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Venezuela: Situación Política

Nos preguntamos: ¿Qué conclusiones pueden derivarse de un riguroso análisis de los resultados electorales del pasado 20 de mayo? ¿Fue un gran triunfo del gobierno o una gran derrota de la oposición? ¿La elevada abstención fue acaso un triunfo de la oposición?¿El gobierno bolivariano salió fortalecido no obstante de haber perdido respaldo popular? ¿El chavismo va en ascenso o sufre acaso un proceso de descomposición? En el presente artículo se intenta dar respuesta a éstas y otras interrogantes.




El 20-M abre un nuevo período histórico.  Como saldo deja otra aplastante derrota para la derecha, la ultraderecha y la centro-derecha venezolana. También cobró lo suyo el imperialismo, la derecha europea y las oligarquías del Continente. Sin embargo, este nuevo triunfo del gobierno bolivariano debe ser analizado con lupa, especialmente por las revolucionarias y revolucionarios venezolanos, pues, sin restarle méritos al presidente y al pueblo por un indiscutible triunfo logrado frente a poderosos enemigos y en difíciles circunstancias, hay que reconocer que un balance de lo ocurrido, basado en un serio y riguroso análisis, debe, en aras de la necesaria autocrítica, poner énfasis en otras significativas circunstancias.

En primer lugar, debe destacarse el hecho inocultable de que el 20-M el gran triunfador fue el pueblo chavista, o quizás sería mejor decir, la parte del pueblo venezolano que, resistiendo las graves consecuencias de la crisis, apostó por la paz, la democracia, la soberanía y la dignidad de la Nación. Sin embargo, habría que relativizar el triunfo del gobierno o, en todo caso, habría que señalar las restringidas dimensiones de esa victoria. En lo que no puede quedar la más mínima duda es en lo que respecta a la derrota sufrida por la oposición en su conjunto. En efecto, fueron derrotados todos los sectores: la ultraderecha, la centro-derecha, así como los chavistas molestos con la conducción de Maduro y los votantes desencantados del chavismo.  

Ahora bien,  ¿cómo se explica que el gobierno haya logrado ganar con el 68%  de los votos emitidos existiendo en el país una inflación galopante y una grave y generalizada escasez? Es evidente que Maduro ha sabido aprovechar los errores de la oposición. Y no puede negarse que ha sido inteligente y audaz para enfrentar y derrotar a sus adversarios. Sin embargo, no puede obviarse un importante factor: la incapacidad de la oposición para unirse y aprovechar tan favorable oportunidad electoral. Una incapacidad que tiene sus raíces en el largo encadenamiento de errores nuevos y viejos no reconocidos ni rectificados. Como si fuese poco, la ultra-derecha, contando con el apoyo de la derecha internacional, desechó la vía electoral y apostó de manera insensata, al derrocamiento inmediato del gobierno.

Por todo ello debe concluirse que el triunfo obtenido se debe, más que a los aciertos políticos del gobierno, a la incapacidad y los errores de la oposición, errores que la inhabilitaron para capitalizar el evidente descontento popular, el cual se expresó en una elevada e inusual abstención que sobrepasó, por primera vez desde 1998, el 50% de los electores inscritos. Una abstención que difícilmente puede atribuirse la oposición como un triunfo suyo, ya que la misma también expresa rechazo y desencanto con toda la clase política incluida la oposición. Al abstenerse, por apatía o por rebeldía, por conciencia o desesperanza, la mayoría del pueblo desestimó todas las opciones presentadas. Rechazó, de distintas maneras, tanto a los políticos que llamaron a votar, como a los políticos que llamaron a la abstención. 

Por ello, el relativo triunfo del gobierno, no debe servir de cortina para ocultar errores, debilidades e inconsecuencias suyas y de los partidos que lo respaldan. Los demócratas debemos reconocer que si no estamos en este momento lamentando un triunfo de la ultra-derecha pro-imperialista, ha sido gracias a que los dirigentes de derecha no tienen un proyecto de país ni plantean soluciones, pues sólo se han dedicado al obstruccionismo, al sabotaje y al golpismo. Por todo ello, al hacer un balance de lo ocurrido no debemos ocultar los graves errores, debilidades, limitaciones e inconsecuencias del gobierno bolivariano y de los partidos que lo respaldan. Es necesario hacer una verdadera autocrítica que incluya, desde la política económica hasta la campaña electoral, pasando por la corrupción y la demagogia electoralista.

