causada por la voracidad depredadora del capital
desplegada hacia el mundo durante el proceso de acumulación primitiva de
capital que precedió al desarrollo capitalista pleno.
Todavía
esta por completarse la contabilidad de las muertes causadas por esa mezcla de
holocausto y hecatombe que significó la conquista de Asia, África y América
Latina durante los 500 años de la expansión europea, una expansión colonizadora
y expoliadora que ha tenido una terrorífica continuidad en la dominación
británico-norteamericana ejercida sobre el planeta durante la última centuria. ¡Cuántas guerras, cuántas invasiones,
cuántos muertos, cuánta sangre derramada, cuánto dolor y sacrificios
humanos! ¡Cuántos países destruidos, cuánta población diezmada, cuántas
dolorosas secuelas! Y todo ello en aras del desaforado incremento de la
acumulación de riquezas por parte de un minúsculo grupo de varones
privilegiados. Esta desbocada voracidad depredadora de la Civilización
Patriarcal capitalista, puede entenderse muy claramente cuando la analizamos a
través de la enumeración de los rasgos que caracterizan a este régimen social
de producción. A continuación describiremos algunos de ellos.
El
capitalismo se presenta -a primera vista- especialmente durante sus primeros
momentos, como un régimen muy prolífico de producción de mercancías. Sin
embargo, más o menos rápidamente develará su verdadero rostro, cuando se
muestre como un régimen cuya finalidad primordial no es la producción de
mercancías, sino la producción de plusvalía, es decir, la generación de ganancias para los dueños del proceso productivo (los
inversionistas o empresarios capitalistas). Muy rápidamente el sistema comenzará
a sacrificar la producción, a reducirla o incluso cerrar empresas, en aras de
una mayor rentabilidad, y, por consiguiente a frenar el progreso. Por eso el
capitalismo rápidamente se hará rentista y especulativo, y, en su actual etapa
de decadencia, veremos como el capital se hace groseramente especulativo,
marcadamente improductivo, e incluso, descaradamente delincuencial,
mafioso.
La
Civilización Patriarcal en su fase de modernización capitalista, también se
basa en la expropiación. Se trata de un robo, pero no a mano armada, sino
mediante la coacción económica (Sin olvidar que con frecuencia el Estado
capitalista apelará a la “coacción extra económica” para impedir la
organización y las luchas reivindicativas de los asalariados o para apropiarse
por la fuerza de las armas de los recursos naturales de otros países). Y ¿en qué consiste ese robo relativamente
pacífico o puramente económico? En que el trabajador asalariado moderno -al
igual que el esclavo- también trabaja gratis para el capitalista, aunque no durante
toda la jornada de trabajo, sino durante una fracción de ella, pues, una parte
de lo producido durante la jornada de trabajo le es entregada al trabajador en
forma de salario y otros beneficios.
Sin
embargo, la mayor parte de lo producido (o del valor de lo producido) le es
expropiado, es decir, se lo apropia el capitalista en su condición de dueño de
los medios de producción o inversionista. Además, hay que destacar que el
desarrollo científico-tecnológico ha elevado la productividad en tal medida que
al trabajador le es arrebatada una fracción cada vez mayor de lo producido. En
otras palabras, el asalariado reproduce en un tiempo cada vez menor el valor de
lo que recibe como salario, lo que aumenta
así, en proporción inversa, la cantidad de horas que trabaja gratuitamente para
el capitalista. Por eso el asalariado de la actualidad es más explotado -en
términos relativos- que el esclavo de la antigüedad (que el siervo de la Edad Media, y también, más que el asalariado
de hace 50 o 100 años), más explotado en el sentido de que produce mucho más en
menos tiempo y recibe una proporción cada vez menor de lo producido, mientras
que la parte expropiada es cada vez mayor.
Otro rasgo específico
del capitalismo, es el incesante y rápido incremento de la productividad. Aunque
la elevación de la capacidad productiva del trabajo humano ha sido una
constante durante toda la historia de la humanidad- la especificidad consiste en que a partir de
la modernidad capitalista, ese crecimiento se hará exponencial, violento,
explosivo, pertinaz. La tasa de invenciones y descubrimientos
científico-tecnológicos con repercusión directa en la productividad es sorprendentemente elevada durante los últimos
cuarenta o cincuenta años, lo que ha incidido en la velocidad y la magnitud
del crecimiento económico a nivel mundial, especialmente en los países
industrializados y particularmente durante los períodos de auge económico. Sin
embargo, este incremento de la
productividad no se traduce ni puede traducirse dentro del sistema
capitalista en un beneficio para la sociedad en su conjunto, ni siquiera para
los trabajadores vinculados directamente a la empresa afectada, dado el
carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación.
Expliquémonos.
En el
capitalismo, tanto el incremento de la
productividad como el aumento de la producción, son el resultado de un esfuerzo
colectivo masivo (incluso de muchas generaciones de productores) mientras que los
beneficios de esta actividad laboral colectiva (de carácter social), no son
socializados, es decir, no son
aprovechados colectivamente sino de manera individual. Favorecen casi de manera
exclusiva a los propietarios de la tierra, de las máquinas y de la tecnología. Es
por ello que los avances técnico-productivos, lejos de enriquecer a las mayarías, han contribuido a empobrecerlas
cada de vez más. Lo que ha confirmado la llamada ley de la depauperación
absoluta y relativa de los trabajadores activos o desempleados. Una ley
característica del sistema capitalista. La irracionalidad derivada de ello no
sería tan grave si, además de la iniquidad distributiva, no trajera consigo
otro conjunto de calamidades, como son por ejemplo, las crisis cíclicas, el
desempleo crónico, el monopolio y el monopsonio, la improductividad y la
especulación (financiera, bursátil, comercial, inmobiliaria, etc.), así como
otras perversiones que le son consustanciales, y que, adquieren particular
gravedad durante la fase de decadencia o descomposición del capitalismo.
Como
consecuencia de la elevación de la productividad, todos los productos del
trabajo tienden a reducir su valor (su costo de producción). Se producen en
menos tiempo, es decir, la producción de
la misma o mayor cantidad de mercancías, requiere menos horas de trabajo, demanda
menos H/H y por consiguiente menos inversión en salarios. Su costo de
producción es cada vez más reducido. Las mercancías valen menos. Pero esto, que
debería y podría ser una ventaja para
todos (productores y consumidores) no lo es porque la competencia entre
capitalistas les obligara a mantener los
precios lo más alto posible, reduciendo la producción, para no saturar el
mercado. Por ello, cada capitalista utiliza la disminución de sus costos
para competir ventajosamente con sus rivales y sacarles del mercado, y no para beneficiar
a los consumidores. Ni siquiera cuando baja los precios lo hace para
favorecerles, lo hace para liquidar a sus competidores. Pero muy pocas veces
baja los precios, por el contrario, trata siempre de mantenerlos
artificialmente altos, es decir, “inflados”, para obtener mayor ingreso y
mayores ganancias.
Por todo
ello, en el capitalismo el incremento de la productividad opera contra los
trabajadores. En vez de beneficiarlos los perjudica. Lo lógico, lo racional, lo
justo, sería que si un conjunto de 100 trabajadores produjera -por ejemplo- 1.000
pares de zapatos al mes, y que, por un incremento de la productividad, pudieran
producir en lo adelante 2.000 pares, debería elevar sus salarios en similar proporción, y/o reducir en un 50% la
jornada de trabajo. Sin embargo, todos sabemos que no ocurre así. Es
evidente que el capitalista -dentro de la lógica del sistema- lo que hará, será
incrementar la desocupación, es decir,
despedir, más o menos al 50% de sus trabajadores, al tiempo que -por razones
estructurales, es muy probable que se redujera también (si no de manera
nominal, al menos relativamente) el ingreso de los trabajadores que permanezcan
laborando en esa y otras empresas (caída de los salarios reales). Es este otro
aspecto de la contradicción entre el carácter social de la producción y el
carácter privado de la apropiación (o aprovechamiento individual) de los
beneficios.
Otra característica
del capitalismo -un rasgo que también forma parte de la ley de la depauperación
absoluta y relativa de la mayoría de la población- es la tendencia a la
disminución de los salarios y/o al empeoramiento relativo (o, a veces, absoluto)
de las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. Todos sabemos que
el trabajador asalariado se caracteriza por ser el único vendedor que no puede
poner precio a la mercancía que vende. En efecto, son los compradores los que le ponen precio a la mercancía “fuerza de
trabajo” (“mano de obra” u “horas/hombre”). Siendo que esta peculiar
mercancía es la única que reproduce su valor y crea un valor que antes no
existía: la plusvalía. Aunque en algunos casos el precio del trabajo lo deciden
los gobiernos de turno -por decreto- y casi siempre en beneficio de los
capitalistas. También los salarios son fijados (en algunos casos y para una
minoría de trabajadores), mediante acuerdo entre los capitalistas y los
dirigentes sindicales, y casi siempre a espaldas -y contra los intereses- de
los trabajadores.
Esta desventaja
se convierte en debilidad absoluta debido a la “competencia obrera”. Bien sabemos que -casi sin excepción- los
trabajadores no logran ponerse de acuerdo para defender sus salarios, por lo
que casi siempre prevalece una puja entre quienes buscan empleo y entre ellos y
los trabajadores que todavía no lo han perdido, una puja que beneficia en gran
medida a los capitalistas en tanto que compradores de la mercancía “fuerza de
trabajo” y que perjudica de manera grave
a los trabajadores asalariados, vendedores de la misma. Esta competencia
presiona a la baja de los salarios y al aumento del desempleo. Solo en
condiciones de pleno empleo -también excepcionales- el poder de negociación se
inclina un poco a favor de los trabajadores asalariados. En síntesis, frente al
monopsonio del empleo que ejercen los capitalistas, no se levanta un monopolio
de la mano de obra o fuerza de trabajo que contrarreste el poder del capital y
establezca el inexistente equilibrio.
