Hasta el momento el
gobierno bolivariano ha ganado la pelea política, pero, es evidente que viene
perdiendo la guerra económica. Al respecto debemos preguntarnos: ¿Por qué el
gobierno no ha podido frenar la galopante híper-inflación? Respondemos: Porque
la superación de la crisis requiere un diagnóstico certero del inédito y
complejo fenómeno. ¿Quién es o quiénes son los responsables de la crisis?
¿Cuáles son las verdaderas causas de la híper-inflación? ¿Cuál es la causa de que se presente de
manera simultánea el aumento incesante de los precios y la escasez? Estas y
otras preguntas requieren urgente respuesta. Avancemos en el intento.
Cómo lo hemos afirmado, el gobierno venezolano ha ganado la
pelea política no sólo gracias a sus logros y aciertos, sino, fundamentalmente,
gracias a los graves errores y desaciertos de sus adversarios internos y
externos. Y, viene perdiendo la guerra económica debido a sus propias
debilidades y errores combinados con las fortalezas y aciertos destructivos de
sus adversarios, es decir, la oligarquía
venezolana, las oligarquías latinoamericanas, el imperialismo y sus agentes políticos
de derecha y ultraderecha. También deben incluirse, como causas, los errores y
debilidades de los revolucionarios venezolanos, hoy divididos o dispersos en
diversos grupos, organizaciones y partidos, así como las debilidades y
vulnerabilidades de un movimiento popular organizado y movilizado, pero, hay
que decirlo, manipulado burocráticamente y carente de una dirección política
revolucionaria.
Sin embargo, aunque sean ciertas, no podemos limitarnos a
aceptar y registrar las anteriores causas, pues se requiere un balance riguroso
e integral de lo ocurrido. Además, para la superación de la crisis es necesario
un certero diagnóstico de la misma. Un diagnóstico a través del cual puedan
precisarse las verdaderas causas del desastre. Es indudable que son muchos los factores que concurren como
causas de la crisis. Es necesario desentrañarlos para superarla. Comenzamos
por preguntarnos lo que mucha gente responde alegremente: ¿Quién es el
responsable o quiénes son los responsables de lo que ocurre? Como bien sabemos,
los opositores y sus aliados internos y externos culpan al gobierno de Maduro.
El gobierno, por su parte, responsabiliza a sus opositores internos y externos,
por ser los impulsores de la “guerra económica”, causante de la crisis.
Por su parte, el pueblo descontento se queja suponiéndose
víctima y excluyéndose como parte corresponsable de lo que ocurre. En verdad,
por acción o por omisión, todos los
venezolanos somos responsables, aunque no lo seamos en la misma medida, ni por
las mismas razones. También son partícipes o corresponsables individuos no
venezolanos y colectivos externos al país. En primer lugar, son culpables o
responsables las oligarquías y el imperialismo por su interesada, despiadada e hipócrita ofensiva económica y política
contra el gobierno y contra el pueblo venezolano; y la oligarquía interna y el
capital transnacional lo son, tanto por su voracidad acumulativa, su
especulación desenfrenada y su manipulación súper-explotadora, como por su
ofensiva política desarrollada en descarado contubernio con poderes
externos. Por su parte, los partidos y
grupos de oposición son responsables por su complicidad con los poderes
fácticos y por su participación activa, directa e indirecta, en la
desestabilización.
Es también responsable, de manera significativa y principalísima,
el gobierno por ser el que ha decidido el modelo de revolución y la estrategia
económica desplegada. Ello, considerando que la conducta de la oligarquía y la
política desestabilizadora de la derecha constituyen una respuesta, una
reacción contrarrevolucionaria al modelo chavista de socialismo. Por otra
parte, también es responsable el gobierno por los aspectos de su política que favorecen los planes destructivos y obstruccionistas
de sus adversarios internos y externos. Eso, sin señalar la corrupción y la
ineficiencia, el burocratismo y el electoralismo como factores concomitantes.
Tampoco puede ocultarse la responsabilidad de la dirigencia política del PSUV y
de los partidos del Polo Patriótico cuyas políticas electoralistas,
oportunistas y burocráticas, por decir lo menos, tienen una elevada
responsabilidad en los errores, debilidades y desviaciones del proceso
bolivariano, así como por el hecho de que -en muchos casos- forman parte
directa en la corrupción y la ineficiencia.
