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Venezuela: diagnóstico de la crisis (1ra parte)

Hasta el momento el gobierno bolivariano ha ganado la pelea política, pero, es evidente que viene perdiendo la guerra económica. Al respecto debemos preguntarnos: ¿Por qué el gobierno no ha podido frenar la galopante híper-inflación? Respondemos: Porque la superación de la crisis requiere un diagnóstico certero del inédito y complejo fenómeno. ¿Quién es o quiénes son los responsables de la crisis? ¿Cuáles son las verdaderas causas de la híper-inflación?  ¿Cuál es la causa de que se presente de manera simultánea el aumento incesante de los precios y la escasez? Estas y otras preguntas requieren urgente respuesta. Avancemos en el intento.



Cómo lo hemos afirmado, el gobierno venezolano ha ganado la pelea política no sólo gracias a sus logros y aciertos, sino, fundamentalmente, gracias a los graves errores y desaciertos de sus adversarios internos y externos. Y, viene perdiendo la guerra económica debido a sus propias debilidades y errores combinados con las fortalezas y aciertos destructivos de sus adversarios, es decir, la oligarquía venezolana, las oligarquías latinoamericanas, el imperialismo y sus agentes políticos de derecha y ultraderecha. También deben incluirse, como causas, los errores y debilidades de los revolucionarios venezolanos, hoy divididos o dispersos en diversos grupos, organizaciones y partidos, así como las debilidades y vulnerabilidades de un movimiento popular organizado y movilizado, pero, hay que decirlo, manipulado burocráticamente y carente de una dirección política revolucionaria.

Sin embargo, aunque sean ciertas, no podemos limitarnos a aceptar y registrar las anteriores causas, pues se requiere un balance riguroso e integral de lo ocurrido. Además, para la superación de la crisis es necesario un certero diagnóstico de la misma. Un diagnóstico a través del cual puedan precisarse las verdaderas causas del desastre. Es indudable que son muchos los factores que concurren como causas de la crisis. Es necesario desentrañarlos para superarla. Comenzamos por preguntarnos lo que mucha gente responde alegremente: ¿Quién es el responsable o quiénes son los responsables de lo que ocurre? Como bien sabemos, los opositores y sus aliados internos y externos culpan al gobierno de Maduro. El gobierno, por su parte, responsabiliza a sus opositores internos y externos, por ser los impulsores de la “guerra económica”, causante de la crisis.

Por su parte, el pueblo descontento se queja suponiéndose víctima y excluyéndose como parte corresponsable de lo que ocurre. En verdad, por acción o por omisión, todos los venezolanos somos responsables, aunque no lo seamos en la misma medida, ni por las mismas razones. También son partícipes o corresponsables individuos no venezolanos y colectivos externos al país. En primer lugar, son culpables o responsables las oligarquías y el imperialismo por su interesada, despiadada e hipócrita ofensiva económica y política contra el gobierno y contra el pueblo venezolano; y la oligarquía interna y el capital transnacional lo son, tanto por su voracidad acumulativa, su especulación desenfrenada y su manipulación súper-explotadora, como por su ofensiva política desarrollada en descarado contubernio con poderes externos.  Por su parte, los partidos y grupos de oposición son responsables por su complicidad con los poderes fácticos y por su participación activa, directa e indirecta, en la desestabilización.

Es también responsable, de manera significativa y principalísima, el gobierno por ser el que ha decidido el modelo de revolución y la estrategia económica desplegada. Ello, considerando que la conducta de la oligarquía y la política desestabilizadora de la derecha constituyen una respuesta, una reacción contrarrevolucionaria al modelo chavista de socialismo. Por otra parte, también es responsable el gobierno por los aspectos de su política que favorecen los planes destructivos y obstruccionistas de sus adversarios internos y externos. Eso, sin señalar la corrupción y la ineficiencia, el burocratismo y el electoralismo como factores concomitantes. Tampoco puede ocultarse la responsabilidad de la dirigencia política del PSUV y de los partidos del Polo Patriótico cuyas políticas electoralistas, oportunistas y burocráticas, por decir lo menos, tienen una elevada responsabilidad en los errores, debilidades y desviaciones del proceso bolivariano, así como por el hecho de que -en muchos casos- forman parte directa en la corrupción y la ineficiencia.