Esta
tendencia al incremento masivo del desempleo y a la contención o baja relativa
de los salarios, plantea un problema que aparece como sin solución dentro del
sistema capitalista. Nos referimos al carácter cíclico de su crecimiento
económico, al desequilibrio derivado de su propia dinámica de acumulación. Es por
ello que el capitalismo se mueve de manera constante del auge a la depresión. El
equilibrio económico es excepcional. El
régimen se mantiene en una recurrente convulsión social, saltando de crisis
de sobre-producción a crisis de infra-producción, del auge a la depresión. Una
inestabilidad económica derivada de las propias contradicciones de un sistema
que se caracteriza por provocar el desempleo masivo de la población en la misma
medida en que aumenta descomunal-mente una producción que -por consiguiente- no
va a encontrar suficientes compradores. El sistema aumenta la oferta, al tiempo
que contrae la demanda, lo que le mantiene del ascenso a la caída, de la
producción a la destrucción. Por ello que se ha afirmado que el capitalismo
genera riqueza y al mismo tiempo pobreza.
Por otra
parte, cuando la crisis se agrava, los grandes capitales tienden a hacerse
improductivos, especulativos (e incluso delincuenciales) con tal de mantener o
elevar su rentabilidad, mientras muchos empresarios pequeños se arruinan y los
trabajadores pierden sus empleos. En esas condiciones prolifera la actividad
delictiva. En efecto, a medida que tienden a desaparecer cada vez más
rápidamente puestos de trabajo, crece en la misma proporción y con la misma velocidad la masa de seres humanos que no encuentran la manera de garantizarse medios
económicos lícitos. Tanto los capitales que no encuentran colocación, como
las masas de desocupados que no encuentran medios lícitos de vida, tienden a
refugiarse en el delito y la ilegalidad: aumenta el tráfico de drogas, el lavado de dinero, el tráfico de armas, la
prostitución infantil, el tráfico de personas, la muerte por encargo, el
tráfico de órganos, el para-militarismo, el espionaje mercenario y la privatización
de la guerra. Todo ello con una secuela de exterminio genocida y de
sufrimientos inenarrables para millones de personas.
Pero las
perversiones propias del capitalismo no afectan únicamente a los asalariados y
a la población desempleada, desechada o marginada en la pobreza; no sólo
empobrecen a los pequeños propietarios del campo y de la ciudad; no solo
afectan a las mujeres, los niños y los ancianos. También afectan a los propios
capitalistas. El desequilibrio y la inestabilidad económica, también implican
muchos riesgos para los grandes y medianos empresarios, pues, al igual que ocurre en las grandes catástrofes naturales y
en las grandes calamidades sociales, los
más poderosos aunque gozan de una mayor protección, también están expuestos.
Pero las crisis y los desastres arrollan en primer lugar a los más débiles. Los
grandes capitales se repliegan hacia inversiones menos riesgosas. Sus
propietarios compran bienes inmuebles o metales preciosos. Emigran. Se fusionan
con otros capitales, mientras que los medianos empresarios tienden a
arruinarse, a liquidar sus empresas, a desaparecer del mercado. Los pequeños ni
siquiera los incluimos entre los capitalistas, pues en la mayoría de los casos
son trabajadores que emplean trabajadores, pequeños propietarios que también
son -indirectamente- explotados,
expropiados y arruinados por el gran capital.
Otro rasgo característico
de la Civilización Patriarcal a partir de la modernización capitalista -en este
caso referido a la mujer- es el hecho de que el sexo femenino continúa
sufriendo desigualdades y discriminaciones desde el inicio mismo de la
Revolución Francesa hasta nuestros días. Es por ello las mujeres han tenido que
seguir luchando por sus derechos sociales y políticos durante el capitalismo.
En cuanto a la opresión económica, hay que destacar que durante el capitalismo,
el sexo femenino -aparte de la vieja opresión padecida dentro del hogar- sufre ahora una doble expropiación
económica, pues, además de
trabajar gratuitamente para el capitalista durante parte de la jornada de
trabajo (y de recibir un menor salario que el hombre por la parte remunerada de
la jornada), la mujer se ve obligada a trabajar gratuitamente para el marido y
los hijos dentro del hogar, lo que constituye un aporte fundamental para la continuidad
de la dominación. Solamente imaginemos, para hacer el cálculo, qué ocurriría si
todas las mujeres del mundo hicieran al mismo tiempo una huelga indefinida de
brazos caídos…
Pero
volviendo a nuestro planteamiento, la mujer resulta así doblemente explotada.
El sistema económico la recarga con lo que se ha denominado la “doble jornada”.
Una, parcialmente gratuita y otra, totalmente gratuita. Ni los capitalistas, ni el Estado, ni la familia reconocen el valor
económico de esta tarea de reproducción y mantenimiento de la fuerza de
trabajo realizada durante esta jornada no tan “invisible”, pero si muy pesada
y, ór ora parte, muy importante para la continuidad del modo de producción
capitalista.
5.- LA CRISIS ACTUAL Y EL FIN DE LA
CIVILIZACIÓN PATRIARCAL
La crisis
actual no es una crisis solamente económica. Es una crisis social, política,
cultural. Se trata de una crisis global -internacional- que tiene su eslabón
más débil en el llamado mundo occidental. Se trata de una crisis estructural,
sistémica, que abarca todos los aspectos de la vida social, incluyendo lo
tecnológico, lo ideológico, lo militar, lo energético, lo ético, lo moral, lo
religioso, lo familiar, lo espiritual y lo ecológico. Se trata de una crisis mundial que afecta las más profundas
raíces de la civilización, incluyendo todos sus paradigmas. Lo que está en
crisis es ese milenario modo de vida que hemos denominado -dicho con nombre y
apellido- Civilización Patriarcal. Son los “valores”, las normas, las ideas y
credos fundamentales de esa civilización (violenta y genocida, opresora y
expropiadora, racista y excluyente, androcéntrica, ginecofóbica, falocrática,
ecocida y geocida, feminicida e infanticida, depredadora y despilfarradora) los
que están desmoronándose de manera irreversible.
Y ¿qué nos
permite asegurar que la civilización se encuentra en una ruta ciega o al menos
en una encrucijada definitoria? ¿Qué nos indica que ha llegado a un momento
crucial o de grandes convulsiones sociales? ¿Por qué aseguramos que se
encuentra en una coyuntura histórica y que asistimos al nacimiento de una nueva humanidad? Respondemos. En que se trata
de una poderosa crisis de crecimiento. La vieja camisa le queda estrecha al
nuevo cuerpo social que no para de crecer. Es evidente que los paradigmas que
dieron lugar y sobre los cuales se fundó la Civilización Patriarcal son ahora un
cascarón sin fuerza para impedir el avance de la humanidad. Por ejemplo, si el esfuerzo humano es cada vez menos
necesario, empeñarse en mantener, como relación de producción fundamental
el trabajo asalariado constituye una rémora y un contrasentido. De allí la
imposibilidad del capitalismo de salir de la crisis. Por eso los poderosos
Estados imperialistas y sus satélites menores -ni con toda la potencia de su
ilimitada capacidad destructiva, ni con todo su poder de coacción y disuasión-
pueden mantener la sociedad emergente en los viejos moldes opresivos.
Está
demostrado que ya no son capaces de impedir la ruptura, la quiebra, el
hundimiento del viejo orden capitalista, imperialista y patriarcal. Por otra
parte, las clases sociales explotadas no soportan más los sacrificios que les
impone la vieja dominación. No están dispuestas a continuar trabajando para hacerse cada vez más pobres, mientras que
las clases explotadoras ya no tienen fuerza para seguir imponiendo su
dominación. Con todos los riesgos para las partes y para la sociedad en su
conjunto, se ha abierto un periodo de grandes convulsiones sociales. El
capitalismo ha dejado de a ser un enfermo crónico para convertirse en un
enfermo terminal. Su cáncer ha hecho metástasis. La Civilización Patriarcal
agoniza ante nuestros ojos, en una unidad de cuidados intensivos muy costosos y
dolorosos para todos. Llegó la hora de desconectarlo
En el mundo
se ha iniciado un período de profundos y trascendentales cambios. Se ha abierto
una coyuntura revolucionaria. El polluelo por nacer está a punto de romper el
cascaron. Estamos en presencia del nacimiento de una Nueva Era. Como dicen los
dirigentes del proceso ecuatoriano: “no estamos viviendo una época de cambios, estamos viviendo un cambio de época”.
Nuevos paradigmas se impondrán. Las evidencias de ello, las pruebas de lo que
afirmamos relucirán como verdades irrebatibles, vistas a la luz de las
características de la crisis. A continuación intentaremos puntualizar algunas
de ellas.
La
violencia y la guerra, falsas salidas a la crisis.
Ha sido una
constante que todos los imperios que han venido sucediéndose a todo lo largo de
la Civilización Patriarcal han apelado a la violencia, tanto para constituirse
como para mantenerse. Pero también todos los imperios han llegado a un momento
de decadencia y descomposición en que ya la violencia les resulta inútil y
contraproducente para el mantenimiento de la opresión. Ningún régimen de dominación puede sostenerse exclusivamente bajo el
poder de las armas. Necesita un mínimo de legitimación, credibilidad y
autosuficiencia económica. En la historia abundan ejemplos que lo demuestran.
Los imperios necesitan viabilidad económica, renovación ideológica y propuesta
que revivan las esperanzas de mejora y crecimiento.
La
violencia, la guerra, la represión, la disuasión, son demasiado costosas.