También son responsables los comerciantes venezolanos por su
actitud abiertamente especulativa en lo que se refiere a la fijación de los
precios. En verdad se trata, debemos decirlo, de una gran trampa en la que
hemos caído como sociedad. Una trampa caracterizada por un desbocado afán de
lucro y una voracidad acumulativa que han
pervertido el mercado interno y desatando una suerte de canibalismo económico. Una trampa en la que todos hemos caído. Unos, por especulación, usura o avaricia,
otros, además, para conspirar; algunos por no quedar en desventaja; otros
por miedo a la pobreza, y, la mayoría, en defensa propia. Casi todos
enceguecidos por el miedo o la desesperación, queriendo beneficiarse o salvarse
individual o familiarmente, sin percatarse o sin importarles de que, actuando
así, nos estamos hundiendo como país, como colectividad. Atrapados en esta
dinámica perversa todos contribuimos al saqueo de la nación, a la devaluación
abismal de nuestra moneda, en síntesis a la desvalorización del trabajo, al
envilecimiento de sueldos y salarios, al desprecio por la producción.
Una trampa en la que hemos venido hundiéndonos cada vez más.
Un hundimiento que comenzó por la especulación con nuestra moneda. Cada quien a
su nivel y dentro de sus posibilidades, casi todos caímos en la tentación de
beneficiarnos personal o familiarmente del diferencial cambiario, contribuyendo
de esta manera a la devaluación de nuestro signo monetario. Continúo con la
especulación progresiva de los productos regulados o subsidiados que fueron desapareciendo de los mercados
normales para aparecer en los mercados
paralelos a precios envilecidos. Luego vinieron las compras nerviosas y los
mercados de vendedores que ocasionaron una inflación combinada con
desabastecimiento. Así fuimos pasando del mercado negro del dólar al mercado
negro de los demás productos regulados o subsidiados, hasta llegar a los
alimentos y a las medicinas. De ello todos somos responsables, pues de una u
otra manera, por acción u omisión, todos participamos en este proceso de perversión
del mercado interno y de la economía nacional.
También somos responsables, casi sin excepción, el resto de
los compatriotas. Efectivamente, los venezolanos y nuestros dirigentes
(sindicales, gremiales y vecinales), tenemos una inmensa responsabilidad ya
que, sin el concurso y la connivencia de la mayoría del pueblo, no estaría tan extendida o
generalizada la corrupción ni fuesen tan graves los niveles de impunidad
existentes. Y lo más importante: no se
hubiese impuesto el canibalismo económico y la especulación. Todos,
diversas maneras, por acción o por
omisión, por cooperación o complicidad, consciente
o inconscientemente, contribuimos al
desastre. Desde el que cede ante el chantaje de un policía de alcabala y
termina sobornándolo, hasta los comerciantes que especularon; desde quienes
traficaron con el cupo viajero de CADIVI,
hasta los que estafaron al país con los dólares aprobados para
importaciones (“empresas de maletín”). Todos.
Y no hemos incluido entre los principales responsables de lo
que ocurre, a las mafias y bandas abiertamente delictivas, integradas por
venezolanos o extranjeros, civiles o militares, ligados o no a burócratas
corruptos, por ser demasiado obvia su responsabilidad, o mejor sería decir, su
culpabilidad criminal. Tampoco hemos incluido a la gran cantidad de venezolanos
que cooperan o sirven de bases operativas o de mulas a las referidas mafias de traficantes de bienes robados o
delictivamente adquiridos; o quienes compran y exportan el efectivo
venezolano, o que trafican o contrabandean la gasolina y los metales
estratégicos. Debemos incluir también a quienes por complicidad o connivencia,
sin ser de las mafias, negocian con sus integrantes o los apoyan por interés. Y
finalmente no puede dejar de señalarse la culpabilidad criminal de los funcionarios policiales y
militares corruptos, cómplices imprescindibles de los extendidos delitos.
Ahora bien, habiendo quedado claro lo que pensamos sobre la
participación o la responsabilidad, podríamos preguntarnos si lo que ha
ocurrido en Venezuela se debe a una manera de ser, es decir, si se explica por
el carácter o la idiosincrasia de los venezolanos? ¿Es acaso porque existe y
nos domina la cultura de la corrupción? ¿Somos por definición o por
circunstancias una “sociedad de cómplices” o se trata de un problema estructural (económico, social y cultural)
enraizado en nuestra historia? ¿Tiene que ver con una economía dependiente del
Estado, con una historia de mono-producción, de paternalismo y parasitismo;
unas características que han atentado contra la producción interna y contra el
incremento de la productividad o el impulso de la misma?
Un verdadero diagnóstico debe responder las anteriores
preguntas y muchas otras interrogantes. Por nuestra parte, continuaremos este
esfuerzo de análisis en nuestra próxima entrega.
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