También son responsables los comerciantes venezolanos por su actitud abiertamente especulativa en lo que se refiere a la fijación de los precios. En verdad se trata, debemos decirlo, de una gran trampa en la que hemos caído como sociedad. Una trampa caracterizada por un desbocado afán de lucro y una voracidad acumulativa que han pervertido el mercado interno y desatando una suerte de canibalismo económico. Una trampa en la que todos hemos caído. Unos, por especulación, usura o avaricia, otros, además, para conspirar; algunos por no quedar en desventaja; otros por miedo a la pobreza, y, la mayoría, en defensa propia. Casi todos enceguecidos por el miedo o la desesperación, queriendo beneficiarse o salvarse individual o familiarmente, sin percatarse o sin importarles de que, actuando así, nos estamos hundiendo como país, como colectividad. Atrapados en esta dinámica perversa todos contribuimos al saqueo de la nación, a la devaluación abismal de nuestra moneda, en síntesis a la desvalorización del trabajo, al envilecimiento de sueldos y salarios, al desprecio por la producción.

Una trampa en la que hemos venido hundiéndonos cada vez más. Un hundimiento que comenzó por la especulación con nuestra moneda. Cada quien a su nivel y dentro de sus posibilidades, casi todos caímos en la tentación de beneficiarnos personal o familiarmente del diferencial cambiario, contribuyendo de esta manera a la devaluación de nuestro signo monetario. Continúo con la especulación progresiva de los productos regulados o subsidiados que fueron desapareciendo de los mercados normales  para aparecer en los mercados paralelos a precios envilecidos. Luego vinieron las compras nerviosas y los mercados de vendedores que ocasionaron una inflación combinada con desabastecimiento. Así fuimos pasando del mercado negro del dólar al mercado negro de los demás productos regulados o subsidiados, hasta llegar a los alimentos y a las medicinas. De ello todos somos responsables, pues de una u otra manera, por acción u omisión, todos participamos en este proceso de perversión del mercado interno y de la economía nacional.

También somos responsables, casi sin excepción, el resto de los compatriotas. Efectivamente, los venezolanos y nuestros dirigentes (sindicales, gremiales y vecinales), tenemos una inmensa responsabilidad ya que, sin el concurso y la connivencia de la mayoría del  pueblo, no estaría tan extendida o generalizada la corrupción ni fuesen tan graves los niveles de impunidad existentes. Y lo más importante: no se hubiese impuesto el canibalismo económico y la especulación. Todos, diversas maneras, por acción o por omisión, por cooperación o complicidad, consciente o inconscientemente, contribuimos al desastre. Desde el que cede ante el chantaje de un policía de alcabala y termina sobornándolo, hasta los comerciantes que especularon; desde quienes traficaron con el cupo viajero de CADIVI,  hasta los que estafaron al país con los dólares aprobados para importaciones (“empresas de maletín”). Todos.

Y no hemos incluido entre los principales responsables de lo que ocurre, a las mafias y bandas abiertamente delictivas, integradas por venezolanos o extranjeros, civiles o militares, ligados o no a burócratas corruptos, por ser demasiado obvia su responsabilidad, o mejor sería decir, su culpabilidad criminal. Tampoco hemos incluido a la gran cantidad de venezolanos que cooperan o sirven de bases operativas o de mulas a las referidas mafias de traficantes de bienes robados o delictivamente adquiridos; o quienes compran y exportan el efectivo venezolano, o que trafican o contrabandean la gasolina y los metales estratégicos. Debemos incluir también a quienes por complicidad o connivencia, sin ser de las mafias, negocian con sus integrantes o los apoyan por interés. Y finalmente no puede dejar de señalarse la culpabilidad  criminal de los funcionarios policiales y militares corruptos, cómplices imprescindibles de los extendidos delitos.

Ahora bien, habiendo quedado claro lo que pensamos sobre la participación o la responsabilidad, podríamos preguntarnos si lo que ha ocurrido en Venezuela se debe a una manera de ser, es decir, si se explica por el carácter o la idiosincrasia de los venezolanos? ¿Es acaso porque existe y nos domina la cultura de la corrupción? ¿Somos por definición o por circunstancias una “sociedad de cómplices” o se trata de un problema estructural (económico, social y cultural) enraizado en nuestra historia? ¿Tiene que ver con una economía dependiente del Estado, con una historia de mono-producción, de paternalismo y parasitismo; unas características que han atentado contra la producción interna y contra el incremento de la productividad o el impulso de la misma?  

Un verdadero diagnóstico debe responder las anteriores preguntas y muchas otras interrogantes. Por nuestra parte, continuaremos este esfuerzo de análisis en nuestra próxima entrega.




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