Reclaman prosperidad económica. O en su defecto, pueblos enteros dispuestos a
sacrificarse, a sufrir las peores calamidades, para mantener, rescatar o
conquistar reales o supuestas ventajas. Una gran ilusión y expectativas
esperanzadoras pueden movilizar a colectividades enteras hacia la cima o hacia
el abismo. Pero también llegadas a determinado punto de descontento, desencanto
o desesperanza, pueden derribar con
palos y piedras, e incluso sin armas y sin violencia, a los más poderosos
imperios. El capitalismo
globalizado, última forma de dominación de la Civilización Patriarcal, se
encuentra atrapado en una espiral de violencia que lejos de garantizar su
continuidad y estabilidad, contribuye a debilitarlo. Una de sus características
más resaltantes del momento, es la extensión y generalización de la violencia
en todas sus manifestaciones a todos los campos de la vida social. La violencia
y la guerra pueden ser un gran negocio, pero también puede tener un gran costo.
No
olvidemos que lo que sacó a los EEUU de la gran depresión de los años 30 del
siglo pasado, no fue el “New Deal” ni las políticas keynesianas de Franklin Delano Roussevelt. Lo que en verdad reimpulsó con fuerza la economía
norteamericana, (al punto de que salió convertida en la primera potencia
después de concluida la segunda guerra mundial) fue la circunstancia de que los
EEUU -lejos del escenario de la guerra- se convirtió en fabricante de armas y
en principal proveedor de armamentos de
las potencias beligerantes las cuales cargaron con el peso de la guerra durante la mayor parte
del tiempo. Mientras las otras potencias se destruían mutuamente y se
desangraban en el gran holocausto mundial, los EEUU hacían el gran negocio del
siglo como proveedor de armamentos, con la ventaja de permanecer al margen del
conflicto durante casi toda la guerra -de hecho- su territorio nunca se vio
afectado.
A partir de
entonces la fabricación de armamentos, es decir, las grandes inversiones del
complejo militar industrial norteamericano creado alrededor del Pentágono, ha
sido uno de los principales motores del crecimiento de la economía
norteamericana. Fabricar, vender y consumir armas, siguió siendo el gran
negocio, con la desventaja de que como primera potencia mundial y en su
condición de policía del planeta y principal
protagonista de la guerra imperialista desatada contra el mundo, al mismo
tiempo ha tenido que cargar con el peso de un inmenso gasto militar, una gran
carga para el gobierno norteamericano y para los contribuyentes de ese país. Y
ese inmenso gasto militar no ha colapsado totalmente la economía del imperio,
porque de alguna manera, ese gasto lo pagamos todos los habitantes del planeta.
No olvidemos que uno de los grandes rubros de exportación de los EEUU, ha sido
la venta de armas. El gran negocio del imperio ha sido y sigue siendo la
industria de la destrucción y de la muerte.
Por ello el
planeta se desangra en una interminable vorágine de muerte y destrucción. La
guerra de las potencias contra los países más débiles; la violencia de tipo
terrorista (“política” o “religiosa”); las confrontaciones clasistas o
racistas; las guerras por conflictos fronterizos; las guerras anti-coloniales o
de liberación nacional del siglo XX;; las guerras separatistas o nacionalistas;
las rebeliones e insurrecciones armadas de tipo político; la violencia social o
delincuencial; la violencia policial
contra sectores populares; la violencia anti-subversiva
o la derivada del espionaje y contraespionaje; los asesinatos por encargo;
la violencia policial o militar contra mafias y cárteles de traficantes; la
violencia de mafias contra mafias o bandas contra bandas; los ajustes de
cuenta; la violencia carcelaria; la intrafamiliar y de pareja; la violencia
contra niños, ancianos, enfermos y desvalidos; la violencia escolar y la
violencia callejera por causas baladíes. Y finalmente la terrorífica amenaza de
confrontación nuclear que pende sobre la humanidad como una espada de Damocles
de destrucción masiva.
La vieja
civilización apela desesperadamente a la violencia o la violencia abonada por
la crisis, brota como una planta silvestre que crece en tierra fértil. Pero los
pueblos no van a soportar indefinidamente ni la violencia directa ni la
colateral. Por eso la violencia también ha entrado en crisis. Cada vez asusta
menos y cada vez estorba más. Ningún gobierno puede sostenerse sólo a base de
represión. Ningún gobierno puede ser
derrocado sólo a base de bombardeos. Los países imperiales y/o sus
satélites han perdido casi todas las guerras asimétricas en las que se han
embarcado después de la segunda guerra mundial. Occidente ha sido derrotado en
China, Corea del Norte; Cuba, Vietnam, Nicaragua, Irán, etc. Y en Irak y
Afganistán ahora empantanados. Y continúan interviniendo, debilitándose cada
vez más.
En Libia no
se ha atrevido a descender y ya la guerra les está resultando demasiado
costosa, tanto económica y políticamente, como en vidas humanas libias. La
guerra se está haciendo económicamente insostenible. No olvidemos que el costo
de la guerra y de la investigación y fabricación de armas, se financia
fundamentalmente con recursos que salen
de los bolsillos de los consumidores. Los pueblos no sólo pagamos la crisis
financiera y la deuda externa privada en nuestros respectivos países, sino que,
financiamos nuestra propia represión (gasto policial y militar) y, esta
circunstancia se volverá peligrosamente contra el ya debilitado poder imperial.
Y, por otra parte, los soldados mercenarios nunca han sido una garantía de
eficacia militar para quien les paga por matar.
Finalmente nos preguntamos ¿cuánto
cuestan los 4.300 ataques aéreos que ha realizado la OTAN en Libia en el curso
de pocas semanas? Un costo que se realiza con cargo a los presupuestos de
Italia, Alemania, Inglaterra, Francia y España porque el gobierno de los EEUU
está a punto de declararse en quiebra por la
imposibilidad de sufragar los gastos gubernamentales, ello, después que le
fuera asignado en el 2010 un presupuesto
militar cercano a los 700.000 millones de dólares, monto equivalente al 43 por
ciento del gasto militar conjunto de todos los demás países del mundo. Y
¿cuánto le cuesta a España -por ejemplo- esta complicidad con el imperio
norteamericano, principal beneficiario de la injerencia militar en Libia?
La crisis política estremece a muchos gobiernos
del mundo
La crisis
global y multifactorial que vive la humanidad tiene una de sus expresiones más
visibles en la crisis política que afecta a casi todas las formas de gobierno
existentes en el mundo, desde las monarquías absolutas hasta las democracias
representativas, pasando por monarquías constitucionales, regímenes
autoritarios de derecha e “izquierda”, hasta tiranías de cualquier tipo. En
casi todo el mundo aumenta al
escepticismo, la indiferencia política, el apoliticismo, la impotencia y el
abstencionismo, todo lo cual agrava la crisis de gobernabilidad. En todos los
países del mundo -casi sin excepción- aumenta el desprestigio de los políticos y la
desconfianza en la política como una actividad a través de la cual se pueda
superar la crisis y mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría
de la población del mundo. Casi todas las formas de gobierno del planeta se
están resquebrajando.
Los
políticos de todo pelaje son abandonados y despreciados por sus pueblos. Las
tiranías, los imperios, las dictaduras de izquierda o de derecha -incluyendo la
democracia representativa- han perdido credibilidad, respeto y autoridad. Todas
las formas de gobierno están en crisis, incluyendo la democracia tal como la
conocemos. La crisis afecta no sólo a los regímenes autoritarios, también a la
democracia formal o representativa. En todas las latitudes se observa el deterioro de la función política; prolifera
la corrupción y la burocratización, impera la deslegitimación y la falsa
representatividad. Se han pervertido los partidos y se ha desnaturalizado la
democracia. Los medios de comunicación han sido instrumentalizados por el poder
económico, cuyos órganos formales e informales se imponen a la manera de
gobernantes despóticos ocultos tras bambalinas. Un poder que nadie ha elegido,
que no da la cara ni rinde cuenta, pero que goza de inmunidad y de un poder de
decisión mayor que el de los tres poderes tradicionales juntos.
Una crisis de abundancia económica, no de
escasez
El inmenso
desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por la humanidad en los últimos
cincuenta años un nivel insospechado a mediados del siglo pasado. El incremento
de la productividad, impulsado por el desarrollo de la ciencia y la tecnología,
ha elevado la capacidad productiva del trabajo humano a límites que no habían
sido vislumbrados ni siquiera por los más audaces novelistas de ciencia
ficción. Por eso afirmamos que la crisis
económica que vive la humanidad no es de escasez sino de abundancia. Como
humanidad, nos morimos de sed al lado de un caudaloso río o perecemos de hambre
a lado de un frondoso árbol cargado de deliciosos frutos. Lo que nos impide
-como humanidad- disfrutar de la abundancia a nuestra disposición, son las
anticuadas y obsoletas reglas del juego con las que nos seguimos rigiendo. La
clave del estancamiento consiste en que la elevada productividad alcanzada no
está beneficiando a los trabajadores que la ponen en funcionamiento, que la
mueven a diario, ni a la sociedad en su conjunto. Por el contrario traban el
crecimiento. Operan destructivamente.
………..
La
productividad como un factor más de la producción (en la actual economía
fundada en el comercio, la propiedad privada, la competencia, la escasez y en
el afán de lucro) está al servicio de la acumulación irracional e ilimitada del
dinero y de los recursos en manos de un reducido número de familias del mundo.
Antes que beneficiar a la humanidad, la productividad, en esas manos y al
servicio de esos intereses, se constituye en la piedra angular de la crisis que estrangula al sistema económico.
Si la productividad fuese utilizada en beneficio de la sociedad y de los
trabajadores, serviría para reducir la jornada de trabajo, en vez de reducir
los puestos de trabajo. En efecto, si la sociedad produce más en menos tiempo,
debería trabajar menos tiempo. Y los trabajadores más productivos, deberían
obtener un incremento proporcional en la remuneración recibida como salario o
mejorar sus condiciones de trabajo. Pero, como todos sabemos, está ocurriendo
lo contrario.