Es muy probable que si la oposición hubiese participado unida en torno a un solo candidato, suponiendo constantes las demás condiciones, bien seguro que hubiese superado la votación obtenida por el chavismo. Porque, aunque puede considerarse una proeza ganar unas elecciones para la reelección de un Presidente que termina su mandato con una desbocada hiperinflación, no puede negarse que los resultados del 20 de mayo nos indican que el chavismo perdió el respaldo de la mayoría del pueblo venezolano, de allí que podría incurrirse en un muy nocivo autoengaño, si se cayera en la tentación de considerar los resultados como un gran triunfo, desconociendo u ocultando la desaprobación y el rechazo al presidente y a su política económica que indirectamente expresan los resultados en su conjunto.

En efecto, aunque Maduro haya obtenido el respaldo del 68 por ciento de quienes acudieron a votar, no puede negarse que -bien sea por escepticismo, descontento, desengaño, frustración, franco rechazo, voto castigo o respaldo a la subversión- por primera vez la mayoría del pueblo le dio la espalda al chavismo. Lo demuestra así el hecho de que la abstención haya superado el 50% del padrón electoral. Es muy significativo que la mayoría del pueblo no acudiera a sufragar, no obstante los insistentes llamados del gobierno y de las autoridades electorales. Sin embargo, haciendo honor a la verdad y no obstante lo dicho, no debe desconocerse el hecho, muy favorable para el chavismo, de que, a pesar de las muy difíciles circunstancias afrontadas, el gobierno logró consolidar el firme respaldo del pueblo chavista, del voto duro del chavismo.

Por todo ello, si se pretende redefinir el rumbo, rectificar e imprimir un nuevo giro a la revolución bolivariana, es necesario impulsar una seria y profunda auto-crítica. Superar esta grave y compleja crisis económica requiere revisiones  y rectificaciones. Por ejemplo, habría que preguntarse si se debe o no debatir la orientación actual del  proceso. ¿Hacia dónde caminamos? ¿Estamos en verdad construyendo el socialismo o vivimos un proceso de descomposición que arrastra al gobierno a una suerte de “adequización”? ¿Está agotado o no el proyecto de transformación social iniciado en 1999? ¿Estamos acaso atrapados por la perversión del mercado interno, por el canibalismo económico, por la ineptitud burocrática, por el afán de lucro y la voracidad acumulativa, por la corrupción, las mafias y el paramilitarismo? ¿Crecen o merman estas tendencias al desastre?

Y, por otra parte, podríamos preguntarnos: ¿Vivimos acaso el riesgo de una derechización subrepticia que podría conducir al gobierno a pactar de manera lenta e imperceptible con la oligarquía y/o el imperialismo o adecuarse de hecho a sus intereses? Es cierto que la superación de la crisis híper-inflacionaria es una cuestión de vida o muerte para el gobierno. Y, superar la crisis, derrotar la “guerra económica” constituye el principal desafío para lograr de manera inmediata y urgente cerrarle el paso a la conspiración neofascista de la oligarquía. Pero, nos preguntamos: ¿La guerra económica no está siendo favorecida acaso por la política económica en una dinámica perversa, alimentada por la corrupción y el canibalismo económico, fomentado éste por las referidas mafias civiles y militares, oficiales y privadas, colombianas y venezolanas?

Ahora, en este nuevo comienzo, el gobierno ha llamado al diálogo y a la participación. En esa línea de acción ha solicitado la opinión de la ciudadanía sobre las medidas que deben tomarse para superar la crisis. Este llamado no debe  responderse de manera improvisada, irreflexiva o aislada. Sería irresponsable y poco útil. Por el contrario, debe interpretarse como una invitación al debate, como un llamado que debe ser aprovechado para impulsar una discusión a fondo -autocrítica, rigurosa y sincera- que nos conduzca a la necesaria revisión y rectificación. Un debate cuyas conclusiones armen a los dirigentes populares y a las revolucionarias y revolucionarios de una concepción de la transformación social, así como de una estrategia que nos permita avanzar de manera firme y segura hacia el cambio social global liberador.

Las  revolucionarias y los revolucionarios auténticos no debemos desperdiciar esta oportunidad.


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