El
incremento de la productividad y la consiguiente elevación de la producción, se
utiliza en el capitalismo para reducir el empleo y minimizar los salarios
reales de los trabajadores (en términos de capacidad adquisitiva), para
desmejorar las condiciones de trabajo y la calidad de vida de los asalariados
del mundo. Todo con la única finalidad de aumentar irracionalmente la acumulación
de riqueza en pocas manos. De esta manera se
avanza hacia el cuello de botella de la estrangulación económica. De esta
manera, lo producido tendrá dificultades para encontrar la demanda solvente que
permita su realización en el mercado. Los capitales más vulnerables se verán afectados. Muchos
capitalistas quebrarán y saldrán del mercado. Otros capitales -en busca de
seguridad y rentabilidad- huirán hacia la especulación, la corrupción y el
delito. La economía capitalista se convierte en una culebra que se muerde la
cola. Es lo que hemos llamado círculo vicioso de la depauperación. Lo que
los teóricos del siglo XIX llamaron tendencia a la depauperación relativa y
absoluta de la población. La espiral de la especulación y la improductividad se
dispara descontroladamente, agravando el problema.
Por eso
podemos concluir que la actual crisis no es una crisis de falta de recursos, ni
de baja productividad ni de bajo nivel de producción. Todo lo contrario, sobran
tantos recursos que la crisis se traduce en una muy elevada capacidad ociosa.
Podemos hablar de la crisis de la gran desocupación: desocupación y despilfarro
de fuerza de trabajo o mano de obra (desempleo); desocupación o subutilización
de tierras cultivables, de máquinas y
herramientas, de conocimientos técnicos y tecnología; de recursos
naturales. Desocupación o sub-utilización de capitales; sub-utilización y
despilfarro de recursos naturales, de alimentos y de materias primas. Sin
hablar de los recursos que se despilfarran o se destruyen en la vorágine de
violencia y devastación bélica; sin incluir la destrucción de riqueza producto
de factores como la quiebra de empresas o la obsolescencia planificada.
Mientras la mayoría de la población del planeta cae en la miseria, la
producción es frenada en aras de la acumulación de capital, la cual también
resulta finalmente frenada por el estrangulamiento económico. Un auténtico
círculo vicioso.
Un entrampamiento sostenido por el poder
imperial.
La crisis
afecta a casi todos los países pero difícilmente alguno de ellos puede librarse
aisladamente de sus efectos, mucho menos aún los países en los cuales rige
plenamente y sin controles de ningún tipo la economía capitalista de libre
mercado. En primer lugar por razones endógenas propias de las relaciones de
producción y en segundo lugar por la articulación de las economías nacionales a
la economía global. Y, en tercer lugar, por los poderes que ejercen los organismos multilaterales que imponen políticas,
obligaciones y limitaciones económicas, tales como el Banco Mundial, la
Organización mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional, la OCDE, la
AIE, los Bancos Centrales, y otros poderes no institucionales pero no por ello
menos poderosas como las calificadoras y otros poderes privados menos conocidos
y cuya influencia económica se mantiene oculta bajo el eufemismo “los mercados
financieros”, expresión que se utiliza comúnmente para referirse a ellos. Se
trata de poderes plutocráticos globalizados. Por eso, no hay ni puede haber -o
son casi imposibles- soluciones nacionales a la crisis.
Por otra
parte, las políticas neoliberales impuestas a casi todos los países del mundo
por estos poderes visibles e invisibles, lejos de favorecer la recuperación
económica y estimular la creación de nuevas fuentes de trabajo, estimulan y
abaratan el desempleo, contraen la demanda y deprimen aún más la economía. En
efecto los recortes fiscales, ni a corto ni a mediano plazo pueden tener los
efectos que prometen sus promotores. Sólo están destinados a salvaguardar los intereses de los acreedores de las deudas
de los países afectados. Si tensan demasiado la cuerda, podrían estar matando a
la gallina de los huevos de oro. En cuanto al largo plazo, en todos los países
se habla de las inversiones en ciencia y tecnología, con la finalidad de elevar
la productividad e incrementar de esta manera la competitividad de cada nación,
y, ya hemos hablado de los efectos que tiene la elevación de la productividad
en cada empresa y la repercusión económica a nivel global: genera desempleo y
contracción económica. Dentro de las actuales reglas del juego capitalista la
elevación de la productividad es un problema, más que una solución. ¿No
constituye todo lo dicho la evidencia de un diabólico entrampamiento?
Los
gobiernos atrapados en la impotencia y la demagogia no dicen la verdad acerca
de las auténticas causas de la crisis y no pueden por tanto aportar soluciones.
Sin un buen diagnóstico no puede haber un buen pronóstico. Tampoco dicen la
verdad los economistas ni los periodistas, ni los políticos de oposición que
tienen acceso a unos medios de comunicación cooptados bajo la dictadura
invisible del capital y los imperceptibles
pero poderosos lazos plutocráticos de
“los mercados”... En el capitalismo los medios de “incomunicación” también
se encuentran embozalados. No son espacios para el ejercicio de la libertad de
expresión. No son medios de comunicación social, son medios de comunicación
privados, que en vez de informar hacen publicidad. Incluso los de
financiamiento o propiedad pública, pues también se mantienen alineados con los
intereses del gran capital, fieles repetidores de sus dogmas socio-económicos.
En estas condiciones, lo que se desata libremente y sin control alguno es la
especulación (financiera, bursátil, inmobiliaria, comercial) afincada en
monopolios y monopsonios, mientras el capitalismo deja escapar los estertores
de su ya larga e irreversible agonía.
Los sindicatos contra los intereses de los
trabajadores asalariados.
Ya hemos
hablado de la desventaja que significa para los trabajadores el no poder
ponerle precio a la mercancía “fuerza de trabajo” que venden al capitalista a
cambio de un salario. Pero hay algo más grave aún, En efecto, la desventaja descrita
se convierte en debilidad absoluta debido a lo que se ha llamado “competencia
obrera”. Bien sabemos que -casi sin
excepción- los trabajadores no logran ponerse de acuerdo para defender sus
salarios, sino que, por el contrario, compiten entre sí (sin proponérselo, sin saberlo), por lo que la fijación de los mismos queda totalmente
al capricho de los empleadores o -como hemos dicho- al arbitrio casi
siempre parcializado de los gobiernos. En otras palabras, prevalece la llamada
“competencia obrera”, es decir, la puja competitiva entre empleados y
desempleados, entre asalariados nacionales y extranjeros, e incluso, entre
mujeres y hombres. Una puja que beneficia en gran medida a los capitalistas en
tanto que compradores de la mercancía “fuerza de trabajo” y que perjudica extraordinariamente
a los trabajadores asalariados, vendedores de esa peculiar mercancía.
Esta es una
debilidad que incluye como es lógico a las organizaciones sindicales que han
devenido en organismos de colaboración con la patronal, que no representan los
intereses de clase de los trabajadores, sino que se han convertido en
instancias de conciliación y de manipulación de los trabajadores. Por ello no
sólo los sindicatos no hacen nada para impedir la competencia obrera, ni explican a los trabajadores los mecanismos
de la explotación y la expropiación del producto de su trabajo La
burocracia sindical ignora por ejemplo las verdaderas causas del desempleo o si
las conocen las ocultan aviesamente a los trabajadores. Por ello los sindicatos
de todos los países del mundo y las burocracias que los conducen, funcionan
como aparatos de contención y
debilitamiento de las luchas laborales, por lo que benefician más a los
capitalistas que a los trabajadores asalariados. A cambio de los servicios
prestados gozan de las ventajas y privilegios de una capa social
intermedia.
Mayor opresión y discriminación del sexo
femenino
La crisis
global y multifactorial que afecta a la humanidad no admite límites ni respeta
fronteras de ninguna naturaleza. Invicta e imbatible, penetra todos los
aspectos de la vida humana. Es por ello que la familia y las relaciones íntimas
entre el hombre y la mujer no escapan a sus nocivos y totalizadores efectos de
la crisis global. Es por ello que el androcentrismo, la ginecofobia, los feminicidios, las violaciones
sistemáticas, la violencia de género, el tráfico de mujeres y niños, la
pederastia, las desigualdades y en general todas
las formas de opresión y discriminación de la mujer, y, por otra parte, el
sexismo, la homofobia, los prejuicios y discriminaciones sexuales, son también
expresiones de la crisis que lejos de desaparecer o mermar, adoptan nuevas
formas cada vez más aberrantes e inhumanas. En consecuencia, se puede afirmar
que, al lado de la milenaria opresión y discriminación de la mujer, constituyen
una contradicción social de primer orden y un reto a superar por el cambio
social en ciernes, los morbos sociales que se han señalado.
Agresión a la naturaleza y al medio ambiente
Una de las
características más graves y amenazantes de la crisis consiste en la agudización
de las contradicciones -a límites insostenibles- que afecta las relaciones de
los seres humanos con su entorno natural o medio ambiente. Expresión de esta agudización son los graves desequilibrios ecológicos
(“eco genocidio”, “biofericidio”) o destrucción del medio ambiente. Formas de
agresión a la naturaleza que se manifiestan en: exterminio de especies
vivientes, cambio climático, calentamiento global, síndromes todos ellos que
ponen en grave peligro la sobrevivencia humana así como todas las formas de
vida, animales y vegetales, que existen sobre el planeta tierra.
Desde hace
más de medio siglo los científicos de todas las ramas del conocimiento vienen
advirtiendo los devastadores efectos del sistema capitalista sobre el medio
ambiente. Desde las advertencias sobre los límites del crecimiento formuladas
hace más de medio siglo por el integrantes del llamado Club de Roma, hasta las
más recientes y ya oficiales acuerdos
que la mayoría de las naciones del planeta suscribieron como conclusiones
de la Conferencia de Kioto, muchos científicos, especialistas y pensadores
sociales han puesto en evidencia el carácter depredador, destructor y
exterminador de la naturaleza de un sistema económico que lo sacrifica todo en
aras de la más voraz y criminal acumulación de poder y de riqueza en beneficio
de unos pocos seres humanos.
El flagelo de la corrupción y la crisis de
valores
Uno de los
más grandes obstáculos que encuentra la humanidad en su camino hacia su
emancipación, incluso, hacia algo menos ambicioso (la efectividad o eficacia de
las reformas destinadas a mejorar las condiciones de vida y de trabajo), está
constituido por la gran crisis de valores que afecta todos los campos y
aspectos de la vida social. En unos más que en otros, en la mayoría de los
países del mundo las instituciones públicas y privadas están más o menos carcomidas por el flagelo de la corrupción.
Alrededor de empresas y organismos públicos y privados, especialmente de los
que administran o controlan recursos, pululan como fauna de carroña los capos
de la corrupción dispuestos a birlar los fondos públicos en complicidad con
funcionarios venales. Todos los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial reciben las tentaciones y presiones de los
corruptores profesionales.
Y, es
evidente que el afán de lucro, la ambición por la acumulación de poder y de
dinero, son las causas últimas del triunfo de la maldad, la perversión y la
corrupción. Es por ello que influyen decisivamente en la derrota del amor, del
bien, de la solidaridad y de las más nobles
causas humanas. Todo lo expuesto explica la hegemonía y el gran poder que
las mafias tienen en el mundo de hoy.
6.-
NUEVA Y VERDADERA CIVILIZACIÓN
HUMANA
La sociedad
humana ha alcanzado un nivel de desarrollo de las Fuerzas Productivas Sociales,
tan elevado, que ya se encuentra madura para una transformación social sin
precedentes. Ya está en condiciones de materializar la tan soñada utopía de
bienestar justicia, armonía y felicidad, prefigurado en las mentes de los hombres
desde hace más de 500 años, y concebida
como una anhelada e imposible quimera. En efecto, las bases materiales para
construir la nueva humanidad ya existen. El desarrollo científico-tecnológico
ha rebasado todas las expectativas de la literatura de ciencia ficción. Esos
conocimientos aplicados a la producción sin las trabas de las actuales
relaciones sociales de producción, nos permitirían satisfacer todas necesidades
humanas con un mínimo de esfuerzo productivo.
La era del
trabajo como una carga ha llegado a su fin. La humanidad ha desarrollado en tal
medida su capacidad productiva que ahora carece de toda racionalidad la
competencia por los bienes materiales. El mundo de la abundancia material
(limitada únicamente por el necesario respeto a la madre tierra y a los equilibrios
ecológicos) es hoy una innegable posibilidad
desde el punto de vista de la productividad alcanzada. Lo único que nos
impide disfrutar de esas ventajas, son las reglas y normas obsoletas, los
anti-valores caducos por los que nos hemos regido desde hace cinco mil años:
las normas y valores de la Civilización Patriarcal. Esa constatación nos
permite prefigurar algunos de los rasgos que tendrá la nueva civilización en
ciernes. A continuación nos atrevemos a describir algunos de ellos.
La nueva
sociedad no será ni patriarcal ni matriarcal, será una Civilización sin ningún
tipo de desigualdad social y económica entre los sexos, sin ningún tipo de
discriminación o subordinación entre el hombre y la mujer. Será una
civilización verdaderamente humana y libre. Ni capitalista ni socialista. En el
futuro próximo, los seres humanos gozaremos de una libertad ilimitada para amar y para realizarnos sexualmente de manera plena, sin
restricciones, prejuicios o intolerancias. No hablamos de amor libre por que la
expresión en si misma es redundante. El amor, para ser auténtico tiene que ser
libre. En la nueva civilización plenamente humana las relaciones de pareja
cambiarán radicalmente. No habrá cabida para la competencia, ni los celos
posesivos, ni la competencia ni la rivalidad entre el hombre y la mujer. Nuevas formas de familia
aparecerán. Habrá surgido la época de la plena felicidad infantil y de un
inusitado desarrollo de los niños, súper-hombres y súper-mujeres de un futuro
no muy lejano.
En la nueva
civilización plenamente humana serán sustituidas las relaciones basadas en la
violencia, el despojo y la guerra (y las jerarquías propias del reino animal),
para restablecer las relaciones basadas en el amor, la cooperación y la
solidaridad. Desaparecerán los antagonismos sociales, la explotación y la
expropiación de unos contra otros. Reinará la paz entre los individuos. Las
consignas de libertad, igualdad y fraternidad, surgidas durante la Revolución Francesa, podrán verse finalmente
materializadas. No habrá competencia, ni especulación comercial ni
financiera. Los seres humanos no tendremos que pelearnos a dentelladas por los
bienes materiales, como pelean las bestias feroces por sus presas. Las
posibilidades de abundancia ilimitada harán desaparecer el miedo a la miseria y
la voracidad acumulativa propia de la Civilización Patriarcal. El afán de lucro
pertenecerá al pasado y será visto como una locura irracional e innecesaria.
Todas las armas serán piezas de museo. Los equipos de destrucción serán
reconvertidos.
Al
desaparecer los antagonismos sociales y la explotación y expropiación de unos
hombres sobre otros, no será necesario el Estado, ni la coacción, ni la
opresión política. Las instituciones actuales se harán cada vez más
democráticas y la democracia será una práctica fluida y habitual. El Estado
languidecerá y desaparecerá progresivamente. Morirá de muerte natural. En la nueva Civilización Humana, nadie
luchará por ser el jefe o gobernante. Los servidores públicos, los
coordinadores sociales, surgirán de una manera libre y espontánea, totalmente
voluntaria, como surgen en la actualidad -por ejemplo- los activistas de los
derechos humanos, los militantes de la paz, los médicos sin fronteras o los
ecologistas. Libertad de reunión, libertad de organización, libertad de
manifestación, libertad de conciencia y religiosa, medios de comunicación de
nuevo tipo, creados por grupos de trabajadores independientes del Estado y
dueños de sus instrumentos de trabajo, de sus equipos e instalaciones.
Con la
desaparición del Estado, desaparecerán los ejércitos regulares y la guerra como
forma de expropiación y saqueo. En el lugar de la globalización capitalista de
las trasnacionales y de los mercados, surgirá una globalización de la
solidaridad y la cooperación humanitaria.
Desaparecerán más o menos rápidamente las fronteras y las rivalidades
nacionales. Ninguna nación tendrá necesidad de robar a otra sus recursos
naturales. Las guerras habrán llegado a su fin. El desarme general y completo habrá sido ya una realidad. Todos los
recursos usados para la destrucción serán reorientados hacia la satisfacción de
las necesidades. Los actuales aviones de guerra serán reconvertidos y
utilizados para cubrir problemas de desabastecimiento y otras emergencias en
cualquier parte del mundo. Los bombardeos serán de bultos cargados de alimentos
o de semillas o de agua para apagar los incendios forestales. En vez de bombas
dejarán caer paquetes de mantas, vestidos, vituallas u otros recursos cuando
sean requeridos por emergencias puntuales o en caso de desastres naturales.
Habrá triunfado la paz.
En lo
económico, nuevas relaciones sociales de producción sustituirán a las actuales.
La esclavitud asalariada será abolida. El trabajo será libre. El individual y
el colectivo. Desaparecerá la división entre producción y recreación, pues si
nadie se verá obligado a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario
compelido a ello por la necesidad de comer y satisfacer otras necesidades, la
producción material y todo tipo de trabajo, recuperarán su condición de actividad libre y forma de realización
del ser humano. Todo el trabajo se disfrutará como una diversión. Cada quien al
escoger la actividad que más le agrade podrá disfrutar al realizarla como
disfruta en niño cuando juega o el artista pintando un cuadro, ensayando ejecutando
una obra musical o escribiendo una novela. No existirá una jornada de trabajo
como tal. Cada quien decidirá libremente el tiempo que le dedicará a la
actividad productiva y/o de servicio social, o al entretenimiento, el deporte,
el amor, el sexo, la diversión.
Durante la
transición hacia la nueva sociedad, no
será necesaria la expropiación compulsiva por parte del Estado de los
actuales propietarios. La nueva sociedad, para ser pacífica y democrática tiene
que ser producto de una revolución pacífica y democrática, que logre sus
objetivos a través de la no violencia, de la desobediencia civil, de la acción
pacífica, consciente y organizada.
Con la
implantación de las nuevas relaciones sociales de producción, con la abolición
de la esclavitud asalariada, con la nuevas formas de propiedad de la tierra y
los recursos técnico productivos, la productividad ya no estará al servicio de la acumulación
privada de los productos del trabajo humano (convertidos en dinero, en
ganancias), sino que la producción será puesta al servicio de la sociedad y de
los productores directos (los trabajadores) en lo adelante reapropiados (“empoderados”) de las condiciones objetivas de su
producción y del producto de su trabajo. El incremento de la
productividad, hoy frenado por las
viejas relaciones de propiedad, se desplegará con fuerza, una vez liberado del
obstáculo actual y crecerá de una manera rápida e ilimitada. La capacidad
productiva del trabajo humano se elevará tanto que las necesidades materiales
desaparecerán. La producción podrá ser totalmente robotizada. No existirá el
trabajo tal como lo conocemos hoy. Dejará de ser una pesada carga para
convertirse en un entretenimiento.
La economía
de la escasez surgida de la Civilización Patriarcal desaparecerá sin dejar
rastro. Los seres humanos saldremos del
reino de la necesidad y entraremos al reino de la libertad. Cada quien
producirá para la sociedad de acuerdo a sus deseos y capacidades y cada quien
recibirá de la sociedad, de acuerdo a sus deseos y necesidades. La nueva civilización plenamente humana no
basada en la opresión ni en la expropiación, recuperará también su
equilibrio con el medio ambiente natural. Una vez desaparecida la insaciable
voracidad acumulativa del capital, la utilización de los recursos naturales por
parte del ser humano será racional y equilibrada. Los hombres pondremos fin a
la explotación desmedida y despilfarradora de los recursos naturales. El amor y
el respeto por la madre naturaleza formarán parte de la nueva cultura
universal.
7.-
PAPEL TRANSFORMADOR DEL
SEXO FEMENINO
Las mujeres son seres humanos diferentes al varón. Tienen capacidades,
atributos y virtudes propias que le llevaron a cumplir un importante rol en el
surgimiento de la humanidad y a desempeñar un papel fundamental de cohesión y
cooperación social durante la larga prehistoria humana, e incluso durante los
cinco milenios de la Civilización Patriarcal, no obstante la relegación y discriminación a que fue sometida por el
varón. Por esas mismas capacidades y virtudes y por causas similares, la
mujer del siglo XXI -nuevamente haciendo valer las relaciones de amor y
solidaridad- puede tomar en sus manos la responsabilidad de concebir y dar a
luz -o ayudar a dar a luz- una nueva sociedad, más humana, más racional, más libre
y solidaria. En otras palabras, las mujeres pueden liberarse a si mismas y
contribuir a liberar a la humanidad del yugo que ha significado para todos la
Civilización Patriarcal.
En efecto,
la mujer, en su condición sujeto activo del amor maternal -primigenia y
originaria forma del amor- y dotada de una particular sensibilidad humana que
la ha llevado a realizar abnegados sacrificios por sus semejantes y, siendo
además, la parte de la humanidad menos ligada a la violencia, a la guerra y a
la opresión, es, por ello mismo, más
inclinada al desprendimiento y a la solidaridad. Y, por su condición de
dadora de vida, tiende a ser por naturaleza más respetuosa de la vida de sus
semejantes. En síntesis, siendo la parte de la humanidad más vinculada
históricamente a las relaciones de amor y solidaridad, y, finalmente
-agregamos- en su condición de sector social más vulnerable a (y principal
víctima de) la violencia, es, sin duda alguna, la parte de la humanidad más
objetivamente interesada en la superación de la Civilización Patriarcal, y más
capacitada para trabajar por ello y alcanzar la meta.
Habría que
se señalar también (y hacer especial énfasis en) la ubicación en la cual el
sistema capitalista ha venido colocando progresivamente a la mujer. En primer
lugar como productora, es decir, como trabajadora asalariada al servicio del
capital que la expropia, y, en segundo lugar, como reproductora, como madre
paridora y cuidadora, como proveedora y
mantenedora de la familia, roles que
la acercan cada vez más a la función social trascendental que los pensadores
sociales más avanzados del siglo XIX atribuyeron a la clase trabajadora,
al proletariado moderno. ¿Quién puede
dudar que la mujer -como sexo femenino y como parte de una clase social
oprimida- constituye el colectivo humano más explotado, reprimido y
discriminado de la sociedad capitalista. Si lo dudamos consultemos las cifras a
nivel mundial. Cuántas mujeres en el mundo son cabezas de familia y cumplen
simultáneamente los roles tradicionalmente atribuidos al padre y a la madre.
Por otra
parte habría que destacar la importancia económica de la doble explotación
sufrida por la mujer por efecto de la doble jornada de trabajo. La jornada
laboral, por el hecho de que la mujer en muchos sentidos se considera una mano
de obra más productiva y más barata que la mano de obra masculina y en segundo
lugar, por el extraordinario ahorro que
significa para el sistema capitalista la llamada jornada invisible. En
efecto bastaría calcular cuánto le costaría a la sociedad remunerar por su
valor económico -a precios de mercado- la remuneración de las horas de trabajo
que se invierten en trabajo doméstico, un costo hasta ahora no contabilizado en
el PIB de ningún país del mundo. Por otra parte, habría que contabilizar
también el ahorro que significa una jornada de trabajo femenino más productivo,
más eficiente y peor remunerado.
A lo
planteado habría que agregar que la mayoría de las mujeres deben sufrir también
la relegación, la discriminación y el machismo que significa que -casi siempre
y no por casualidad- le sean asignadas las labores más insignificantes y menos
creativas, más rutinarias y repetitivas y las que resultan más aburridas o son
menos atractivas al sexo masculino. Viéndose obligadas a soportar palpables y
groseras injusticias, tales como menores
salarios por iguales funciones, acoso y abuso sexual, trato despectivo e
infamante. También opera contra las mujeres su elevado sentido de
responsabilidad y su “natural” tendencia a la abnegación y el sacrificio y su mayor inclinación al
cumplimiento del deber, características que la hacen más doblegable y sumisa
ante el poder patronal. Y por añadidura, el deber auto impuesto que la lleva a
sacrificarse por los hijos, la impulsa a cuidar con mayor celo la estabilidad de
sus precarios empleos.
Por lo
antes expuesto, se ha venido produciendo una marcada preferencia de los
empresarios empleadores por dar ocupación a personas del sexo femenino, por lo
que las mujeres han venido desplazando a los hombres de muchos empleos antes
privativos del sexo masculino. Los capitalistas aprovechan esta menor capacidad
de las mujeres para revelarse a la explotación. Esta vulnerabilidad del sexo
femenino es aviesamente aprovechada por
las industrias maquiladoras
preferentemente ubicadas en Asia, África y América Latina, las cuales,
prevalidas de la complicidad de los gobernantes o laxitud de los controles del
estado, someten a sus trabajadoras a condiciones de semiesclavitud. Por esta
preferencia a emplear mujeres (y en algunos casos, niñas y niños) dada su
vulnerabilidad y disposición a la sumisión, este fenómeno se ha convertido en
una tendencia general del capitalismo, que en su decadencia, retrocede hacia
formas de opresión ya superadas por la historia.
Las mujeres
son también las principales víctimas de la violencia. Tanto de la violencia
generada por las guerras y sus secuelas, como por las otras forma de violencia
que genera el orden capitalista mundial. El sexo femenino se encuentra en el
ojo de la tormenta. La guerra las convierte en víctimas directas -pues se
cuentan entre los muertos y heridos- e indirectas, como madres, hijas, esposas y hermanas de los soldados o parientes de
otras víctimas. También por ser ultrajadas, atropellas, abusadas o
violadas, en los intervalos de la batalla, o despojadas y maltratadas en su
condición de desplazadas o refugiadas, o integrando en esa suerte de catástrofe
humanitaria, las grandes masas humanas que padecen hambre, sed, frío o excesivo
calor, enfermedades y muchos otros rigores y crueldades. Muchedumbres
agonizantes, integradas fundamentalmente por mujeres cargadas de hijos, se
aglomeran en zonas fronterizas mientras los gobiernos y organismos
internacionales resultan desbordados y se declaran impotentes.
En comparación con sus congéneres del sexo masculino, las mujeres,
colocadas en condiciones similares de miseria y marginalidad (en un nivel
socio-económico que tiende a doblegar a la mayoría de los hombres) más
difícilmente apelan a la mendicidad, a la vagancia o a la delincuencia para
sobrevivir. En la misma situación, las mujeres, por definición, tienden a ser menos
proclives a la vagancia, el crimen, el delito o la mendicidad. Por regla
general las mujeres ofrecen siempre una mayor resistencia a rendirse a las
adversidades y tentaciones propias de la vida miserable. Sin embargo y no obstante ello, casi siempre resultan
víctimas del sexo masculino en la pobreza, pues
son agredidas por las atrocidades de la delincuencia organizada, de las
mafias de traficantes de todo pelambre (trata de blancas, tráfico de drogas,
tráfico de armas, tráfico de personas, tráfico de órganos, prostitución y abuso
infantil). Por otra parte -en términos generales- el sexo femenino está menos
contaminado por la cultura de la violencia. Las mujeres están normalmente más
alejadas de la explotación de otros seres humanos. En efecto, la mujer, dado su
papel en la sociedad y su rol histórico específico, se encuentra más
capacitada, está más inclinada, tiene más autoridad moral y está más dispuesta
y preparada para educar a sus semejantes contra la violencia y el delito.
Por todo lo expuesto, consideramos que al sexo femenino solo les falta
la información, la educación, la formación sobre su situación y sus
potencialidades, es decir, solo le falta elevar su conciencia social, para que se produzca la decisión de organizarse y luchar. Armada de
un discurso motivador, portadora de una teoría y de una práctica
revolucionaria, la mujer se convertirá en una fuerza social transformadora
imbatible, inderrotable.
8.- ESTRATEGIAS DE EMANCIPACIÓN HUMANA
Los
movimientos anticapitalistas que desde mediados del siglo XIX han venido
proponiendo y propulsando revoluciones socialistas o comunistas, definieron
como objetivo estratégico la toma del poder, para impulsar desde un nuevo
Estado declarado proletario, socialista o comunista, la expropiación compulsiva
(coactiva) y la socialización (o estatización) de los medios de producción.
Este no puede ser el objetivo o camino
hacia la sustitución de la Civilización Patriarcal tal como lo hemos
definido. Quienes luchamos por una nueva humanidad consideramos que el camino
elegido por los socialistas y comunistas del siglo XIX y del XX, se mantenía
dentro de los moldes fundamentales de la milenaria Civilización Patriarcal y de
su moderno régimen de producción, pues mantenía la separación del productor de
las condiciones objetivas de su producción y del producto de su trabajo. Los
productores seguían siendo trabajadores asalariados, cuyo patrono era ahora el
Estado. Por eso de ha hablado de capitalismo de Estado, para calificar los
regímenes autoritarios denominados socialista o comunistas.
Quienes
apostamos por el surgimiento de una nueva civilización humana, no podemos
escoger esta vía. En primer lugar, porque rechazamos la idea de “tomar el
poder”. No nos planteamos ni siquiera ejercer el gobierno de un Estado
capitalista. Sería contradictorio con los objetivos de la transformación social
y con los nuevos paradigmas que servirán de fundamento a la nueva humanidad en
ciernes. Si nos proponemos la sustitución
de las relaciones de violencia y de poder y el restablecimiento de las
relaciones de amor, cooperación y solidaridad, sería una inconsistencia
pretender ejercer funciones de gobierno a través de cualquiera de las tres
ramas del poder político, en función de alcanzar los objetivos propuestos. El
movimiento tiene que ser pacífico y pacifista. Basarse en la acción directa, en
la resistencia no violenta y la
desobediencia civil masiva. Ello no significa que se trate de un movimiento
apolítico.
Aunque no
esté entre sus planes el ejercicio del poder político ni la toma del poder, si
es un objetivo la trasformación revolucionaria de la sociedad, la superación de
la Civilización Patriarcal y su sustitución por una nueva civilización verdaderamente
humana. El objetivo a mediano o corto plazo de la nueva estrategia
revolucionaria tiene que ser que los ciudadanos, mediante una elevación de su
conciencia social, y mediante el conocimiento
y la comprensión de la dinámica y los mecanismos de la actual dominación,
adquieran poder (o mejor, contra-poder) suficiente, dado su nivel de conciencia
y organización- para contrarrestar o equilibrar el poder del Estado y de las
clases dominantes detrás del trono, de manera que se vaya reduciendo progresivamente
el poder de los explotadores y expropiadores sobre la mayoría de los
ciudadanos.
El
surgimiento de la nueva civilización correrá paralelo a la progresiva extinción
del viejo Estado capitalista. La abolición del trabajo asalariado y de las
demás relaciones de producción capitalistas, será el resultado de la elevación
de la conciencia social y del “empoderamiento” de las mujeres y hombres
oprimidos de la actualidad. La extinción
de la Civilización Patriarcal será tan pacífica como su surgimiento. Sólo
la ignorancia y la división de los pueblos hacen posible y duradera la
opresión. La emancipación de la humanidad es el gran objetivo del cambio. En
función de hacerlo posible, deben ser definidos los lineamientos estratégicos
que nos enrumben hacia esa trascendental meta.
A
continuación y a manera de planteamientos para la discusión, pensando en voz
alta, nos atrevemos a poner sobre la mesa de trabajo los siguientes
lineamientos estratégicos.
Hacia unas relaciones basadas en el amor y
la solidaridad
Si la nueva
humanidad liberada ha de regirse por relaciones basadas en el amor, la
cooperación y la solidaridad, la primera meta a mediano plazo tiene que ser la
paz universal. El primer lineamiento será entonces la lucha pacífica y
pacifista por el fin de la violencia en todas sus manifestaciones y
modalidades. El fin de todas las
guerras; la eliminación de las armas de destrucción masiva; el desarme
general y completo de todos los Estados; la conversión de las armas más pesadas
en instrumentos para la producción y otros fines pacíficos y los ejércitos
transformados en brigadas de auxilio y fuerzas de apoyo a movilizarse a
cualquier lugar del mundo en el caso de desastres naturales y otras
emergencias. Por lo tanto el movimiento mundial por una nueva humanidad debe
oponerse a todas las guerras y a toda forma de violencia.
Quienes nos
organicemos para trabajar y luchar por la paz, debemos colaborar en cualquier
lugar del mundo y a cualquier nivel o aspecto de la vida, por el arreglo
pacífico de los conflictos. Desde una pelea infantil o escolar, pasando por los
conflictos familiares, hasta el acuerdo fronterizo entre dos países. Todos debemos
luchar por sustituir la cultura de la violencia y por ganar terreno día a día por la instauración de una cultura de la paz.
Todo acuerdo que evite una confrontación violenta debe ser procurado y
celebrado. Hay que solicitar que se establezca formalmente en todo el mundo como
un derecho humano más, el derecho a una vida libre de violencia. Un derecho que
debe ser consagrado especialmente para las mujeres y las niñas y niños de todo
el planeta.
Luchamos por una democracia verdadera,
participativa y protagónica.
Quienes
luchamos por una nueva humanidad, ante la vacuidad y la impotencia de la
democracia representativa. llamamos al
ejercicio de la democracia popular participativa y protagónica.
Trabajamos por la politización de la mayoría de la población y por una toma de
conciencia que nos permita superar la apatía y el escepticismo, así como la
indiferencia, la pasividad y el apoliticismo dominantes. Se procurará ejercer
si, la democracia participativa, la democracia local, la democracia comunal, la
democracia real a través de la acción
directa y la movilización. Los luchadores por la nueva civilización no se
proponen ejercer poder alguno sobre sus semejantes. Aspiran que, mediante una
elevación de la conciencia social, los ciudadanos libres de toda coacción,
organicen la sociedad en base a relaciones de amor, solidaridad y cooperación,
y no, como en el presente, sobre la base del monopolio estatal de la violencia
y el ejercicio de la coacción. Es necesario contrarrestar con la lucha por la
información y la libertad de expresión, con la acción directa y la
movilización, el poder de la plutocracia que se esconde bajo el eufemismo de
“los mercados”.
Por otra
parte, es muy importante entender que, aunque es inexcusable la responsabilidad
de los gobiernos en la crisis que afecta a la mayoría de los habitantes del
planeta -sean estos gobiernos “democráticos” representativos o abiertamente
autoritarios, dictaduras o monarquías absolutas- dada su complicidad con los
poderosos y por sus políticas neoliberales (capitalismo salvaje). Sin embargo,
es necesario reconocer que esos gobiernos se encuentran atrapados en la dinámica perversa de los mercados. Como gobiernos
están entre la espada y la pared. Sin el respaldo o la presión multitudinaria
de los pueblos (como ha ocurrido en Islandia) esos gobiernos no tienen fuerza
suficiente para enfrentarse al chantaje de los poderosos, quienes actúan como
dueños del mundo atrincherados en puestos claves de comando económico
internacional (calificadoras de riesgo, bolsas, bancos centrales, FMI, etc.)
poderes que podrían llevar a cualquier
país al aislamiento y la ruina en cuestión de horas. Solo un gobierno con pleno
y masivo respaldo de un pueblo indignado y consciente podría enfrentar con
éxito el chantaje de los poderosos del mundo quienes defienden sus intereses
apoyados en un verdadero poder económico global. Mientras los pueblos no tomemos
conciencia de lo que ocurre, seguiremos -sumidos en la impotencia- engañados,
manipulados y divididos.
Luchamos por una economía al servicio de la
humanidad
En las
recientes luchas del Movimiento 15-M, en España se ha levantado la consigna de
una Europa para los ciudadanos y no para los mercados. Esa consigna,
generalizada a escala planetaria debería reformularse más o menos así: Por una
economía al servicio de la humanidad viviente y de las futuras generaciones.
Hasta el presente, todas las mediciones económicas están referidas a la
economía desde el punto de vista de la los intereses de los capitalistas o
referidas de una manera más genérica a los mercados o fundadas en categorías poco representativas como el Producto
Interno Bruto. En efecto, muy pocas de las categorías utilizadas en los
análisis macroeconómicos por la economía positiva se refieren a la economía
real. Salvo los criterios empleados y las categorías utilizadas por los Índices
de Desarrollo Humano, para los analistas económicos del sistema poco importan y
poco cuentan las calamidades que sufren los seres humanos, tanto en épocas de
crecimiento o auge económico, como en las épocas de estancamiento o
contracción.
Para ellos,
todo anda bien si crece el PIB; si suben las ventas y aumentan las ganancias de
las grandes empresas; si las acciones suben de precio en la bolsa de valores;
si los intereses, los salarios y los impuestos se mantienen bajos. Felices, si
todo ello ocurre en los países o regiones donde el interesado tenga sus
inversiones. Por eso es necesario que los ciudadanos se informen y luchen por
nuevas maneras de calcular el bienestar económico. Hay que pensar en nuevas formas de contabilizar el valor de
la fuerza de trabajo y no de manera puramente monetaria y según el mercado.
El valor de la fuerza de trabajo y su remuneración no puede seguir dependiendo
de la oferta y la demanda de trabajo. Debe ser regulada por la sociedad. Debe
calcularse y hacerse pública una tasa de explotación. El valor de la H/H debe
estimarse en relación con su productividad. Debe establecerse cuánto produce
cada hombre en una hora de trabajo y cuánto recibe por cada hora trabajada. Es
necesario también, relacionar los precios de los productos con las ganancias de
los empresarios.
La sociedad
no puede seguir permitiendo que unos cuantos propietarios privados de grandes
empresas jueguen a su antojo con el destino de millones de personas y con el
futuro de nuestros hijos y nietos. Si entre todos trabajamos, si entre todos
producimos, si entre todos creamos las riquezas con el sudor de nuestra frente,
todos tenemos derecho a decidir lo que
se hace con el producto de nuestro trabajo. La lucha pues debe comenzar por
la educación, la información, la denuncia, la divulgación de los que
efectivamente está ocurriendo, para afincar en la conciencia y el conocimiento
de lo que ocurre, la acción y la movilización de los ciudadanos orientada al logro
de objetivos inmediatos, así como para la conquista de objetivos a mediano y
largo plazo, como -por ejemplo- la reducción de la jornada de trabajo y el
cálculo de los salarios en base al valor de los producido por los asalariados.
Por otra
parte, el movimiento puede y debe platearse impedir -como se ha hecho por ejemplo en
Argentina- el cierre caprichoso de empresas por parte de los dueños de las
instalaciones y las máquinas. Los trabajadores con o sin el apoyo de sus
gobiernos deben impedir que se continúe creando desempleo cerrando empresas
viables económicamente y útiles a la sociedad por el hecho de que el dueño no
está satisfecho con el nivel de ganancias. Los trabajadores, apoyados por el
movimiento deben procurar estar al tanto
de la situación económica de las empresas donde trabajan y de las empresas
del ramo. Una empresa puede ser inviable para el capitalista pero perfectamente
viable para los trabajadores. Por otra parte, la sociedad debe apoyar a los
pequeños y medianos propietarios que estén dispuestos a aliarse con la causa de
los trabajadores en contra de las grandes empresas. Es necesario plantearse
una nueva educación económica de la
sociedad. Debemos proponernos llevar la nueva visión a los medios de
comunicación, a las escuelas, institutos de educación secundaria y universidades.
Las ideas
esbozadas en los párrafos precedentes son solo algunas de las muchas nuevas
consignas y objetivos que se pueden proponer y que se propondrán. Las
expresamos a manera de abreboca para estimular la creatividad y el debate.
Además, todo lo planteado en este
capítulo y en general en todo el ensayo, debe ser tratado como un papel de
trabajo. Las lectoras y los lectores o mejor dicho, el movimiento organizado,
después de debatir todo lo propuesto, dirá la última palabra.
Por la internacionalización de las luchas y la
globalización de la solidaridad
Las más
estratégicas e importantes propuestas planteadas -como por ejemplo, la
reducción de la jornada de trabajo- pueden ser inviables o difíciles de
implementar en solo país. La economía está globalizada y todo lo que se proponga
o se haga en un país, tendrá una repercusión internacional. Por esa razón, las organizaciones de trabajadoras y trabajadores
tendrán que establecer estrechos vínculos internacionales que les permitan coordinar
sus luchas a nivel mundial. Actualmente las grandes empresas juegan a su antojo
con los intereses y los derechos de los trabajadores, chantajeando a las
organizaciones laborales y a países enteros.
Los
gobiernos terminan rindiéndose a los obscenos abusos del gran capital. La única
posibilidad de contrarrestar ese hasta ahora omnipotente poder es la
coordinación de las luchas de los asalariados del mundo, así como la actuación de gobiernos populares,
democráticos o progresistas. Por lo demás, si el gran objetivo del
movimiento mundial de indignados es la sustitución del régimen de producción
capitalista globalizado y de la Civilización Patriarcal que le sirve de marco,
las estrategias de lucha y las organizaciones deberán ser internacionales e
internacionalistas.
Por nuevas formas de organización de los
trabajadores asalariados
Los
sindicatos tal y como los conocemos hoy han demostrado su debilidad -o mejor,
su incapacidad- para contrarrestar desde el punto de vista de los intereses de
los trabajadores, el poder de los empresarios capitalistas, aún los más
pequeños. Las únicas organizaciones laborales que alcanzan a sobre vivir
-grandes o pequeñas- son las que logran, por
su docilidad y colaboración con la patronal, ser útiles y necesarias para
los capitalistas. El sindicato legalmente sometido es uno de los instrumentos
de sometimiento y “domesticación” de las luchas de los asalariados en todas
partes del mundo. Durante todas las épocas los capitalistas se han valido de la
más sanguinaria y criminal represión para impedir la organización independiente
y verdaderamente clasista de los trabajadores asalariados. Esta ha sido una de
las causas de su impotencia.
Todavía hoy
en día grandes empresas transnacionales siguen contratando sicarios que
asesinen dirigentes obreros, especialmente en América Latina y en Sudeste
Asiático. La historia de los mártires de Chicago y muchos otros casos son simplemente los más conocidos. La
cantidad de mártires de las luchas laborales de todos los tiempos se cuentan
por centenares de miles, quizás por millones. Por esa razón y por la necesidad
de coordinarse internacionalmente las nuevas organizaciones tienen que ser
diferentes. Hay que pensarlo.
Mujeres unidas por el fin de la Civilización
Patriarcal
En cuanto a
al sexo femenino, resulta obvia la importancia de su papel. En efecto, siendo
que las mujeres son la parte de la humanidad más beneficiada por la extinción
de la Civilización Patriarcal, es necesario y urgente plantear, en primer
lugar, una incesante e infatigable campaña por la educación, la politización y
la concienciación del sexo femenino. Para explicarlo a través de un ejemplo
poco realista, es tal la importancia de su rol, que si todas las mujeres del
mundo, en solo siete días tomaran
conciencia de su poder y se organizaran para poner fin a la milenaria opresión
sufrida, la Civilización Patriarcal podría desaparecer en quince días. Y,
diciéndolo de manera más realista, una vez que las mujeres -en el tiempo que
sea- tomen conciencia del carácter finito de la opresión y de su poder para
liquidarla, la ideología machista (androcéntrica y falocrática) desaparecería
de la faz de la tierra en el curso de una generación. En sus manos está la
formación -a la más tierna edad- de los seres humanos del futuro.
De allí la
importancia de la educación y politización del sexo femenino. Solo las mujeres pueden
liberarse a si mismas. Haciéndolo contribuirán decisivamente a la liberación de
la humanidad. Pero la importancia del sexo femenino no está referida solo a la
educación de las futuras generaciones. Sabemos que esa toma de conciencia y esa
educación de las mujeres, no puede concebirse aisladamente de todas las demás
luchas. Por ejemplo, en la lucha por la paz, ya referida, las mujeres están llamadas a jugar un extraordinario papel, siendo
el sexo femenino la parte de la humanidad menos activa en lo que se refiere a
la práctica de la violencia, pero paradójicamente, la parte de la humanidad más
afectada. El sexo femenino es la parte de la humanidad más interesada, más
preparada y con mayor autoridad moral para exigir la paz. Para exigírsela al
sexo masculino.
Las
mujeres, siguiendo una tradición ya existente, continuarán impulsando múltiples
formas de organización del sexo femenino para las más variadas y específicas
conquistas. Además, aunque parezca utópico, las mujeres, por su papel específico en la liquidación de la
actual civilización y por la importancia de ese papel, están llamadas a
organizarse a nivel planetario y en torno a un programa de lineamientos
generales para la liberación de la mujer y la emancipación de humanidad que
pongan fin a la ya obsoleta y moribunda Civilización Patriarcal.
Hacia nuevos paradigmas científico-tecnológicos
Desde hace
varias décadas los científicos vinculados a la ciencia aplicada y los
especialistas en tecnología, se han percatado de la existencia, o de la necesidad,
posibilidad o viabilidad de nuevos paradigmas técnico-productivos, más
adecuados al desarrollo actual de la ciencia. Estiman que ya ha sido superada
la era del paradigma productivo basado en el motor de combustión interna, altamente contaminante y despilfarrador de
energía. Ello hace evidente que lo único que mantiene la gran dependencia
de la energía fósil que sufre la economía mundial, son los intereses privados
de los propietarios de las empresas petroleras y automovilísticas, así como los
intereses agrupados en el complejo militar-industrial norteamericano. La
llamada crisis energética resultaría ser así una evidencia más de que las
viejas relaciones de producción son un obstáculo para el progreso.
Lo mismo
puede decirse de muchos inventos, adelantos y tecnologías avanzadas que se
encuentran congelados, mantenidos en secreto u obstaculizados por grandes
intereses transnacionales que estarían sacrificando de esta manera el
bienestar, el progreso y la libertad humana. Solo bastaría pensar en las inmensas posibilidades que brindan la
inteligencia artificial y la robótica para resolver problemas de producción
y liberar a la humanidad de pesadas cargas productivas. Si toda la
investigación que se realiza y todos los recursos que se invierten con fines militares,
se emplearán con fines pacíficos y educativos la humanidad podría dar un salto
inimaginable hacia delante. El progreso humano pensado así, se pierde de vista.
El hambre,
las enfermedades, la contaminación y muchas otras calamidades que nos acosan desaparecerían
en el curso de una generación. Todo un mundo de libertad y felicidad
diametralmente opuesto a la perspectiva apocalíptica que nos ofrece el
capitalismo.
Imposible avanzar sin el rescate de los valores
éticos
Ya nos
hemos referido a la rémora social que significa la corrupción, la pérdida de
los valores éticos y de los principios morales, soslayados o desvirtuados por
la competencia y el afán de lucro, por la violencia y la guerra. Puede afirmarse por ello, sin dudas ni
vacilaciones, que no será posible avanzar ni un milímetro hacia cualquier
mejora social por mínima que sea, si no se reconoce el obstáculo que significa
la corrupción y se reduce a su mínima expresión el poder de las mafias. Mucho
menos aún se podrá avanzar hacia la edificación de una nueva civilización
humana.
En
cualquier terreno y a cualquier nivel, el rescate de los valores éticos; la
derrota del egoísmo y la maldad; la lucha por la verdad y el bien; tienen que
ser parte fundamental de la lucha por el bienestar, la justicia, la seguridad y
la paz. El amor y la generosidad, el
desprendimiento y la solidaridad, entendidas como prácticas cotidianas,
resultan elementos claves para la recuperación de la autoestima social y la
confianza de los seres humanos en sus propias fuerzas auto transformadoras.
:::::::::::::::
¡Hombres y
mujeres del mundo!
Si la
humanidad se autodestruye o si se recupera y avanza, será responsabilidad o
mérito de todos los seres humanos. Por activa o por pasiva -cada cual dentro de su rol- todos los
habitantes del planeta como seres actuantes, concientes y racionales, como
dueños de nuestra vida y destino, tenemos -en mayor o menor medida- una parte
de responsabilidad en lo que ocurre y la tendremos respecto a lo que ocurrirá.
Ya sabemos
que tenemos la posibilidad de avanzar. También sabemos el peligro que corremos
si nos cruzamos de brazos: un apocalipsis de autodestrucción y muerte, si no
actuamos. O por el contrario, está al alcance de nuestras manos -si nos unimos
para conquistarlo- un mundo de libertad, justicia y abundancia nunca antes
soñado.
Texto redactado para la contratapa
MUJERES UNIDAS: EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN PATRIARCAL
El papel de
la mujer en el surgimiento de la humanidad; la preponderancia femenina durante
la prehistoria; la caída en desgracia de la mujer y surgimiento de la
Civilización Patriarcal; los rasgos característicos de hegemonía masculina
durante la modernidad capitalista; la crisis final de la dominación masculina;
la futura civilización verdaderamente humana; las estrategias de
transformación, y, finalmente, el papel de la mujer en la sustitución de la
actual civilización y en la edificación de una nueva humanidad.
Todos estos
asuntos los aborda en apretada síntesis el autor del presente ensayo. Un ensayo
que responde muchas de las preguntas que se están formulando -en la actual
coyuntura- las indignadas y los indignados de España, Europa y el mundo
entero.
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